José Abreu Felippe: 33 años sin Reinaldo Arenas

Autores | 8 de diciembre de 2023
©Arenas da una conferencia sobre el Mariel como invitado en la Universidad de Miami. Miami Herald Archivo / C.M.Guerrero

Hoy, 7 de diciembre, se cumplieron 33 años de la muerte de Reinaldo Arenas (Julio 16, 1943 – Diciembre 7, 1990, Holguín, Cuba). Muy enfermo ya, se suicidaba en la Cocina del Diablo, en New York, donde vivía. Tenía 47 años. Sabiendo que no le quedaba mucho, se esforzó por terminar su “pentagonía” a la cual le había dedicado gran parte de su vida. Cinco novelas originalísimas que se centran en distintas etapas de la vida un ser que nace, muere y renace en cada propuesta. Celestino antes del alba es el retrato de su infancia campesina, le sigue El palacio de las blanquísimas mofetas, que retrata el despertar de la adolescencia en un entorno que comienza a ser brutal. Otra vez el mar, una obra maestra absoluta, es el centro del horror donde una pareja narra unas cortas vacaciones. En la primera parte, la mujer cuenta lo que sucede en esos seis días junto al mar y en la segunda el hombre hace lo mismo en seis desgarradores cantos. La “pentagonía” continúa con El color del verano, otro genial desafío inclasificable y concluye con El asalto, en un futuro nada halagüeño. Un ciclo magistral y único en la literatura cubana de todos los tiempos. Para la vida que tuvo, siempre en el borde del precipicio, Reinaldo escribió mucho, otras novelas, cuentos, ensayos y poesía. Él no se cansaba de repetir, y así también lo escribió: “Rápido, rápido, que la vida está pasando”.

Yo conocí a Reinaldo siendo un adolescente. Cuando aquello él trabajaba en el Departamento Circulante de la Biblioteca Nacional José Martí. Iba todos los domingos, conversábamos y casi siempre me recomendaba libros. Nos hicimos amigos y muchas veces lo recogía en su casa, y nos íbamos a la playa. Era un gran nadador. Él vivía en un cuarto de criados de una de sus tías, en un segundo piso. Un cuarto minúsculo con una sola ventana que daba a la calle. Tenía un librero pequeño pero lo que había ahí en libros eran joyas. Todo el espacio, hasta los escasos muebles, lo tenía forrado con recortes de revistas, hombres fuertotes en trusa y paisajes nevados.

En 1965, entré en el Servicio Militar Obligatorio y durante los tres años y medio que duró mi calvario, nos vimos poco. En los 70 comenzamos, los domingos, mis hermanos, Luis de la Paz y yo, unas tertulias con él en los matorrales del Parque Lenin. Allí, vigilantes del entorno y de cualquiera que se acercara, leíamos nuestras cosas –la producción de la semana, decíamos–, y nos alimentábamos con queso crema y leche fría. Recuerdo que Reinaldo leyó en esas jornadas, entre otras cosas, «Que trine Eva», Arturo, la estrella más brillante y los seis cantos de Otra vez el mar, a medida que los reescribía. Él había logrado sacar al extranjero la primera parte de la novela, pero al entregársela completa a un amigo de entonces, éste se negó a devolvérsela y lo amenazó con la policía. Reinaldo no tuvo otro remedio que reescribir la segunda parte, los seis cantos. portada

Después vino la cárcel, y en 1980 logró, falsificando el carné de identidad y la Carta de Libertad –convirtió Arenas en Arinas– confundirse con los 125.000 cubanos que salieron por el puerto de Mariel y escapar del infierno. Yo salí tres años después, en diciembre de 1983. Llegué a Madrid el día 6 y el 9 tocaron a mi puerta. Allí estaba Reinaldo con un ejemplar de Otra vez el mar en una mano y con la más espléndida de las sonrisas me dijo: “¿Quién va a comenzar el Canto Cuarto?”. Era su primer viaje a Europa y de Madrid seguía para París a ver a los Camacho. Fueron, a pesar del frío, unos días maravillosos, prácticamente descubrimos Madrid juntos y aprovechando el poco dinero que teníamos paseamos todo lo que pudimos, El Escorial, Toledo, Segovia…

Nos volvimos a ver en Miami, leímos otra vez juntos en una Feria del Libro. Después él enfermó y ya nada nada volvió a ser igual. Me han dicho que un amigo, no sé si será verdad, aunque conociendo al personaje no me extrañaría nada, tiene las cenizas de Reinaldo en una bolsa debajo de su cama. De cualquier forma, no pienso que eso tenga ya mucha importancia. Lo verdaderamente importante es que su obra sigue viva y cada día suma más lectores. Quiero terminar con los primeros versos de un soneto escrito en La Habana en 1972, que me gusta y que decíamos mucho: “Todo lo que pudo ser, aunque haya sido, / jamás ha sido como fue soñado”.

Publicación fuente ‘El nuevo Herald’.