Maurice Blanchot: Para el camarada Castro
Dejemos a un lado los sentimientos, tratemos de pensar fuera del espacio moral que sigue siendo, lo queramos o no, el espacio de nuestros hábitos y de nuestra dependencia e indaguemos, con otros, lo que debemos concluir de la intervención militar en Checoslovaquia.
1. Ni la exigencia comunista ni la razón revolucionaria están en absoluto implicadas en esta insípida manifestación de fuerza, tan insoportable políticamente como ideológicamente fuera de lugar. El hecho de que Castro la apruebe muestra solamente que Castro, incluso si cree hablar en nombre del Partido Comunista de Cuba, es capaz de hablar contra la revolución cubana, es decir, de dejarse engañar por una falsa concepción de la internacionalidad.
2. Las fronteras violadas, la soberanía ignorada, las instituciones desmanteladas… no es esto lo que contraviene el movimiento internacional, sino esa pretensión perfectamente inoportuna de que la exigencia internacional pueda ser represiva y de que los ejércitos nacionales, la afirmación más brutal del nacionalismo guerrero, pueda reivindicar la necesidad revolucionaria, tal como la supone el proceso comunista mundial. Sólo la palabra —y además una palabra que no está nunca dada, sino que ha de buscarse— puede ser portadora de la razón internacional a partir de las estructuras que la hacen posible. La práctica internacional es la práctica de un lenguaje que busca, en ocasiones violentamente, su espacio común desde el momento en que las fuerzas productivas, en su desfase con respecto a las relaciones de producción, lo han delimitado, convirtiéndolo en el juego de las fuerzas sociales en lucha o incluso proponiéndolo al trabajo de la política y de la ideología.
3. Admitamos (hipótesis que deriva de la más mediocre especulación periodística, y no de un «análisis sólido») que Checoslovaquia, como pretende Castro, corriese el riesgo de caer «entre las manos del capitalismo». El principal medio, si no de empujarla hacia ellas, sí al menos de retrasar indefinidamente el avance comunista, es identificar el socialismo con la represión militar y, como consecuencia, el no-socialismo con una cierta forma de independencia.
4. La política de Estado de la Unión Soviética es una combinación, sin principio, de estrategia de gran potencia (la política de glacis, la razonable inquietud frente a otras potencias) y de pretensiones ideológicas. El resultado es que la Unión Soviética se sirve del internacionalismo, que osa llamar «proletario», para fines que lo contradicen y por medios que lo arruinan.
5. La noción de «estalinismo», el sistema que dicha noción sostiene, el carácter moral que está implicado en ella (las perversiones de un individuo superpoderoso) no deben dispensarnos de todo esfuerzo de explicación para dar cuenta del estado de cosas cada vez que se produce una «alteración del ideal revolucionario». Tan sólo queda claro que la revolución no se da nunca de una vez por todas. Desde que tuvo lugar, la lucha por la cual se mantiene corre el riesgo de alejarse de sí misma, impidiendo todo avance lineal de su movimiento.
6. La Revolución es terrible. Pero la invasión soldadesca no presenta nada semejante a lo que tiene de necesariamente desmesurado —de imposible— el Terror revolucionario, cuando éste está llamado a perturbar y a transgredir toda ley. Los ejércitos napoleónicos liberaban a los pueblos sometiendo a los gobiernos, después sometían a los pueblos en nombre de la libertad coronada universal, «el alma del mundo» que pasaba y volvía a pasar bajo las ventanas del Filósofo. Nos encontramos ahora muy por detrás de la ideología jacobina. Pensemos que son muchos los comunistas (soviéticos, polacos, húngaros, búlgaros, alemanes del Este), sobre todo si forman parte de las fuerzas de ocupación, que se han sentido atrozmente expulsados, por el papel de opresores que se les ha hecho representar, de la posibilidad revolucionaria a la que, como los checos y como nosotros mismos, han consagrado su derecho de vivir y de morir.
7. No debe entenderse la resistencia checoslovaca como una resistencia nacional, sino como una resistencia revolucionaria. Debe hacerse todo lo posible para que conserve este sentido, particularmente aquí, en la medida en que sepamos utilizar contra la opresión gaullista y capitalista los medios de lucha cuya prodigiosa eficacia de subversión nos recuerda dicha resistencia.
8. Que el proceso de liberalización en curso desde enero de 1968 en Checoslovaquia presenta riesgos es algo que no puede negarse. El cuestionamiento, mediante la palabra liberada, de un orden prematuramente fijado e impuesto policialmente bajo el falso nombre de socialismo, puede conducir bien a un fácil liberalismo con la sociedad burguesa del pasado como porvenir, bien a una disolución del Estado por una explosión revolucionaria. Son riesgos que la URSS no acepta correr. La URSS es ideológicamente débil, por eso recurre a la fuerza militar. Castro lo sabe. Y sabe también que si Cuba estuviese geográficamente situada junto a las fronteras de Rusia, habría sido hace tiempo «liberada» de Castro. Entonces, ¿por qué un juicio semejante? ¿Confunde acaso, por una extraña aberración, guerrilla y guerra, intervención militar y violencia revolucionaria? Camarada Castro, no caves tu propia tumba y si, por el cansancio natural del poder, te dejas ir, permítenos escribir en los muros de La Habana, como magníficamente escribieron en los muros de Praga: ¡LENIN, DESPIERTA!
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