Jorge A. Sanguinetty & Rafaela Cruz: Las ruinas invisibles de la Revolución Cubana

DD.HH. | 7 de octubre de 2024
©Un bombardero sobre Alemania, en la Segunda Guerra Mundial / History

La economía cubana continúa deteriorándose mientras quienes gobiernan continúan sin ofrecer solución alguna. Y la decadencia no es solo la del concreto derrumbándose sobre transeúntes desorientados, asfalto ahuecándose en calles disputadas por recién importados autos de lujo y tarecos de los años 50, o metales que se oxidan en fábricas silenciadas. La decrepitud es, además, moral y psicológica y está en los asaltos a mano armada, en el «resolver» obligado de cada día, en el maltrato recibido en cualquier sitio al que se llegue como cliente, paciente o ciudadano.

La insondable incapacidad del Partido-Gobierno para enderezar la isla torcida —torcida por ellos— es difícil de comprender, pero sin dudas, esta desesperante e irresponsable inmovilidad cuando el país está al borde del colapso humanitario, es resultado de una mezcla letal de ideología de izquierdas y egoísmos humanos. Da asco verlos ahí, como gusanos, alimentándose de la descomposición de una nación entera, impávidos, accionando lo mínimo necesario para mantener la poltrona mientras a su alrededor todo se degrada, haciéndose cada vez más difícil reconstruirlo. Tan difícil que empezar de cero pareciera mejor opción.

Aunque las calles y edificios de Cuba no están tan demolidos —aún— como los de Alemania en 1945, nuestra devastación aunque más sutil, ha sido más insidiosa durante estos 65 años de castrismo, porque la dimensión física de esta desgracia se repara relativamente rápido cuando hayan recursos disponibles, pero el alma de la ciudadanía, que es lo más valioso y dañado, es mucho más difícil de rescatar.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes sufrieron enormes pérdidas materiales y humanas pero mantuvieron su memoria y voluntad productiva, esa empresarialidad individual les valió para, como sociedad, recuperarse velozmente bajo condiciones propicias. Sin embargo, seis décadas de castrismo no solo han dejado una Cuba como bombardeada, sino además, cicatrices profundas en el intento de borrar su espíritu emprendedor, la han traumatizado de muchas formas.

Así, convirtieron un pueblo de empresarios de talla mundial y de modestos pero prósperos bodegueros y quincalleros, en una sociedad envidiosa que desprecia al negociante, al «bisnero», al mipymero, y abraza la costumbre impuesta de depender de Papá Estado y Mamá Emigración.

Es lógico, entonces, argüir que reconstruir esta Cuba será bastante más complejo y costoso que lo que fue reconstruir a Alemania. Además, desalienta que, tras casi 40 años tras la reunificación alemana, siga habiendo enormes diferencias económicas y sociales entre las zonas que permanecieron capitalistas, y aquellas regiones que sufrieron el totalitarismo rojo. Lo que nos indica que los efectos del marxismo y su mentalidad antiempresarial son extremadamente difíciles de superar y, probablemente, ya Cuba, al menos durante largas décadas, no logrará ser el país que sería si no le hubiese caído comején al piano.

Y es que las expropiaciones durante toda la década del 60, eliminando puntillosamente la actividad económica privada, tuvo efectos telúricos aún hoy perceptibles.

Cuando «el cliente siempre tiene la razón» quedó obsoleto, las empresas dejaron de estar orientadas hacia los consumidores pues la demanda ya no guiaba a una producción. Ahora es regida por «cálculos» de arrogantes burócratas que se imaginaron capaces de organizar a la sociedad desde sus oficinas climatizadas.

La planificación centralizada intentó (aún sigue intentándolo) suplantar los mecanismos económicos basados en el uso del dinero como herramienta de coordinación de tiempo, oferta y demanda, con el resultado de un consumidor ahora tan pobre que no ejerce demanda alguna, y una oferta gris, mecánica, basada en aplacar malamente las necesidades de los cubanos con los medios más baratos posibles, como a animales en una granja.

Más daño hizo la planificación centralizada en Cuba que toda la flota de B-17 vomitando explosivos sobre Alemania. Esa equivocada y dañina concepción estatalista hace que la reconstrucción de la economía cubana deba ir mucho más allá del capital invertido, para incluir dimensiones como la inteligencia productiva y comercial, algo que dependerá esencialmente del despertar de una empresa privada libre para implantar incentivos de todo tipo.

Más daño hizo el Che en Cuba, estigmatizando los incentivos materiales y sustituyéndolos por diplomas y demás «estímulos» morales, que el Ejército Rojo entre Kursk y Berlín.

Se impone una transición mental que supere esas ideas socializantes tan de moda en círculos ilustrados que odian al capitalismo, inconscientes de que su intelectualoide especie solo es viable cuando la prosperidad creada por el sistema que tanto denostan permite que tantos se dediquen a elucubrar ideas en vez de a arar el campo.

En defintiva, el éxito de la reconstrucción de Cuba dependerá del éxito de la reconstrucción de su espíritu liberal, individualista, emprendedor. Dependerá de cuánto seamos capaces de desintoxicarnos de las taras mentales con las que el castrismo ha infectado varias generaciones. En esa transición, una campaña retórica bien estructurada será fundamental en la batalla ideológica que tendrá lugar en el país, cuando se inserte la Isla en un mundo socialdemócrata que tenemos que tener como objetivo lejano, pero no como camino a seguir.

Como dijo Friedman, se ha de copiar «lo que los países ricos hicieron para hacerse ricos, no lo que están haciendo ahora que ya lo son». Y eso significa, en esencia, Estado pequeño y libertad de comercio.

Publicación fuente ‘DDC’