Darío Alejandro Alemán: Cabalgar el oso ruso

DD.HH. | 9 de noviembre de 2023
©Darío Alejandro Alemán / ‘No Return’

Rusia pudiera ser —volver a ser— la potencia lejana alrededor de la que orbite Cuba, esa islita con alma de satélite cuyo gran relato histórico, por supuesto, es una larga e infructífera lucha por salir de los campos de atracción ajenos. Pero todo indica que el castrismo, esta vez, no podía hacer una elección más desafortunada en un peor momento. 

El régimen de La Habana se siente cómodo en las añejas dinámicas de Guerra Fría; quizá porque fue en la segunda mitad del siglo pasado cuando vivió sus momentos de gloria, entendido esto último como el reconocimiento de cierto peso en la geopolítica mundial, o por lo menos un peso mucho mayor que el «naturalmente» destinado a una isla caribeña con menos de diez millones de habitantes. 

El castrismo asume sin ambages su naturaleza de parásito económico. Sin más habilidad que la de vivir de otros, aferró su hipostoma a Venezuela en los primeros años de este siglo. Y desde entonces succionó todo el petróleo que pudo —todavía algo de ahí bebe esta criatura vampírica—, a la vez que le inoculó métodos represivos y, quizá, algo de su ineptitud económica. 

Rusia, sin embargo, no es Venezuela, sino una histórica potencia mundial que ha sabido siempre escoger a sus «amigos» según sus intereses, de manera que sabe administrar muy bien las dosis de recursos —gigantescos, por demás— que le cuestan sus alianzas. 

Con Rusia como proveedor de migajas, el castrismo puede quizás respirar más o menos aliviado. El Kremlin no le dará ni por asomo todo lo que necesita, ni le permitirá llevar la voz cantante en la relación (como Caracas), pero con suerte lo mantendrá a flote un tiempo más y le enseñará mejor que nadie a establecer una oligarquía política y corporativa. 

Por otro lado, lo que ahora parece cuestión de supervivencia pudiera salir, más temprano que tarde, demasiado caro. El parásito castrista se ha guarecido entre el pelaje de un oso que probablemente corre hacia un precipicio cercano, y nadie quita que, al final, terminen por caer juntos. 

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