Agustín Labrada: Interviú a Enrique Saínz / En Cuba es inadmisible una observación crítica
Aunque niegue ser un verdadero crítico, el ensayista Enrique Saínz ha reflexionado en sus textos sobre la poesía cubana y ciertas obras de autores occidentales que erigen una constelación literaria afín con su sensibilidad. En esa escritura, descifra el paisaje poético hasta exhibir una mirada que enriquece nuestras apreciaciones estéticas y delinea entramados históricos.
En múltiples ensayos —que abarcan páginas sobre la lírica de Saint John Perse, Ezra Pound, Rainer María Rilke, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Homero, Octavio Paz, Francisco de Quevedo, Garcilaso de la Vega…— el autor de “Diálogos con la poesía” conjuga rigor académico y belleza prosística, y en esa alianza nos muestra sus auténticos hallazgos.
Director de la revista literaria Unión y miembro de la Academia Cubana de la Lengua, Enrique ha publicado, entre otros libros: Trayectoria poética y crítica de Regino Boti, Ensayos críticos, La obra poética de Cintio Vitier, Indagaciones y La poesía de Virgilio Piñera: ensayo de aproximación, los cuales (en diferentes años) merecieron el Premio Nacional de la Crítica.
En esta entrevista, Saínz expande sus visiones en torno a la crítica como concepto y práctica, el coloquialismo, algunas estrofas tradicionales, la trascendencia de figuras como Lezama Lima y Eliseo Diego, la historia literaria, su vocación ensayística, tendencias poéticas del nuevo siglo, y otras aguas apasionantes por donde ha bogado con velas propias la cultura cubana.
¿Cuáles son las tendencias predominantes hoy en la poesía escrita dentro de la isla?
La poesía cubana tiene una riquísima tradición desde finales del siglo XVIII, con significativos nombres en los distintos movimientos de la lírica del idioma desde entonces. Al rebasar los límites del siglo XX, hallamos un grupo de jóvenes poetas que coexisten con predecesores inmediatos y con algunos de más edad que en su momento enriquecieron el género y aún hoy continúan realizando una obra extraordinaria, como es el caso de Cintio Vitier y de Fina García Marruz, integrantes del grupo Orígenes y dos de las voces más hondas y perdurables de nuestra sensibilidad.
Los más jóvenes y otros creadores que ya no lo son tanto han continuado haciendo su obra desde esa herencia magistral, iniciada entre nosotros a finales del siglo XVIII, pero al mismo tiempo han venido erigiendo otra tradición o, para ser más claros, han traído una escritura diferente, propia, integrada por esa historia y no menos por una relectura de la tradición universal, tanto desde el diálogo creador con poetas coetáneos de otras latitudes como desde la asimilación de ideas y corrientes de pensamiento propias de la posmodernidad. Lo primero que observamos en los textos de algunos de esos poetas, acaso los mejores entre los numerosos escritores que han irrumpido en la vida literaria del país en la década de 1990, es una recia voluntad de ruptura que se inicia con los cuestionamientos que trajeron a los llamados poetas origenistas, el núcleo de creadores más importante que hemos tenido a todo lo largo de los decenios de la centuria recién concluida.
Esos autores se propusieron, ciertamente, romper con la cosmovisión de aquellos maestros, negación que implica una relectura de nuestra historia y del paisaje, de la gran tradición que alimentó y conformó las respectivas poéticas de aquellos y, en no menor medida, de sus diálogos con la cotidianidad y con el porvenir. Así, en autores como Rolando Sánchez Mejías, Carlos Alberto Aguilera, Rogelio Saunders, Pedro Marqués de Armas, Ricardo Alberto Pérez, Rito Ramón Aroche, Caridad Atencio, Antonio Armenteros, Juan Carlos Flores, Víctor Fowler, entre otros, hallamos obras relevantes de la poesía cubana de estos primeros años del siglo XXI, todas ellas caracterizadas por un discurso desestructurador, que quiere desentenderse de los cánones de la lírica cubana precedente y con un léxico y una sintaxis que nos revelan de manera muy evidente esa necesidad de reescritura, atentos como están a realidades marginales, periféricas, sucias, desprovistas de toda belleza a la manera clásica y de cualquier teleología o pretensión idealizadora de interpretar la realidad, el suceder de la Historia.
Es la de esos jóvenes una poesía que nos entrega zonas de la realidad desatendida por la lírica de coetáneos nacionales de otras tendencias y por los representantes de grupos y generaciones anteriores. En poetas coetáneos como Roberto Méndez, Jesús David Curbelo, Rafael Almanza, Alberto Acosta, Aymara Aymerich, Liudmila Quincoses, entre otros que harían muy extensa esta relación, tenemos una poesía muy rica, de gran calidad, sustentada en presupuestos teóricos muy diferentes entre sí y al mismo tiempo de los de esos jóvenes mencionados en líneas anteriores. Los que acabo de nombrar también hacen una poesía absolutamente suya, en la que vemos la impronta de lo mejor de la herencia canónica cubana, pero sin la necesidad de ruptura que señalamos en aquellos que quieren replantearse nuestras realidades.
¿Cómo se manifiesta la crítica literaria en Cuba?
La crítica literaria se manifiesta en Cuba muy pobremente. Esa es una problemática sobre la cual se ha venido hablando durante algunos años y a la que se han dedicado reflexiones más o menos banales o sustanciosas. Quizá habría que entrar a distinguir qué es la crítica literaria para separarla del comentario periodístico o reseña con elogios o censuras absolutamente subjetivas, aunque a veces con aciertos esenciales. La crítica literaria es toda una disciplina que se sustenta en un conocimiento profundo de la historia literaria y de la teoría de la literatura, disciplinas que nuestros académicos y en general nuestros escritores no dominan en la dimensión adecuada para ejercer luego una crítica literaria en serio y de calidad. Ello hace que escaseen los textos de verdadera crítica. Cuando alguien comenta un libro o escribe ensayos sobre poetas comienzan a llamarlo crítico, como me ha sucedido a mí. Yo escribo ensayos acerca de la obra de poetas, pero no hago valoraciones, y sin embargo me llaman crítico, evidente error. Respondiendo más precisamente tu pregunta te diré que, en mi opinión, la crítica literaria apenas se manifiesta entre nosotros, y si lo hace es de un modo pobre e insuficiente.
¿Qué resultados, positivos y negativos, dejaron en la escritura poética de las más recientes generaciones las influencias de José Lezama Lima y Eliseo Diego?
Se trata de dos poetas de mucha significación en la poesía cubana y, naturalmente, dejaron una huella en creadores más jóvenes, en especial Diego, de una poesía más diáfana, con temas de la cotidianidad y sus frecuentes alusiones a la infancia. Sus textos tuvieron una enorme influencia en ciertos libros relevantes de la poesía cubana de la llamada Generación del cincuenta y en otros de generaciones inmediatamente posteriores a esta. Es una influencia que puede hallarse en poemas y también en lo que podríamos denominar el impulso hacia la escritura, es decir, esa necesidad de decir nuestras vivencias y recuerdos, pues Diego nos dio una forma muy peculiar de ver y de decir, una de cuyas virtudes era la de mover en los creadores el deseo de manifestarse desde esa perspectiva.
La generación que se nucleó en torno a El Caimán Barbudo, importante publicación periódica de los años sesenta, se nutrió, entre otras lecturas capitales —Vallejo, por ejemplo—, de la poesía espléndida de Eliseo Diego. Otros poetas como Aramís Quintero y Raúl Hernández Novás también recibieron la impronta del autor de En la Calzada de Jesús del Monte. Podría mencionarte más autores, pero no tendría mucho sentido dar nombres y nombres. Más importante resulta saber que su magisterio ha estado presente durante décadas en la sensibilidad y la creación de numerosos jóvenes, dentro y fuera de Cuba, como es el caso, por ejemplo, de la colombiana Piedad Bonnett.
La presencia de Lezama es diferente, pues su poesía es radicalmente distinta, de una densidad mayor y, por ello, menos accesible a las primeras lecturas. Yo diría que Lezama no ha dejado discípulos precisamente por eso, por la naturaleza de su cosmovisión y la complejidad de su escritura, de una conceptualización muy elaborada y de un estilo muy particular, de escasa resonancia. Sin embargo, Lezama ha estado presente de un modo decisivo en la poesía cubana como ejemplo de poeta, ejemplo de creador, en especial por su ética, su modo de ver y de decir, de una verticalidad paradigmática, como me decía en conversación privada el poeta y ensayista Víctor Fowler.
Lezama es un caso único dentro de la poesía cubana y, en determinada medida, dentro de la poesía del idioma en el siglo XX, y eso tiene necesariamente que dejar una huella en las generaciones sucesivas, incluso ha dejado una huella en aquellos que se proponen replantearse la poesía y en general la escritura desde otras perspectivas, al margen de los discursos más o menos oficiales de la poesía cubana desde la década de 1960, como sucede con algunos de los poetas nacidos precisamente en aquellos años y que comienzan a publicar en los inicios de los noventa, reunidos en torno a la revista Diáspora(s), expresión del grupo del mismo nombre, y algunos de ellos difundidos en la antología Memorias de la clase muerta 1988-2001 (Aldus, 2002), con selección y epílogo de Carlos Alberto Aguilera —él mismo parte del grupo— y prologada por Lorenzo García Vega, miembro del grupo Orígenes con una voz diferente, más tarde disidente del mismo por la manera de ver y asumir la cultura, autor de una importante obra que evidencia su ruptura con el movimiento que encabezara Lezama desde 1944 hasta 1956, los años en que se publicó la célebre revista que dio nombre al grupo.
Esos jóvenes rompen con la gran tradición origenista desde ella misma, actitud que se evidencia en la entrevista que Rolando Sánchez Mejías —importante autor de ese movimiento que tuvo en la mencionada antología una significativa muestra— hizo a Cintio Vitier en 1992 y en algunos textos suyos en los que plantea la necesidad de olvidar a Orígenes. Es una influencia por negación, una influencia que mueve a escribir de otro modo, que permite cobrar conciencia de la necesidad de hacer otra literatura. También hay en la poesía cubana de los años ochenta algunos poetas que tienen una influencia más tradicional, llamados neoorigenistas, con una obra que quiso superar la pobreza de ciertas tendencias de entonces desde el ejemplo extraordinario de Lezama.
Son creadores importantes que se movieron dentro de la órbita de influencia de los poetas de Orígenes, pero más bien dentro de una visión general de la poesía, no tanto como herederos de la poesía misma de Lezama, la que, como te dije, no ha dejado una impronta estilística por su extraordinaria densidad y cerrado metaforismo, maneras ya impracticables para “decir” nuestra época, si bien Lezama trasciende los períodos y queda como un creador de talla universal en el que siempre veremos a un poeta pleno, en toda la extensión de la palabra.
¿Es salvable algún poema de ese largo periodo donde dominó el coloquialismo?
De cualquier movimiento, tendencia o grupo, por mediocre y pobre que sea, pueden extraerse textos de calidad, y así sucede en nuestro coloquialismo. Hay sin duda páginas magníficas en esa tendencia, pero creo que lo más importante no es que haya buenos poemas en el coloquialismo, sino qué dejó a la poesía cubana como saldo final. Creo que en los mejores ejemplos nos dejó los hallazgos y las calidades que el poeta fue capaz de revelarnos para enriquecer la percepción y la sensibilidad de los lectores, de manera que son poemas que quedan ya en la más fecunda y permanente tradición de la poesía nacional.
Como movimiento llegó a repetirse con relativa rapidez y a convertirse en retórica vacía. Vino a mostrarnos otras posibilidades de mirar y sentir la realidad, pero fue al mismo tiempo portavoz de superficialidades e hizo creer a los poetas —a los menos talentosos y menos dotados para la palabra, desde luego— que la aprehensión de lo real y de los conflictos del individuo era tan sencilla como escribir nuestros recuerdos y vivencias sin más, con sinceridad y llaneza, como si estuviésemos hablando con un amigo, por lo que los escritores se desentendieron de preocupaciones de orden formal de mayor complejidad y de la búsqueda de soluciones que requerían mayor detenimiento y reflexión.
Era menos visible la falta de talento en el coloquialismo que en otras tendencias, y por ello podían pasar como buenos poetas quienes no tenían nada realmente significativo que decir, pues con esos postulados ideoestéticos era más sencillo decir y decir de manera muy parecida a la de los que tenían más talento y más hondas problemáticas dentro del propio movimiento.
¿A partir de qué obras puede hablarse con certeza del inicio de una lírica nacional en Cuba?
Si entendemos por lírica nacional la poesía que expresa una sensibilidad cubana conscientemente asumida, los inicios están en algunos poemas de José María Heredia, en general en toda su obra poética. Si entendemos en cambio por lírica nacional aquella que recoge rasgos y elementos de la nación, de sus tipos y costumbres, aunque el poeta no tenga plena o ninguna conciencia de lo cubano en su dimensión social y política, entonces los inicios están en algunas páginas de Manuel de Zequeira y Arango, nuestro mayor poeta neoclásico, los inicios de cuya obra se remontan a los primeros años del último decenio del siglo XVIII. Su obra cesa, sumergido el poeta en la locura, hacia 1820, año en que Heredia empieza su vida literaria, formado en el rigor y la disciplina neoclásicos, pero de fuerte aliento romántico y patriótico, actitud literaria que tuvo su correlato en la pasión libertaria que lo condujo a involucrarse en conspiraciones contra la dominación española en la isla, en tanto Zequeira era soldado del ejército colonialista, a pesar de haber nacido en Cuba.
¿En qué se distingue esa poesía de la escrita en otros países hispanohablantes?
Creo que tiene muchas similitudes con la de sus coetáneos por razones de época. Tanto el neoclasicismo como el romanticismo erigieron un discurso homogéneo, aunque, desde luego, siempre con el sello personal de cada poeta. Quizá en el caso de Heredia podamos hablar de un vigor infrecuente en otros creadores del momento, pasión típica de un romántico, pero no por ello presente con igual intensidad en todos los representantes del movimiento.
Los poemas neoclásicos de Zequeira, de Manuel Justo Rubalcava y de Manuel María Pérez y Ramírez son muy similares a los de sus homólogos del continente y de España. Son hombres formados en los mismos principios ideoestéticos, asimilados en las mismas fuentes, caracterizadas, entre otros rasgos definidores, precisamente por la rigidez y la invariabilidad de sus postulados.
¿Ha seguido nuestra poesía una unidad desde sus orígenes hasta hoy?
Creo que esa unidad hay que buscarla en lo cubano, en la presencia de la isla, en sus múltiples dimensiones, en esa poesía, un elemento inseparable de nuestra lírica, incluso en los textos de los neoclásicos, cuando aún no había una conciencia clara de la nacionalidad. Ya te comenté que en algunas páginas de Zequeira hallamos una evidente cubanía en la mirada a lo circundante.
En un libro imprescindible, Lo cubano en la poesía (1958), de Cintio Vitier, hay un extenso recorrido por la lírica nacional desde finales del siglo XVIII hasta la fecha de las conferencias que el ensayista dio en el Lyceum de La Habana (1957); es una mirada que desentraña, en la obra de los principales creadores, los elementos de cubanía que conforman el discurso de los poetas, en cada uno de manera disímil.
Ese libro nos revela esa unidad por la que tú me preguntas. Hay también, por supuesto, una evidente universalidad en las diferentes obras que conforman el corpus de nuestra poesía. Los creadores asumen la existencia de un modo diferente y asimilan la tradición universal con avidez, como lección insoslayable de los clásicos, siguen un determinado canon que les viene de la tradición y de lo que ha dado en llamarse el estilo propio.
Hay, además, nombres relevantes de la poesía cubana que se desentienden de todo discurso político que intente aprehender los elementos de la nacionalidad, y hacen una obra concientemente ajena a esas preocupaciones. Acaso el grupo en que eso se manifiesta con más fuerza sea el que se conoce bajo el nombre de Diáspora(s), ya mencionado por mí en esta entrevista.
¿Por qué elegiste el ensayo para tu expresión personal?
Desde siempre sentí pasión por decir lo que alcanzaba a ver en un poeta, por adentrarme en el sentido último de sus textos. No sé, eso quizá me viene de mi frustrado anhelo de dedicarme a la filosofía, disciplina muy difícil de cultivar en profundidad en Cuba por la falta de tradición y la dificultad para adquirir bibliografía. Habría tenido que vivir fuera mucho tiempo, aprender bien al menos griego clásico y alemán y tener profesores altamente calificados, empresas que resultaban casi inaccesibles para mí en mi primera juventud, el momento ideal para comenzar una carrera de esa naturaleza.
Con la crítica me sucedió algo parecido, pero en una dimensión menor. Se hacía muy difícil entonces estar al día de corrientes de pensamiento, de la historia literaria de Europa y América —conocimiento insoslayable para un crítico que de veras lo sea o quiera serlo—, de los textos literarios más importantes de la historia de la cultura, leídos desde un conocimiento de la tradición al que me era imposible acceder desde acá sin estudios en buenas universidades.
En Cuba, tenemos un caso excepcional en el adentramiento a corrientes de pensamiento, teorías filosóficas y literarias, sociológicas e historicistas, realizadas desde el manejo eficaz de varios idiomas. Me refiero a Desiderio Navarro, ejemplo creo que único al menos en el ámbito de nuestro idioma, conocedor y traductor de libros capitales, en diferentes lenguas, en esas disciplinas. Al ver el volumen de la tarea que yo debía emprender para ser un crítico literario, desistí de semejante propósito y me dediqué al ensayo, mucho más libre en tanto es un género literario y te permite abordar temas y problemáticas con entera libertad, sin los rigores de la crítica.
El acercamiento de un ensayista a los poetas, narradores o dramaturgos, a los directores de cine o a los artistas de la plástica, es más libre, tienes la posibilidad de decir tus simples y puras impresiones, incluso hacer derivaciones propias, sin dejar de ser ensayista. Claro, mientras más lecturas y talento tengas mejor serán tus aproximaciones a las obras y los autores, pero tu condición de ensayista no está en juego con esos acercamientos libres, en tanto que tu condición de crítico es puesta en duda en cuanto muestras tu incapacidad para ver los valores más perdurables de los autores o eres incapaz de descubrir nuevos talentos o de ver los problemas y defectos de los que empiezan o de los ya consagrados.
Además, la crítica tiene otro problema: las críticas desfavorables no son admitidas por los autores; en Cuba es inadmisible una observación crítica de mayor o menor severidad, de inmediato el autor tiende nada a considerarte su enemigo, y te tienes que pasar la vida enfrentado a los autores en un plano que tiene que ver con las ideas y sí mucho con la vanidad y el engreimiento personal. No tengo temperamento para eso, ni pretendo mostrar el camino correcto a nadie en esas materias.
Para ser un crítico coherente con uno mismo hay que estar dispuesto a señalar lo mal hecho, se trate de quien se trate, y eso se hace más difícil en Cuba porque no es posible entre nosotros someter a juicio a escritores considerados vacas sagradas, a los que siempre hay que estar elogiando. Eso resulta intolerable si se es un crítico profesional que se respeta a sí mismo.
De tu formación, ¿recuerdas los autores y las obras que fueron decisivos para redondear una mirada propia sobre el arte literario?
Creo que para mí fueron decisivos cuatro autores: Cintio Vitier, Fina García Marruz, Maurice Blanchot y Gaston Bachelard. Ellos son las figuras fundamentales de mi quehacer, al menos son los que con más fruición he leído. Por otra parte, otros autores han ejercido en mí una influencia importante, en primer lugar los jóvenes de Diáspora(s), representantes de otra manera de ver nuestra tradición, otra manera de leer a nuestros clásicos, en los que han observado posibilidades de intelección que no hallamos en ensayistas precedentes, manera enriquecedora que viene a decirnos que esos poetas, narradores, ensayistas y dramaturgos poseen una poética extraordinariamente fecunda y pueden ser asumidos desde ángulos y perspectivas nuevas. De singular significación ha sido para mí, además, la lectura de los ensayos de Lorenzo García Vega, miembro heterodoxo del grupo Orígenes y de enorme afinidad con esos jóvenes de los años noventa, según ha manifestado el propio autor.
¿Es difícil combinar con seriedad y gracia las apreciaciones subjetivas emanadas de las lecturas poéticas y el andamiaje académico que se requiere para su estudio?
Es muy difícil, en verdad. Por lo general, los estudios de rigor académico son densos, a veces impenetrables en su prosa dura y recargada con un léxico que viene a constituirse en un metalenguaje. Sin embargo, no es imposible que encontremos un estudio de naturaleza académica escrito con gracia y una prosa de calidades artísticas. Podría ponerte como ejemplo de esa combinación los textos del propio Blanchot, o los de Bachelard, escritos en una prosa admirable y con un aparato crítico detrás verdaderamente impresionante.
Sin embargo, creo que sus trabajos están más del lado de la ensayística que de la monografía erudita o académica, no obstante, las notas y el enorme saber acumulado por sus autores. Los acercamientos del primero a Mallarmé, Simone Weil o Kafka son riquísimas disquisiciones ensayísticas más que ejemplos de academicismo y métodos de análisis de las escuelas europeas de estudios literarios.
¿Hay detrás del crítico Enrique Saínz también un poeta?
Puedo responderte categóricamente que no. Cuando, en alguna que otra ocasión, he pensado una frase que me viene inesperadamente a la cabeza y que podría ser el comienzo de un poema, siento una vergüenza incalculable, no sabría decirte por qué. No te voy a decir que no escribo poesía porque respeto mucho esa profesión, la realidad es que no estoy dotado para eso, simplemente.
¿Piensas escribir nuevos ensayos que ilustren los tejidos de la poesía cubana y universal, y el papel de sus autores?
Por supuesto que sí. Tengo el proyecto de escribir un libro de historia de la poesía cubana del siglo XX y luego otro sobre la poesía cubana de los noventa. Seguiré escribiendo sobre aquellos poetas de otras latitudes que me conmuevan y me interesen por alguna razón. Es una pasión auténtica esa mía de decir lo que alcanzo a ver en la obra de un poeta. Podría desempeñarme también como profesor o en talleres sobre poesía hispanoamericana, donde hay tantos autores extraordinarios.
¿Cómo repercute la crítica literaria del siglo XIX en el conocimiento especializado de la poesía cubana?
Si te refieres a la crítica literaria escrita en Cuba te diría que es necesario conocer los juicios de esos críticos para una intelección justa y en profundidad de la lírica nacional, aunque quizá esas lecturas nos enseñen más sobre los críticos que sobre los poetas, con las excepciones de siempre, la primera de ellas la de Martí. Si te refieres a la crítica del siglo XIX en general, te diría que no es imprescindible ese conocimiento para llegar a penetrar en los rasgos definidores de la poesía cubana. Mucho más importante que el conocimiento de esas corrientes críticas lo es el de las corrientes del siglo XX.
¿Se subordina la décima, como estructura menor y rural, dentro de la lírica cubana?
No creo que pueda hablarse de subordinación en el caso de la décima. Las calidades no dependen de la estructura estrófica, sino del poeta, aunque es cierto que el verso libre ha entregado a la cultura nacional poemas realmente mayores, en tanto que la décima no, a pesar de que ha sido cultivada por grandes poetas. Es una cuestión de posibilidades expresivas. En la décima, hay exigencias que constituyen una cárcel para el poeta y no lo dejan expresarse en toda la amplitud de sus necesidades y de sus visiones, pero hay verdaderas joyas en el decimario cubano.
¿Hacia qué perfiles estéticos se dirige la obra de los poetas más jóvenes de la isla?
Creo que están aún en un período de búsquedas, en primer lugar de sí mismos. Son buenos lectores, es decir, lectores de la más rica tradición, no parecen conformarse con sólo leerse los unos a los otros y ya, como si los grandes no tuviesen significación. Incluso hasta los más heterodoxos necesitan conocer a sus predecesores para romper, no es posible una ruptura creadora ignorando qué hicieron los maestros.
Hay una innegable voluntad de ruptura en esos jóvenes, no obstante que a veces los vemos leyendo o citando a figuras de la poesía cubana que no tienen verdadera carga de futuridad, verdadera importancia como poetas, aunque hayan tenido un nombre en el pasado, nombre que se ganaron por sus posiciones políticas y no por las calidades y la riqueza real de su obra.
Es importante que los jóvenes encuentren temprano su camino, y ello sólo se logra con el autoanálisis, las lecturas de los clásicos o de autores menores que nos abran al conocimiento de la realidad y de nosotros mismos. Entre los jóvenes de más talento creo ver una poesía desenfadada, abierta a temas y problemáticas que hasta no hace mucho eran ajenas al canon, y por ahí indagan y enriquecen su expresión. Veremos qué dice el futuro.
La historia de la literatura cubana, realizada por especialistas del Instituto de Literatura y Lingüística y en la cual participaste, ¿qué aporta para el conocimiento de la cultura nacional?
El aporte fundamental está en que es una visión de conjunto de nuestra literatura, desde los orígenes hasta los años noventa, proceso histórico literario que no había sido visto en su devenir hasta años tan recientes ni con tanto detenimiento como en esos tres tomos, de los cuales ya han salido dos.
El primero abarca desde los orígenes hasta 1898, es decir, la época colonial; el segundo va desde 1899 hasta 1958, la época de la República; y el tercero comprende la época de la Revolución. Es una labor colectiva, con los problemas que eso acarrea, pero es a la vez una obra que se detiene largamente en el devenir de la literatura cubana e ilumina ciertas zonas de sus aportes a nuestra cultura, de la que la literatura es una parte capital.
¿El mejor poema cubano es…?
“En la Calzada de Jesús del Monte” o quizá “Un puente, un gran puente”, no sé, es una respuesta imposible.
¿Tu mejor libro es…?
Quizá La obra poética de Cintio Vitier, publicado en 1998. Es, al menos, el libro más complejo de cuantos he escrito.
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