Carlos Espinosa: Fernández Reboiro o el color vuelto arte gráfico
Apenas han transcurrido dos semanas de 2020 y ya nos vemos en el doloroso trance de despedir a un compatriota, cuya muerte significa una sensible pérdida para nuestra cultura. El 7 de enero falleció en el pueblo madrileño de Alcorcón, donde residió en los últimos años, Antonio Fernández Reboiro, quien perteneció, junto con Eduardo Muñoz Bachs, Antonio Pérez (Ñiko), René Azcuy y Julio Eloy Mesa, al grupo de diseñadores gráficos que dieron al cartel de cine una notable categoría artística y lograron que tuviera una proyección internacional. Una manifestación acerca de la cual Alejo Carpentier expresó que, “más que afiche, más que cartel, más que anuncio, es una siempre renovada muestra de artes sugerentes, funcionales si se quiere, ofrecida al transeúnte”.
Fernández Reboiro deja una obra monumental, tanto por su volumen cuantitativo como por su sólida calidad. La integran cientos de carteles, por los cuales recibió varios galardones internacionales, como el Premio al Mérito en el Festival de Cine de Ottawa, el Prix Spécial en el de Cannes y el Grand Prix en el de París. Sus afiches se han exhibido en numerosas exposiciones, tanto individuales como colectivas, y forman parte de colecciones tan importantes como las del Museum of Modern Art (MOMA), de Nueva York, y el Centre National d’Arte et Culture Georges Pompidou, de la capital francesa.
Era hijo de inmigrantes españoles. Nació en Nuevitas, pero años después se trasladó a La Habana. Allí ingresó en la Universidad, aunque su primera opción fue la medicina. Como él recordó, “era costumbre en Cuba entre las familias españolas que el hijo mayor fuera médico. En 1954, cumpliendo con la tradición, ingresé en la Universidad de la Habana a estudiar Medicina”. Pero su vocación era otra. Fundó y dirigió la revista turística Havana Picture Guide, editada en inglés, y matriculó Arquitectura y Diseño en la Universidad. En 1960 fue ayudante de diseño del arquitecto Ricardo Porro en el proyecto de construcción de las Escuelas Nacionales de Arte, concretamente para las de Artes Plásticas y Danza. Fue, declaró, el primer trabajo que realizaba desde que había comenzado los estudios de Arquitectura.
Acerca de su entrada en el Instituto de Arte e Industria Cinematográficos, Fernández Reboiro comentó: “En 1963, supe por unos amigos que el ICAIC quería formar un nuevo equipo para diseñar carteles de cine. Cuando llegué, no conocía a nadie allí”. Se presentó, lo seleccionaron y ese fue el comienzo de su larga relación de trabajo en el ICAIC. Entre 1964 y 1982, realizó unos trescientos afiches que servían para anunciar los estrenos de cada semana. De acuerdo al libro Ciudadano cartel, de Sara Vega, Alicia Gracia y Claudio Sotolongo, el primer cartel que diseñó fue para el filme español Aprendiendo a morir.
Su gran fecundidad nunca se vio afectada por el agotamiento o la repetición. Hasta sus afiches para Cecilia y Los pies sobre la tierra, los últimos que hizo en Cuba, mantuvo siempre una gran riqueza creativa y una desbordante imaginación. Asimilando y conjugando influencias del art nouveau, el pop art, el art deco, el op art, creó una estética que se reconoce de inmediato y que tiene como sello característico el gusto instintivo por el color.
Durante los primeros años, su diseño era más sobrio y a menudo emplea el negro y los fondos blancos. Ejemplos de ello son sus carteles para El helecho de oro, Terciopelo negro, Encuentro en el planeta Feblus, Diálogos, Tránsito y El espontáneo. Pero a partir de 1968, sus carteles se convirtieron en una explosión de colores vivos, en especial, azules, rojos, verdes, amarillos. Demostró además una personal osadía para combinarlos, y al hacerlo consiguió unos resultados artísticos deslumbrantes y de una exuberancia a menudo barroca.
En el bloque dedicado a Fernández Reboiro en Ciudadano cartel, se anota acerca de sus carteles: “Imágenes complejas donde las lecturas, los efectos ópticos y un intento plástico por captar el movimiento y el dinamismo del cine terminan elaborando obras de una gran densidad comunicacional, que van a precisar de un detenimiento por parte del transeúnte para decodificarlas en profundidad”. Esto sus afiches lo hacen a través de diferentes claves, de verdaderas síntesis gráficas de elementos simbólicos, figurativos, surrealistas, abstractos. Las elegantes metáforas de Fernández Reboiro se sirven también de elementos ópticos, de una gran maestría de encuadres y de una puesta en página muy meditada. Son representativos de lo que anoto afiches como los de Esclava del amor, Juego de masacre, El piropo, La tierra prometida, Imágenes, Peppermint frappé, Siete días, El primer correo, Moby Dick, El monstruo en primera plana, Los tres gordinflones. Los lectores pueden apreciar una pequeña muestra de su cartelística en la galería que aparece a la derecha.
No fue profeta en su tierra
Aunque el diseño de carteles fue su principal actividad, no fue la única que desarrolló durante su etapa en el ICAIC. Dirigió también tres documentales: Un retablo para Romeo y Julieta (1971), Rumba (1972) y Edipo rey (1972), para los cuales creó los afiches. Asimismo, a partir del número 54-55 varias portadas de la revista Cine Cubano llevan su firma. Pero pese a la impresión que toda esa febril labor pueda dar, en su tierra, como él contó, no fue profeta: “Había una exposición anual de diseño gráfico auspiciada por el Comité de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista. Aunque todos los años el ICAIC mandaba mis carteles, nunca me dieron un premio, ni una mención. Me ignoraban constantemente. Recuerdo una vez, en la Escuela de Filosofía y Arte de la Universidad de La Habana, que poco faltó para que me pegaran, y eso porque el pintor cubano René Portocarrero decía que yo era «el color de Cuba»”.
En cambio, fue un afiche suyo el primero que obtuvo un galardón internacional. Me refiero al de Harakiri, que recibió el Diploma al Mérito en la Exposición Internacional de Carteles, organizada por Cinema Sixteen Society, de Ceylán. Al dato apuntado antes por él, puedo agregar otro. Al redactar este trabajo, revisé el Índice de la revista Cine Cubano 1960-2010, preparado por Araceli García Carranza. No hay registro de que se le haya dedicado un trabajo a su obra cartelística, lo cual contrasta con los tres textos publicados sobre sobre la de Muñoz Bachs.
En 1982, viajó a Francia. La Quincena de Realizadores, una de las secciones paralelas del Festival de Cannes, organizó una exposición de sus carteles y lo invitó para que la inaugurara. Pasó algún tiempo en Francia y luego se instaló en España, donde pudo continuar su actividad como diseñador. Primero lo hizo en la revista de teatro Pirijaina y al desaparecer esta, en El Público, editada por el Centro de Documentación Teatral del Ministerio de Cultura. Allí además se ocupó de preparar para la imprenta varios libros. Otra labor importante desarrollado por él en esa etapa fueron los numerosos carteles que dieron identidad visual a conocidos centros dramáticos, orquestas, ballets, óperas y festivales españoles, así como al Instituto Español de Emigración. Asimismo, a partir de 1994 concibió los brochures y publicaciones de la Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones (FUNDESCO).
El trabajo que realizó en España en esos años fue justamente valorado. Un hecho que lo pone de manifiesto es que en el otoño de 1990 la Conserjería de Cultura de la Comunidad de Madrid presentó en el Teatro Albéniz la exposición Veinticinco años de carteles de teatro en Madrid. En la misma, las obras de Fernández Reboiro fueron exhibidas al lado de las de diseñadores gráficos tan renombrados como Alberto Corazón, Roberto Turégano y Vicente Alberto Serrano. En el catálogo de la muestra se incluyeron además palabras de este último y de nuestro compatriota. No conozco otro texto suyo en el cual haya reflexionado sobre su quehacer, aunque en esa ocasión lo hizo acerca del cartel de teatro. Dado que nunca se ha reproducido, lo copio a continuación:
“Cuando el anuncio se libera de la imposición de comunicar una noticia o de promocionar un producto al dictado directo del comerciante; cuando se emancipa de la servidumbre de lo inmediato y emprende vuelo, es cuando nace el cartel. El cartel presupone la noticia, la existencia del hecho anunciado, y su relación con él es a la vez dependiente y autónoma. Su referencia al hecho anunciado es de tipo poético y su ambición consiste en despertar la curiosidad, provocar la atención, desatar el interés, seducir… en términos teatrales diríamos encontrar al espectador. Cuando el cartel se crea para un espectáculo, termina además inventariado entre los restos de ese naufragio irremediable que sucede siempre al día siguiente de la última función. Gracias a la contingencia del teatro, un cartel puede convertirse en la clave de la memoria en que se guardan las imágenes más preciadas de un montaje. Más aún, la imagen que un cartel acuña de un espectáculo pertenece siempre también a los “no-espectadores” ampliando así el efecto multiplicador que todo acontecimiento artístico persigue.
“Desde que William Caxton hizo en 1480 el primer «cartel-noticia» hasta el diseño de Jules Chérer para Sarah Bernhardt, puede hacerse la crónica hasta la mayoría de edad de una creación gráfica que alcanza en la Exposición Universal de París, en 1889, la categoría de un soporte artístico de entidad propia. Desde entonces hasta hoy, paralelamente a la evolución de los diseños y a la incorporación de las técnicas se ha ido produciendo también un considerable cuerpo de teoría. Cualquier imposición dogmática de unas tendencias sobre otras es ya anacrónica a estas alturas del siglo. La sucesión de las modas, el relevo de las ideologías, la adscripción a determinadas corrientes estéticas ha ido configurando un deslumbrante catálogo de dimensiones asombrosas para quien se acerque a él desde una actitud abierta. Son los hallazgos de la creación. Esa visión de gran universo donde conviven sin excluirse las opciones aparentemente más irreconciliables es la que me ha hecho rechazar dogmas y despreciar cánones y reglas. De ahí puede venir también esa osadía que muchos encuentran en mis carteles y que no es más que la plasmación de un sueño de absoluta libertad. Ese es el último resorte de una extensa obra que suma más de mil carteles y que dura desde hace treinta años.
“No corren hoy los mejores tiempos para la supervivencia del cartel en el medio teatral de nuestro país, pese a tener España magníficos, excepcionales cartelistas. El laudable deseo de ver limpia la ciudad no debiera ser incompatible con el uso callejero del cartel de espectáculos. Otras ciudades han encontrado o recuperado soporte que integran a la vida de la ciudad la imagen cambiante de sus teatros. Es siempre el uso que yo prefiero, el destino en que pienso cuando elijo una imagen o mezclo el color. El cartel prolongará su vida en la decoración de interiores, en espacios públicos o íntimos. Será objeto de estudio o cuidadosamente conservado en los museos de arte contemporáneo, pero su efímera vida pública, ese reclamo que fija la mirada de miles de ciudadanos cumple en sí mismo el destino de cualquier obra de arte. Se convierte en poesía visual, se integra al paisaje urbano humanizándolo y prolonga el alcance de un acontecimiento artístico, que trasciende el siempre minoritario de los espectadores fieles, levantando un espejismo de infinita trascendencia”.
Es oportuno decir que en todo este período solo diseñó dos carteles de cine, el del filme español La Corte de Faraón y el del documental de Néstor Almendros y Jorge Ulla Nadie escuchaba. En 1998 estableció su estudio gráfico en Miami, donde realizó un trabajo personal sobre esa ciudad que se plasmó en 125 imágenes digitales. También se dedicó a diseñar páginas web. No volvió al trabajo gráfico hasta algunos después. Antonio García-Rayo, director de la Fundación Archivo y la revista AGR, quien conocía y admiraba su producción cartelística, le encargó dos series de afiches, una sobre las películas interpretadas por Marilyn Monroe (2006) y otra sobre la filmografía de Fellini (2007). Fernández Reboiro también hizo los afiches para la exposición sobre Así es Madrid… en el cine, que se presentó en julio-agosto de 2008 en el Cuartel del Conde-Duque, pero finalmente no se llegaron a utilizar.
Sus imágenes se hicieron únicas
A partir de 2010, se concentró por completo en pintar. Acerca de esas obras, realizadas en una técnica mixta a base de pulpa de madera y materiales acrílicos, expresó: “Durante muchos años, en el oficio de mi principal actividad, el diseño gráfico, tenía momentos libres, y los dedicaba a hacer estas pequeñas obras, que no estaban en la agenda de los encargos y gustos de los clientes. Las flores y los números al azar son mis temas favoritos, entre muchos otros. Las flores como un tributo a mis padres y mis seres queridos, recordando la frase de Benito Pérez Galdós «…las flores son las estrellas de la tierra…». Los números en el azar por la seducción y el misterio que siempre han ejercido sobre mí”.
Para acompañar mis palabras, he pedido a unos pocos amigos y compañeros de trabajo de Fernández Reboiro que redactaran unas líneas a manera de homenaje póstumo. Son las que copio a continuación.
***
Adorando al color
La vida está repleta de sorpresas. Generar estas es parte, a veces, de nuestro interés. Buscamos con denuedo que lo que nos rodea nos muestre sus secretos. Hacerlo evidentes es una constante cuando nos enfrentamos a lo creativo. Porque con ello está, todo el tiempo acompañándonos resultados maravillosos. La creación de lo inimaginable se presenta casi siempre con el color y las formas. El diseño gráfico es una manifestación de las artes que está permeada del asombro. A partir de estas constantes, que aparecen a nuestro alrededor, existen muchas imágenes que encantan al observador. Y lo vivido te pone a prueba convirtiendo lo visual en historia.
Así, hace años se comenzó a trabajar en los carteles cinematográficos de un pequeño país que se tornó grande en su hacer gráfico. Los recursos materiales carecían de una presencia y era casi imposible apoyar el trabajo en la búsqueda de lo creativo. Pero en realidad la falta de esos recursos llenó de imaginación a quienes tenían la responsabilidad del hacer.
Entre estos personajes que asumieron cambiar cómo diseñar carteles de cine estaba un joven lleno de vitalidad creativa y enamorado del color. Sus trabajos se convertían en historias brillantes que admirábamos esperando a la sorpresa que se hacía cargo de asombrarnos. Aunque en ocasiones podía recrear el formato con un simple trazo rememorando al ritual japonés impregnado de la muerte.
Lo simple en extremo, compitiendo con el abundante colorido de otros carteles.
El color vuelto arte gráfico. Por eso el cuerpo de ese humano se llenó de su capacidad de enseñarnos lo que era capaz. Reboiro, como le conocimos, dejó y puso en un lugar que adornó con su manera de interpretar con ingenio a lo creativo. Sus imágenes se hicieron únicas y le dieron una identidad a su manera de hacer. Tuvo la posibilidad de diseñar carteles que pasaron a ser “Memoria del Mundo” según la UNESCO. Reboiro junto a sus carteles dejó en el recuerdo individual y colectivo un universo particularmente inolvidable. Su energía humana le llenó de fuerzas para llegar y mantenerse por siempre. Ahora, decidió cambiar las nubes del cielo llenándolas de los colores que tanto le gustaban. Lo más bello es verlo y situarse en ese momento en que la creatividad nos ayudaba a vivir y permitía al tiempo verse más destacado. Reboiro fue el compañero lleno de anécdotas y pasión por todo lo que vivía e incluso lo que inventaba para demostrarnos que podía entretener a los que se aburrían con el día a día. Fue y es alguien inolvidable. Su trabajo de carteles llenos de colores, imágenes e ideas, lo volvió en ese personaje… yaeterno. Antonio Pérez–Ñiko, diseñador gráfico.
***
En mi memoria, Antonio Fernández Reboiro entró en el escenario del cartel cubano del ICAIC de los años sesenta como un aerolito centelleante que sumó a la maestría de consagrados como Morante, Muñoz Bachs, Azcuy y otros, una explosión de formas y colores cercanas al op y pop art —aunque también muy personales. Expresividad visual que no se limitó al cartel, sino que (al igual que Saul Bass en los cincuenta y Godard en todas sus películas de entonces) transformó los créditos de presentación de una película en una obra de arte en sí misma (recuerdo la impactante presentación de Aventuras de Juan Quinquín: tres minutos de pura imaginación visual).
Coincidimos varias veces por los pasillos, pero nunca conversamos (en aquel entonces yo era un estudiante universitario que traducía en la biblioteca del ICAIC soñando hacer cine) y en mi lejano y brumoso recuerdo su imagen se me antoja como la de un Xavier Dolan del cartel cubano. Fernando Pérez, cineasta.
***
Cuando lo abordé por primera vez, Antonio Fernández Reboiro llevaba ya más de 40 años imaginando carteles. Todo empezó un mayo de 1963, cuando se presentó a la primera cita convocada por el ICAIC para seleccionar el primer equipo de diseñadores de carteles del cine de la Revolución. Fue uno de los elegidos. Y allí permaneció durante casi dos décadas, apoyado por su amigo Saúl Yelín, máxima autoridad en la elección de los pósteres, y por Alfredo Guevara, director del centro cinematográfico. Es penoso descubrir que el ICAIC apenas si tiene hoy copias originales de la mayoría de sus obras, ni de las del resto de aquel genial grupo (por su espíritu creativo y desbordada imaginación) que le acompañó durante los años que trabajaron en ese centro cinematográfico.
En ella se encuentra Reboiro, probablemente el más inspirado y creativo de todos ellos. Un hombre sencillo, espontáneo, generoso e indiferente a las golosas mieles de la fama y los honores. Su personalidad no profesional se reduce a dos palabras: humildad y coraje. He conocido muchos artistas a lo largo de mi vida, pero a muy pocos que no se hayan dejado arrastrar por la fama que les ha proporcionado su pátina artística o su realce intelectual.
También dos palabras resumen su aspecto profesional: imaginación y oficio. Imaginación para diseñar, a través de infinitas gamas de luz, color y trama, cada afiche que le pedían; y oficio para renovar continuamente sus creaciones, dándoles nuevas formas, metamorfoseando los colores, los conceptos, los volúmenes e incluso las tipografías. Su obra es como un abanico de brillos y matices que se estiran como un arco iris en el espacio que ocupan en el papel, y que nos invita no solo a ir a ver la película –aunque el cartel no nos diga nada sobre ella–, sino a gozar del póster como obra de Arte.
Reboiro no realza en sus carteles ningún aspecto concreto o genérico de los protagonistas de la película, ni siquiera expresa una determinada idea sobre su argumento, ya sea a través de un perfil, un color o una tipografía. Aunque la hubiera visto –y de hecho los cartelistas las veían en una sala privada– prefirió siempre echar a volar su imaginación y modelar en ellos una sensación, una emoción o un impulso que el pincel reescribía en Arte.
Ninguno de sus carteles cinematográficos se parece y, sin embargo, nadie dudaría, al ver cualquiera de ellos, quién es su ejecutor. Simplemente fijándose en los colores: de una gama variada (verdes, azules, amarillos, índigos y rojos principalmente), compensada por una destreza increíble para alinearlos en espacios y volúmenes que sugieren el aspecto de un huerto florido o la estructura de un espectro fosfóreo que irradia miles de luminarias de gamas ardientes que se estampan para formar las alas de una mariposa. Y eso gracias, insisto, al proceso de percepción de la luz que se produce en él, a un sentimiento vital que transforma en color. Antonio García-Rayo, periodista y escritor español.
***
Antonio Fernández Reboiro aportó en su quehacer gráfico al cartel cubano una ecléctica manera de utilizar la psicodelia con sus colores fulgurantes de contrastes de complementarios, una interpretación de tipografías contorsionadas de inspiración modernista, y un uso del collage de viñetas finiseculares enriqueciendo su particular manera de interpretar el mensaje de las películas que le servían de motivo, donde el tema inspiraba abiertamente y no limitaba a representar los manidos rostros de artistas tan en uso en los carteles comerciales de promoción de películas como imponía la tradición de la época.
Los años sesenta fueron de eclosión en la gráfica cubana, dentro de la cual, entre otros diseñadores, se destacó con originalidad personalidad y brillantez el trabajo artístico de Reboiro. Umberto Peña, diseñador gráfico y pintor.
Responder