Grethel Domenech: ‘Cuba totalitaria’, una compilación de Henry Eric Hernández y Lester Álvarez

Autores | DD.HH. | 6 de agosto de 2023
©Portada de Cuba totalitaria, Hypermedia, 2022

Cuando empecé a leer Cuba totalitaria (2022) hace unos meses me invadió una extraña sensación melancólica. Lo primero que pensé fue qué paradójico que textos e imágenes tan poderosas sean resultado de disentir contra un estado que sofoca a una ciudadanía hasta convertirla en casi un fantasma. La creación que emerge del terror siempre produce angustia. Inicié la lectura con “La procrastinación de la libertad”, de Katherine Bisquet, tal vez por eso me asedió cierto malestar. Katherine Bisquet comienza su “obra con libertad de movimiento”, así la nombra, con una suerte de transcripción de un video de Luis Manuel Otero Alcántara en Facebook. Luisma, como de costumbre, empieza diciendo “Nada, familia. Acabo de ser liberado. Literalmente me secuestraron…” y continúa narrando las violencias a las que una vez entre tantas ha sido sometido por la Seguridad del Estado. Pero ese “Nada, familia”, forma habitual de iniciar sus directas y muy propia de él, se te atraviesa en la garganta y te deja un nudo pues casi que puedes escuchar su voz diciéndolo, una voz que lleva hoy casi más de dos años apresada y secuestrada.

La obra teatral de formato libre de Katherine Bisquet inspirada por la Electra Garrigó, de Virgilio Piñera, y atravesada por las experiencias que vivió en Cuba debido a su activismo, me mantuvo en ese estado melancólico y me interpeló sobre mi propia libertad. Tras esta, avancé a la lectura de “Oración”, de David D’Omni, y después a la “Secuencia del Repudio”, de Carlos Lechuga, un fragmento del guion del filme Santa y Andrés (2016). Al finalizarlos me percaté que los tres estaban conectados por un profundo dolor nacional y una tenue esperanza de que la emancipación, aunque incierta, es posible.  

Además de estos diferentes y sugerentes textos —una obra teatral, un poema, y un fragmento de guion—, el índice de Cuba totalitaria está conformado por una llamativa variedad de formatos discursivos y artísticos. En sus páginas se encuentran galerías en las que se pueden apreciar las obras de las y los artistas visuales Camila Lobón, Sandra Ceballos, Jesús Hernández Güero, Julio Llópiz Casal, Juan Pablo Estrada, Marco A. Castillo, Levi Orta, Luis Manuel Otero Alcántara, Coco Fusco, Alejandro Aguilera, Ezequiel O. Suárez, Daniela del Riego, Leandro Feal, Tania Bruguera, Hamlet Lavastida, Ángel Delgado, Celia-Yunior, Lester Álvarez, Reynier Leyva Novo, José Ángel Vincench, Lorena Gutiérrez Camejo, Nelson Jalil y muchos más. Entre estas ambiciosas galerías se intercalan obras testimoniales y los ensayos de Rafael Almanza, Celia González, Abel Sierra Madero, Pedro Marqués de Armas, Henry Eric Hernández, María de Lourdes Mariño, Héctor Antón, Marlene Azor Hernández, Oscar Grandío y Claudia González Marrero, articulándose así una especie de obra total donde artes visuales, testimonios, ensayos y análisis académicos se ensamblan para representarnos la Cuba más visceral. La Cuba que realmente existe, no la de los mitos románticos revolucionarios, sino la que día a día se derrumba.

Pero ¿qué buscan, o qué tienen en común estos textos y creaciones seleccionadas para Cuba totalitaria? Yo diría que todas intentan ser un desgarre en el tejido del relato oficialista cubano, un gesto que ponga en guardia la narración oficial del régimen sobre la vida en la isla. Todas subvierten esa burbuja narrativa del estado cubano desde distintos frentes, el histórico, el cultural, el político, el artístico, priorizando también el simbólico, el de la vida privada y el de las emociones; esas subjetividades donde el totalitarismo se aferra con mayor fuerza. La pluralidad de voces no es casual. Sus compiladores, Henry Eric Hernández y Lester Álvarez, siempre han apostado por generar espacios e impresos culturales que toman la temperatura de las nuevas formas de pensar el arte cubano y la Cuba actual.

En ese sentido, el título del libro es toda una declaración de intenciones. En primer lugar, se inserta en una larga tradición crítica de pensar el totalitarismo en Cuba que cobró auge en los años 90 del siglo pasado en las páginas de la revista Encuentro de la Cultura Cubana (1996-2009) de la mano de autores como Rolando Sánchez Mejías, Rafael Rojas o Iván de la Nuez o con la creación del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo en 1999 y la cual continúa vigente hasta hoy en espacios como el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (instar). El sintagma nominal “Cuba totalitaria” encierra múltiples significados, tantos como existen en la realidad cubana de hoy. De todos ellos, tal vez el más importante es el objetivo que sintetiza agudamente Lester Álvarez en el prólogo del libro: “[dar] cuenta, desde distintos posicionamientos, géneros literarios y artísticos, de esa maquinaria totalitaria que el Estado cubano, especialista en reprimir expresiones de disenso, tanto en el espacio individual del pensamiento y la creación, como en el espacio público de las responsabilidades cívicas”.

En segundo lugar, la intención del título es volvernos a recordar que Cuba es totalitaria, de manera afirmativa y sin rodeos. El vocabulario que las y los cubanos tenemos para nombrar a la Cuba posterior a 1959, como bien ha señalado Hilda Landrove,[1] no solo tiene que ver con una necesidad académica de comprender el pasado y el presente si no también con una necesidad de protesta, de iniciación, de honestidad y de exigencia de derechos. Esa toma de postura y el reclamo que atraviesa la antología de Henry Eric Hernández y Lester Álvarez lo convierten en una mezcla necesaria entre activismo, análisis, arte y literatura.

La sociedad civil cubana necesita poder narrar su propia historia sin que nadie ponga palabras en sus bocas. Aquí conecto con el ensayo “Violencia estatal institucional, práctica y discursiva”, de Marlene Azor Hernández, en el que la autora reprocha y cita la mirada irresponsable de Enzo Traverso cuando dice que Cuba no es un estado totalitario pues a pesar de que “los medios de comunicación son monopolizados por el Estado, la creación cultural está asfixiada por una autoridad de corto entendimiento, la palabra de Fidel se transformó en doctrina oficial, la expresión democrática de los ciudadanos está paralizada por un aparato burocrático omnipresente, pero la mayor parte de la población sigue percibiendo el régimen como el heredero de una revolución que liberó al país del yugo colonial”. [2] Me pregunto a qué mayor parte de la población Traverso entrevistó para hacer tal afirmación. El historiador italiano, con su mirada peregrina, olvida que el totalitarismo no se busca solo en lo visible, en los aparatos burocráticos o en la autoridad política sino también en lo cotidiano y en las subjetividades que domina ocultamente. Cuba totalitaria es una respuesta a esas nociones que desde fuera se sustentan en una narración que no ha escrito la sociedad cubana, sino la minoría que controla el poder.

En contraste con la lectura epidérmica de Traverso de lo que es o puede ser el totalitarismo, me gusta anteponer la propuesta de la escritora feminista Carolina Meloni en su libro Sueño y Revolución cuando nos recuerda que Hannah Arendt afirmaba “que un régimen totalitario se torna verdaderamente total en el instante mismo que se instala, cual huésped imperceptible, en la vida privada de sus súbditos. El lazo que hace posible la unión entre esa gran maquinaria de poder y el interior de cada individuo no es otro que el terror. […] Como una larva, el totalitarismo se sumerge en nuestras mentes, deseos y miedos, afectando lo más íntimo que nos constituye”.[3] La imagen del totalitarismo como una larva que propone Meloni se grabó en mi mente y de inmediato investigué los procedimientos que se deben seguir para librarse de una. En resumen, se puede realizar una incisión, abrir la piel y extraerla con pinzas, ocluir la entrada de la lesión para asfixiarla o inmovilizarla con medicamentos e insecticidas. 

Esos procedimientos los realiza Cuba totalitaria. Por ejemplo, el ensayo “El código totalitario. Poder y psiquiatría a inicios de la revolución cubana”, del escritor Pedro Marqués de Armas, hace una incisión en la creación de un estado de higienización totalitario, develándonos los inicios de esos procesos médicos y sociales que señalaron a todo lo incómodo bajo los disfemismos de “lacra”, “delincuente”, “peligroso”, “delictivo” o incluso “enfermo”, y todos los pretextos que se utilizaron para instaurar el terror. Tal como puede hacer una larva, el estado penetró hasta en los lugares más recónditos de la vida cubana.

Las obras Breve relato de una visita al zoológico, de Camila Ramírez Lobón, Síndrome de Proteus, de Jesús Hernández Güero, o “Se Usa”, de Luis Manuel Otero Alcántara, y los ensayos “El paso del mulo en el abismo”, de Ahmel Echevarría, “El activismo de estado en Cuba: Violencia estructural y dominación”, de Claudia González Marrero, “Del Gulag a las umap. Historia oficial y control de la memoria”, de Abel Sierra Madero, “La maquinaria”, de María de Lourdes Mariño, y “Sombras en la olla podrida”, de Héctor Antón, también hacen otros tipos de incisiones o aberturas que permiten un examen de la violencia estatal cubana y sus prácticas y discursos al inspeccionar sus leyes y modos de ejercer el control.

Tal como alertó Claude Lefort, “[e]l poder totalitario no se puede reducir a un poder tiránico o despótico. Hannah Arendt toca un punto esencial cuando describe una dominación que no sólo se ejerce desde el exterior, sino también desde el interior”.[4] De ese interior hablan los textos “Hijo Nacido en Primavera”, de Celia González, o “El amigo Totalitario”, de Henry Eric Hernández. En el primero, la autora entrevista a su madre quien fuera investigadora de la Sección de Menores de la Dirección General de la Policía entre 1977 y 1986 para adentrarse en las formas de corregir y recluir las infancias problemáticas en Cuba. Leyendo el texto de Celia González y las respuestas que le da su mamá pensé cómo en Cuba te entrenan desde pequeña para una vida carcelaria, una vida controlada, con límites espaciales bien marcados. En algún momento de su infancia o adolescencia, cualquier cubano que nació posterior a 1959, tuvo que asistir a una escuela becada en las afueras de las ciudades,[5] o acudir a algún trabajo agrícola obligatorio en el campo que solía extenderse por varias semanas o meses. De ese interior o circunstancias opresivas que impregnan al sujeto cubano totalitario también dan cuenta visceralmente las obras de Carlos Martiel “La sangre de Caín”, “Silencio absoluto”, de Ángel Delgado, los bocetos de Alberto Casado y “Siete horas de discurso”, de Kiko Faxas.

La vasta compilación que realiza Cuba totalitaria, un esfuerzo de la editorial independiente Hypermedia, viene a ser una suerte de autopsia que permite visualizar las partes más arbitrarias del totalitarismo cubano. No es casual que muchos de sus textos y obras estén destinados a analizar y representar cómo se instaló ese régimen en la vida psíquica y privada o cómo se legalizó el mal y la dominación en el entramado social, lo cual la convierte en una fuente primaria del funcionamiento del totalitarismo en la isla y los efectos que ha tenido ese sistema en la sociedad. Una antología imprescindible para conocer, desde la justicia, la memoria y la historia, los procesos represivos del régimen cubano.


[1] Hilda Landrove, “De posibles denominaciones y sus resonancias”, en Dosier ‘Revolución, evolución, involución: ¿cómo nombrar el desastre?’, InCubaDora, 29 de junio de 2022, https://bit.ly/3Nt11OH

[2] Enzo Traverso, El totalitarismo: historia de un debate, Buenos Aires, Eudeba, 2001.

[3] Carolina Meloni, Sueño y Revolución, Navarra, Editorial Contina Me Tienes, 2021, pp.75-77.

[4] Claude Lefort, “Negarse a pensar el totalitarismo”, Estudios Sociológicos, vol. XXV, núm. 74, mayo-agosto, 2007, p. 299. (la cursiva es mía)

[5] En Cuba, la mayoría de los pre-universitarios (prepas) son internados en las afueras de las ciudades donde los estudiantes viven y estudian en el mismo espacio. En algunos casos pueden regresar a sus hogares los fines de semana; en otros, algún fin de semana de cada mes. También hay escuelas secundarias que tienen estas características.

Fuente origen: ‘Casa del tiempo’