Martha Luisa Hernández Cadenas: Quise ser Rebecca Horn en 1970

Artes visuales | Autores | Teatro | 30 de septiembre de 2024
©Martha Luisa Hernández Cadenas (Martica Minipunto), performance  ‘No soy unicornio’, 2022

Cuerpo-cuerno

El 6 de septiembre de 2024 falleció Rebecca Horn.

Lo supe unos días después, la mañana del 9 o del 10, quizá. Sé que durante todo el fin de semana al despertar y escabullirme de entre las sábanas y las almohadas baratas, volteaba para ver la habitación y lo que veía era la cama colgando del techo. Bastaba con pestañear para que el mueble y la gravedad volvieran al mundo. A este tipo de pensamientos intrusivos les llamo premoniciones, y la mayor parte del tiempo no trato de justificarlos, sino de escribirlos.

La artista que nació en Michelstadt, Alemania, en el año 1944, justo antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, expuso en 1992 en Barcelona, El riu de la lluna. Entre las instalaciones había una cama suspendida que también colgaba del techo.

Cuando pienso en ella, la cineasta, la poeta, la pelirroja a la que nunca vi sonreír, la mujer de grandes ojos verdes que no le temen a las tijeras, solo se me ocurre nombrar al cuerpo-cuerno.

Einhorn/1970

Por los claros de luz que se filtran entre los árboles, se acerca la criatura. Sus pasos, su anunciación, son un desfile casi espectral. Es una mujer con unas correas que perfilan el cuerpo, se distingue una línea blanca de tela entre los senos que va ensamblada al gorro. En la cabeza, un cono afilado e imponente. La criatura es en realidad el unicornio con el cuerno más alargado que hemos visto.

La película filmada en 16mm, en la que el vestuario es ornamentación y a su vez declaración, se titula Einhorn/1970.

Mi proyecto No soy unicornio nació como un poemario inspirado en esta pieza de Rebecca Horn. Quería escribir cien poemas con el mismo título. Quería juntar el deseo, lo inquietante de esa aparición y su carácter onírico con la voz de una especie extinta.

Quise ser Rebecca Horn en 1970 fue el título de la última versión del libro que releo ahora: “The Last Unicorn muge. / El teatro es un paisaje. / El paisaje es tu cabeza. / Tu cabeza es el oleaje. / El oleaje es el ruido y su extensión. / Mientras el mago te convierta en otra cosa, / sobrevivirás al hambre, / ya lo más importante / lo aprendiste con la guerra, / lo fundamental es no tener hambre, / el estómago-cuerno hambriento, / sobrevivirá al amor, / al poder,/ al gobierno,/ al mugir,/ la bestia se salva dentro de sí, / todo comienza en una feria de atracciones, / el gran teatro de los mugidos”.

Einhorn Performances II Gesamtansic | Rialta
©Rebecca Horn, ‘Unicornio’»’, 1970 – 1972 / Fotografía: Achim Thode 

Como me niego a creer que un libro o una obra de arte culminan realmente, los poemas fueron desviándose en entrenamientos físicos y la edición de una película junto a Joanna Montero.[1]

Convivían las imágenes de las ferias de atracciones en Cuba, la celebración por la fundación de una ciudad “real y maravillosa”, las intervenciones en mi barrio de Centro Habana con una máscara de goma de unicornio y la biografía íntima, bisexual, “artista”. De esa manera creaba una bizarra colección con reproducciones del animal más explotado y kitsch que existe. The Last Unicorn, la película de animación, recogía una memoria de infancia o de cierta inocencia ya irrecuperable, y también estaba el trasfondo de la persecución del toro rojo, que servía como metáfora para hablar de la censura en el arte. El unicornio negro, de Audre Lorde, como un canto de lucha, los poemas de una mujer negra y lesbiana que fueron publicados por primera vez en la misma década que se presentó Einhorn/1970: “El unicornio negro no encuentra sosiego / el unicornio negro es implacable / el unicornio negro no es / libre”.

El cuerpo-cuerno en No soy unicornio es una bomba de aire que se estira y encoge en la frente hasta dejar una marca. Ese gesto repetitivo y absurdo sintetiza las ideas de resistencia, ficción o tracción, quizá busca lo que Pencil Mask, 1972, convertir la cabeza en un dispositivo de borrones y ralladuras.

Supongo que tengo una deuda con Rebecca Horn, del tipo de deuda maniática y gozosa, que es el único tipo de deuda que cuenta después de muchos años. Por culpa de ella supongo que imagino camas en las paredes, camas sin tender que rocían líquidos sobre espectadores de museos domésticos, camas que imitan el sonido de un aleteo.

La poesía de un arte que es atracción y disrupción

A sus veinte años, Rebecca se rebeló contra el mandato del padre, lo que significaba rebelarse del lugar de la mujer en una sociedad. Así que se fue estudiar arte en Hamburgo, es llamativo que su primera invitación a Documenta de Kassel fuera en 1972, una fecha bastante temprana de su producción artística.

Cuando a causa del envenenamiento por trabajar sin protección con fibra de vidrio y resinas, estuvo durante un año en un sanatorio, concibió los mecanismos para teatralizar su cuerpo. En ese período esbozó acciones, diseños y modelos que discursaban sobre la espacialidad o la violencia. Incubaba, pensando en materiales más maleables –era capaz de coser tumbada, la turbación que se da entre lo vivo y lo no vivo, lo humano y lo no humano, pares que serán fuerzas canónicas en su poética.

Las piezas denominadas como body art, video performance, arte cinético o las instalaciones construidas a lo largo de su vida me han atraído por múltiples razones, especialmente por el equilibrio entre tecnología y emoción. Pienso en las prótesis para palpar o transformar el cuerpo (Feather Finger. Performances II, 1973; Cockfeather Mask. Performances II, 1973, Feather Instrument; Performances I, 1970-1972, Red Breast; Performances I, 1970-1972Mechanical Bodyfan, 1973–1974). Creó escenas surrealistas que desafiaban la mirada del otro y originaban alteridades desde la identidad.

Es esa teatralidad de Horn la que despierta mi curiosidad, siempre la he percibido como una teatralidad que ilustra toda la imaginería del arte del siglo XX traducida a obsesiones más íntimas. Su obra emerge y convive con un tiempo de agotamiento para el arte mimético o representacional, cuando artistas, colectivos y movimientos de vanguardia se preguntaron por la experiencia del artista y el espectador, o por el presente mismo de la producción artística y el acontecimiento. Es afín al espíritu del movimiento Dadá, del llamado giro performativo, de Fluxus, Zaj, del accionismo vienés, el arte conceptual, o la obra de otras artistas como Carolee Schneemann, Martha Rossler, Marina Abramović. Rebecca Horn ha reconocido su inspiración en autores como Franz Kafka y Jean Genet.

Probablemente sea en el encuentro de lo vivo con lo mecánico que lo teatral en Rebecca Horn nos habla de fuerzas latentes, de formas que no encajan, pero que ella las hace encajar. Cuando borronea sobre las paredes, cuando las palpa con sus extensísimos dedos, cuando acaricia una piel a través de la levedad de una pluma, cuando el abanico se despliega en el horizonte, el cuerpo-cuerno condensa la poesía de un arte que es atracción y disrupción.

Una mujer

En 1993, Rebecca Horn inauguró una exposición individual en el Museo Guggenheim de Nueva York, curada por Germano Celant.

En 1985 las Guerrilla Girls cuestionaron la presencia de las artistas mujeres en el Museo Metropolitano de Nueva York: “Do women have to be naked to gent into the Met Museum?”. En las galerías del museo las mujeres éramos modelos desnudas en las pinturas de hombres. Siempre he creído que Ana Mendieta merecía su exposición personal en el Museo Guggenheim de Nueva York cuando en 1993 decidieron reconocer que existían artistas mujeres.

En los dibujos exhibidos en Labyrinth of the Soul: Drawings 1965-2015 he visto los esbozos de aquellos cuerpos-cuernos tan suyos. La precisión con la que diseñaba posibles composiciones, la coreografía del cuerpo con atavíos juguetones y dibujos más abstractos. Me interesan especialmente los bocetos que ilustran una concentración en lo kinestésico a través de indumentarias, máquinas, mediciones. Fue en el año 2015 cuando la artista sufrió un derrame cerebral y se retiró definitivamente de la vida pública.

La suya es una trayectoria con un reconocimiento justo. Rebecca Horn impartió clases, influyó tremendamente en generaciones posteriores de artistas y la crítica se ha aproximado a sus amplias y multidisciplinares piezas desde los estudios de género o el feminismo.

Nuevas energías empiezan a ocupar el espacio

Cuando supe la noticia de su muerte compartí en Instagram la foto de la mujer con el largo cuerno en el trigo, después, la imagen del traje sin la presencia física. Esta segunda foto comparte idéntica melancolía a la del traje sin cuerpo de Body Fingers. En las perchas de los teatros, los vestuarios son fantasmas, si los miras con atención, se mueven, se caen y hasta tiemblan. Frida Kahlo y su famosa pintura La columna rota, coincidentemente fechada en 1944, inspiraron indudablemente Einhorn/1970. El arte es siempre un influjo de íconos, de traumas, de preguntas autorreferenciales. Bocetos, procesos, formalizaciones, desvanecimientos, un traje colgando de la pared que contiene infinitas preguntas.

Rebecca Horn, entre ciudades cosmopolitas y exposiciones, entre fotografías y palabras, simboliza para mí la posibilidad del cuerpo-cuerno, que es la de un arte del disenso desde la mirada personal.

Leo un poema de su autoría, me quedo en el aliento que dejan sus palabras, su meditación sobre la vulnerabilidad: el goteo, lo invisible, lo que se disuelve. En su descripción nos deja premoniciones, instrucciones para encontrarnos en el amor o el desamor, en el duelo o la creación, en la vida o la muerte: “Nuevas energías empiezan a ocupar los espacios”.

El Hotel El Burdel El Sanatorio

Descamación hasta acceder al interior de la vulnerabilidad.
Las habitaciones del hotel dejadas tal cual, con las camas sin hacer.
Congoja al abrir una de las puertas para
Adentrarse en la zona de los sentimientos.
Rasgar las paredes, dar vueltas en el espacio.
Temor al contacto con el mundo exterior.
Recogerse en una concha de caracol invisible,
Cuidarse del salto al vacío.
Buscar protección en el contacto desesperado con el otro, disolverse.
El tiempo gotea.
Volver a dibujar calendarios hora por hora,
Observar la curva de la temperatura en el interior.
Llegan ruidos procedentes de otras habitaciones.
Uno se queda solo.
Espera.
La punta del cuchillo ya ha atravesado, hace rato, mi nuca,
No necesito sofocar el dolor,
Se disuelve en el río del agua interna.
Intento de sublimar los sentimientos hasta la disolución en destellos de luz.
Nuevas energías empiezan a ocupar los espacios.


Notas.

[1] Una versión inicial de esta pieza se estrenó en Santiago a Mil, 2021.

Publicación fuente ‘Rialta’