Omar López Montenegro: El ‘arte de la protesta’ en Cuba

DD.HH. | 25 de marzo de 2024
©DdC

El pueblo cubano ha vuelto a la calle. Una vez más. Lo ha venido haciendo sistemáticamente desde el 11 de julio de 2021, y también antes de ese evento parteaguas en la sociedad cubana. Cuando pasó el 11J, mucha gente, partidarios y hasta opositores al sistema, se apresuraron a decir que había sido un evento fortuito. Primero dijeron que no se repetiría, y ahora alegan que es una «coyuntura». Hay etiquetas que resultan convenientes tanto para tirios como para troyanos. Algunos puristas hasta se rasgan las vestiduras porque las protestas están motivadas por la falta de comida.

La ceguera, o el deseo de ningunear la formidable demostración de poder del pueblo cubano, desconoce una realidad contante y sonante. El Observatorio Cubano de Conflictos contabilizó en 2023 un total de 5.749 protestas públicas, 1.846 más que las 3.923 compiladas en 2022, y casi el doble que las del propio 2021, cuando se contabilizaron 3.300 protestas. Los números no mienten, y muestran una tendencia hacia la conformación de un nuevo carácter social dentro de la población, enfocado en la expresión sistemática de sus reclamos por vías noviolentas. El lenguaje expresa sin tapujos lo que la gente no quiere: «No más violencia», «Abajo la dictadura», «No más muela», y también lo que quiere: «Corriente y comida«, y «¡Libertad!».

Porque las protestas, sin lugar a dudas, son políticas. La debacle económica en que está sumido el país es resultado directo de las políticas de un Estado cuya principal función es mantener a una cúpula de privilegiados en el poder, a costa de una población viviendo en la miseria por decreto.

Las imágenes hablan por sí solas. La protesta frente a la estación de Policía en El Cobre, la secretaria del partido en Santiago de Cuba y otros funcionarios trepados en una azotea por temor a la ira popular, la sentada en la calle bloqueando el paso de la Policía, y otros métodos empleados en las demostraciones, siguen patrones exitosos en otras latitudes y épocas, y cuentan la historia de un pueblo que ha aprendido las lecciones de 2021, así como la de un sistema en franco retroceso.

En la mayoría de los casos se ve a los policías con cara de desconcierto y hasta temor, ante el despliegue del verdadero poder popular. En ninguno de los casos se observa a integrantes de las llamadas «organizaciones políticas y de masas» confrontar a las multitudes descontentas. Al igual que en 2021, la primera línea de defensa del sistema fue rebasada por la contundencia y masividad de las protestas.

Se llama poder en números, y es un fenómeno causal, en vez de casual, puesto que obedece a un proceso de transformación ciudadana que tiene mucho que ver con las realidades del mundo postmoderno, caracterizado por la interconexión cada vez más estrecha entre las personas de diferentes entornos, tanto dentro de un país como a través de cualquier tipo de fronteras, ya sean geográficas, ideológicas, y hasta confesionales. El desarrollo de las tecnologías de comunicación ha sobrepasado la capacidad de los regímenes dictatoriales de aislar al individuo y confinarlo en «islotes» mentales donde puede ser manipulado a conveniencia. El flujo acostumbrado de la comunicación política dentro de estos sistemas con una orientación vertical, de arriba hacia abajo, ha sido sustituido por la comunicación horizontal, de persona a persona.

Cuando se deja de mirar hacia arriba y se mira hacia el lado, esas miradas se conjugan en una visión compartida, la cual se traduce eventualmente en un número significativo de personas agrupados en torno a una identidad visual, un objetivo u objetivos comunes. Por regla general, los que han tenido éxito son movimientos sin una definición ideológica específica (izquierda, derecha o centro), más bien conglomerados sociales en torno a demandas precisas, como las que se escuchan en las calles de la Isla. El uso espontáneo y consensuado en todas partes de la consigna «Patria y Vida» ratifica que, sin lugar a dudas, esa es la marca del cambio en Cuba hoy en día. Una proposición de vida vs. el tétrico y obsoleto eslogan de «Patria o Muerte» del castrismo. Al final, ha emergido con fuerza la gran contradicción antagónica, por utilizar la propia dialéctica marxista, que caracteriza a estos sistemas: el pueblo y los gobernantes hablan en direcciones contrapuestas.

Este cambio hacia una mirada interpersonal, acompañado del empoderamiento tecnológico, es decir, la capacidad que tiene una persona de conectarse de forma inmediata a grandes audiencias por medio de un teléfono móvil, ha abierto un espacio sin precedentes a la solidaridad humana, que es el antídoto más efectivo contra el miedo. Al perder el monopolio del discurso, el neocastrismo dejó de ser el referente único en la vida de los cubanos y, en consecuencia, se desplomó toda la falsa construcción mitológica que lo sustentaba, incluyendo estereotipos como «esto no hay quien lo arregle pero no hay quien lo tumbe», y tantos otros que sirvieron durante años para alimentar la cultura de la desidia y la aceptación de la injusticia como un mal inevitable. La gente quiere cambios, los quiere ahora, y los quiere como resultado de sus propias acciones, no acomodos del régimen o intervención milagrosa de terceros.

Estas son las claves de las protestas, el derrumbe de un modelo sociopolítico basado en una ilusión de poder omnipresente y omnipotente, ante el choque con las realidades del mundo moderno. El neocastrismo es disfuncional, y no responde a las necesidades básicas de una ciudadanía postmoderna, tanto en el plano material como espiritual.

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