Nanne Timmer: Conversación con Claudia Patricia / La publicación como pura subversión

Archivo | Autores | 6 de septiembre de 2024
©Selfie / Archivo personal de la autora

Terminamos nuestro dosier ‘Un nuevo arte de hacer cultura: ¿Publicaciones independientes, autónomas o alternativas?‘, comisariado por la ensayista Nanne Timmer, con esta tremendísima entrevista a Claudia Patricia, diseñadora y co-editora del magacín Mujercitos. Magacín que, en su momento, fue un espacio de lucidez y alto voltaje.

En este dossier conversaré con cuatro artistas-editores cubanos: Carlos A. Aguilera, Martha Luisa Hernández Cadenas, Yornel Martínez Elías y Claudia Patricia. Cada uno de ellos es iniciador de un proyecto editorial en la isla: uno de ellos en los años noventa (aunque algunas de aquellas estrategias han sobrevivido en el tiempo) y los otros tres en la última década. Son proyectos muy diferentes entre sí, pero comparten cierto aire de expresión alternativa.

Ninguno de los proyectos puede entenderse desde la lógica institución, ni tampoco desde la lógica del mercado transnacional. Coinciden en cierto posicionamiento marginal para la literatura o el arte que valdría la pena pensar más a fondo. Me pregunto si los cuatro proyectos pueden concebirse como gestos de micropolítica, como performance u obra de arte dentro de un paisaje culturalmente más rígido y organizado desde la lógica estatal por un lado y el mercado por el otro. Y si es así, ¿cómo se dan esos gestos?

Estas iniciativas editoriales ―de minoría además―, lograron conectar o reunir a diferentes artistas y escritores. Es decir: dentro de la labor polifacética que representaron, lograron abrir nuevas redes artísticas más allá del trabajo individual que también contenían. Entonces, ¿hasta qué punto estas iniciativas coinciden o difieren en su ambición de crear colectivos o comunidades y cuál sería el lugar de la literatura y del arte dentro de ellas?

En la proyección material o virtual de cada uno de los proyectos, además, se esconde una reflexión (diferente) sobre la circulación de la cultura. Yornel la plantea desde las artes visuales, Martha, desde el teatro, Carlos desde la literatura y Claudia Patricia desde la gráfica. Todos ellos están dando o han dado un impulso (por muy modesto que sea) a esa circulación y a la cultura en general; lugar que en la actualidad quizás haya que reinventar, ahora que los medios, los lenguajes y los soportes artísticos se están diversificando. Sea como sea, todas estas nuevas y viejas formas en que la escritura se presenta nos hace reflexionar sobre los modos de recuperar, intervenir y revitalizar el archivo que llamamos Cuba.

Esta última conversación del dosier es con Claudia Patricia, artista visual y cofundadora de Mujercitos Magazine (junto al escritor Víctor Fernández). Claudia es una diseñadora gráfica que se mueve en la trinchera del disenso cubano y ha trabajado con el Instituto de Artivismo Hannah Arendt, con Tania Bruguera, Hamlet Lavastida, Carolina Barrero, Luis Manuel Otero, el Movimiento 27N, Justicia 11J, la Red de Editores Cubanos, entre otros. Desde 2021 reside en Brasil.

Cada uno de ustedes armó un proyecto editorial independiente en Cuba en algún momento. ¿Podrías hablarme de ese o esos proyectos, de sus características, desafíos y objetivos?

Mujercitos nació en el 2020, justo cuando la isla estaba en su fase terminal: hambruna, colapso médico, inflación, y violencia política por doquier. Era el momento perfecto para lanzar una revista. Lo hice junto a Víctor Fernández, quien estaba a un año de terminar su condena domiciliaria de cinco años por espionaje y delito contra la seguridad del Estado, una de esas acusaciones tan exageradas y ridículas que el régimen fabrica para mantener a raya a su gente. Mientras tanto, yo trabajaba en el Instituto de Tania Bruguera como diseñador gráfico. En cualquier otro lugar eso sería un motivo de orgullo, pero en Cuba, te provoca un escalofrío, porque así es la propaganda comunista, te distorsionan todo, lo que debería alegrarte, termina por asustarte. Mujercitos creció rápido, nos metimos en problemas aún más rápido, y todo porque practicábamos el escarnio como si fuera un deporte. Nos juntamos con artistas y escritores demasiado geniales para el contexto, como Román Gutiérrez Aragoneses, Juan Miguel Pozo, Laura Lays, Edgar Pozo, Hamlet Lavastida, Carmen Cabrera y Xavier Borges, que empezó a escribir con nosotros a los 17 años. Pero en Cuba, sin dinero, estás destinado a morir. Y eso fue lo que pasó.

Aunque cada proyecto sea muy diferente entre sí, me gustaría saber ¿cuál es el rol que han jugado los editores independientes en la Cuba de las últimas décadas? ¿El término “independiente” es un término válido para ti?

Primero, son invisibles. Tienes que tener una vista de lince para darte cuenta de que los editores independientes existen en Cuba. Recientemente diseñé un logotipo para una red que los agrupa y, Dios mío, no sabía que había tantos grupitos. Pero aun así, sigo sin entender tanta discreción. Segundo, cuando por fin los encuentras, te chocas con un club exclusivo, con los mismos cuatro gatos. Donde quiera las mismas caras, las mismas frases, la misma muela bizca. Al final del día, piensan como oficialistas del independiente, replican los mismos jueguitos de favoritismo, y no son más que el reemplazo natural del mismo sistema. Pero, en ese escenario, Mujercitos es como una naranja en un árbol de manzanas.

Interesante esa voluntad de pensar e imaginar lo diferente. ¿Cuál es esa “mismidad” con la que se quiere romper?

Lo de “mismidad” es esa inercia institucional que muchos editores independientes en Cuba parecen abrazar con cariño. Pero, para que quede claro, Mujercitos no está aquí para salvar a nadie de esa inercia ni para romper con ella. El discurso del “sistema” de editores independientes ni nos interesaba; ni siquiera lo discutimos mientras estuvimos activos. Mujercitos simplemente seguía su camino, con alarde y mucho drama.

¿Y en ese modo de pensar la diferencia, me pregunto si el tema del género o lo queer juegan un papel? Lo digo pensando en el nombre de la revista: Mujercitos. ¿Puedes contarme algo más al respecto?

Tremendo sí. Ahora que lo mencionas, Mujercitos tiene una cualidad irreconocible, está llena de pirateos descarados a discursos estéticos, culturales y políticos, casi como una broma interna. El objetivo siempre fue confundir, subvertir lo predecible en un país donde la predictibilidad es un síntoma de control militar. Tuvimos varios encontronazos con la comunidad LGBT en Cuba por el nombre de la revista. Teníamos columnistas que formaban parte de esa comunidad y aun así fueron cuestionados por colaborar con nosotros. Parte de la estética y cultura que inspira a Mujercitos viene de ese mundo, pero de un mundo LGBT antes de que se convirtiera en una fábrica de banderas y eslóganes. Pienso en Divine, Bret Easton Ellis, Dennis Cooper, Chuck Palahniuk, William Burroughs y el sello Wax Trax! Records. Dennis Cooper, con Try, se atrevió a mostrar las fisuras en la narrativa del matrimonio homosexual y la adopción, y eso le costó amenazas de muerte y el exilio de su propia comunidad. Chuck Palahniuk escribió Fight Club, un libro que es una declaración subversiva de homoerotismo y violencia, pero mantuvo su sexualidad en secreto para que no encasillaran su obra en la literatura gay y así pudiera tener un mayor alcance comercial. Entonces, encontramos la palabra “mujercitos” en la brutalísima revista mexicana Alarma!. Esa revista presentaba historias en las que los travestis o transgéneros eran retratados como quienes rompían hogares y alteraban el orden y, de manera peyorativa, los llamaban mujercitos.

¿Entiendo bien si digo que la revista retoma algo de ese insulto (“mujercitos”) para apropiarselo, resemantizarlo y trabajar desde la identificación con una subjetividad siempre colocada en el lugar de la alteración del orden? ¿Cómo lo ves?

Imagínate esto: Alarma! siempre publicaba fotos de cuerpos descuartizados y accidentes espantosos, y de repente saca estos reportajes sobre los mujercitos. Los titulares eran puro pánico: “¡Nacieron hombres!”, “¡Asquerosa depravación sexual!”, “¿Ya nadie quiere ser hombre?”, “Festines secretos de invertidos”. Y ahí, en medio de todo eso, los mujercitos posando como si nada, elegantes, casi coqueteando con el fotógrafo, que seguro también es el que escribe la nota. Parecía que cuanto más felices y hermosos se veían, más de odio se llenaba el que escribía los titulares. Esa combinación de imágenes y titulares tan contrastantes nos dejó tan locos y confundidos que no pudimos llamarlo de otra manera: Mujercitos. Eso me encantaba como concepto visual, tanto que en algún momento intentamos explorar esa forma de antipublicidad.

©Mujercitos / ArtCover: Douglas Pérez

¿En qué sentido la publicación independiente puede ser considerada también “activismo cultural”?

El activismo cultural murió. Lo que antes era un noble esfuerzo por cambiar el mundo, ahora es solo otra tuerca en la maquinaria de la exclusión. Hoy en día, las publicaciones y medios independientes no solo tienen su única versión de los hechos, sino que lanzan sus relatos como si estuvieran en una batalla campal por el control ideológico. Lo que en realidad es una guerra cultural camuflada de debate. Y en medio del desmadre, el activismo cultural es una herramienta más para disputar el poder, atrapado entre estrategias de fidelización y peleítas por la supremacía pública.

¿Mujercitos no hacía entonces activismo? ¿Era juego, performance, provocación u otra cosa? ¿Dónde entra Mujercitos en relación con el problema que destacas?

Mujercitos no era activismo en sentido estricto. Más bien, era un jugador en la guerra cultural que te describo, metiéndose en el fango de la controversia y el escándalo por puro gusto. Era una publicación que, de manera intencionada o no, sacaba hipocresías y confrontaba a sus lectores con verdades incómodas que nunca salen a la luz en espacios «respetables». En vez de ofrecer soluciones, Mujercitos solo exponía problemas, a menudo de formas que incomodaban tanto a aliados como a críticos. Se movía en un terreno gris: parte de la cultura que criticaba, pero también un agente de su posible cambio. Llamar a Mujercitos solo un juego, una performance o una provocación es simplificar demasiado su papel. Era todo eso y más, un espejo para reflejar las miserias y fallos de la cultura cubana. Su existencia misma pone en duda si el activismo tradicional, con toda su creciente institucionalización, realmente toca las raíces de los problemas sociales o simplemente se limita a manejar sus síntomas de una manera más digerible y menos perturbadora.

Fue entonces un trabajo continuo contra todo tipo de etiqueta, bandera o categorización fija. Por otra parte, veo que visualmente hay en el magazín un bombardeo de emblemas y estereotipos en forma de pastiche. ¿La importancia del diseño gráfico en Mujercitos tiene que ver con esto que digo?

El diseño gráfico no es un lenguaje fijo, es más un dialecto temporal que cambia, se adapta y hasta se contradice. Tal vez la clave no está en lo que mostramos, sino en lo que los demás consiguen ver, en esos detalles que se escapan de cualquier etiqueta. Pero, volviendo a Mujercitos, la idea era ese pastiche mismo, lo que hacíamos era un proceso de destilar lo que nos fascinaba—New Wave, National Lampoon, Do It Yourself— de la cultura popular, especialmente esos íconos que vienen de USA, el enemigo.

¿Cómo te relacionas con el espacio o territorio Cuba? Aparte de referirme a un particular lugar de residencia o enunciación también me estoy preguntando en qué sentido el espacio, el nombre o el territorio Cuba es importante cultural y antropológicamente para tus proyectos.

Ser cubano para mí es como cargar con una cruz, la llevo con resignación.

¿Cómo se relaciona el proyecto con la posibilidad de distribución dentro o fuera de Cuba; es importante la conexión a internet?

Desde el comienzo, nunca pensamos en la distribución física de Mujercitos dentro de Cuba. Llevarlo al mundo físico significaba enfrentarse a un batallón de gente cagada, con toda razón, pero que por miedo al Estado o por sus supuestas “convicciones morales” prefería no arriesgarse siquiera a imprimir algo que en portada podría tener a Raúl Castro siendo sodomizado por Biden. No tenía sentido. En un entorno tan macabro, dependes del mundo digital. Aunque lo digital tampoco escapa del ojo del régimen. Si nos bloqueaban la página web, nos movíamos entonces a plataformas de publicación en línea como Medium. Y para bloquear eso hubieran necesitado mucho más que un cara de palo graduado de la UCI. Sabíamos que el régimen espiaba Facebook y muchos terminaron presos por lo que publicaron ahí. Así que nos mudamos a Instagram, donde el Estado cubano es un dinosaurio, perdido, torpe, sin idea de cómo funciona la cosa.

Al funcionar al margen de la institución, algunos de ustedes de cierto modo se movieron en un circuito underground. Se ha usado alguna vez la expresión “literatura de contrabando” en relación al contexto en el que operan. ¿Te dice algo ese término? ¿Piensas que es adecuado para lo que vienes haciendo o para entender el particular contexto de la isla?

La propia naturaleza del sistema cubano hace que un circuito underground sea prácticamente imposible. En Cuba no hay libertad de asociación ni propiedad privada, elementos básicos para que algo así pueda existir. Más que un circuito, sería una red dispersa, donde cada esfuerzo individual o colectivo encuentra su propio camino para sobrevivir en un entorno hostil y miserable. Llamar a lo que hacíamos “literatura de contrabando” tiene su gracia, es un término que evoca una imagen elegante de ilegalidad, sobre todo sabiendo que nuestras acciones podrían habernos costado años de cárcel, como ya ha pasado antes. Pero “contrabando” sugiere algún tipo de comercio, y Mujercitos nació sabiendo que en Cuba producir, imprimir y vender algo así era un sueño imposible. Imagínate presentarse en la imprenta del Granma, el periódico oficial del Partido Comunista, con nuestro proyecto. ¿Qué nos hubiera pasado? Nos habrían desaparecido antes de que siquiera cruzáramos la puerta, o peor, nos habrían inventado algún delito para que nos pudriéramos en la cárcel. Incluso en el sector no estatal, donde el estigma de ser “gusano” todavía existe, nos negaron servicios de impresión por el contenido de la revista. Intentamos hacer unos pulóveres con el logotipo del PCC alterado con el número 666, que era la portada del artículo “La Castigadora”. Queríamos venderlos para pagar a los autores, pero esos cobardes nos cerraron todas las puertas. Nos bloquearon por completo. La primera vez que logramos imprimir algo, y ni siquiera pudimos venderlo, fue cuando ya estábamos todos fuera de Cuba, exiliados, como parte de un proyecto de INSTAR en Documenta 15. Era un número sobre el canibalismo, y solo entonces, lejos de la sombra del Estado cubano, pudimos hacerlo realidad.

¿El Estado cubano tiene alguna presencia o lo consideraron interlocutor, directamente o indirectamente?

En un régimen dictatorial, la noción de interlocución es irrelevante; todo se reduce al control, a la coerción, no al consenso. Desgraciadamente, tienen una red de esbirros, mal pagados y peor equipados moralmente, que te persiguen hasta que te rompes, te suicidas, te largas del país, o simplemente te desaparecen.

Pero de alguna manera el Estado está presente en el magacín, ¿verdad? Si no como destinatario, como censor u objeto de burla. Me estoy preguntando si con esa forma de sátira se establece –de alguna manera– una relación de interlocución. ¿Existe alguna manera de esquivar la trampa de caer en el discurso de ellos?

Eso está clarísimo, ellos están OMNIPRESENTES. Recuerdo una vez cuando el colectivo de Mujercitos le escribió una carta al dictador Miguel Díaz-Canel pidiendo que nos desterraran a todos. Sí, en ese momento, el destinatario era el Estado. Pero, ¿qué es el Estado sino la fuerza subversiva más grande de todas? No podemos olvidar ni por un segundo que su permanencia no es un accidente. El Estado cubano tiene un control tan férreo sobre la comunicación que no hay espacio para un verdadero binomio de dirección. No te obligan a seguir su narrativa; lo que no deja es espacio para ninguna otra. La trampa, entonces, es anticiparse. Hay que ser tan impredecible y complejo que ellos tengan que adaptarse a ti en lugar de que tú tengas que adaptarte a ellos. Ser un maestro del desvío. No basta con evitar que el Estado se ofenda; hay que hacerlo de manera que los deje más confundidos que molestos.

¿Tú saliste de la isla en medio de esas tensiones con el Estado cubano a las que te has referido antes o no es tu historia personal?

Mujercitos fue la última gota en el vaso, pero en realidad me fui porque mi esposo tenía que irse. A los 17 años lo acusaron de espionaje y delitos contra la seguridad del Estado. Cuando terminó la condena, ya no había margen para más chantajes. Tenía que largarse, y con él, yo también.

©Mujercitos

¿Hasta qué punto lo inter o transmedial tiene un rol protagónico para ti?

Mujercitos es un proyecto de publicación poco ortodoxa, en lugar de seguir el camino trillado, optamos por hacernos entender con una infestación de formatos. Lo transmedial no era solo una estrategia; era la estrategia. Cada cosa que hacíamos estaba pensada para saltar de un medio a otro. Un artículo podía empezar como texto y, antes de que te dieras cuenta, ya se había convertido en una portada, un diseño de pulóver, en un concepto de campaña, un video, o incluso una obra de arte. No éramos solo una revista, éramos un colectivo de artistas. La experiencia de consumo era parte del paquete, una puerta de entrada a un universo donde los escritores y artistas que colaboraban con nosotros no eran simples creadores, sino íconos culturales, casi como leyendas urbanas que se esparcen por las calles.

¿Cómo se relacionan tus proyectos con la memoria, el archivo y la idea de comunidad?

Mediante la persecución. No es que queramos relacionarnos con esto; es que no hay otra opción. Eso te sigue, te acorrala, y no te deja en paz. La memoria y el archivo cubano son esencialmente fichas policiales. Todo lo cultural en esta isla ha sido violado de una forma u otra. La literatura, las artes, la música… siempre llevan las marcas de algún abuso, arbitrariedad y deslealtad. No te relacionas con eso porque te guste; lo haces porque no queda otra opción, porque es lo que hay, lo que nos dejaron.

¿Te identificas más con el término “independiente” o “alternativo”?

Yo me inclino más hacia lo subversivo, porque eso es lo que realmente hacemos. Nos importa un comino si nos llaman independientes o alternativos; lo nuestro es pura subversión, práctica y concreta. Somos el canal por donde emerge ese tercer ser, el que nace de padres que prefieren ver a sus hijos violados, asesinados y secuestrados por coyotes en su camino a USA, antes que verlos transformar su propio país. Un día lanzamos una convocatoria para una columna llamada «El Punk Comunista». No estaba dirigida a adolescentes, pero de repente nos inundaron con propuestas de chicos de 15 a 17 años. Así que «El Punk Comunista» se desvaneció y surgió la versión Junior de Mujercitos. Sabíamos que era solo cuestión de tiempo antes de que el régimen reaccionara, porque lo que estábamos haciendo era más peligroso que cualquier manifestación en la calle. No nos equivocamos. Cuando el director de la Pre Vocacional Vladimir Ilich Lenin, una de las escuelas más importantes de Cuba y donde estudiaban varios integrantes de la revista Junior, se enteró por un chivatazo –porque ahí también salen los chivatos más importantes– no tardó en lanzar su advertencia: «Si atrapo a alguien escribiendo para esa ‘Muñequitas Magazine’, le corto las manos».

Existe una larga tradición de instituciones asociadas al poder, a la burocracia, a lo no independiente. ¿Es posible crear o fundar un instituto, como el Hannah Arendt, por ejemplo, u otros, fuera de esa tradición? ¿Qué diferencia a unos y a otros?

Antes de irme de Cuba, un agente de la Seguridad del Estado me preguntó por qué no trabajaba en un “instituto de verdad”. Esto me dejó claro que sabía que trabajaba en INSTAR. Con esto te digo que el instituto independiente opera sin reconocimiento del Estado. Fundarlo es un desafío monumental, pero no imposible, y su diferencia radica en que opera bajo fuego.

¿Algo más que añadir con respecto al mundo de la publicación independiente en Cuba?

Una cosa importante que, creo, fue hasta cierto punto vital, es que InCUBAdora, sin darse cuenta o no, se encargó de legitimar Mujercitos. Fue el único espacio que archivaba cosas de la revista que, por lo general, pasaban desapercibidas y que para nosotros eran las más importantes. Aguilera tiene un ojo supersónico.