Luis Cino: Las venas abiertas de América Latina: ¿Historia y economía política o un cuento de piratas?

Autores | DD.HH. | 16 de junio de 2023
©Edición de Casa de las Américas del libro de Galeano / Diseño de Umberto Peña

Unos años antes de morir, el escritor uruguayo Eduardo Galeano dijo sobre Las venas abiertas de América Latina: “No sería capaz de leer el libro de nuevo, esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima, mi físico no aguantaría, tendrían que ingresarme”.

Lamentaba Galeano, además de la retórica gastada que empleó, no haber estado dotado de un mejor bagaje económico para escribir el libro. Pero ya el daño estaba hecho. En los últimos 50 años, Las venas abiertas de América Latina, que ha sido la Biblia de la izquierda latinoamericana, ha contribuido, tanto como los informes de la CEPAL y los discursos de Fidel Castro, a conformar la percepción de una realidad demasiado compleja y cambiante para circunscribirla simplemente a la teoría de la dependencia y el antimperialismo.

Galeano, sin dudas un excelente escritor, pero no un especialista en historia ni en economía política, confesó que escribió Las venas abiertas de América Latina como si se tratase de “una novela de piratas”. Fue un modo poco responsable de proceder ya que se trataba de explicarle a un público agobiado de problemas y ávido de soluciones, por qué América Latina parecía condenada a la pobreza.

La culpa fue más de los lectores que del autor del libro. Explicaba Galeano: “Lo que uno escribe puede cobrar sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de respuesta”.

Las interpretaciones que hacía Eduardo Galeano de la historia latinoamericana, aunque no carentes de algunas buenas razones, son muy peculiares e ideológicamente interesadas. Para Galeano, la veneración por el pasado es reaccionaria. Explicaba que los poderosos cultivan la nostalgia histórica para legitimar sus privilegios: “La derecha elige el pasado porque prefiere a los muertos: mundo quieto, tiempo quieto”.

Pero en sus manipulaciones históricas, siempre a contracorriente de la historia oficial, Galeano tiene sus muertos preferidos. Y no me refiero solo al muy idealizado Simón Bolívar. Galeano llega a extremos escandalosos cuando en la búsqueda de legitimidades históricas para el presente, trata de reivindicar a tiranos del pasado, como Juan Manuel de Rosas, José Gaspar Rodríguez de Francia o el general Francisco Solano López. Para Galeano, que pretende rescatarlos del “bestiario de la historia oficial”, los crímenes de estos tiranos son solo “deformaciones ópticas impuestas por el liberalismo”, “mitos y excomuniones de la derecha”.

Para Galeano, el populismo nacionalista del argentino Juan Manuel de Rosas, basado más que nada en los intereses de los ricos estancieros, lo exime de los crímenes cometidos por los matones de la Sociedad Popular Restauradora (la Mazorca) y su policía secreta contra los unitarios, partidarios de las reformas liberales.

Galeano se extremó en la defensa de la excéntrica y xenófoba tiranía de 36 años del doctor Francia en Paraguay. Afirmaba que gracias al cierre a cal y canto del país impuesto por el Dictador Supremo, Paraguay fue hasta la Guerra de la Triple Alianza, “el único país latinoamericano cuya economía no fue deformada por el capital extranjero”. Aunque califica a su régimen como “un largo gobierno de mano de hierro”, Galeano le atribuye “haber incubado en la matriz del aislamiento, un desarrollo autónomo y sostenido”.

Sobre el régimen del Supremo, explicaba Galeano: “El Estado, omnipotente, paternalista, ocupaba el lugar de una burguesía nacional que no existía, en la atarea de organizar la nación y orientar sus recursos y su destino. Francia se había apoyado en las masas campesinas para aplastar la oligarquía paraguaya y había conquistado la paz interior tendiendo un estricto cordón sanitario frente a los restantes países del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Las expropiaciones, los destierros, las prisiones, las persecuciones y las multas no habían servido de instrumentos para la consolidación del dominio interno de los terratenientes y los comerciantes, sino que por el contrario, habían sido utilizados para su destrucción”.

Aseguraba Galeano que Paraguay era “el único país del continente que no tenía mendigos, hambrientos ni ladrones y donde no había niño que no supiese leer y escribir”. La apología alcanzaba un clímax cínico cuando sentenciaba: “No existían ni nacerían más tarde las libertades políticas y el derecho de oposición, pero en aquella etapa histórica, sólo los nostálgicos de los privilegios perdidos sufrían la falta de democracia”.

A juzgar por lo llenas que estaban las cárceles paraguayas en la época, y por lo que cuenta la novela “Yo, el Supremo”, de Augusto Roa Bastos, un escritor para nada  de derecha,  parece que el Paraguay del doctor Francia no era tan idílico como lo pintó Galeano.

A pesar de exaltar Galeano la política autárquica de desarrollo implementada por el estado bajo el régimen del Doctor Francia  y afirmar que “la doctrina liberal, expresión ideológica de la articulación mundial de los mercados, carecía de respuestas para los desafíos de Paraguay, obligado a crecer hacia dentro por su aislamiento mediterráneo”, en la página siguiente del libro se deshacía en elogios hacia el crecimiento económico experimentado durante los posteriores gobiernos de Carlos Antonio López y de su hijo, Francisco Solano López, que lo sucedió en 1862, y que significaron el paso del enclaustramiento tiránico al liberalismo formal.

Solano López  arrastró a Paraguay en 1865 a la guerra contra Brasil, Argentina y Uruguay. Muchos historiadores opinan que no le quedaban más opciones frente a las ambiciones de sus vecinos.

Para Galeano, “la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay aniquiló la única experiencia exitosa de desarrollo independiente” en América Latina. “Los banqueros y comerciantes británicos fueron los principales beneficiarios de la guerra”, según Galeano.

Los ejércitos de la Triple Alianza llevaron a cabo un verdadero genocidio, uno de los más infamantes capítulos de la historia americana. El empecinamiento de Solano López, quien no dudó en fusilar por traición nunca probada a su propio hermano, provocó que, tras cinco años de guerra, solo sobrevivieran 250.000 paraguayos, menos de la sexta parte de la población del país.

Pero para Galeano, Solano López, que murió en la batalla del Cerro de Corá, en 1870,  “encarnó heroicamente la voluntad nacional de sobrevivir”.

Autores como Galeano han contribuido a la conversión en mito de Solano López, un tiranuelo extravagante y testarudo que casi provoca el exterminio de su nación.

Publicación original en Cubanet.