Katia Viera: Entrevista a Ahmel Echevarría / Lectura de Las Habanas

Autores | 15 de mayo de 2024
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Ahmel Echevarría Peré (La Habana, 1974) es uno de los más reconocidos escritores de la narrativa reciente producida en Cuba. En el conjunto de su obra publicada hasta el momento destacan los libros Inventario (2007), Esquirlas (2006), Días de entrenamiento (2012), Búfalos camino al matadero (2013), La noria (2013), Insomnio –the fight club- (2015), y Caballo con arzones (2017). Ha sido coeditor de la revista digital, ya desaparecida, The Revolution Evening Post (eZine de ESCRITURA Irregular); ha colaborado, entre otros, con las revistas digitales Cacharro(s)33 y ⅓La noriaCuba ContemporáneaOncuba News, Hypermedia Magazine y Rialta y ha trabajado como editor del sitio web Centronelio.

En esta oportunidad me ha interesado conversar con él acerca de Las Habanas que construye en sus relatos de ficción, de sus lecturas y de los escritores que le son entrañables para refundar una ciudad que ha sido el lugar donde se construyen los discursos de la nación y que funciona como una red abierta de sentidos, experiencias y afectividades. En ese sentido, resulta muy estimulante conocer cómo Ahmel Echevarría se sitúa dentro de una larga tradición de la literatura cubana desde la Colonia hasta los años 2000 en la que la ciudad ha estado constantemente refundada desde la ficción. ¿Qué le interesa al escritor de Inventario cuando lee y concibe metáforas para la capital cubana? ¿Cuánto del desborde de una tradición literaria hay, de manera consciente, en la escritura de Ahmel Echevarría?

Ahmel, me interesa mucho que puedas contar qué Habanas has leído y aún lees.

Las Habanas que he leído son una suerte de mezcla tóxica. Es la toxicidad de ciertas drogas. Por un lado, alteran el estado de la conciencia, la percepción, a la par incentivan el poder de asociación. Como resultado del dopaje arribo a la confección de un mapa y un territorio de una “Habana personal”. Mía. Está registrada en la mayoría de mis libros. Incluso en Búfalos camino al matadero, que no está ambientada en Cuba.

En resumen, es La Habana de los 50 (la de El Vedado, Miramar, Marianao; ciudad nocturna, de clubes y bares y cafeterías, una banda sonora que mezcla el frenético ajetreo en las avenidas y una jazz band, boleros, filin…); la del Período Especial circunscrita a la jungla gris de Centro Habana y la de los barrios periféricos; La Habana de los 80, medio lánguida y romántica en la periferia; el Vedado y la Calle G con rockeros, alcohol y pastillas, que es el mismo escenario de las jineteras, los policías y balseros en el Período Especial; y La Habana apocalíptica o post apocalíptica ya sea sumergida en el mar o atravesada por una carretera.

No puedo pasar por alto la ciudad que transcurre puertas adentro, en relatos intimistas. Son historias mínimas, por llamarlas de alguna manera, pero tienen la impronta, o la huella, que deja la ciudad en sus habitantes.

¿A cuáles narradores que configuran La Habana en sus obras lees o has leído? ¿Qué te interesa y qué no, de sus obras?

Los autores en cuyas obras, por razones “muy mías”, he prestado más atención a la presencia de la Capital: Virgilio Piñera, Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz, Carlos Montenegro, Guillermo Cabrera Infante, Reina María Rodríguez, Reinaldo Arenas, Senel Paz, Pedro Juan Gutiérrez, Leonardo Padura, Antonio José Ponte, Alberto Garrandés, Alberto Guerra, Iván de la Nuez, Juan Carlos Flores, Jorge Alberto Aguiar Díaz, Ena Lucía Portela, Anna Lidia Vega Serova, Ronaldo Menéndez, Raúl Aguiar, Orlando Luis Pardo Lazo, Jorge Enrique Lage, Dazra Novak, Raúl Flores Iriarte, Erick Mota… El punto suspensivo como fin de una lista de intereses muy particulares en la que, probablemente, alguien quedó afuera. En la lista incluí a poetas y ensayistas. Lo hice con todo propósito, sus “relatos” de La Habana, desde el ensayo o la poesía, me dejaron una marca. O me indicaron una zona de reflexión, de conflicto, que no debía pasar por alto. También me motivaron a mover los límites de observaciones realizadas por mí.

De esas Habanas me interesa, por ejemplo, la apuesta por concentrar en un relato una intensidad sonora, la vida nocturna, los personajes y su manera de habitar la noche, y el desenfreno y la jerga con la que la narran y la viven (Cabrera Infante); la ciudad entendida como infierno y paraíso en la década de los 90 y el Período Especial, con el alcohol, el sexo, las drogas, la oscuridad, la calle y el mar, la corrupción, todo entendido como estrategia de vida o de fuga fallida o no (Pedro Juan, Padura, los narradores de El Establo); la ciudad que transcurre al interior de un aula o en los círculos sociales de Marianao es La Habana de casi todo tipo de iniciación, es esa misma ciudad cuya línea costera o los parques en el extrarradio son el teatro de operaciones de gays y lesbianas, la misma Habana donde acontecerán las redadas para darle caza a las putas, pájaros y proxenetas en la Noche de las Tres “P”, La Habana de las redadas cuyo destinos son los campamentos UMAP en las llanuras de Camagüey (Senel, Arenas), la cárcel y la casa como refugio y como cárcel (Montenegro y Loynaz); Alamar, Lawton, Mantilla como maneras de entender La Capital a partir de una suerte de sedición, el individuo como “espacio doméstico”, “escenario de intercambio de afectos y deseos” y “territorio político” (J.C. Flores, Reina, Garrandés, Orlando Luis, Anna Lidia, Dazra, R. Flores Iriarte); La Habana apocalíptica y post apocalíptica donde lo político y la política no quedan excluidas de ese imaginario (Lage y Mota); y los vectores de lo político y la política incidiendo en el devenir de Cuba (Ponte y De la Nuez).

No me interesa La Habana como parque temático de lo escatológico y la pataleta política, ni lo ñoño. Tampoco lo absurdo, ni lo fantástico puesto a pulso o a la fuerza con tal de escapar de una moda para caer en otra. Igual me sucede con la noción de fatalidad y cerrazón por todas partes.

¿Sobre cuáles Habanas se instalan los personajes y narradores de tus escrituras?

Supongo que la ciudad que construyo en mis textos, cuyo territorio contiene a La Habana Vieja, Centro Habana y Altahabana, no es más que el resultado de concentrar en un solo mapa esas Habanas que resumí para ti.

Es un proceso de ensayo y error. Su propósito es narrar o “traducir” a la ficción a Altahabana, reparto de la periferia construido en los 50, y modificado para mal a partir de los 70. El punto de conflicto se sitúa en los 70, justo en el momento en que el Gobierno Revolucionario comienza a construir viviendas sociales.

Las microbrigadas fueron parte de un proyecto social inclusivo, acaso intenso y hermoso antes de que se viciara de la peor parte de una ideología. Aquel proyecto no solo inoculó en el paisaje urbano horribles edificios. A la par es la cristalización de una política devastadora, porque el Quinquenio Gris pasa también por la Arquitectura y el Paisajismo. Pero sin esa política no hubiera vivido yo en Altahabana. He querido y deseo narrar esa Habana y sus personajes, la vida allí, es decir, las alegrías y derrotas. Forma parte de un loco afán que contiene a InventarioEsquirlas y Días de entrenamiento, y que estará en una trilogía por escribir: El sacrificio, El hambre y Los pencos.

Me interesa el devenir del espacio y sus actores sociales. Dígase así: Altahabana (la periferia) entendida como espacio central del relato, y La Habana Vieja y Centro Habana (el centro), como suerte de periferia en la narración.

¿Cuáles son los recursos literarios que usas para fundar/configurar La(s) Habana(s)? ¿Qué te interesan de ellos?

Los elementos propios del realismo, de la literatura del absurdo y del fantástico me han permitido transitar de un relato que deseaba “dar respuestas” a uno interesado en “formular preguntas de las cuales de antemano no tengo las respuestas”. Y de la gravedad y la solemnidad a un estado más relajado.

Ese mood desea apropiarse o contaminarse de la ironía, el desparpajo, incluso el humor. El absurdo y lo fantástico me lo permiten. Solo así pude narrar, por ejemplo, un encuentro que fuera no sólo verosímil entre Fidel el Viejo de Fierro y Ahmel Ahmel. Deseaba que transpirara lo humano, lo entrañable, que incluso fuera hermoso si a Fidel le llegaba la muerte, que además tuviera sus dosis de patetismo. Asumir lo patético también permite ver de manera crítica el grado de relación que se tuvo y se sostuvo con un dictador, aunque sea desde la distancia, el televisor de por medio, bajo el velo de la doctrina y el miedo, más el desconocimiento de ciertos episodios.

Publicación fuente ‘Ardea. Revista de la Universidad Nacional de Villa María, Córdoba.