Adrián Fundora García: La vida de las estatuas: cosmopolíticas de la lucha espiritual en Venezuela

DD.HH. | 11 de octubre de 2024
©El Universo

Tras el anuncio oficial del Consejo Nacional Electoral de Venezuela sobre la reelección presidencial de Nicolás Maduro, después de un proceso electoral en donde el gobierno continúa sin revelar las actas oficiales y las exhibidas por la oposición –y ahora refrendadas por el Centro Carter– demuestran la victoria del candidato Edmundo González Urrutia, la inmediata reacción popular ante las acusaciones de fraude asumió como una prioridad el derribo de las estatuas consagradas al llamado “comandante eterno”, Hugo Chávez Frías.

Unas martilladas; otras haladas hasta el suelo con una cuerda atada desde la cabeza; otras desmembradas y decapitadas; otras empujadas con una multitud de manos juntas y quemadas una vez en el suelo. La mayoría de los medios de prensa cuentan cinco derribos durante las recientes protestas, aunque las estatuas caídas o vandalizadas ya sumaban hasta 2019 un total de once, sin añadir la destrucción de retratos, pancartas, vallas y carteles propagandísticos con la imagen de Chávez. Como resultado: el gobierno convirtió también en una prioridad la custodia de una de las estatuas que quedaron en pie, en Isla de Margarita, con alrededor de una cincuentena de guardias policiales, organizados por anillos de protección.

La mayoría de las interpretaciones vertidas en los medios digitales apostaron por una explicación simbólica sobre estos acontecimientos, articulada desde las cosmovisiones de la cultura occidental, en donde se tiende a mantener la separación entre cosas (materiales e inertes) y humanos (seres con agencias). De una forma u otra, dichas posturas se inscriben en el planteamiento de que el desplome de las estatuas se habría debido a la ruptura del valor rememorativo intencionado del “culto moderno” a los monumentos,[1] ante la carga visual de sus significados políticos, tenidos como símbolos materiales o fetiches políticos del Estado-nación contemporáneo de Venezuela. Esta visión apuesta por que la corporeización simbólica del líder, efectuada mediante la preservación de sus estatuas, podría ser interpretada como una representación o metáfora del mantenimiento del poder gubernamental del chavismo, en tanto ideología hegemónica, ilegitimada después de las elecciones.

Si bien esta explicación no es incompatible con otras y ofrece una interpretación apresurada ante la sucesión de los hechos durante los últimos meses, obvia un aspecto cultural importante dentro de los órdenes diversos de realidades experimentadas por la gente en Venezuela. Después de haber observado una decena de vídeos en directo, de tipo “rituales” online,[2] practicados por venezolanos creyentes en la espiritualidad y el culto de María Lionza[3] a través de la plataforma digital Tik Tok,[4] encontré que el derribo prioritario de las estatuas chavistas –aún antes de tenerse alguna certeza sobre una posible caída del gobierno y a diferencia de otras rebeliones o manifestaciones populares, en donde los monumentos cayeron al unísono o poco después que los regímenes de poder– estuvo estrechamente ligado a las relaciones particulares con las estatuas del grupo de creyentes al interior de esta religiosidad popular.

La conexión política más explícita dentro de estos “rituales” fue un llamado a las manifestaciones pacíficas en las calles, dispuesto como un segundo paso de acción popular, una vez destruidas las estatuas. En otros casos, este orden fue invertido, pero manteniéndose el argumento de que una acción no podría mantenerse en el tiempo sin la otra. Por ende, la toma de las calles en protesta pacífica no resultaría, a la postre, suficiente para romper lo que se dio en llamar el “pacto secreto” de Hugo Chávez para mantenerse en el poder y continuar con una capacidad de agencia política, aún “después de muerto”. Siguiendo este argumento, las estatuas de Chávez en Venezuela no solo representan el poder actual, sino que estarían ontologizadas al quedar “cargadas” con el espíritu del líder que ahí reside y las tiene como cuerpo.

Cualquier validación de los planteamientos anteriores desde un punto de vista del raciocinio occidental de las culturas que han aspirado a la Modernidad, pierde relevancia en contraste con los sentidos que los sustentan. Estos últimos giran en torno a la creación de un orden espiritual de la realidad, con capacidad suficiente para impulsar agencias políticas basadas en acciones concretas, como la movilización de la población para derrocar a: ¿una estatua?

La vida política de muertos y estatuas

La antropóloga Katherine Verdery [5] exploró las formas en que los cadáveres y estatuas de líderes y políticos del antiguo bloque socialista de Europa del Este y la URSS continúan teniendo una vida a través de la política, incluso, durante el postsocialismo. La vida política de los muertos es una forma metafórica y, a veces, más o menos posthumanista en que los líderes, en tanto espíritus de seres humanos ensamblados con piedra y metal, quedan impregnados en la materialidad de las estatuas deificadas, en el ambiente de sus respectivos conjuntos escultóricos sacralizados. Si bien esta autora observó cómo los cuerpos momificados en exhibición y sus reentierros tomaron la forma pública de performatividades políticas bajo el socialismo, el desmantelamiento de las estatuas simuló una suerte de enjuiciamiento y ejecución pública en ausencia del cuerpo del líder.

Aunque esta práctica no es exclusiva del socialismo, las racionalidades estatales de estos sistemas políticos identificaron como una necesidad la interrelación simbólica del hueso con el bronce y la piedra para, mediante la materialización del líder y su nueva corporeización en estatuas de tamaño real o sobredimensionadas, extender temporal y ontológicamente su vida. Al quedar humanizadas las estatuas, los líderes seguirían produciendo una subjetividad activa en la gente –ya sea simulada o afectiva– propiciando así una agencia política teatralizada y accionada a través de reverencias, llantos, monólogos, etc. Citando a Verdery,[6] la particularidad de esta relación en el sistema político del socialismo es que:

Las estatuas son personas muertas, fundidas en bronce o talladas en piedra. Simbolizan a una persona famosa específica y, en cierto sentido, son también su cuerpo. Al detener el proceso de descomposición corporal, una estatua altera la temporalidad asociada a esa persona, llevándola al reino de lo atemporal o lo sagrado, como un ícono. Por esta razón, profanar una estatua forma parte de la historia más amplia de la iconoclasia. Derribarla, no solo elimina ese cuerpo específico del paisaje, como si se quisiera extirparlo de la historia, sino que también demuestra que puede derribarse y ningún dios lo protege [traducción propia]

En Venezuela este ensamblaje humano-estatua se expande aún más por una ruta posthumanista, debido a las conexiones locales con el culto a María Lionza, en donde la intervención directa de los espíritus y difuntos en los asuntos de la vida terrenal es considerada como una forma de agencia legítima y continuación de la vida.

El culto de María Lionza en Venezuela y sus conexiones políticas

María Lionza es una deidad femenina de origen indígena y mestiza, entendida como la “versión venezolana de la Virgen María”[7] y sincretizada con la virgen de Coromoto, la Patrona de Venezuela y otras, como la virgen de Regla, la Candelaria y la Caridad, o las de origen yoruba Oshún y Yemayá. Su práctica religiosa se caracteriza por una gran plasticidad para absorber y reinterpretar influencias mágico-religiosas de ascendencia indígena, cristiana y africana[8] e implica la posesión por espíritus divididos en cortes,[9] entre santos católicos e indígenas, médicos, malandros, próceres de la independencia, políticos y practicantes fallecidos.[10] La montaña de Sorte (Estado de Yaracuy) es uno de los lugares sagrados de prácticas más emblemático en Venezuela.

La mayoría de los estudios al respecto exploran los orígenes culturales y la historia de culto, tratado mayoritariamente en términos de “mito”[11] y en interés de sus aspectos rituales,[12] organización, corporalidades y representación visual,[13] espacialidad, temporalidad y género,[14] entre otros temas. Sin embargo, su identificación con grupos políticos es uno de los aspectos con menos estudios publicados, de acuerdo con la literatura revisada. Una de esas vinculaciones políticas principales es la vocación nacionalista del culto, la cual remite al libertador Simón Bolívar. No obstante, la conexión más importante es que los espíritus participan activamente en la política del país y se pronuncian además ante circunstancias de interés económico y social, ejerciendo sus opiniones un fuerte impacto en los creyentes.

A propósito, Michel Taussig[15] analizó las conexiones del culto de María Lionza con la “voz racional” y constitución “moderna” del Estado-nación venezolano. De acuerdo con su argumento, mientras que las lógicas evangelistas relegaron el culto al ámbito privado, artistas, militares y políticos lo continuaron practicando en secreto, de modo que esta separación no debe tomarse como una oposición sino como una dialéctica o relación de interdependencia que hace del culto una extensión del Estado “moderno” venezolano, con capacidades “mágicas” o “místicas”,[16] en donde existen capacidades de transformación de la realidad con rituales sagrados.[17]

El “pacto secreto” de Chávez

Durante su estancia etnográfica en Venezuela, Roger Canals[18] resaltó un suceso ocurrido en Caracas, el 5 de junio de 2004, cuando la estatua original de María Lionza –esculpida en 1951 y con seis metros de altura– se partió a la mitad, para sorpresa de los venezolanos. Las interpretaciones estuvieron divididas entre los chavistas, que vieron esto como un mensaje de “la Reina” ante el daño ocasionado por la oposición, y los antichavistas, que advirtieron en la forma de partidura en dos bloques una señal divina sobre la polarización impulsada por el gobierno. En ambos casos, el evento era para los venezolanos creyentes una señal divina sobre la fractura sociopolítica de Venezuela. En otra ocasión, Canals presenció cómo en la montaña de Sorte el espíritu de Simón Bolívar tomó posesión de un médium, para expresar su opinión sobre la situación política bajo el chavismo y su descontento con el mandatario al haber utilizado palabras suyas “sin permiso”. A pesar de que otros expresidentes han utilizado al Libertador como referencia en sus proyectos políticos,[19] Chávez presentó el suyo a modo de continuidad del bolivariano,[20] como si hubiera sido poseído por su espíritu. Desde mucho antes de su muerte en 2013, la estampa del mandatario ya estaba incluida en los altares de María Lionza.[21]

Las historias asumidas como verdades en los “rituales” online, oficiados por mujeres en la mayoría de los casos,[22] atestiguaban que Hugo Chávez habría forjado un “pacto secreto” con la diosa.[23] Los lugares señalados variaron entre la montaña de Sorte, el cerro de El Ávila, el Cuartel de la Montaña y los altos de Barinas. Siguiendo estos relatos, la fuerza de este pacto se mantenía en cada una de las estatuas erigidas durante y después de su gobierno, incluyendo las de Bolívar y la réplica de María Lionza. Esta última fue colocada desde 2004 por el gobierno chavista en el mismo sitio en donde se quebró la original, la cual está “desaparecida” desde 2022, durante el gobierno de Nicolás Maduro, generando carpetas de investigación y polémicas por su repentina aparición en la Montaña de Sorte y la justificación de la acción por la Federación Espiritual Venezolana como el saldo de una “deuda histórica”.[24] Las oficiantes señalaron que el propio Chávez habría roto el pacto anterior, tras adquirir compromisos y obligaciones con deidades de la santería cubana,[25] y esto le habría “cobrado en vida” con una muerte prematura. Según esto, la “atadura espiritual” de Venezuela al chavismo como ideología y poder estatal se explicaría debido a los “compromisos incumplidos” con otras deidades y, en especial, con la Reina.

La lucha espiritual

Al comenzar sus discursos, la exdiputada de la Asamblea Nacional y líder actual de la oposición, María Corina Machado, suele reiterar que la causa del pueblo venezolano es también una lucha espiritual. Aunque esta afirmación tiene un sentido interpretativo abierto y religiosamente disputado. Para los cristianos y católicos, quienes acusan a los practicantes de María Lionza de ocultismo, brujería y satanismo, la única guerra espiritual que existe es la de Dios para liberar a Venezuela del “mal” del chavismo, en tanto que acusan a Chávez de haber vendido el país a la brujería. Mientras que en María Lionza, la lucha espiritual o “lucha energética” obra en el sentido de ruptura mágica del “pacto secreto” y de acción política a través de los “rituales de fuerza colectiva”, consistentes en reuniones de grupos colectivos, con diferentes espiritualidades y respetando las creencias de cada uno, para trabajar en común dando “energía” a la meta compartida de una “Venezuela libre”.

Una de las oficiantes de María Lionza insistía en uno de estos rituales, mientras daba sorbos constantes a un tabaco para analizar el humo y cómo este se iba quemando, en que la Reina no tenía un partido político, al igual que Dios, pero eso no quería decir que en sus sus cortes no existieran “espíritus liberadores”, como los caciques indígenas que lucharon en contra del colonialismo y la corte de próceres de la independencia, quienes estaban en desacuerdo con el estado actual de cosas. El llamado más reiterado era a la acción política de reversión: todas las estatuas que le hicieron y construyó Hugo Chávez debían ser destruidas, porque su espíritu estaba dividido en cada una y mientras quedara alguna en pie, esa parte del espíritu se trasladaría hacia las restantes. Este desmantelamiento de estatuas incluía a las de Simón Bolívar y la propia María Lionza, de 2004, debido a que el ánima del Libertador habría sido “secuestrada” cuando Chávez exhumó sus restos en 2010 para realizar exámenes forenses. Según las espiritistas, los ojos de esas estatuas eran “los ojos de Chávez”. Otras afirmaron que las estatuas caídas no iban a derribar al gobierno por sí solas, pero sí contribuían a “romper el pacto” y “debilitar su fuerza espiritual”. A pesar de que los “rituales de acción colectiva” no avanzaron en todos los casos sin que surgieran acusaciones mutuas de “calientes”, “tibios” y “fríos”,[26] escritas en los chats durante las transmisiones, la meta política divina de “hacer por el país ahora” obró todo el tiempo de acuerdo con la reivindicación de una lucha espiritual, basada en la máxima de que “toda obra sin fe, no prospera”.

Los cadáveres políticos del postsocialismo

El hecho de que las religiosidades locales, articuladas desde la diferencia ontológica, potencien formas de agencia política en donde intervengan agentes no-humanos con capacidades de expresión y negociación, es lo que en el marco de las etnografías teóricas y la antropología contemporánea se ha desarrollado como una perspectiva cosmopolítica.[27]Un enfoque relacional que ofrece una manera renovada de analizar los fenómenos políticos, a partir de formas múltiples de existencia y ontologías políticas, las cuales obran en calidad de expresiones y formas de intervención contrahegemónicas.

La caída de las estatuas en Venezuela ofrece una perspectiva cosmopolítica sobre la escala espiritual adquirida por el conflicto político actual. La acción político-espiritual de derribar estatuas funge como un ejercicio de purga o limpia del área; una manera de expulsar al espíritu de su hábitat y derrocar al líder mediante la extirpación para la posteridad de todo lo que este representa. De acuerdo con las conexiones políticas establecidas por estos órdenes espirituales de realidades, la magia aquí es poder y el poder es lo que sustenta, en última instancia, el mantenimiento de la política actual del gobierno chavista. Al estar “vivas” las estatuas, como soporte material del cuerpo ocupado de nueva cuenta por el espíritu del líder, su destrucción equivaldría a una segunda muerte en el plano espiritual e interrupción de su vida política, eternizada a través de la materialidad.

Aunque estas acciones estarían por sí solas lejos de ofrecer alguna certeza sobre la posibilidad inmediata de un cambio de gobierno o predecir cuándo esto se produciría, sostengo que, en cierto orden parcial de la realidad,[28] caracterizado por la llamada lucha espiritual, este cambio ya se produjo en un grupo de venezolanos. Su expresión práctica fueron las acciones políticas del derribo de las estatuas y los “rituales de fuerza colectiva”, encaminados a la negociación cosmopolítica para la ruptura del “pacto secreto”. Un argumento que contrasta con el esbozado por Igor Cherstich[29] en su análisis previo a la Primavera Árabe de 2011, cuando observó que en Libia, la idea de que el gobierno de Muammar Gaddafi llegaría a su fin ya estaba presente, poco antes de producirse el derrocamiento mediante el levantamiento popular. Esta idea se originó, entre otros factores, a partir del quiebre de la creencia popular de que el líder no era humano. Cuando los libios empezaron a criticar, ridiculizar y desacralizarlo mediante su humanización, se suscitó un cambio más amplio en la estética política y su consecuente repercusión en las acciones posteriores que condujeron al derrocamiento final.

Si bien en Venezuela el proceso señalado por Cherstich estaría ocurriendo a la inversa –el hombre que se convirtió en espíritu y materializó en estatuas, en vez del espíritu que se convirtió en hombre– la lucha espiritual entre el oficialismo, la oposición y los espectros con agencias políticas, ofrece una revelación de que las estatuas también parecen haber perdido o disminuido su vida política, debido al rompimiento material de su coetaneidad y derecho al futuro. De manera que la eternidad del comandante fue materialmente interrumpida y devuelta al pasado. Las estatuas socialistas que una vez estuvieron vivas –de acuerdo con los practicantes del culto de María Lionza– ahora aparecen como los cadáveres políticos del postsocialismo, el cual parece haber llegado, paradójicamente, por adelantado ante cualquier posibilidad de cambio o mutación eventual de gobierno, ideología o sistema vigente de poder.


Notas

(*) Agradezco a Cristina Parra González por el impulso para escribir este texto a partir del universo digital.

[1] Aloïs Riegl: El culto moderno a los monumentos, Visor, Madrid, 1987 [1903]

[2] En lo adelante, el término ritual aparecerá entrecomillado al no tenerse la certeza que, en todos los casos, salvo en los “rituales de fuerza colectiva”, se trate de rituales y no de otro tipo de ceremonias religiosas.

[3] En este texto prefiero omitir la referencia hacia los perfiles que transmitieron en directo, así como a los grupos de Telegram y WhatsApp en donde se convocaron los “rituales de fuerza colectiva”. Cabe precisar que estos vídeos tampoco fueron guardados en la plataforma Tik Tok por sus anfitriones, lo que interpreto, además, como una manera de evitar su mayor difusión.

[4] Roger Canals: “Dioses de tarifa plana: el culto a María Lionza y las nuevas tecnologías”, en José Luis Ruiz-Peinado Alonso y Laia Sanmartín Pons (coords.), Mitos religiosos y afroamericanos. Cultura y desarrollo,Centre d’Estudis i Recerques Socials i Metropolitanes, Barcelona, pp. 229-260, 2014.

[5] Katherine Verdery: The Political Lives of Dead Bodies. Reburial and Postsocialist Changes,Columbia University Press, New York, 1999.

[6] Ibídem, p. 5.

[7] Roger Canals: A Goddess in Motion. Visual Creativity in the Cult of María Lionza, Berghahn, New York, 2022 [2017], p. 3.

[8] Daisy Barreto: María Lionza: divinidad sin fronteras. Genealogía del mito y culto, Universidad de los Andes, Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez, Ediciones Dabanatá, Merida, 2020.

[9] Enmanuel Amodio: “Las cortes históricas en el culto de María Lionza en Venezuela: construcción del pasado y mitologías de los héroes”, Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 15, núm. 3, septiembre-diciembre, 2009, pp. 157-168.

[10] María Pollak-Eltz: María Lionza. Mito y culto venezolano ayer y hoy, Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela, 2004 [1972].

[11] Daisy Barreto: “Perspectiva histórica del mito y culto a María Lionza”, Boletín Americanista, 39-40, 1989, pp. 9-26.

[12] Anabel Fernández Quintana: “El baile en candela: narrativas históricas y memoria colectiva en el culto a María Lionza”, Boletín Antropológico, vol. 34, núm. 91, enero-junio, 2016, pp. 131-151.

[13] Roger Canals: “¿Más allá del dualismo? Reflexiones sobre la noción de cuerpo en el culto a María Lionza, Venezuela”, Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, vol. LXVII, n. 1, enero-junio, 2012, pp. 241-266.

[14] Francisco Ferrándiz Martín: “Caleidoscopios de género: cuerpo, masculinidad y supervivencia en el espiritualismo venezolano”, Alteridades, vol. 12, núm. 23, enero-junio, 2002, pp. 83-92.

[15] Michael Taussing: “La magia del Estado: María Lionza y Simón Bolívar en la Venezuela contemporánea”, en Manuel Gutiérrez Estévez, M. León Portilla, G.H. Gossen y J.J. Klor de Alva (editores), De palabra y obra en el nuevo mundo, 2. Encuentros interétnicos., Siglo XXI Editores, Madrid, 1992, pp. 489-518.

[16] Michael Taussig: The Magic of the State, Routledge, London, 1997, p. 125.

[17] Fernando Coronill: The Magical State. Nature, Money and Modernity in Venezuela, The University of Chicago Press, Chicago, 1997.

[18] Roger Canals: ob. cit., 2022.

[19] Fernando Coronill: ob. cit.

[20] Kirk Hawkins: Venezuela’s Chavismo and Populism in Comparative Perspective, Cambridge University Press, Cambridge, 2010.

[21] Michael Taussing: ob. cit.

[22] Para una lectura parcial de género sobre el culto y su construcción de masculinidad, cfr. Francisco Ferrándiz Martín: ob. cit.

[23] Es bastante común advertir en otras historias de origen vinculadas con líderes políticos de otros regímenes, como el caso de Muammar Gaddafi en Libia, de que estos habrían forjado pactos o tratos secretos con poderes sobrenaturales y ocultos.

[24] El “secuestro” de la estatua original, guardada con anterioridad en un almacén en la Universidad Central de Venezuela, es un terreno de polémicas ante las especulaciones sobre la presunta autoría del gobierno en su sustracción repentina, a través de la Federación Venezolana de Espiritismo. Los miembros de esta institución finalmente colocaron la estatua en la Montaña de Sorte, en medio de un acto en donde acudieron autoridades gubernamentales.

[25] El incremento de la santería cubana en Venezuela es parte de un proceso histórico de africanización del culto, registrado desde 1960, pero con una notable expansión a raíz del acercamiento político venezolano con el Estado cubano.

[26] Estas denominaciones se refieren a las personas que están sobre la lucha como “calientes”, las dubitativas como “tibios” y los partidarios del chavismo o “enchufados” por el gobierno, como “frías”.

[27] María Isabel Martínez Ramírez y Johannes Neurath (coords.): Cosmopolíticas y cosmohistorias: una antisíntesis,S.b. Editorial, Buenos Aires, 202.

[28] La parcialidad de este orden de realidad se debe a la postura académica de no descartar la posibilidad de que otros grupos de practicantes de María Lionza estén realizando trabajos espirituales y oraciones en favor del mantenimiento del chavismo.

[29] Igor Cherstich: “The Body of the Colonel: Caricature and Incarnation in the Libyan Revolution”, en The Political Aesthetics of Global Protest: The Arab Spring and Beyond, Edinburgh University Press, Scotland, 2014, pp. 93-120.

Publicación fuente ‘Rialta’