Fausto Canel: Lynn Cruz contra ataca

Autores | Premios Kafka | 7 de mayo de 2023
©Coyula

En los espacios siderales, la lucha continúa. Hace diez años, a ese Hans Solo del cine que es Miguel Coyula se le ocurrió hacer una película. Otra película, un nuevo empeño en solitario, una siguiente salida al espacio extraestatal como ya lo habían sido sus películas anteriores, memorias de cucarachas rojas desarrolladas, Miguel Solo, el solitario.

Sólo que la historia, con minúscula, tiene su forma de tomarnos el pelo cinematográfico. La soledad de este corredor de los 24 fotogramas (¿o son 30?) por segundo se vio alterada en cuanto comenzó el casting de su película. Una actriz cubierta por el camuflaje de su pelo, casi de incógnito para no despertar sospechas entre las fuerzas del mal que la quieren prohibir, desaparecer, se presentó ante su cámara, y sin esfuerzo, se convirtió no sólo en el resultado de un experimento fallido ―¡que sesenta y tres años de fracasos no es poca cosa!―, sino en el sancho sin panza de este quijote del intercut.

Durante diez años ―¡que se dice rápido!― Lynn Cruz fue actriz, compañera, asistente, vestuarista, pintora de brocha gorda, scriptgirl (¡qué girl!), maquillista, cargabates, luminotécnico, etc., y si no fue chofer es porque no sabe conducir: una de las pocas cosas que Lynn Cruz no sabe hacer.

Mientras tanto, como el que no quiere la cosa, Cruz también fue/es testigo de su tiempo en las ondas torcidas de la internet…

Y es además escritora… Por si fuera poco.

Terminal fue su primer libro, un prometedor encuentro con la literatura, un libro que me dejó entusiasmado no sólo por la calidad de su prosa y el interés de su mirada, sino por ser el preludio en P mayor de lo que entreví como su futuro inevitable: el cine. Porque el ojo de la escritora en Terminal es el de una cineasta, una documentalista que no tiene miedo de contar «lo real» con imágenes para regresar de tanto en tanto a la ficción de su isla larga, hermosa y desdichada desde antes de que Colón la divisara, como dijo aquel viejo de barba blanca con la aguja ensartada en un hilo de alcohol.

Y ahora con ustedes Corazón Azul, el diario de abordo, bitácora de un nuevo descubrimiento…

O más bien, la crónica de diez años de trabajo, voluntad y tesón para rodar Corazón Azul, la nueva película de Miguel Coyula.

De nuevo el ojo de la documentalista, el sentido de la trama de la novelista, la elegancia de un poeta. ¿Quién da más?

Que no es poco, dejen que les diga… Como aquel que dice, un rodaje accidentado. Extendido durante diez años. De malabarismos constantes, hábiles, artesanales, que es como Coyula hace su cine.

Y Lynn nos lo cuenta desde bastidores: las incidencias del rodaje, los problemas de los actores, la mediocridad humana de algunos actores también, las mil y una noches de insomnio, replanteándose la película con cada problema mayor, que es casi todo el tiempo: realidad envuelta en la vida cotidiana de La Habana, esa ciudad que una vez fue, que de alguna manera sigue siendo, aunque no la haya visto desde hace sesenta y tres años… Aunque no quiera verla, la sangre de Antonio… ¿sobre el malecón?

Lynn nos hace vivir la ciudad, el rodaje, el país, esos diez años que son más que un momento histórico porque es la ocasión en que se comprueba que el voluntarismo terco no tiene salida, ese instante lúcido en que los cubanos se dan cuenta de que «el experimento» ha tocado a su fin. Corazón azul. Kaput.

Miguel Coyula terminó por fin su película… y Lynn Cruz nos lo cuenta bien. Muy bien. Madre Coraje inserta todo el tiempo en ese sueño de diez años que ya se ha hecho realidad. Como se ha hecho realidad este libro. Una pieza más en el rompecabezas que es la vida de Lynn Cruz, como lo es de todo artista que se respete. Difícil. Amarga a veces. Lúcida siempre. Incesante.

(*) Prólogo a Corazón azul. Diez años de rodaje (Premio Franz Kafka de Ensayo / Testimonio 2022, Fra, Praga, 2022).