Rafaela Cruz: ¿Es buena política premiar al castrismo por legalizar las MIPYMES?

DD.HH. | 28 de septiembre de 2023
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Burrhus Skinner desarrolló la sicología conductista partiendo de una simple pero poderosa verdad: los reforzamientos gobiernan la conducta modificándola progresivamente con premios y castigos.

Enterados de que la Administración Biden pretende premiar al castrismo aflojando aún más el embargo, aduciendo querer ayudar a las MIPYMES como sociedad civil (la justificación real está más cerca del tema migratorio) debemos indagar si tales premios son útiles para una Cuba libre como muchos cubanos consideran, partiendo de la premisa de que el castrismo puede evolucionar a democracia si —aplicando la lógica conductista— se le premian aquellas reformas que avanzan en esa dirección.
 
Sin embargo, esa premisa falla al tomar como transformaciones reales lo que son simples movimientos tácticos. Estas reformas que parecen pasos hacia la democracia son solamente una retirada táctica. Premiarlas garantiza que el castrismo acopie tiempo y recursos para fortalecerse y retomar, cuando le sea conveniente, el terreno cedido, manteniendo lejos de Cuba toda esperanza de libertad y progreso real.
 
Tras 64 años de absolutismo y miseria no hay cambio alguno de fundamento en la mentalidad del Gobierno cubano. Todas las reformas que han hecho hasta hoy son tardías e incompletas porque en el fondo son contrarias a su ideología e intereses, por ello están diseñadas de modo que funcionen tan a favor del Gobierno como sea posible, sembrándoles siempre, con dialéctica, propaganda y leyes, el germen de su erradicación cuando las condiciones lo permitan.
 
El castrismo solo actúa contrario a su diseño centralista-totalitario cuando las circunstancias se lo imponen. De ello se deduce que cuando las circunstancias cambien las reformas peligrarán, o, lo más probable, serán adaptadas al nuevo totalitarismo que intentan configurar y que ya está aumentando una desigualdad y miseria sin precedentes. Ya el igualitarismo dejó de ser útil para un neocastrismo que entiende que su salvación está en evolucionar, sí, pero no a la democracia, sino a métodos dictatoriales más eficientes.
 
Es descorazonador que el país con mayor compromiso democrático de la historia esté a punto de premiar al castrismo por hacer reformas tardías e incompletas encaminadas no a lograr una democracia próspera, sino una dictadura más estable… mientras muchos cubanos aplauden y piden el fin del embargo.
 
El núcleo del error de estos reformistas aplaudidores es confundir sus deseos con la realidad, malinterpretando como positiva la evolución que está haciendo el castrismo incorporando herramientas de mercado, cuando lejos de aflojar, los castristas están enrocándose en el poder, solo que usando piezas que antes ellos mismos rechazaban, como la iniciativa privada. Premiar esa conducta la refuerza y le da recursos para solidificar la transición del dañino socialismo, a un igualmente perverso capitalismo de compadres que ya está generando bolsones de perdedores sin más esperanza que huir.
 
Las concesiones con respecto a libertades individuales y derechos de propiedad para los cubanos no son motivo para premiar al castrismo, muy al contrario, deben entenderse como premios y logros de la política de presión y, por lo tanto, deberían estimular mayores presiones que fuercen al Gobierno de La Habana a hacer reformas más profundas que las actuales.
 
Quienes aplauden las recompensas al castrismo, pecan además de pasmoso cortoplacismo al vislumbrar únicamente las ventajas materiales que un alivio del embargo podría traer, pero no ven las décadas de perversión totalitaria y pobreza a las que están condenando al pueblo, permitiendo que el castrismo se eternice reconfigurando al país del modo más conveniente para una casta, no para los cubanos.
 
Como en tiempos de Martí, la emancipación de los cubanos está amenazada por tibios que frecuentemente esconden intereses mezquinos bajo puentes de leche en polvo. Ese camino reformista no lleva a la libertad que es condición necesaria para una Cuba mejor, solo conduce al mantenimiento del estatus quo, quizás con menos apagones y más comida, pero con un pueblo aun de rodillas y cada vez más humillado por una elite gobernante cada vez más descarada, cuyo «presidente» cena en restaurantes de lujo en Roma, su esposa compra carteras de 3.000 dólares en Nueva York, y sus hijos se exhiben en carros que la inmensa mayoría no se atreven a soñar.
 
La única y verdadera ayuda que necesita Cuba es el aislamiento internacional de la banda mafiosa que la secuestró en 1959, lo que facilitaría la única reforma realmente productiva: el fin del castrismo.

Publicación fuente ‘DdC’