Ninguno de nosotros «participó» en diáspora(s). No se trataba de un grupo sino de un «proyecto». Ello era lo que éramos en ese momento los cinco escritores que confluimos en su fundación (Rolando Sánchez, Ricardo Alberto Pérez, Carlos Alberto Aguilera, Pedro Marqués de Armas y yo): lo que pensábamos (y lo que nos interesaba en lo que pensaban otros) sobre la literatura, sobre el arte en general, sobre el Estado, etc. Y queríamos que otros lo supieran también. De ahí que sólo una pequeña parte de la revista estuviera dedicada a lo que nosotros mismos escribíamos. Y fue importante en la medida en que, como proyecto, salió completamente de la órbita ideológica revolucionaria (es decir: estalinista) y se situó en otra parte: en un lugar en donde, por distintas razones, no se había situado antes lo que se escribía en Cuba: la vinculación intensa de la escritura y el pensamiento, así como la crítica de cualquier ideologización o provincialización de la literatura, tanto si se trataba del nacionalismo literario como del realismo socialista. Para seguir leyendo…
Responder