Karl Kraus sustentaba: “La obra de arte es la que propone como solución un enigma”. Esa fue una obsesión que acompañó a James Lee Byars durante sesenta y cinco años de vida: un extravagante con aspiraciones de Tutankamón avant–garde, alguien que escenificó su “práctica de la muerte” contra la pared de un cuarto forrado en oro y vestido de lamé, postura similar a la octogenaria aristócrata inmortalizada en una revista del corazón a punto de estirar la pata. Para seguir leyendo…
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