De agradecer sería, no sé si siempre pero sí con más frecuencia, que ese Mundo del Arte –sus máximos gobernantes e incluso los mínimos- se miraran al espejo, reflexionaran sobre sí mismos y, al filo de tan triste noticia, dejaran de colocar la culpa de todos los males en paisajes distantes. Que reconocieran algo tan simple como que el arte no habita en el castillo de la pureza, ni es inocente ante el proceso de expansión que tiene lugar en la economía global. Más bien, convendría asumirlo como parte implicada en las infamias que arrastra ese modelo al que, por otra parte, no dejan de reprobar con el mayor denuedo en casi todas las exposiciones. Para seguir leyendo…
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