Carlos Ávila Villamar: ¿Sigue existiendo la literatura cubana?

Autores | 20 de septiembre de 2023
©Detalle de la portada del ‘Panorama histórico de la literatura cubana’ (1963) de Max Enríquez Ureña

Hay preguntas que no tienen respuesta, porque el problema está en la propia pregunta.

El número de abril de 2023 de la revista El Cuentero se ha preguntado qué sigue en la literatura cubana después de la Generación Cero, cuáles son los rasgos de esta nueva generación de escritores “jóvenes”, (y ha mencionado unas cuantas veces, como quien no quiere la cosa, la existencia del Grupo Ariete). Unos meses antes fue infamemente censurada la presentación de La Peor Generación (la de los escritores jóvenes y “sin libros”), pero de algún modo el asunto cobró cierta relevancia y condujo a una serie de discusiones sobre lo mismo: qué seguía a la Generación Cero. Podría decirse que en el hecho de que la mayoría de los escritores de la llamada Generación Cero ronde ahora los cuarenta años han sido vistas dos cosas (discutibles). La primera, una cierta obsolescencia. Como si a los cuarenta años ya necesariamente un escritor debiera estar consagrado. Preguntarse qué va luego de la Generación Cero implica la imagen de un escritor de cuarenta años canoso y sedentario, pensativo en un sillón afelpado, rodeado por una biblioteca, contemplando las múltiples ediciones de sus libros mientras los nietos juegan en el jardín. La segunda cosa que se ha visto en el hecho de que los escritores de la Generación Cero tengan cuarenta años se deriva de la primera, y es nada más y nada menos que una jugosa oportunidad. La lógica es la siguiente: después de los Novísimos fue la Generación Cero, y algo debe ir después de la Generación Cero, ¿no? ¡Podríamos ir nosotros! Pero el verdadero problema es qué tan útil resulta el término Generación Cero, para empezar, fuera de cuestiones de mercado. No creo que la literatura se rija por generaciones. Y si lo hizo alguna vez (o si alguien quiso verlo de ese modo) no importa, porque hoy día el término está obsoleto en el campo literario.

La lógica de las generaciones literarias es que en las literaturas nacionales cada cierto tiempo surge la necesidad de darle una voz a una nueva generación (histórica, extraliteraria). Como si la literatura fuera una especie de altoparlante de otra cosa que es la que de verdad importa (no sé qué objeto puede ser más opuesto a un altoparlante que un libro, por cierto). No me pondré a discutir del intento de obsolescencia programada que constituye la obsesión contemporánea por los “escritores jóvenes”. No me pondré a discutir todos los errores que implica la frase “darle voz” a alguien (me viene a la cabeza la imagen de un ventrílocuo, o de un suplantador). Tampoco el problema fundamental que es crear una identidad histórica de “generación” (más allá de como una palabra suelta y azarosa) con un cierto deber ser. Me concentraré en cambio en la frase más importante y a la vez más escondida: la de una literatura nacional. Es una frase que damos por hecho. Asumimos que sigue existiendo la literatura cubana. Pero quizás deberíamos pensarlo con más cuidado.

Es obvio que hay muchos cubanos escribiendo (desde Cuba y desde otros países), y desde luego hay lectores cubanos (aunque sean menos que los que escriben). Pero la pregunta es otra. ¿Hay una comunidad más o menos estable de cubanos que escriben que es correspondida por una comunidad de cubanos que leen? Yo me atrevería a decir que no. Desde 2020 el sistema editorial en Cuba ha muerto. No se trata ya de que se impriman malos libros, sino de que prácticamente no se imprimen libros. Los pocos autores cubanos que publican libros los publican comprensiblemente fuera del país, ya sea en pequeños proyectos independientes o con grandes editoriales, adscritas a un circuito mayor de distribución (como Carlos Manuel Álvarez, publicado por Sexto Piso, o Leonardo Padura, publicado por Tusquets). Dentro del país ya no se publican ni se consumen libros nuevos. Solo quedan las revistas. Desde 2020 la literatura cubana (entendida como una comunidad estable de escritores y lectores) ha dependido únicamente de lo que se escribe y lo que se lee en las revistas. Pero las revistas (por su propia naturaleza) están hechas generalmente para el aquí y el ahora. Y no causa sorpresa a nadie que el aquí y el ahora de los cubanos tenga una fuerte carga política. La paradoja es que la política cubana se ha estancado, y el “aquí y el ahora” se ha vuelto una especie de masa inamovible, un tiempo que no corre, sino que en el mejor de los casos se arrastra. El monotema político imperante en las revistas está sujetado por dos extremos, además: el interno (ya que la agónica situación social lo impone) y el externo (desde fuera de Cuba ya solo se lee la literatura cubana con los lentes de la política: solo es interesante lo que escribe un cubano en tanto hable de política cubana). Este último asunto no debe menospreciarse. No puedo contar las veces que me ha sucedido este diálogo:

— Eres cubano, ¿no? Me encanta Leonardo Padura, por cierto. Seguro lo has leído.

— No, jamás.

— ¿Cómo que no? ¡Es buenísimo! ¡Deberías leerlo!

— ¿Y por qué debería leerlo?

— ¡Porque es muy subversivo! Sus libros son extremadamente críticos con el gobierno cubano.

Al principio lo que me sucedía era que trataba de no exteriorizar mi carcajada. Pero con el tiempo estos diálogos se me hicieron inimaginablemente aburridos y molestos. Algo parecido me ha sucedido con las revistas. Me han nombrado una revista cubana, me llenado de curiosidad y he preguntado qué han leído en esa revista, y la respuesta una vez más se ha desviado a la política. Las revistas literarias cubanas han estado tan obligadas (desde adentro y desde afuera) a llenar el vacío del periodismo y de la discusión civil que casi no encuentran espacio para la literatura. Porque en un país azotado por el hambre, la falta de trabajo, el caos estructural, la corrupción, la falta de libertades y el envejecimiento poblacional, ¿de qué más se podría escribir?

Se ha hablado del vacío en la literatura cubana contemporánea. Recordemos por un instante lo que fue la literatura cubana alguna vez. José María Heredia fue el primer gran poeta romántico en Hispanoamérica. Julián del Casal y José Martí fueron los verdaderos padres del modernismo, uno de los movimientos literarios más importantes de la lengua. Virgilio Piñera hizo teatro del absurdo antes que Samuel Becket. Alejo Carpentier y José Lezama Lima fueron algunos de los mayores novelistas del siglo pasado. Y la revista Orígenes no tenía nada que envidiarle a la revista Sur en Argentina o a Plural en México. Entre los años cuarenta y setenta del siglo pasado la literatura cubana competía de tú a tú con la española, la mexicana y la argentina. ¿Qué fue lo que pasó? La pregunta se responde sola: la obtusa intención de crear una literatura comprometida dentro de la isla y la costumbre de solo aplaudir a escritores cubanos en otros países en tanto fueran vistos como víctimas o críticos del gobierno cubano aniquiló las posibilidades de que fueran ampliamente conocidos nuevos libros que se salieran de ese estrechísimo margen.

El punto no es que no haya una joven Fina García Marruz entre nosotros: es que, si la hubiera, no lo sabríamos. Ahí está la verdadera tragedia. Y es una tragedia de raíz editorial. Porque el mundo del libro dentro de Cuba, que antes de 2020 era endogámico y provinciano (las decisiones las tomaban los jurados de cuatro o cinco premios literarios, personas como Alberto Guerra Naranjo), simplemente dejó de existir (y es muy posible que jamás vuelva a la vida). Y el mundo del libro fuera de Cuba suele ver a los escritores cubanos como monos de circo de la política. ¿Cuánto realmente dice un libro como Los caídos, de Carlos Manuel Álvarez, fuera del contexto político? ¿A quién le va a importar algún día? Justo los textos más relevantes de Carlos Manuel Álvarez (y eso es incuestionable) han sido sus textos periodísticos (los que escribió hace años, no los de ahora). Si mostramos sus narraciones sin decir su nombre (incluyendo su primer libro de cuentos, Premio Calendario) parecen las de un alumno aventajado del Centro Onelio, no más. Y de nuevo regresamos al mundo de las revistas (en estrecha relación con el periodismo), el único que ha permanecido con vida en la literatura cubana.

Hoy día no habría sido tal el éxito de la Generación Cero, porque sus escritores se hicieron conocidos gracias a un salto que ya no sería posible: el salto de las editoriales en Cuba (y las presentaciones en la Feria del Libro de La Habana) a las editoriales extranjeras y al mundo de las revistas (digitales). Los escritores que vivieron ese salto fueron los últimos en consolidar su relación con un público lector estable y por tanto los últimos con la libertad de escribir sobre lo que quisieran escribir. No habrá otra generación en la literatura cubana después de Generación Cero. Su nombre alude a un límite, y en eso tiene sentido, solo que marca un final y no un inicio.

Al menos en los países hispanohablantes se han quebrado los límites de las literaturas nacionales (y por tanto de las generaciones). La gente que todavía lee libros los compra en redes de librerías que tienen pactos bastante sólidos con grandes conglomerados editoriales. Y los conglomerados están menos interesados en distribuir a sus autores y libros por país que por temas (y Cuba en esos términos ya no es un país, sino un tema). El hecho de que las librerías en Cuba estuvieran durante tanto tiempo desconectadas del sistema editorial en español ha creado una visión equivocada de cómo funciona la relación escritor-editor-lector en nuestro tiempo. Probablemente hoy día la revista literaria cubana más importante sea Rialta. Solo que no se define necesariamente como “literaria” ni como “cubana”. Aunque su nombre alude al personaje de Paradiso, se define como “Alianza Iberoamericana para la Literatura, las Artes y el Pensamiento”, es decir, no es exclusivamente literaria, y tiene un carácter trasnacional (o sea, no es exclusivamente cubana). Está más al ritmo de los proyectos editoriales que funcionan hoy día. No es de literatura cubana, sino que tiene a Cuba como su principal tema.

No creo que en el hecho de que ya no exista una literatura cubana como tal (y en el hecho de que Cuba haya pasado de ser un país a un tema) haya un problema, más allá de que los escritores cubanos ahora deban adscribirse a un circuito mayor (y muchísimo más competitivo y difícil) y que la única carta que les suelan dejar a mano para hacerlo sea el “tema Cuba”. Lo contradictorio (casi irónico) es que la existencia de una literatura nacional fuera lo que permitiera a los cubanos escribir sobre cualquier cosa.