Daleysi Moya: Entrevista a Elvia Rosa Castro / ‘El espacio de la curaduría es el ámbito del agón, del diálogo, y de la intranquilidad’
Al igual que “les chiques” de aquella serie fotográfica de Leandro Feal[1], la escritura de Elvia Rosa Castro, su forma de ensayar e instalar la inestabilidad como principio activo de texto e imagen, es una escritura con swing. Hablo de escritura porque me gusta insistir en lo que me interesa, y la escritura de Elvia está siempre en el centro. También porque la escritura es un proceso muy amplio que compete no sólo a la palabra, sino a los modos en que construimos sentido a partir de un lenguaje determinado. Escribir es, entonces, curar (el tema que ahora nos compete), pensar, sentir, fabular, desmontar, divertirse, conectar con el otro.
Elvia dice en esta entrevista que su actitud predilecta es la “epicúrea”, una gestualidad que en ella se vehicula a través de la praxis de desactivar la norma y trufar con indisciplinas el reinado de las buenas maneras. Allá por los primeros dos mil, cuando el mundo de la teoría del arte en Cuba parecía dominado por los tecnicismos, la seriedad y las lógicas argumentativas ultrarracionales (muy masculino todo, by the way), Elvia marcaba su diferencia desarrollando una obra trasminada por la oralidad, la provocación conceptual –no hay que olvidar que es graduada de Filosofía– y una muy particular sensualidad discursiva. Lo haría en la crítica y en la curaduría. Y lo sigue haciendo ahora con El Sr. Corchea. De algún modo, quienes queremos escribir, curar, pensar en libertad somos deudoras de esa irreverencia suya, un posicionamiento que descree de los esencialismos y que busca en lo transitorio e inclasificable su razón de ser.
Eres licenciada en Filosofía y Máster en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Tu producción intelectual y creativa se ha realizado, fundamentalmente, en los territorios de la estética, el arte contemporáneo y los estudios culturales. Has curado muchísimas exposiciones y publicado libros claves para entender el arte cubano de las últimas décadas; además de eso, has trabajo como editora, profesora y, desde el año 2010, llevas el blog El Señor Corchea. ¿Te percibes como una “curadora”?, ¿Te sientes cómoda con esa etiqueta?
A mí realmente lo que me incomodaría es que me acusaran de ausencia de empatía y de ser mala persona. O que soy chea, incluso a mi edad. No me desagrada que me vean como curadora ni que me etiqueten como tal pues ello forma parte indisoluble de lo que hago. Fue a través de la curaduría que comencé a escribir sobre arte y no viceversa, en 1994. Se trataba de Carmina Burana, una muestra personal de Hermes Entenza. Como me autoproclamaba seguidora de Spinoza y sus obras iban de cierto panteísmo, me invitó a curarla. De ahí escribí el primer texto sobre un artista y fue publicado por Rufo Caballero en Revolución y Cultura. Era muy joven y absolutamente desconocida.
¿Qué te ofrece la curaduría en tanto praxis generadora de textualidades y dinamizadora del pensamiento, de los hábitos perceptivos, que no te da, por ejemplo, la escritura?
La curaduría fue la manera más eficiente que encontré para ensayar. Cuando escribes, tú no traicionas el concepto, existe como un deber ser donde se supone que seas estricto y respetuoso hacia él en cierto sentido. Mi intuición entraba –y entra– en cortocircuito con la demostración, así que a veces me frustraba. En cambio, la curaduría de arte me permite especular sin límites y no ser tan literal. Ha sido mi mejor aliada a la hora de poner a interactuar este o aquel pensamiento con el público, de esbozar tesis, o de insertarme en un debate intelectual y cultural, de resistir y de emplazar al poder. Ahora, más lejos del mainstream del mundo artístico y con menos posibilidades de exponer, ensayo maneras nuevas de curar en la fan page de Facebook de El Señor Corchea. Agrupo obras y esbozo núcleos, interconexiones. Pueden derivar en prácticas curatoriales o en temas de tesis para estudiantes de cualquier nivel. Estoy regalando esas ideas. Sería muy egoísta quedármelas.
En uno de sus artículos en El País, y que más tarde versionara para Rialta, Iván de la Nuez decía que “el arquetipo de curador de éxito que emulan las nuevas generaciones no ha necesitado una obra escrita para llegar a lo más alto”, es decir, apunta la irrelevancia creciente de la escritura crítica, o del desarrollo de una producción ensayística, para muchos de los curadores contemporáneos. ¿Es esta, en efecto, una premisa básica para el desarrollo de la disciplina, una actividad que debería ir de la mano de la curaduría, o se trata de una perspectiva demasiado centrada en el componente discursivo del proceso curatorial? ¿Cómo ves la relación del curador con la producción de textos críticos o teóricos?
Las curadurías, hoy en día, son más agenda política que ejercicios intelectuales y culturales propiamente dichos. Hay más sufijo y prefijo que sustancia; más histeria que investigación. No hay eros en la histeria. Veo la imagen del “pensamiento débil” pero en descomposición, sin su significado revolucionario. Sería injusta si dijera que ocurre en el cien por ciento de los casos. No obstante, ahora parece que es suficiente con enfocarte de manera instrumental en lo que es tendencia, plus algunas palabras claves que no deben faltar y tienes éxito inmediato garantizado. Una labor sostenida en esa dirección en Instagram –y esto es literal– te garantiza más éxito que una probada carrera, o incluso que tu aptitud para el debate intelectual, dado que este se va considerando cada día más decadente y de manera muy peyorativa, elitista. Eso, sin entrar a hablar de las relaciones públicas, el lobby, etcétera. Rara vez –o nunca– estos agentes-curadores emergentes o longevos ejercen el ejercicio crítico. Son los curadores de la buena vibra.
Por otra parte, conozco curadores que tienen miedo escénico escritural o demasiado respeto a la profesión de escritor y terminan encargando el texto del catálogo. Son curadores con un pensamiento intelectual súper afilado que le temen a la disertación. Ese autoconocimiento no es algo negativo, al contrario, puede convertirse en base de colaboración con otros colegas. En otro sentido, existen intelectuales que admiro y tengo en un Parnaso y poseen un gusto estético pésimo, conservador y rancio a los cuales jamás se me ocurriría otorgar las riendas curatoriales de algo. Entendiendo a la curaduría como un todo, claro.
El mundo en que vivimos se ha vuelto blando. Violento pero blando, no en balde se ha puesto de moda el epíteto “tóxico”. También es mucho más trans. En tal escenario, la rigidez conceptual o el esquema moderno no tienen mucha cabida. Si recuerdas Game of Thrones por ejemplo, verás que nos anuncia un mundo más soft a pesar de las intrigas, asesinatos, y épicas batallas. Los personajes más populares rompieron con el canon de la belleza y la convención –siendo bellos, pero en otro sentido, uno afectivo si se quiere: Arya Stark, “a girl has no name”, ¡ya en sí eso es sacrílego! ¡En un mundo binario una no name no existe! Tyrion, un enano, un freak. Bran Stark, paralítico y vidente. Incluso el bello John Snow, tiene un nickname suave, manso, que se derrite, es puro y efímero, no dura. En GOT eran las mujeres las duras. Estos cambios de paradigmas también pueden explicarse con la fascinación actual por el animé, por ejemplo, o por la cultura surcoreana.
Qué quiero decir en última instancia: que el lenguaje –y con él la escritura– es patriarcal y robusto, y la realidad se va feminizando y discurre por otro canal, minando a aquel, pero aún no es suficiente. No sabemos cuándo confluirán. Por ahora, en ese glitch de reacomodo de la episteme se asienta, con todo el peso del oportunismo, el no pensamiento y lo no intelectual. El berro por el berro.
Hay más razones, como lo son el descrédito de la teoría crítica, o el propio mercado que sí está dictando. La relación de la curaduría y el ejercicio teórico y crítico es de viceversas, pero no necesariamente confluyen en una misma persona. De todas formas, viendo cómo van las cosas puedo decirte que esa figura del curador a la que aspira Iván, o por la que aparentemente siente nostalgia, ha sido secuestrada y suplantada. Tengo la esperanza de que haya un momento de sosiego reflexivo tras tanta agenda desaforada y cancelación irracional, y vuelvan a confluir no ya en una persona sino en proyectos colaborativos. Pero ya ese será un escenario epistemológico y cultural bien diferente. Después de todo, vivimos en modo memoria RAM, para usar una figura de nuestro caro José Luis Brea.
Posees un estilo curatorial bien personalizado, que conjuga, entre otros elementos, robustas líneas conceptuales con una forma muy fresca, provocativa de decir. Se trata, también, de una praxis a la que le gusta hacerse preguntas sobre los modos en los que las obras tejen sus relaciones en una exposición, y cómo se vinculan con el espectador. ¿Crees que el curador es un autor en el sentido moderno?
No tengo dudas acerca de eso. El curador es tan autor como el que más, incluso no en el sentido moderno sino en otro más abierto y post (o pre…), más trans. El curador, como el autor, son bolsones de resistencia. Soy de la opinión de que el ejercicio curatorial y en consecuencia la exposición que deriva de él es un constante déjà vu, viene del futuro, son gestos heurísticos. Esa capacidad no la tiene a veces una obra per se, necesita la relación con otras y hasta con una idea que la hale, de hecho, adquiere riqueza en esta interconexión y coexistencia. Creo a su vez, y fervientemente, que un palo no hace al monte: es esa polifonía bajtiniana, a la que agregaría al público, la que me interesa y fascina. Justo en ese foco está el eros. De ahí que no me preocupe que, en una muestra colectiva tomemos por caso, haya una que otra obra que no sea top, o sea, como dicen, “menor”. Ella se alinea y otorga sentido al sistema.
Por otra parte, y conectando con la pregunta anterior, el curador trabaja con la obra de otros creadores (los artistas). Anton Vidokle señalaba, a propósito del desempeño curatorial de Roger Buergel en la Documenta XII, que la función del curador no debía sobrepasar la del artista, y se oponía a “las afirmaciones autorales que convierten a los artistas y sus obras en meros actores y accesorios para ilustrar conceptos curatoriales”. ¿Cuáles son los ámbitos de acción de un curador y cuáles sus límites? ¿Debería pensar el curador en términos de “límites” tal y como demandan algunos artistas?
Esa es una opinión esencialista. Ridiculísima. Ese es el tipo de reflexión que dice que un crítico, si no es pintor, no puede escribir sobre pintura. O que se escandaliza cuando el chef Ferrán Adrià es invitado a la documenta. Es una visión del artista como único demiurgo de la realidad ¡y eso es tan rancio! Aquí la empatía es esencial sobre todo con la tesis curatorial, sin excluir el costado personal y la experiencia (no como CV, por tu madre, sino como vivencia actual). El espacio de la curaduría es el ámbito del agón, del diálogo, y de la intranquilidad. El proceso de curaduría es un escenario de pura alteración, de dejar de ser y simultáneamente estar en el lugar del otro. Volvemos a la empatía. Diría que es una relación medio alcibíadesca, medio ebria y erotizada. Hay un personaje al que recurro –mi libro Aterrizaje. Después de la crítica a la razón cínica comienza con él–, Agatón. En el Banquete, dice entre socarrona y ligeramente: “Quieres hechizarme, Sócrates, para que me confunda”. No está muy lejos la relación del artista y el curador. Y es bilateral. Por otra parte, la humildad en ambas partes es clave. En ese tejemaneje la negociación –agón– es vital. En el momento de gestación, lo siento, pero sólo tú estás en control porque sólo tú lo has visto, de visión. Las demandas de los artistas, en mi experiencia con ellos, han sido básicamente fenoménicas. Son manejables y negociables.
¿Cuáles son, de haberlos, aquellos elementos que consideras innegociables en tu trabajo como curadora?
Éticos en primer lugar. Luego está el aspecto “divaje”. La megalomanía. Hablaba arriba de la humildad y no era demagogia. La pretensión y el estrellato es algo que no soporto porque esas actitudes denotan falta de respeto al resto del equipo. Aquí el afecto, como condición primaria, es esencial. Ya con más conciencia femenina, decantaré a los abusadores, no importan cuán excelentes sean artísticamente.
Durante las últimas décadas del siglo XX, y luego de muchísimos años fungiendo como mediadora entre las colecciones de arte y el público, la curaduría comienza a desmarcarse de los modelos convencionales de gestión de la práctica y a interesarse por la experimentación con la metodología curatorial. A día de hoy, sin embargo, siguen prevaleciendo los formatos clásicos de la muestra personal (retrospectiva o no) y la exposición temática, mientras que las propuestas de naturaleza más relacional, de implicación en el espacio público y los proyectos pedagógicos alternativos, quedan circunscritos a la puntualidad de ciertos eventos o festivales. ¿Es viable hablar de una diversificación real de la disciplina? ¿Te interesa este tipo de experimentación con el formato exposición o prefieres enfocarte en otros ámbitos dentro de la práctica?
En los 90 solía hacer el evento La Casa por la Ventana, en Sancti Spíritus. Todo ocurría en la calle y esa sensación de performance infinito, de cuerpo dilatado es insustituible, pero al mismo tiempo inviable de manera sistemática. Ese tipo de evento es muy válido como práctica cultural en sentido general, a la intemperie, fuera del espacio seguro de las galerías e instituciones. La interacción con un público “involuntario” es delirante y muy reconfortante. La disciplina sí que se ha diversificado: una cancha, un jardín, un vivero, un canal de agua, un muelle, por ejemplo, son soportes y escenarios muy válidos para discursar, desentumecedores de un ejercicio que puede y corre el riesgo de volverse fácil y automático. Se suman ahora las plataformas de las redes sociales a las cuales, como sabes, otorgo especial importancia. Las plataformas son una suerte de Potlatch digital con un potencial increíble. Vivir de espaldas a ellas, siento decirlo, equivale a autoexcluirte de un tipo de debate que no aparecerá en los canales tradicionales. ¿Que es intenso?, ¿que el hype es extenuante? Vale, pero puede dosificarse, puedes gestionarlo. Puedes lograr un equilibrio en lo que sería mi aptitud predilecta, que es la epicúrea. Mi vida va por ahí.
El circuito artístico contemporáneo está constituido por agentes de diverso tipo, pero cuyas funciones poseen fronteras lábiles, inestables, en ocasiones intercambiables (curadores, galeristas, productores, gestores, advisors, etc.). Ello genera una suerte de puesta en crisis de la figura del curador o, al menos plantea la necesidad de una recodificación de sus roles tradicionales. ¿Cuál vendría siendo la importancia del curador de arte contemporáneo en la actualidad? ¿Estamos frente a una figura mitológica del siglo XX que, en el ámbito de las dinámicas recientes, es más una nomenclatura útil al sistema (económico, político, institucional) que un agente efectivo de producción de conocimientos, y capaz de poner en crisis ciertos relatos normalizados?
Creo con vehemencia y entusiasmo que el curador puede marcar la diferencia, aunque se deslice por la canalita del sistema. Y es su deber, en efecto, poner todo en crisis. A veces el curador es como el número 9 de área en el fútbol, que está solo arriba esperando balones y anota en el momento decisivo –o no. O a veces es más efectivo cuando se asocia con los mediocampistas y baja a recibir la esférica. Las personas poseen mucha información orbitando a su alrededor y necesitan asideros, curadores en sentido general, canales bien curados, listas de Spotify y Prime curadas, menús bien curados, discursos bien curados. El algoritmo digital –acabáramos– es un nuevo tipo de curador. Sucede de manera similar con el llamado mundo el arte, cada vez más desterritorializado y hasta abrumado no únicamente con lo que le rodea sino con lo que ha producido él mismo. Aquel exceso del que hablaba Norman Brown se ha vuelto hiperreal.
Lo que sí puede y debería cambiar es esa figura tirana e infalible –mitológica como le has llamado– para ser regida, en cierto grado, por aquella idea habermasiana del consenso. Ahora ves con frecuencia curadurías colectivas, un team de curadores barajando una idea. Sería por ahí, con algoritmo mediante, además. Y erotismo resumido en la tríada que se inventó Alexis Jardines una vez: sema-soma-semen. El mundo del arte está cada día más carente de eros.
[1] Serie Tratando de vivir con swing (2006-2008).
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