Hugo Prieto: Interviú a Orlando Jiménez Leal / Yo empecé a envejecer a partir del día en que salí de Cuba

Autores | Cine | Memoria | 1 de abril de 2023
©Roberto Mata

A lo largo de la semana, órganos de prensa, entre otros la BBC, recordaron la crisis de los cohetes de Cuba. El mundo estuvo a un paso del apocalipsis nuclear. El miedo y la paranoia desataron una escalada en el pulso que libraban Estados Unidos y la Unión Soviética. 

De nuevo, los fantasmas cobran protagonismo y siembran el terror a propósito de la invasión a Ucrania. Una bomba tácticauna bomba sucia, de eso se habla. ¿Y luego? 

En este contexto, he querido rescatar un episodio doméstico, con un potencial menos destructivo, aunque marcó un antes y un después en Cuba. Se trata de la película PM (Pasado Meridiano, que así se llama), del cineasta cubano, Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante. 

Después del fiasco de Bahía de Cochinos (abril de 1961), Fidel Castro declaró el carácter marxista leninista de la revolución cubana; alineaba así el país a la órbita soviética. A la radicalización del proceso político siguió un ajuste de cuentas con enemigos reales e imaginarios. En ese momento se libraba una lucha por el poder cultural entre el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, controlado por la visión dogmática y soviética del arte, y el diario Revolución y su magazine cultural, Lunes de Revolución, de tendencia abierta que dirigía Guillermo Cabrera Infante. El chivo expiatorio fue la película PM, filmada en 1960, censurada e incautada por las autoridades, luego de una primera exhibición, en la que fue ovacionada por el público. Sencillamente, la película no hacía honor a los nuevos tiempos, ni al proceso revolucionario. Solo plasmaba la pauta de trabajo que llevaron a cabo Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, un paseo de tres días por los lados del puerto habanero, en cuyos bares y locales nocturnos la gente bailaba y rumbeaba, cubanos deseosos de echar un pie, desentendidos del sacrificio y el heroísmo de una revolución. El retrato de PM, un corto de 14 minutos, hirió la solemnidad de Fidel Castro. Por lo tanto, el partido —la connotación refiere al poder absoluto— bajó la línea política y el arte se convirtió en propaganda. Se liquidó toda disidencia, toda pluralidad. Si algo había quedado en pie o sobrevivido, la crisis de los cohetes, en 1962, sirvió para terminar el trabajo de depuración y limpieza ideológica. 

Es cierto que los procesos de Cuba y Venezuela son distintos, pero hay coincidencias y puntos de conexión. De eso, precisamente, nos habla Orlando Jiménez Leal. 

Un nuevo aniversario de la crisis de los cohetes en Cuba. Y también de su película PM. ¿Qué fue lo que vio en ese momento?

Yo era camarógrafo de un canal de televisión y (a los 19 años) me pidieron que hiciera un reportaje sobre la noche habanera. Mi pauta era: Cómo se preparaba la gente para la invasión de la que todo el mundo hablaba. Y yo descubrí que La Habana se preparaba bailando, rumbeando. Claro, eso estaba en contra de la visión soviética y del realismo socialista (de Fidel Castro). Había una solemnidad que se le imponía a trancazos a un pueblo, que lo que quería (después de haber derrocado a Batista) era pasar página… ¡Qué sé yo! Vivir su vida. Eso fue lo que le molestó. Pero él cayó en su propia trampa. Era un caprichoso él. Además, muy racista. En su mentalidad, eso (PM) no era una voluntad artística, ni una película, ni nada, sino unos negros bailando por la noche. Chocaba con su visión histórica de la revolución. También había (en ese año) una lucha por el poder cultural, centrada básicamente entre el periódico Revolución, órgano oficial del movimiento 26 de Julio y su magazine Lunes de Revolución, y el Instituto de Cine cubano, apegado a esa visión neorrealista socialista, que dirigía Alfredo Guevara (uno de los comisarios del régimen castrista). Entonces, era una lucha por la hegemonía del poder. 

¿No era una razón fútil, banal, la que se esgrimió para prohibir PM?

Era un pretexto, sencillamente, para satisfacer su capricho y su racismo y montar todo un teatro del absurdo, un teatro ridículo. Paralizar al país. Ellos formularon una teoría política. Es decir, a la pregunta de un sector muy importante cubano, Virgilio Piñera dijo: Comandante, yo tengo miedo, con una voz culpable, porque era homosexual y no se ocultaba, Pero yo quiero saber: ¿Aquí hay libertad o no? A lo que respondió una voz estentórea: “Sí, sí. Dentro de la revolución todo. Contra la revolución nada”. Es decir, si estás conmigo, puedes tener libertad de alabarme sino… Él era un reyezuelo y tenía que justificar esa banalidad. La película era un experimento del cinema verite, en aquel momento era más curioso, porque no había videotape. La película era demasiado lenta para fotografiar en esos lugares. Eso también sorprendió un poco. Había un movimiento en el cine, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra: el free cinema y en Francia el cinema verite. De ahí viene la inspiración. 

¿Se tuvo que ir de Cuba?

Sí, cerraron el programa (patrocinado por Lunes de Revolución) que yo tenía. Ya era un apestado y no me quedó más remedio que irme. No fue fácil tampoco, yo tuve la suerte de que tenía visa consular para viajar a los Estados Unidos. Me tomó ocho meses salir. A otros amigos, que no tenían nada que ver con la película, no los dejaron ir.  

Creo haber leído que, al salir de Cuba, su memoria se apagó. 

No, fue como un corte. Yo empecé a envejecer a partir del día en que salí de Cuba. Es decir, mi memoria se paralizó en Cuba, se quedó intacta. Yo pienso en enero del 62, en el día que salí, y eso es un mundo. Sin embargo, lo recuerdo como esta conversación, en la que estoy hablando contigo.

Después del frustrado golpe de Estado del 92, el señor Hugo Chávez viajó a La Habana y Fidel Castro lo recibió con alfombra roja, con honores de jefe de Estado. ¿Qué impresión le dejó ese momento?

Yo conozco mucho a Venezuela, tengo muchos amigos venezolanos y me duele lo que está pasando. Sobre todo, cuando es la historia de una pesadilla anunciada. Lo que pasa es que es tan burdo, tan repetitivo, tan elemental, esa vuelta de la historia. ¡Dios mío, lo que les espera!, eso fue lo que pensé. No tenían ni idea. Cuando Fidel Castro fue a Venezuela (a propósito de la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato), amigos míos firmaron una carta. El comandante eterno, la aurora… Este harakiri es inevitable. Eso fue lo que pensé, porque aquello no tenía otra manera de interpretarlo. 

¿Usted cree que la intelectualidad cubana le puso alfombra roja a Fidel Castro?

Absolutamente, absolutamente, pero la diferencia es que en Venezuela ya estaba anunciado, en Cuba nos cogió por sorpresa. A mí todo aquello me produjo repulsión. Cuba había salido de una dictadura que, vista en perspectiva, era una dictanada comparado con lo que vino después, con el hecho de que ha durado 62 años. Pero la diferencia es que para 1998 ya los horrores de Cuba eran demasiado evidentes. Pero no es únicamente Venezuela, mira Nicaragua, en fin. 

No sabría explicar por qué la izquierda latinoamericana se cree hija de la revolución cubana. 

Es tan complejo ese fenómeno… son pasiones irracionales. Llegaron los fusilamientos, si estabas con “las buenas intenciones” de la revolución, seguramente te veías en la necesidad de justificarlos. Se planteó una dicotomía. Yo estaba en el periódico Revolución, pero fui una excepción. El caso Padilla, por ejemplo, (año 1971) fue una repetición del caso PM, era un hombre que cuestionaba la realidad y aunque era un revolucionario, entre comillas, no podía pasar las injusticias y escribió lo que escribió (el poemario Fuera de Juego que le costó una confesión al mejor estilo estalinista).

Sí, fue una repetición, pero el episodio fue más trágico. 

Claro, lo que pasa es que los momentos son diferentes. En 1961, él (Fidel Castro) tenía que guardar ciertas formalidades. Pero el caso Padilla era la rebelión dentro de la revolución. Era un poeta muy apreciado por intelectuales extranjeros y eso ya era demasiado. ¿Poner un poeta preso? En la Unión Soviética los fusilaban, pero esto era Cuba. Esto era… qué sé yo, el socialismo sin manchas. El camino luminoso. ¿cómo fue que dijo Hugo Chávez? —»El mar de la felicidad», me apresuro a responder—. Una cursilería y ya, cuando sabe que no lo van a criticar, (Castro) hace las barbaridades que hace. No sólo Padilla, cayó mucha gente… ¿Qué ha pasado en Venezuela con los intelectuales?

¡Ah! Esa es una muy buena pregunta. 

Ese es El regador regado, ¿te acuerdas de esa película? (Una comedia del cine mudo francés L’Arroseur arrosé, en la que le roban la manguera al jardinero y luego aparece mientras el agua le salpica en la cara). 

La persecución, el exilio, y en algunos casos el martirologio, señalan también una ruptura del hecho cultural en Cuba. Quizás los últimos exponentes, digamos, los que le rindieron loas a la revolución fueron los cantautores de la Nueva Trova Cubana, pero ahora vemos al Movimiento San Isidro y a otras agrupaciones que no se sienten identificados con la “herencia” revolucionaria.

Las protestas del 11 de julio fueron en toda la isla, después llegaron esas condenas absurdas. Bueno, en Venezuela los mataban, les pegaban unos tiros. En Cuba han sido más sofisticados, sales a la calle con un letrero que diga No a la revolución y te condenan a 20 años. Una manera brutal, pero sofisticada. Ellos han aprendido mucho de los errores que se han cometido en otros lugares. Las ganas locas de matarlos a todos, pero se contienen. 

¿Se trata de una expresión cultural o de una respuesta política?

Ya la cultura y la política son inseparables. En Cuba tú tienes libertad si me apoyas, si estás conmigo, entonces cultura y política son la misma cosa. No, yo creo que la gente está harta de 60 años de miseria. ¿Ustedes llevan 10 años? 

Desde 2013. 

Compáralo con 62 años… Después de 1992 (inicio del período especial). Es un mundo sin salida, un mundo kafkiano, no respiras. ¿Tú sabes la valentía que tiene que tener la gente para salir a la calle? Bueno, ya salió y les metieron una condena espantosa, de 15 y 20 años. ¿Por qué? ¿Por salir a manifestarse con un letrerito?, como dijo Leonardo Padura, eso fue “un grito de los de abajo”.

El asunto de la diáspora…

… No, yo prefiero decirle exilio. En Cuba, han usado esa palabra para quitarle el sentido político.  

¿Ve alguna conexión con esta estampida de más de siete millones de venezolanos?

Es una cosa increíble. Esa es otra cosa que aprenden unos de otros. En Cuba fue un gran error prohibir la salida del país, tenías que tener un permiso para salir. Yo creo que en Venezuela no ha pasado eso. Ya después quitaron ese permiso, claro, hay otro tipo de experimentos, como el hecho de que un pasaje para Nicaragua te cuesta ocho mil dólares ida y vuelta, aunque la gente sólo use el de ida, porque lo que quiere es irse. Entonces, hacen negocio con eso. ¿Cuánto fue lo que me dijiste de Venezuela?

Siete millones. 

¡Siete! Casi la mitad de la población cubana. El alma de Venezuela tiene que estar herida. Se va el intelectual, el poeta, el bombero… todos se van. 

Cuba tenía una economía azucarera y Venezuela una economía petrolera. ¿Usted cree que en ambos casos la destrucción fue deliberada?

En el caso de Cuba, yo creo que la destruyó ese idealismo idiota de pensar que la industria azucarera se iba a sustituir, mediante “la construcción de fábricas de fábricas”, como decía el Che Guevara. Es cosa típica del socialismo. En Venezuela, en mi opinión, se hizo de forma deliberada. Las economías estatizadas tienden al desastre. Eso está más que probado. No es posible sobrevivir sin una economía de mercado. Creo que en Venezuela se hizo con ese objetivo porque había que destruir el sistema anterior para construir, entre comillas, uno nuevo. 

¿Por qué dice que la palabra diáspora es un eufemismo para limpiar el contenido político del exilio?

En el año 69, una delegación de exiliados fue a Cuba para que soltaran a los presos políticos. Se estableció una suerte de diálogo muy elemental. No los llamaron exiliados, como siempre lo habían dicho, sino “los residentes cubanos en el exterior”. Ese metalenguaje propio del socialismo, después fue “los cubanos de la diáspora”, fue una manera de quitarles el exilio. El destierro. Es lo que es. Yo llevo 61 años que salí de Cuba. Y no puedo regresar, porque no queda ni gobierno sino el miedo instalado en la psiquis del cubano y, además, la cosa inescrupulosa de reprimir a la gente. Se han cuidado de no matarlos. Vaya, han matado lo mínimo, lo necesario. Es el lenguaje orwelliano. Nunca dicen el exiliado cubano sino la diáspora. Un ejercicio de dispersión. 

A Ben Ami Fihman usted le advirtió lo que iba a pasar en Venezuela.

Todo se lo dije. 

Imagino que no sólo fue a Fihman sino a muchos de sus amigos venezolanos. 

No vale, aquí no va a pasar eso… Amigos del alma, como Ben. Él es un tipo cauteloso, piensa las cosas, no necesariamente las rechaza. Tenía sus dudas, lo que es normal. Recuerdo que él me dijo. No, no. Todavía no han hecho lo que hicieron en Cuba. ¡Ya lo harán! Fue mi respuesta. 

¿Y a sus amigos cubanos que vivían en Caracas?

Había una voluntad de que esto no se repetiría. Vamos, entendían y se preocupaban por lo que yo les decía. Pero había otros que pensaban distinto. Aquí no va a pasar eso. Esto no es una isla. Esto no es Cuba. Y así ¿Qué tú haces?

¿Ha visto alguno de sus amigos en Miami?

Je, je, je. No, no los he visto en Miami, pero no dudo que haya algunos casos. Lo que sí he visto es a cubanos que apoyaban furiosamente la revolución y terminan en Miami. Es una historia muy compleja. Yo tenía un abuelo anarquista que odiaba a los comunistas, cuando veía a cierta juventud entusiasmada, recuerdo que mi abuelo me decía: «Pregúntales: ¿qué le pasó a Trotsky?»

¿Hizo publicidad en Venezuela?

Sí, cómo no. Era la danza de los millones. Yo hice muchos comerciales en Venezuela. ¿Cómo es que se llama este ron?

¿Cacique? 

¡Ese! Iba a filmar y la pasaban muy bien, porque el cubano y el venezolano se parecen mucho. 

Es cierto, hasta en las equivocaciones históricas. 

Sí, sí, sí, síííí. 

Lo cierto es que esta película ya la habíamos visto.

En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, creo, Marx dice que la historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa. En el caso de Fidel Castro era una solemnidad, que era igual de cursi, pero había una voluntad de creerse superior a la historia. Esto (lo de Venezuela) era ya rebajado al choteo.  

¿No le da un crédito a Fidel Castro y menos a Hugo Chávez? 

¿Qué mérito puede tener? ¿Destruir un país? ¿Idiotizar a un pueblo? Eso no tiene nombre. Él estaba como un actor de una obra e iba improvisando. ¿No te acuerdas? Hasta los gestos los imitaba. ¡Una cosa!… La inflexión de la voz. Claro, él quería imitar a Fidel Castro, pero le salía Batista. Ya estaba imitando a la imitación. Una cosa burda. No, no, no. Algún espacio les queda a los venezolanos dentro de la rigidez, en esa frase que decía Borges, que me encanta mucho… en épocas de oprobio y de boberías. Esa frase describe tanto la situación de Cuba como la de Venezuela… Me debes la respuesta: ¿Qué pasa con los intelectuales venezolanos?

Publicación original en Prodavinci (2022).