Legna Rodríguez Iglesias: 9 años en Miami: lagarto negro con cabeza naranja

Autores | 16 de enero de 2024

Hace nueve años, el día antes de irme de Cuba, subí por última vez a un taxi habanero, que es una máquina americana antigua desvencijada, con asientos rotos, ventanas abiertas y olor a gasolina mezclado con tiempo muerto. El costo de ese tramo era de diez pesos cubanos o la mitad de un dólar, hace nueve años. Hice una película del viaje que duró exactamente 11 minutos con 32 segundos, desde que subí en la Calle 23 hasta que bajé en San Lázaro y Espada.

No me acuerdo qué fui a hacer a El Vedado, pero seguro debía conseguir algo para dejar todo listo en el alquiler, donde se iba a quedar Jenny Sánchez cuidando a Soba, mi bulldog francés. Desde que subí y hasta que bajé se oyeron cuatro canciones. Todavía salgo a manejar a veces y doy clic en Rompiendo Fronteras, para oír la misma canción de amor, cutre y bizarra, que oí aquella mañana, de Candyman ft. Yoany Star: Aló, hello, que te necesito beibe. Llámame, cuando me necesites, pero llámame, que no te cuesta nada, solo llámame, aló, hello, y si me dejas yo me robo el show, yes. (La Habana, Cuba, 14 de enero del 2015, 10:13 AM).

Esta vez me dirijo a Homestead. El mapa inteligente me recomienda la ruta más rápida, que también es la ruta más larga, llena de peajes y vías expresas que hay que pagar. Pero uno en Miami anda apurado, uno en Miami no tiene tiempo y siempre es mejor la ruta más rápida. Llegaré a Homestead en 45 minutos, incluso tomando el Turnpike. Cuando al fin salgo a la derecha en la salida 2, el paisaje ha cambiado. Mínimamente, pero ha cambiado. Podría estar en una película campestre de Sean Baker llamada Lagarto negro con cabeza naranja, o simplemente Old Woman.

Los lagartos negros con cabezas naranjas son comunes en Miami. Podría caer redonda a mitad de la acera si tropezara con uno de ellos. Les tengo miedo, terror, fobia, escalofrío, desprecio y todos los sentimientos negativos del mundo. La gente expresa tantos sentimientos positivos todo el tiempo que me da vergüenza exponer los míos, pero en realidad me da igual. Aún tiene mucho sentido escribir palabras legítimas, en el caso de que esas palabras expresen lo que uno siente.

Otra cosa muy común son las aves de corral. Hay gallinas y gallos y pollitos en los barrios donde aún quedan aceras, donde aún se acumula la hierba y la basura. Mi sobrina les tiene miedo y mi amiga pianista también. Para ser sincera, es verdad que la cara de una gallina deja mucho que desear. Pero la cara naranja de un lagarto negro supera la cara de cualquier gallina. Cada vez que me pasa algo malo la primera imagen que me viene a la mente es la de algún lagarto de esos. Por eso los retrato. Haré una carpeta de lagartos negros solo para darme cuenta de que todos tienen la cabeza naranja. Una parte del rabo también es naranja. De la cola, quiero decir. Aunque el cuerpo entero del animal parece un rabo cinético que se mueve entre las sombras.

Voy a hacer un taller de poesía gratuito que va a llamarse: ¿Para qué sirve un carro chocado? He visto tantos carros chocados hoy que no sé qué hay más: si carros chocados o lagartos negros. Para hacer el taller necesito un patrocinador que apoye mis ideas. Se trata de una contradicción enorme, porque aquí en Miami, para una persona atrapada como yo, es innecesario tener ideas.

Le di dos dólares en billetes a una mujer en silla de ruedas que pedía dinero en un semáforo de Homestead. Es el segundo semáforo donde me detengo desde que salí del Turnpike. Sé que su imagen permanecerá en mi mente algunas semanas más. Tenía una montaña de vasitos desechables que servían de alcancías. Bajé mi ventanilla y metí los billetes en el vasito de arriba. La luz cambió a verde antes de que me diera tiempo a decir: your welcome.

[Para seguir leyendo…]