Elvia Rosa Castro: Saltando desde el acantilado con las manos al aire / La obra de Enrique Martínez Celaya
DIEZ MINUTOS DE PARADA: Miami
Estoy convencida de que las ferias de arte no son únicamente pátina, relacionismo público y pasarela. Las ferias son, ante todo, vértigo, y esta es una sensación ambigua. En lo personal debo algunas cosas, memorables, a ArtBasel Miami Beach. Era 2011 y andaba el Convention Center por uno de esos corredores que lo atraviesan desde Washington Avenue hasta Convention Center Drive. De hall a hall. Sólo una pintura, “fuera de lugar”, atípica en aquel panorama, logra sacarme del aturdimiento. Su autor era Enrique Martínez Celaya y, si mal no recuerdo, la obra era The boy with horse (tal vez sea otra pero eso no viene al caso, estoy segura de que cualquiera de sus pinturas me hubiera detenido igual).
En un segundo la teoría que tanto amasé, ya escrita y ensayada con mis alumnos acerca de que el arte contemporáneo no conmovía hacía aguas con este hombre, y sentí deseos de escribirle a Arthur Danto y decirle que sí, que yo había encontrado no sólo una obra interesante en una feria de arte, sino también, entrañable (1).
OTROS DIEZ MINUTOS DE PARADA: Chelsea
Jack Shainman es una de las galerías más multiculturales, multiétnicas e inclusivas que conozco. Tal vez no exista otro espacio newyorkino que encarne aquel espíritu pro-periférico de Magiciens de la terre en el Pompidou de 1989 como esta galería. Mi relación con su nómina está marcada por el regocijo y la fascinación: Nick Cave, El Anatsui, Lynette Yiadom-Boakye y los cubanos Yoan Capote y Enrique Martínez Celaya son algunos nombres de su line-up.
En el año 2015 Martínez Celaya, nacido a 90 km de La Habana en 1964, inauguró la muestra Empire: Sea & Empire: Land. Esta expo, compuesta de impresionantes instalaciones y pinturas de gran formato, constituyó el debut con la galería Jack Shainman de este hombre que creció en España y Puerto Rico y ha vivido en varias ciudades de Estados Unidos. Allí, me escribe, realiza el primer despliegue de concientización del pasado como depósito de esperanzas y sueños, “así como la inevitabilidad de las aspiraciones no realizadas”. Mar-tierra; tierra-mar es un juego infantil consistente en saltar de un “imperio” a otro (o quedarse en el mismo) cuando el grito imperativo de otro jugador lo indique.
Ese trasiego del vaivén marino al ancla terrenal, de lo insondable a lo finito y de la certeza al misterio que parece tan nítidamente demarcado, se funde en toda la obra de Celaya en calidad de tratado metafísico de la existencia humana. Esta condición de su pintura importa más que la ausencia de excelencia pictórica. Su ser regio está en lo que emana.
The prodigal son (pintura) y El caminante (instalación) son dos piezas de esa muestra que cito pues contienen dos elementos visibles en su trayectoria artística: la casa, dibujada siempre con el mismo diseño arquitectónico, y la maleta. La estancia y el viaje. El stay nomad como sustancia de su y nuestras vidas. El hogar provisional, la casa que vuela.
Enrique Martínez Celaya es el último hijo de Leonardo da Vinci: Doctor en Física, artista, profesor y escritor, en él se plantan, como en la gimnasia griega y la cultura samurái, la virtud y la genialidad. El sueño moderno se completa y se deshace con él: hombre total-renacentista y hombre de identidad fracturada. Esta es una condición que siempre llevará consigo. Sus primeros dibujos, de cuando tenía doce años, fueron un intento consciente, dice, de otorgarle sentido a la vida.
LA ETERNIDAD MÁS BREVE
Ahora, en 2017, vuelve a la galería Jack Shainman con pinturas de varios formatos, reunidas bajo el título The Gypsy Camp. Como en toda su obra, Celaya activa el tópico de la pérdida y el desarraigo, de la tristeza y la melancolía, no como meros atributos de la existencia sino como la existencia misma. Uno de sus mentores intelectuales, Arthur Schopenhauer, es tajante en El mundo como voluntad y representación:
Filosas y desgarradoras, estas líneas del alemán encuentran un terreno fértil en la biografía de Celaya (y en la de nosotros también, sólo que no lo sabemos), atravesando su obra de comienzo a fin. Cuando estamos frente a ella el impacto no proviene del alarde de una pintura o escultura que se desmarca de la disciplina académica sino por su capacidad para estrujar el alma. Esas pinturas, que levitan sobre toda realidad, que son pinturas suspendidas e inmoldeables, precisamente porque no pretenden representar son el retrato de nuestro mundo moral. (El arquetipo juega su papel clave). De ahí su impacto y su condición entrañable. Celaya es uno de los pocos artistas que ha escapado del correlato, de “la convicción de la escena”, y precisamente porque su obra es desinteresada en el sentido de que está desprovista de ego y devela el carácter ilusorio de lo individual, encarna en cada uno de nosotros. (Sorry Deleuze). Nos golpea puesto que el sufrimiento y el dolor son universales; los padecemos y nos trascienden. The hunter is a lonely heart. En una de sus obras más bellas, dramáticas y compilatoria el cazador sufre o participa del sufrimiento del otro, el ave en este caso. Cazador cazado. The Hunter es un tratado sobre la soledad y la compasión.
Este prescindir de lo fenoménico o esa ilegibilidad de lo real en su obra plantea una condición nueva, referida a la cualidad de lo abstracto. Descorrer el velo de maya, ir más allá de un espacio y tiempo puntual y referencial (Malevich halló algo parecido), aunque sus obras sean figurativas paradójicamente contienen a la abstracción como principio, así como al Wabi sabi, esa noción japonesa que se refiere a lo inacabado e inconcluso, a lo insignificante y evanescente. Están claro, pero el artista está tan lleno de referentes que su arte carece de ellos.
Sobre otro de los “temas” esenciales de su poética, Celaya explica: “El hablar sobre “arrepentimiento” es otra iteración de mi interés en las emociones complejas que son generadas por el pasado; la “nostalgia” es otra. El arrepentimiento es la tendencia a considerar el pasado como un lugar donde refugiarse – ya sea a través del luto por cuestiones de fracaso, malas decisiones, o nuestras vulnerabilidades y debilidades. Mucho de lo que mi trabajo más reciente busca es entender las emociones relacionadas a los proyectos inconclusos, caminos no seguidos, y conforme la muerte parece acercarse, aprender a ser humildes. La inevitabilidad del arrepentimiento, aun mientras tenemos que seguir caminando hacia el futuro –que conforme he ido envejeciendo– parece ser algo menos claro para mí.”
Esas escenas de la inmensidad, desterritorializadas, digamos que perdidas, de atmósferas gélidas y desoladas, como salidas de Doctor Zhivago, nos hacen pensar en un arte de la sospecha y contienen la tensión más legítima a la que se puede aspirar: la pugna entre el libre albedrío y el determinismo, entre el destino manifiesto y la emancipación que supone el gesto artístico.
Notas
(1) La mención a Danto viene por una cita que he utilizado bastante para soportar la teoría de que el arte no conmueve. Sobre todo en mi ensayo Retorno a la utopía: propuesta artística en lugar de arte . Siendo editora de la revista Artecubano, tuve el honor de publicar una entrevista de Anna María Guasch al pensador norteamericano, de donde extraje esta cita: “Recientemente visité la Feria de Arte de Miami –metros y metros de arte. Cuando regresaba al hotel, mi mujer me dijo qué me había parecido y le dije que era una gran exposición con muy buen arte. Entonces ella preguntó si había algo que me entusiasmara de una manera especial, ante lo que no supe responder. No había nada que me hubiera fascinado, nada que me hiciera pensar en un ‘enamoramiento’. Lo mejor que uno podía preguntar es si había una cierta clase de ‘amor intelectual’.” Este fue Danto en Anna Maria Guasch. “La crítica de arte en lo modernidad y en la posmodernidad. Once respuestas de Arthur C. Danto”. En revista Artecubano, No. 1, 2005, pp. 71-72.
*Verso de un Koan zen.
Publicación fuente ‘El Sr. Corchea’, 2019. Para leer el texto en inglés…
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