Laura Capote Mercadal: Entrevista a Damaris Betancourt / ‘Coleccionar pedazos del presente’
Supe de la obra de Damaris Betancourt tan solo hace dos años. En abril del 2022 me regalaron su libro de Diez días en Mazorra (Rialta Ediciones, colección Fluxus, 2021) y desde ese momento sentí mucha curiosidad por saber por qué, durante todos mis años de vivir en Cuba, nunca había escuchado de ella. Más tarde, poder acercarme a su fotografía y contactarla –gracias a una amiga muy querida– ha sido una experiencia en la que he podido observar y experimentar más y mejor una obra que explora “lo auténtico de cada realidad”, como ella misma afirma.
La suya es una poética de nómada, una donde el hecho de “no pertenecer” a un lugar en especial le da la posibilidad de pertenecer a todas partes. De esta manera, su cámara se desplaza de una realidad a otra, con sutileza, para capturar algo más que fragmentos de una realidad en movimiento. Cada fotografía alberga su propia potencia evocadora, borrando a veces los límites entre el presente y la presencia.
La fotografía de Betancourt, como bien ella misma sugiere, no puede ser concebida desde una única forma de linealidad temática o estilística. Tampoco desde una única forma de imaginación geográfica. En sus trabajos podemos hallar tanto imágenes de la arquitectura como paisajes urbanos de España, Roma, Zúrich, Venecia o Múnich; también ha fotografiado comunidades rumanas, senegalesas, judíos de Cuba y, por supuesto, a muchos otros habitantes de la Isla.
Observar la subjetividad en la obra de Damaris, y en particular las fotografías que ha realizado en Cuba a través de los años, es ver cómo construye una poética documental extraordinaria. Se trata de un ejercicio visual que registra cómo el paso del tiempo transforma los objetos, los sujetos, llevando su expresión a otro nivel de realidad, develando lo que tienen de oculto, de luz o de derrumbe. Y es la consciencia de ese constante viaje, de ese proceso que va mucho más allá del clic y el revelado, la que la conduce, una y otra vez, a “coleccionar pedazos del presente”.
En otras entrevistas has comentado que emigraste a Suiza a los 22 años. ¿Cómo crees que ha influido vivir en un país de Europa tan particular como Suiza en tu obra artística?
La distancia es mi gran caudal. Me ha ubicado en una latitud media entre mi origen y mi destino. Después de treinta años fuera de mi país de nacimiento ya no pertenezco a ningún lugar por entero, y encuentro un fuerte sentimiento de pertenencia en muchos sitios. Suiza se sitúa en muchos aspectos en el extremo más opuesto a Cuba; y en otros no. De cierta manera es una isla en el corazón de Europa, una especie de coto con leyes, tiempos, maneras propias y diferentes que el resto de sus vecinos. En esa excepcionalidad roza con Cuba. Por otro lado, aquí vivimos en una democracia directa, donde los ciudadanos tenemos derecho al sufragio no solo para votar por un presidente o partido cada cuatro años, sino también, y bastante a menudo, sobre asuntos concretos que afectan al colectivo. No tenemos un presidente, sino un colegio de siete ministros donde los partidos más votados están representados. Aquí no se trata de imponerse, sino de llegar a un consenso. No hay culto al hombre fuerte, ni al carisma; falta sensualidad y apasionamiento. Hay poco talento para el dramatismo, en cambio mucho para el pragmatismo. En términos de entender la posición del individuo dentro de un colectivo, Suiza y Cuba están a años luz de recorrido.
Por otro lado, en términos particulares, la distancia incita a viajar hacia nuestro interior. Uno comienza a descubrirse de verdad cuando se ve en un entorno diferente. Así he formado mis opiniones sobre mí y sobre los otros, he reconocido mis prioridades y llegado a una forma de ver propia, ni mejor ni peor, pero considero que he tenido mucha suerte, porque además soy autodidacta. He podido formarme bastante libre de los estereotipos, de los acentos y del lenguaje preconfigurado que se nos achaca y se espera de nosotros, los que provenimos de aquella Isla.
Tengo la impresión de que una de tus series más conocidas y celebradas, al menos en lo referente al campo cultural cubano, es Diez días en Mazorra. Pero he visto muchos otros trabajos tuyos, a menudo en el ámbito del documental, sobre la Isla. ¿Se trata de una especie de compromiso personal ese volver una y otra vez a las problemáticas de la realidad cubana?
Cada vez que iba a La Habana a visitar a mi madre aprovechaba para fotografiar. Ya es una necesidad esto de ir coleccionando pedacitos del presente, que espero luego servirán para armar un gran mosaico. Es también una manera de intentar digerir los cambios, sobre todo los retrocesos, que encuentro en cada visita. Tengo una preocupación por lo que quedará de Cuba después. Por otro lado, la percepción generalizada sobre mi país desde hace mucho está pautada por los medios, y por aquellos que se benefician de perpetuar esa imagen bobalicona de una Isla detenida en el tiempo y abarrotada de oldtimers y consignas. No quiero que alguien me imponga una manera de verme y representarme a mí misma. Quiero entender lo que soy y lo que hemos sido antes de ocurrir este naufragio, porque creo que es la única manera de retomar el curso original del viaje.
Como fotógrafa y migrante yo misma, me surgen un par de preguntas, ¿qué impacto tienen en ti las fotografías que tomas? ¿Cómo influye tu condición de migrante en la manera en la que ves hoy en día Cuba, y sobre todo cuando la ves desde el aparato fotográfico?
Como te decía al comienzo, siento que pertenezco a muchos lugares, pero Cuba es mi génesis y allí me encuentro en una conjunción de sensaciones que no se repite en otro lugar. Yo miro a Cuba con profundo dolor. Una de las experiencias más lacerantes es caminar por La Habana sin cámara. La cámara impone siempre una distancia, separa los niveles, es como una esclusa que abre y cierra el acceso entre la realidad y uno mismo. Pero cuando la guardas en el bolso, de pronto esa realidad sin filtros se despliega ante tus ojos y ya no estás componiendo una fotografía, estás mirando. Esa realidad se te viene encima y te hace parte de ella. Si no hubiera nacido allí, sentiría igual, porque humanidad no es una condición supeditada a subjetividades. Hay verdades objetivas y toda pérdida es un sacrificio.
He visto que en tu web que muchas de tus series están agrupadas en la sección de Historias / Story. Ahí están reunidas Las amigas de mi madre, Rebeca, Los pescadores de Senegal, Los judíos de Cuba, Elogio a la orilla, Gente que no conocí, Un verano en Rumanía, entre muchas otras. Puedo notar que, en cada una de estas, a pesar de sus diferentes poéticas, es imposible des-mirar cómo logras transformar y llevar a otro nivel de realidad la subjetividad de la imagen. ¿Cuáles serían para ti, dentro de tu proceso creativo, los detonantes que te conducen al acto fotográfico?
Gozo de cuestionar y replantearme cosas muy a menudo, sobre todo las categorías y los estereotipos. Y como creo que sucede a todas las personas creativas, del debate interior surge una necesidad de expresarse. En mi caso he encontrado para ello la fotografía. Por eso no hay una linealidad en mis temas, me atraen diversas cuestiones y no podría ceñirme solo a determinados asuntos, aunque Cuba es central. Puede ser mi experiencia en Rumanía, mis lucubraciones a orillas de un río, el retrato de un artista durante el proceso de creación, mis paseos urbanos, la reinterpretación del retrato de una flor encontrado entre mis negativos viejos… Me remito a mis reflexiones, a mis sentimientos, cómo ese hecho me afecta y se relaciona conmigo. Así que lejos de mí pretender crear composiciones perfectamente vacías con ínfulas de iconografía. Ya esa etapa pasó. Cada una de esas historias que has mencionado marca el itinerario que he recorrido; son experiencias vividas, lugares en los que he estado. Ha sido un trayecto lento, pero si eres constante y honesto, la retribución es inmensa porque cada descubrimiento es propio.
Me llaman mucho la atención las fotografías que le has realizado a mujeres, desde Las amigas de mi madre hasta los retratos femeninos que pertenecen a otras series. Se pudiera decir que la resistencia es el lugar más femenino. ¿Cómo se representa en la obra fotográfica de Damaris el imaginario visual femenino?
Crecí en una familia donde las mujeres tenían la última palabra. Mi madre y mi abuela eran frontales, valientes y muy femeninas. Para mí la femineidad implica fortaleza, sin eso no lo es. Y ser fuerte no significa imponerse; sino resistir. Por eso quise hacer estos retratos de algunas de las amigas de mi madre, una forma de honrarlas, de hacerlas visibles. Cuba está repleta de personas como ellas: mujeres a secas, sin pancartas, sin adhesiones ficticias, que no se dejan encorsetar en falsas categorías, y que llevan a sus espaldas, sin alardes, sin quejas y muchas veces solas, el bienestar de sus familias, su desenvolvimiento personal, la lucha por sobrevivir. En fin, personas con una gran capacidad para dar amor.
Y ¿considerarías que forma parte de una resistencia?
Para responderte, regreso al tema de la distancia. En el terreno de la fotografía la distancia me ha impulsado a andar por paisajes muy distintos. En especial, en Suiza, a explorar una realidad aparentemente parca y fría, pero cuando te adentras en ella descubres que hay muchos tonos y mucha vida. El camino está hecho de pausas, de cortes, de replanteamientos: lo que antes era para mí extravagante se ha convertido en corriente. Cambiar de escenografía puede ser brusco en el primer momento, pero ahí es cuando tienes que cuestionarte lo que ya te habías “configurado”, y mirar ese nuevo panorama sin predisponerte. Es un ejercicio apasionante y redentor. La realidad es fotogénica en todas partes, porque lo fotogénico no es lo sensacional ni lo estridente, sino lo auténtico.
Durante bastante tiempo varios fotógrafos suizos –es el caso, por ejemplo, de René Burri o Luc Chessex– han desarrollado una relación estrecha con Cuba y sus imágenes. Con ese telón de fondo, ¿cuál ha sido la recepción de tu propio trabajo sobre Cuba en los medios informativos o artísticos de Suiza y particularmente de Zúrich?
Estos dos grandes fotógrafos, entre otros, han contribuido a cementar una estética y un relato concerniente a Cuba que hoy ya es como una doctrina. De ahí que el suizo medio mire a Cuba a través de un catalejo y nos imagine en un ensueño de revoluciones y batallas contra el imperialismo. Cuba es como una Troya moderna, el último escenario de una epopeya. Aun cuando se diría que soy una voz autorizada por ser del lugar y haberme criado dentro de esa realidad, cuesta mucho ser escuchado cuando cuestionas ese ideal, ese estatus de excepcionalidad. Es difícil romper ese encanto. Conocí a René Burri, lo acompañé en varios momentos cuando en 1992 realizaba un reportaje en Cuba para la renombrada revista suiza Du,y también compartí con él aquí. Una magnífica persona, pero aún después de haber estado tantas veces y tener amigos allí, siempre le costó entender, por ejemplo, por qué tantos cubanos emigran.
No vivo ni me asumo como una inmigrante. Mi vida aquí no se ciñe a una categoría en particular, sino todo lo opuesto, pero si alguna vez me siento discriminada, es cuando se me ignora o se me excluye del debate sobre Cuba. Este es un fenómeno sin precedentes, donde gente ajena pretende inculcarte lo que debes pensar sobre tu realidad, que, en efecto, ellos ni han vivido ni conocen.
Cada artista, y quizás cada persona, tiene sus manías y obsesiones, sus influencias y cuentas pendientes, ¿cuáles son las tuyas?
Pasó buen tiempo hasta que yo me convenciera a mí misma de que ya podía llamarme fotógrafa. Así que comprenderás que lo de artista me viene muy grande. ¿Influencias? Miles. Algunas son descubrimientos de un par de días, otras me han acompañado desde siempre. ¿Cuentas pendientes? Yo diría deseos: por ejemplo, estar en Cuba con libertad, acceso y tiempo suficientes para fotografiar todo y cuanto sea valioso como testimonio antes del “hundimiento”. ¿Manías y obsesiones? No sé, pero sí un afán en mi hacer como fotógrafa: mirar, prestar atención; tratar de entender, no de explicar; cuestionar los estereotipos, no contribuir a perpetuarlos; descubrir, no interpretar. La realidad es el germen de fantasía e inspiración más exuberante.
¿Con cuál de las series que tienes hasta el momento te gustaría realizar una exposición personal, y por qué elegirías esa?
La serie que me gustaría exponer es la que tengo en la cabeza. Tengo una relación ambigua con mis fotografías. Cuando las hago, las vivo; pero pasado un tiempo, cuando las miro, hay siempre una tirantez, algo que pudiera estar mejor, algo que olvidé o que se me escapó. Imagino que esto viene de la relación profunda que establezco con ellas, porque lo mismo me sucede con un retrato que alguien hiciera de mí. Demasiado cercano. Entonces, si me preguntas qué me gustaría exponer, idealmente sería la serie que tengo en mente.
He hecho pocas exposiciones. Aquí en Suiza, por las razones que he mencionado antes, mi postura hacia Cuba no abre puertas precisamente. Mi trabajo es poco comercial, y las galerías aquí consideran cubano solo lo que se hace dentro de Cuba. En la diáspora es también difícil porque no soy conocida; más bien una eremita que ha estado largo tiempo haciendo sus cosas hasta que un día comenzó a hacerlas públicas. Nunca me ha preocupado pertenecer a ningún grupo, no tengo esa vocación ni ese carácter. Ahora, si tengo que decidir algo concreto, sería difícil escoger una sola historia. Expondría una selección de mis trabajos que muestre el camino que he recorrido. Mientras tanto me alienta saber que, si un día estos trabajos llegan a tener un valor, pues ya están hechos.
Lo que no intentaría de ninguna manera es hacer cosas solo para agradar a los demás. No fotografío para nadie, no espero satisfacer las expectativas ni las fantasías de nadie. Yo fotografío para aliviarme, para resistir la pérdida, y para trascender.
¿En qué proyectos te encuentras trabajando?
En muchos, cada día es un proyecto.
Publicación fuente ‘Rialta’
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