Ernesto Hernández Busto: Una carta inédita de José Lezama Lima a Carlos M. Luis [1962]
En ese pozo sin fondo que parece ser el epistolario de José Lezama Lima, casi cualquier pieza nueva tiene, a los ojos del biógrafo, un valor especial. Pero entre las numerosas cartas inéditas de Lezama que he ido encontrado en la última década hay tres o cuatro con particular relevancia para todos sus lectores.
Una de ellas es esta a su amigo Carlos M. Luis (1932-2013), quien me cedió una copia antes de morir. Por razones que no puedo precisar, es la única carta no incluida en el tomo de la correspondencia editado por Verbum (Cartas a Eloísa y otra correspondencia), donde aparecen otras ocho para el mismo destinatario firmadas por el autotitulado “etrusco de la Habana Vieja”.
Esa correspondencia con su amigo exiliado tiene algunos de los mejores párrafos epistolares de Lezama, y de los que mejor reflejan su estado de ánimo en los años 60. El poeta busca una conversación inteligente, en un tono más inspirado que las cartas a su hermana Eloísa o que en otros intercambios de circunstancia.
La carta, inédita hasta hoy, arranca con una imagen perdurable: en medio de las circunstancias que desembocarán en la llamada Crisis de Octubre, Lezama le recuerda a su amigo un cuadro de Giorgione, La tempestad, como ejemplo en clave de la división entre los terribles acontecimientos que lo rodean y una cotidianidad desligada del ruido del tiempo.
Aquí, como en la carta posterior de junio de 1963, hay una referencia a la supuesta indolencia con que transcurre el tiempo del trópico (“Fluye, pero son aguas indeterminadas. Carecemos de su principio y el fin ondula”), mientras al fondo, como en el cuadro mencionado, se asoma el rayo de la tormenta entre cielos cubiertos.
Esta división de planos puede explicar un poco la actitud política de Lezama en esos primeros años de derrumbe del mundo que él había conocido. Como en el citado cuadro alegórico, unas ruinas, esas columnas truncas del centro, son también parte del paisaje. Ante ellas, la idea de una continuidad histórica, de un archivo integral, parece vana aspiración:
“Nos sentimos como un fragmento. Entre paréntesis que cierran un espacio muerto. Pero hay una verdad que está por encima de toda realidad, y es eso lo que busco. ¿Lo encontraré? Toda mi vida ha transcurrido en esa interrogación”.
La carta también ofrece algunos detalles del trabajo de Lezama sobre Casal, cuando tuvo que disfrazarse de archivista para hacer desde el Centro de Investigaciones Literarias (dependencia adscrita al Consejo Nacional de Cultura) las ediciones por el centenario del poeta.
Entrevisté largamente a Carlos M. Luis en Miami, en 2002 (el día que cumplía, por cierto, 70 años). Me contó muchos detalles de su relación con Orígenes, de su posterior crisis de fe, y me confesó que el exilio fue para él (como para su amigo Lorenzo García Vega) la posibilidad de emprender su propio camino intelectual.
Poco a poco, fue dejando de escribir a los origenistas, que habían sido buenos y cariñosos interlocutores suyos. En esos años también amplió su saber sobre el surrealismo (una materia sobre la que podía presumir de erudito) y desarrolló su pasión por el juego y el collage, además de una larga carrera como crítico que merecería ser más recordada. Pero su disidencia, por así decirlo, no dejó de estar marcada por la larga sombra de quien había sido un amigo muy cercano, a quien conoció con menos de 20 años.
Lezama también le tuvo un aprecio especial, y esta carta es buen ejemplo de ello. Pasa del usted al tuteo en varias ocasiones (cosa que el escritor solía hacer con varios amigos jóvenes) y no deja de recalcarle que, a pesar de la distancia, no lo olvida.
En sus cartas abunda en consejos, aunque hay uno que no se atrevió a darle.
Cuando ese mismo 1962, su amigo, enfrentado a las dificultades de la vida en tierra ajena, duda si regresar o no a la isla, su antiguo magister le escribe: “No me atrevo a indicarte ninguna solución. Esas son cosas que sólo la gracia resuelve en nosotros. La razón no ayuda en semejantes cosas, tal vez la razón en estado de gracia, que tantas veces visitó en la medianoche a Santo Tomás de Aquino”.
Contrastan esas líneas con el consejo de otros dos origenistas, Eliseo Diego y Octavio Smith, que le insistieron a Luis para que volviese. Hay en la carta otros detalles que comento en las notas, necesariamente breves, que la acompañan. Por lo demás, mi transcripción corrige apenas evidentes errores ortográficos.
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