Sergio Chávez Bonora saca provecho de su propio mundo encantado, anacrónico, primitivo y logra convencernos sin más de una cercanía física y emocional que es solo imaginada. Una cercanía que convierte su retrato de la ciudad, de Cuba y de todos nosotros, dentro, y en los bordes y por donde quiera, en prematuros objetos de colección. No hay fisuras entre el cielo y la tierra, dice Pascal, y lo que salva esa distancia a veces es lo mismo que la perpetúa: los símbolos. Para seguir leyendo…
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