Diana Ferreiro: Ciudadanos de dónde: apátridas del campo socialista en Cuba

DD.HH. | 10 de junio de 2024
©Alejandro Cuervo Vigoa

Justo después de licenciarse en Veterinaria por la Universidad Agraria de La Habana, Viacheslav Eduardovich Zenkov –conocido como el Ruso, pero nacional de ningún lugar– se dirigió a las oficinas de Inmigración y Extranjería de Matanzas primero y de la capital después, para intentar obtener la ciudadanía cubana. Su madre, Liudmila Zenkova, había llegado a Cuba en octubre de 1989 casada con Miguel García Aneiro, cubano, con el pequeño Viacheslav de tres años de la mano y su hija en la panza. Venían de la República de Kirguisia, una de las que conformaban la URSS, y en sus papeles oficiales constaba, como nacionalidad, la soviética.

En 2010, cuando se cumplían 19 años de la dimisión de Gorbachov como presidente de la URSS, y 21 de la llegada de los Zenkov a la Isla, Viacheslav decidió que era hora de reclamar lo que tanto él como su madre consideran un derecho. La respuesta que obtuvieron se repetiría en varias instancias, porque la ciudadanía cubana, les dijeron, “solo se le ha hecho a Máximo Gómez y al Che”.

Cada vez que necesitaban renovar sus carnés de residentes permanentes, en la casilla que marca “ciudadanía”, el funcionario de turno escribía indistintamente “rusa” o “kirguisa”, de acuerdo con lo que Viacheslav declarara en las planillas. Sin embargo, él prefería, mientras no le fuera otorgada la ciudadanía cubana, que en esa casilla se leyera “apátrida”.

Nunca le concedieron esto último y, en cuanto a lo primero, deberían pasar antes 12 años de trámites, cartas, entrevistas, abogados, amigos y cansancio para que Viacheslav –solo Viacheslav– fuera reconocido, ante la ley, como ciudadano cubano.

Viacheslav, el Ruso

El Ruso me recibe en su casa de El Vedado una mañana de septiembre. Mientras espero por el café, un perro gigante se me acerca y olisquea mis manos. Huele a viejo, a animal de la intemperie. Los ojos, como dos charcos de agua, piden una caricia.

—Lo acabamos de rescatar –me dice.

El apodo de Ruso viene desde pequeño; no le he preguntado si le molesta, si hubiese preferido que todo el mundo aprendiera a pronunciar y escribir su nombre, o si le hubiese gustado adoptar uno en español. Porque el Ruso no es ruso. Nunca lo fue.

—La gente empieza diciéndome Ruso y cuando nos hacemos amigos entonces me dicen Slavik.

Más bien “Eslavi”, una pronunciación más cubana. Como él. La ciudadanía soviética que, luego de la desintegración de la URSS a inicios de la década de 1990, siguió apareciendo en sus documentos de residente permanente en la Isla era, a efectos de la ley, falsa.

—Yo asumo que tengo que tomar medidas en la universidad, cuando estaba en tercero o cuarto año. Vivía con muchos extranjeros, latinoamericanos sobre todo, y de pronto uno empieza a pensar: si voy a salir alguna vez del país, si viene algún evento…

También pensó: “nada, se derrumbó el campo socialista y no se han puesto de acuerdo todavía”; en algún momento será fácil hacerse ciudadano cubano o ruso o lo que sea. Nunca se imaginó que fuera tan complicado.

Un profesor le sugirió que, en cuanto se graduara, comenzara a hacer gestiones para obtener la ciudadanía cubana. Esa fue la “primera ola”, como le ha llamado a cada etapa de intentos.

***

Ante la negativa que recibiera en las oficinas de Inmigración y Extranjería en ese primer momento, se dirigió a la embajada de Kazajistán, a través de la cual se gestionaban las relaciones diplomáticas de Kirguistán, el país donde nació. Allí, el cónsul le explicó que para obtener la ciudadanía kirguisa, Slavik tenía que irse a vivir, al menos un tiempo, a Kirguistán. Si Slavik quería, el cónsul podía escribirle un salvoconducto para que viajara allá sin pasaporte, pero los requisitos también incluían entonces hablar el idioma y tener algún dinero en el banco. Slavik no cumplía ninguno de ellos.

—Después de esa negativa de Kazajistán, y de Cuba, me di cuenta de que era una cosa seria. Yo pensé que era falta de trámite de mi mamá y en gran medida se lo reprochaba en plan: “no hiciste lo suficiente, yo estoy en esta situación por tu culpa”. Uno cae en esa trampa, porque es una trampa, de culpabilización.

Unos años después, cuando había decidido emigrar con su pareja de entonces a Canadá, se repetiría la historia. Reunieron todos los papeles que necesitaban hasta que llegó el momento de presentar un documento de viaje. Slavik explicó por qué no tenía pasaporte y aseguró que Cuba podía expedir un “documento de identidad y viaje” con el que podría llegar a Canadá. Pero para que esto fuera aceptado, le dijeron, debía primero demostrar que no podía hacerse ciudadano ruso, ni kirguiso, ni cubano. Esa evidencia tampoco le fue concedida y los trámites quedaron marcados como la “segunda ola”.

En una carta al departamento jurídico de la Dirección de Inmigración y Extranjería, fechada el 28 de mayo de 2012, cuyo objetivo no es otro que solicitar se le inicie el proceso de obtención de la ciudadanía cubana, Slavik resume la historia de su llegada a la Isla a unas cuantas líneas y luego pone:

“Desde entonces, en mi condición de residente permanente, he vivido como cubano, sintiéndome cubano pero sin poder hacer valer esta condición legalmente. Estudié como todos los ciudadanos cubanos, y me gradué en el 2009 como doctor en Veterinaria (…) y estoy casado con una cubana.

“Desde que alcancé la mayoría de edad, he estado intentando adquirir, sin éxito, la ciudadanía cubana, pues, como expliqué antes, pienso y me siento cubano y necesito, tanto moral como legalmente, el status [sic] que me permita ejercer todos los derechos ciudadanos y poseer un pasaporte que me dé la posibilidad de participar en eventos profesionales en el exterior y, en el caso de mi madre, visitar a sus familiares (…).

“Por los motivos expuestos y otros de carácter afectivo y espiritual es que insisto en mi solicitud y me dirijo a esta instancia con la esperanza de una respuesta positiva”.

Silencio, fue todo lo que recibió por respuesta.

Del francés apatride

Según la página del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el derecho internacional define al apátrida así: “una persona que no es considerada como nacional suyo por ningún Estado conforme a su legislación”. Es decir, personas que no poseen la nacionalidad de ningún país. Las implicaciones que a menudo se asocian a la apatridia están relacionadas con la privación de derechos básicos como identidad legal, acceso a la educación, la salud, el matrimonio, oportunidades laborales, adquisición de propiedades o el libre movimiento al no tener documentos legales.

Entre las causas más frecuentes de la apatridia en el mundo, el ACNUR lista la discriminación por raza, etnia, religión, idioma o género; las lagunas en la legislación en materia de nacionalidad; el desplazamiento del país en el que se haya nacido; la aparición de nuevos Estados y las modificaciones de fronteras; entre otros.

En noviembre de 2014, el ACNUR lanzó #IBelong (#YoPertenezco), una campaña que pretendía poner fin a la apatridia para 2024. Se trazó entonces el Plan de Acción Mundial para Acabar con la Apatridia a partir de 10 acciones que debían ser puestas en marcha por los Estados en pos de resolver y prevenir el surgimiento de otros casos de apatridia en sus territorios. Las diez acciones son: 1) resolver las principales situaciones existentes de apatridia; 2) asegurar que ningún niño nazca apátrida; 3) eliminar la discriminación de género en las leyes de nacionalidad; 4) prevenir la denegación, pérdida o privación de la nacionalidad por motivos discriminatorios; 5) prevenir la apatridia en los casos de sucesión de Estados; 6) conceder el estatuto de protección a los migrantes apátridas y facilitar su naturalización; 7) garantizar el registro de nacimientos para prevenir la apatridia; 8) expedir documentación de nacionalidad a aquellos con derecho a ella; 9) adherirse a las Convenciones de las Naciones Unidas sobre la apatridia; y 10) mejorar la calidad y cantidad de los datos sobre las poblaciones apátridas.

En datos recogidos por el informe Tendencias Globales de Desplazamiento Forzado en 2019, hasta finales de ese año existían 4,2 millones de apátridas en 76 países, incluidas personas de nacionalidad indeterminada. Se estima que, en esa misma fecha, 81.100 apátridas de 26 países adquirieron una nacionalidad, mientras que en la última década la cifra se acerca a las 754.500 personas que han sido reconocidas como ciudadanas de algún país.

La Convención sobre el Estatuto de los Apátridas, adoptada en Nueva York en 1954, es considerada el convenio internacional más completo sobre el tema. Este define los principales conceptos y establece disposiciones generales para garantizar derechos a las personas en situación de apatridia. Por su parte, la Convención para reducir los casos de apatridia, adoptada en 1961, constituye el único tratado internacional diseñado para prevenir el surgimiento de casos de apatridia. Hasta la fecha, 98 países se han adherido al primero y 80 al segundo, con cerca de 20 naciones comprometidas a unirse en 2024. Cuba no se encuentra entre ellas.

Irina*

Llegué a este país con mi hijo en 1989, casada con un cubano y embarazada de mi hija que después nace en Cuba. El primer reto es el idioma, yo no sabía español, y la cultura un poquito diferente: como yo soy de la ciudad y mi esposo de campo, la cultura patriarcal que reinaba me confundía. También el embarazo; me sentía mal permanentemente. Mi esposo se fue a trabajar a Cienfuegos y yo me quedé encerrada, pero tenía un hijo que atender, y también tenía que preparar la canastilla. En el 90 empezó el Periodo Especial, durísimo; el problema económico fue el reto mayor de toda mi estancia en Cuba.

Yo era soviética y sí pensé y planifiqué hablar ruso en la casa. Soñaba con que mis hijos pudieran hablar dos idiomas; en el caso de mi hijo para que siguiera hablando ruso conmigo, y para que la hija que venía en camino también supiera dos idiomas. Ese sueño fue frustrado, primero porque la familia de mi esposo, el papá de mi hija, no quiso hablar ruso, y también por adaptación al medio. Me quedé sola, nadie me apoyó en ese momento.

En esos tiempos turbios, los años 92, 93, no había transporte, no había suficiente comida, todo era caótico. En ese momento, cuando el cambio, yo estaba muy confusa, fueron los años más difíciles de mi vida –tenía problemas familiares; mi familia en la Unión Soviética también tenía sus planes, se enfermó mi hija–. Durante esos años le daban ciudadanía rusa a todos los soviéticos que llegaban a la embajada y decían: yo quiero ser ciudadano ruso; pero yo ni me enteré. Y cuando fui a finales del 93 al consulado –en ese año se muere mi hermana y yo no tenía ni dinero ni papeles para ir a verla– no me explicaron bien cómo podía hacerlo.

También allí había caos: el consulado que se encontraba en Cienfuegos, donde yo tenía mis papeles, y el de Santiago de Cuba, se unieron con el de La Habana, y ellos reconocen que se perdieron muchos papeles. Fue confuso para todos, nadie me dijo nada concreto, nadie me explicó nada, nunca llegó una carta, y en aquel entonces no había Internet; por televisión o radio tampoco dijeron nada, y yo vivía en el campo…

Al año siguiente –es muy duro recordarlo–, fui al consulado y les dije: yo quiero ciudadanía rusa, yo soy rusa de nacimiento, y ellos me dijeron: no, tú no tienes ningún vínculo con territorio ruso, y quien no tenga vínculo con territorio ruso no tiene derecho a la ciudadanía. De hecho, hasta ahora, mujeres que quedaron sin ciudadanía rusa muestran ese vínculo y se la dan [la ciudadanía], poco a poco. Pero yo no lo tengo, y la ley es la ley.

En el 94 mi hermano me mandó información de cómo hacer la ciudadanía kirguisa y, bueno, cada país tiene sus leyes migratorias, y los kirguisos tenían una que decía que yo necesito vivir cinco años en Kirguistán, mostrar papel de dónde yo saco dinero para mantenerme y vivir en Kirguistán, y después ellos deciden si yo merezco o no ciudadanía. No podía dejar a mis hijos menores de edad en Cuba para ir a hacer una ciudadanía kirguisa. Fue imposible.

En el año 2001 más o menos, cuando mi mamá vino a visitarme, yo me di cuenta de que ya me quedé sin salida.

¿Si quiero obtener la ciudadanía cubana? Claro que quiero. Primero porque vivo aquí hace 32 años, aporté a este país, lo quiero, tengo agradecimiento hacia muchas cosas buenas que hay en Cuba.

Cuba me dio el chance de cumplir mi sueño, yo siempre quise ser universitaria, estudié y trabajé aquí y creo que merezco porque todavía estoy aportando a Cuba, es mi segunda patria. Yo adoro a los cubanos, entiendo, comprendo, valoro todo lo bueno que hay aquí, conozco bien la historia del país, tengo amor inmenso, comprensión… Creo que merezco la ciudadanía.

Svetlana*

Yo vine para Cuba casada con el padre de mi hijo; él estudiaba conmigo en Bielorrusia; nos casamos allá y mi hijo nació allá también. Vinimos en septiembre de 1990 para La Habana. Empecé a trabajar en Comunicaciones Marítimas con los barcos rusos y cuando se cayó el campo socialista me quedé sin trabajo. Casi no hablaba español porque en mi trabajo no tenía necesidad de hablar español, se hablaba ruso; todo se volvió muy difícil.

Entonces, como no había casi información, uno no sabía sobre los trámites en la embajada, y cuando fui a renovar pasaporte me dijeron que ya no tenía derecho, que no estaba en los libros –muchos libros se perdieron con el desorden de esos años–. Me preguntaron de dónde vine y me mandaron a la embajada de Bielorrusia, donde me dijeron que tampoco tenía derecho porque yo solo viví allí mientras estudiaba. Me mandaban de una embajada para la otra y no podía resolver por ninguna parte.

En la rusa, por ejemplo, me pedían documentos que, para obtenerlos, tenía que viajar a Rusia, pero no tenía documento para viajar, y me dijeron que, como yo vivía en Cuba, era Cuba quien me tenía que dar un documento de viaje. Fui a una oficina de Inmigración en Playa, al carnet de identidad, y ellos me decían que eso lo tenía que resolver la embajada rusa. Yo explicaba que me pedían documentos para poder hacer los papeles, que yo tenía de alguna forma que salir de Cuba, y me decían que no, que yo no tenía derecho a ningún documento.

Cuando salió la Constitución en 2019, donde dice que se puede obtener la ciudadanía por naturalización, llevé una carta a la presidencia, en la Plaza de la Revolución, y de allí mandaron la carta para el Ministerio del Interior. Del Ministerio del Interior me dieron la respuesta por teléfono: que no había ley, y es verdad, ellos no tienen una ley para dar la ciudadanía, por lo que yo les expliqué que, como la Constitución dice que eso es con el presidente, por eso yo mandé la carta al presidente, no al Ministerio del Interior, y que entonces la enviaría de nuevo con el párrafo de la Constitución.

También he ido al Bufete Internacional para contratar un abogado que me represente, y me dijeron que los abogados no tienen derecho a representar a personas naturales ante el MININT; en el MINREX me dijeron que ellos no tienen nada que ver con eso; en Derechos Humanos me dijeron que ellos no tienen que ver con eso porque ellos solo atienden en Cuba a los refugiados. A los apátridas no.

La ciudadanía la quisiera tener para poder ir a mi país a ver a los pocos familiares que me quedan; quisiera ir a ver a mi hijo, a mis nietos, que solo conozco por teléfono; para tener derechos como cualquier cubano porque si ya vivimos aquí tantos años –más años que en Rusia–, si toda la vida trabajamos aquí, cumplimos con la sociedad, pienso yo que tenemos derechos también.

Slavik, el Ruso

La vez que más lejos había llegado fue por una abogada que logró tratar directamente con Inmigración y Extranjería. Slavik dice que ahí sintió, por primera vez, que sí había una intención de hacerles ciudadanos cubanos a su mamá y a él. Al principio no sabían muy bien cómo proceder, dice Slavik, y eso se notaba en los documentos que les mandaron a reunir: cartas del CDR, de militantes del Partido Comunista de ese CDR, un permiso de su madre –siendo Slavik mayor de edad– para hacerse ciudadano cubano…, cosas por el estilo. Slavik advierte, entonces, que realmente no existía una estructura, un proceder para realizar aquel trámite.

Según la Constitución de la República de Cuba de 1976 –que estaba en vigor cuando Slavik inició su petición en 2010– en su artículo 30: “Son ciudadanos cubanos por naturalización: a) los extranjeros que adquieren la ciudadanía de acuerdo con lo establecido en la ley; b) los que hubiesen servido a la lucha armada contra la tiranía derrocada el primero de enero de 1959, siempre que acrediten esa condición en la forma legalmente establecida; c) los que habiendo sido privados arbitrariamente de su ciudadanía de origen obtengan la cubana por acuerdo expreso del Consejo de Estado”. En la Carta Magna aprobada en referéndum en 2019, la opción de obtener la ciudadanía por naturalización –en ambas se reconoce en primera instancia la ciudadanía por nacimiento–, queda recogida en el artículo 35 en dos posibilidades: a) los extranjeros que adquieren la ciudadanía de acuerdo con lo establecido por la ley; y b) los que obtengan la ciudadanía cubana por decisión del presidente de la república.

En ambas, el inciso a) hace referencia a una ley de ciudadanía complementaria al texto constitucional que no existe aún y que, según una nota de Prensa Latina fechada el 29 de octubre de 2022, se “alistaba” en esos momentos. Aunque el cronograma legislativo de la X Legislatura tiene prevista la aprobación de esa ley para el próximo mes de julio, no se conoce siquiera un anteproyecto a estas alturas.

Para Ahmed Correa, doctor en Humanidades Interdisciplinarias y graduado de Derecho por la Universidad de La Habana, una de las causas de la ausencia de la ley respondería a “lo delicado y complicado” del tema con respecto a la población cubana que ha salido del país, pues es posible que, en el imaginario político del gobierno cubano, una ley como esa abra las puertas a personas “que simplemente no se ha querido que regresen a Cuba en condición de ciudadanos”.

Algo similar sucedería con la no adhesión a los tratados internacionales sobre la apatridia antes mencionados, uno de los cuales –el de 1961– coincide en año con la invasión por Playa Girón, después de lo cual se implementó una normativa (Ley No. 989/diciembre 1961) que directamente despojó a muchas personas de sus derechos como ciudadanos cubanos. “Eso va a permear no solo el ordenamiento jurídico en general o las normativas específicas en materia migratoria, sino la idea de lo que es la ciudadanía en Cuba desde entonces”, explica Correa.

Lo que se encuentra vigente, mientras tanto, es el Decreto Presidencial No. 358 de 1944, conocido como Reglamento de Ciudadanía y que, al responder a la Constitución del 40, se encuentra completamente obsoleto. No obstante, el documento regula la ciudadanía cubana por naturalización a, entre otros, “los extranjeros que después de cinco años de residencia continua en el territorio de la República, y no menos de uno de haber declarado su intención de adquirir la ciudadanía cubana, obtengan la Carta de Ciudadanía con arreglo a las leyes, siempre que conozcan el idioma español”; “el extranjero que contraiga matrimonio con cubana, y la extranjera que lo contraiga con cubano, cuando tuvieran prole de esa unión o llevaren dos años de residencia continua en el país después de la celebración del matrimonio, y siempre que hicieren previa renuncia de su Ciudadanía de origen”. Ambos podrían haber sido aplicados al caso de Slavik.

—Cuando yo entrego todos los papeles, ellos encuentran la ley –o sabrá Dios– y empiezan a mandarme a hacer cosas más puntuales: me declaran que no tenía ciudadanía de ningún lugar, por ejemplo. Donde se traba la pita es en Cárdenas. Allí me hacen un supuesto expediente que yo no vi nunca, pero [que tenía] todas las cartas que ellos me pidieron; y la parte de Inmigración y Extranjería avanzó. Ahí me pidieron un montón de papeles; me [dijeron que] tenían que hacer una prueba de Español e Historia, pero cuando nos ven a mi mamá y a mí (mi mamá estudió Socioculturales aquí en Cuba, y yo, bueno, me gradué de la universidad, hablo español-cubano perfectamente…), [nos dicen que] esas pruebas no hacen falta.

Le orientaron que fuera al Registro Civil de su municipalidad y, frente a un notario, declarara un acta de intención para obtener la ciudadanía cubana. El Registro Civil debía aceptar esa acta, inscribirlo y, un año después, con una nueva acta, Slavik podría solicitar la ciudadanía cubana en un plazo de otros 365 días.

—Supuestamente ya la iba a obtener. Qué pasa, cuando llego a la municipalidad, la municipalidad me dice: “oye, mira, eso es [en el] Registro Civil especial”; “oye, eso no se hace”. Les pido insistentemente que llamen a los supervisores nacionales, pero me dicen que no. A la misma vez, Inmigración y Extranjería me dice: “mira, pídele a la gente de la municipalidad que nos llame a nosotros, a Inmigración y Extranjería de la nación”. Les doy sus teléfonos, les hago coincidir, y ellos no llaman.

Todo quedó allí. Unos años después, la abogada con quien estaba trabajando y que también había intentado ejercer un poco de presión desde la ACNUR, termina su contrato y, aunque siguió orientándole desde una posición extralaboral, ya no era lo mismo. Un buen día, recibió una llamada de Inmigración y Extranjería para preguntarle si él y su madre seguían interesados en obtener la ciudadanía cubana. Slavik se entusiasmó mucho y les respondió que sí, que por supuesto, a lo que la voz del otro lado de la línea preguntó: “¿y no avanza?”. Otro amigo abogado le había recomendado pedir su número de expediente para poder realizar una reclamación desde “lo legal”, y Slavik, dispuesto a recomenzar otra vez, lo solicitó. En Inmigración y Extranjería le dijeron, sin embargo, que los expedientes desaparecían a los dos años y que, por tanto, debía hacerse de uno nuevo.

“Bueno –dijo Slavik–, quiero empezar uno nuevo”. A lo que la persona que le atendía respondió: “No, ahora no se está haciendo”.

Y volvió al principio.

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