Miguel Montero: 11J: La detención del poeta Javier L. Mora

DD.HH. | 15 de noviembre de 2023
Javier L. Mora / Imagen cortesía de J. L. Mora

Un día después de mi renuncia a la membresía de la UNEAC [Unión de Escritores y Artistas de Cuba], y cinco después del 11J, al pasar frente a la estación del sitio conocido como «Los Chinos», vi un cordón de policías. Estaban sentados en el parterre de la entrada. Miré de soslayo y advertí que uno de ellos no estaba de azul, sino de verde, y que tenía cerca una bicicleta. Yo seguí mi camino. Iba a comprar café en una tienda en MLC, que era donde único se encontraba por ese entonces. Tenía algunos menudos en la tarjeta y podía hacerlo.

Cuando había caminado algo más de una cuadra, el señor de verde me alcanzó. Se bajó de la bicicleta, se presentó, y exigió mi carnet de identidad. Él y yo nos habíamos visto. El 11J, frente a la sede del Partido [Comunista], minutos antes de salir corriendo ante la avalancha represiva, lo vi entre la multitud. Iba vestido de civil, pausado, en medio del tropel. Así que este señor, que había estado de incógnito en los hechos del 11J, ahora estaba frente a mí con su uniforme verde, plenamente identificado. En ese momento supe lo que iba a pasar a continuación, y me dije: «Tranquilo». Le contesté que no había razón para mostrarle mi documento de identificación, pues yo no estaba bajo investigación policial ni el país bajo sitio. «En ese caso, debe acompañarme», dijo. «Lo acompaño adonde usted quiera», respondí.

Íbamos caminando, él con su bicicleta de la mano, por la calle, y yo a su lado, sobre la acera. Llamé a mi esposa y le dije: «Aquí hay un…», le miré el hombro al señor, «…suboficial de segunda del MININT [Ministerio del Interior] que me está deteniendo. Vamos para la estación de Los Chinos». 

Al llegar a la entrada dije «buenos días, caballeros» a los policías del parterre. Mientras me lavaba las manos con cloro, me fijé en un rótulo que decía «ESTACIÓN DE POLICÍAS», un número y «HOLGUIN», sin tilde. Me volví y dije: «Tienen que arreglar eso. Holguín lleva tilde, porque es una palabra aguda», etcétera. El policía que tenía detrás, que ya no era el que me había detenido, me dijo: «Ah, ¿porque tú eres profesor? Dale, que acá adentro te vamos a enseñar», y me entró a empujones. Me condujo de la misma manera hasta la segunda planta.

Allí había un mayor que era el jefe de la estación, o al menos que fungía como tal. «Para que no te hagas el gracioso… Tú estás aquí porque apareces en todos los videos», me dijo. Y yo le pregunté: «¿Y?», y el mayor se incomodó un poco y mandó registrarme.

Con una mala forma extraordinaria, sacaron todo lo que yo tenía en los bolsillos. Y luego uno de ellos tomó unas esposas que tenían conectado un tramo de cadenas; me las puso y se sentó frente a mí con las piernas abiertas, los brazos cruzados, la cabeza ligeramente ladeada hacia la derecha, y una cara de «Y tú, que eres El Gran Delincuente, ¿ahora qué vas a hacer?». Una guapería desproporcionada, si cabe la expresión. Al principio me incomodé, pero cuando reflexioné sobre la triste existencia de estos señores, sonreí para mis adentros.

Desde una ventana de la segunda planta yo había visto a mi suegra. Estaba parada en la acera del frente. Ella vio, desde unos pocos metros, cuando me sacaron encadenado de la estación —de nuevo a empujones—, y me llevaron hasta la puerta de un jeep. Antes de subir, levanté las manos como pude y le dije: «Mira cómo me llevan. Como si fuese un asesino». Ella casi se desmaya, y yo entré en el carro muy tranquilo, la verdad.

Lo primero que hicieron en Instrucción Penal fue inventariar mis pertenencias. También ordenaron que me desnudase e hiciera una cuclilla. En el momento en que revisaban mi camisa, sacaron una ramita de «vence batallas» que yo había arrancado el 11J de camino a la sede del Partido, y que llevaba de resguardo. Porque yo ese día, el 16 de julio de 2021, había salido con la misma ropa que había usado el 11J. Me preguntaron qué era eso y yo respondí con una breve explicación. Motivos religiosos, básicamente. Luego sacaron mis cigarros. Un miembro de las Tropas Especiales que me acompañaba desde el jeep, y que hasta ese momento había tenido una actitud más bien agresiva, me preguntó si podía regalarle un cigarro. Tenía la mano de Orula. 

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