Igor Guilarte: Mimí Bacardí, la escultora olvidada

Artes visuales | Memoria | 1 de noviembre de 2024
©Mimí Bacardí junto a su primer busto de Martí / Foto: Cuba en Europa, 1915 / Archivo del autor

La escultura realizada por mujeres en Cuba tiene sus semblantes más célebres en Rita Longa (1912-2000) y Jilma Maderas (1915-2000), ambas de una maestría, personalidad y legado singulares. Pero mucho antes de que estas tocaran un buril ya la prensa doméstica, e incluso la extranjera —véase el Baluart de Sitges, Barcelona, 7 de septiembre de 1913— hablaban de “una gran esperanza de arte y de la piedra animada, milagro del genio”, en mención a las facultades de la primorosa santiaguera Lucía Victoria Bacardí Cape.

Mimí, que así la llamaban en el seno familiar, acabaría consagrándose en poco tiempo, especialmente en el primer cuarto del siglo XX, como la primera escultora cubana de éxito. Vale precisar que mucho antes otras dos mujeres habían incursionado en dicha rama de las artes plásticas: Guillermina Lázaro, quien a principios de 1883 emplazó en Cienfuegos un busto de Colón encargado por el Ayuntamiento, e Isabel Chappotín (1880-1964), en La Habana; pero estas quedaron aún más sumidas en la desmemoria.

“Es una de las precursoras de la escultura en Cuba; sin embargo, ha sido otra víctima del olvido y, como consecuencia, sus coterráneos apenas conocen la verdadera dimensión de su praxis creadora. Aunque su posición social privilegiada le desbrozó el camino para la práctica artística, también padeció la invisibilización a que fueron sometidas las mujeres por las ideologías patriarcales, desplegando su labor en un entorno donde las escultoras no eran bien vistas; por tanto, ella se convirtió en pionera, siendo la primera escultora santiaguera. Debió enfrentarse a tres circunstancias desfavorables para el ejercicio de su profesión: ser mujer y pretender el reconocimiento como artista, apasionarse por una disciplina considerada por el pensamiento discriminatorio de la época como masculina, e imponer su talento sin que la persiguiera su condición de hija de una personalidad influyente del escenario social e intelectual de la ciudad”, afirma María Teresa Fleitas Monnar, estudiosa de la figura.

En su artículo “Para salvar la desmemoria: Lucía Victoria Bacardí, precursora de la escultura en Santiago de Cuba“, publicado en la revista Arte, Individuo y Sociedad, de la Universidad Complutense de Madrid, la doctora en ciencias y profesora de Arte Cubano en la Universidad de Oriente valora la dimensión de la artista, analiza el repertorio iconográfico de sus piezas resguardadas en el Museo Provincial de Santiago y lamenta que la creadora haya llegado a nuestros días prácticamente ignorada por la bibliografía y la memoria colectiva. “Estudiar su obra —subraya la académica— es reconocer su personalidad artística y humana transgresora, al dedicarse a un arte que había estado vedado a la mujer y en la que ella sobresalió”.

Cimientos

Nacida el 16 de marzo de 1893, Mimí heredó el temperamento librepensador y refinado de sus padres, el político, industrial y escritor Emilio Bacardí, y la benefactora Elvira Cape. Tal vez por esa fibra ingénita, a pesar de recibir la instrucción básica propia de las niñas de su clase social y de pasar la adolescencia en la academia teosófica de Katherine Tingley en Estados Unidos, la Bacardí de tercera generación acabó revelando su sensibilidad artística y temprana vocación por la escultura. Empezó a cultivar el oficio de manera autodidacta, salvo algunas indicaciones de los pintores santiagueros Luis Desangles y los hermanos Tejada.

A punto de cumplir los 20 años, en el verano de 1912 embarcó hacia París para matricular en la todavía hoy acreditada Academia Julian. Con sus exuberantes museos y cafés bohemios, la capital francesa fue amor a primera vista. Bajo la guía de los maestros Landowsky, Bouchard y Laparra, la cubanita ganó en ilustración y método, perfeccionó su laboriosidad y talento; en fin, halló un escenario ideal para su florecimiento. Le bastaron unas semanas para arrancar —con su moldeado “El hombre”— elogios de Landowsky, autor de “La Familia de Caín”, erigido en los jardines de Tullerías, y del “Monumento de los Reformadores”, ubicado en el Parque de los Bastiones en Ginebra. Una imperfecta reproducción fotográfica durante su estadía muestra a Mimí posando en un balcón, peinada a lo garzón y con la cúpula de la iglesia de San Agustín al fondo. Como si flotara, armoniosa, en el ambiente de la Ciudad Luz.

A resultas de su actividad, en abril de 1914 ganó el único premio de un concurso convocado por la propia institución y consiguió que una de sus obras, “Pascualito”, fuera admitida en el famoso Salón Anual de Arte en los Campos Elíseos, caso raro por tratarse de una extranjera. El eco de ambos triunfos inundó redacciones de la prensa criolla, que se deshizo en encomios a la joven no solo por adquirir prestigio entre círculos de artistas galos, sino por haber puesto en escalón tan sublime el nombre de su patria. El Diario de la Marina resaltó que hasta ese momento ningún artista nacido en la isla había obtenido semejante honor. El Fígaro le dedicó hasta una portada. Asimismo, La Esfera de Madrid, y la revista Cuba en Europa celebraron el acontecimiento “demasiado singular”. 

La tronada de la primera guerra mundial en Europa la hizo retornar a su tierra natal cuando soñaba con ingresar en la Escuela de Bellas Artes de París. Para que no perdiera el bagaje de la gira francesa, su padre y principal favorecedor —ella nunca dejó de dedicarle sus laureles— ordenó levantarle a un costado de la casona familiar en Villa Elvira un gabinete de estudio: que no fue otra cosa que un típico bohío cubano. Así de autóctono era don Emilio Bacardí. En aquel taller donde abundaban bocetos, plastilinas, espátulas, escofinas y andamios en anárquica disposición, brotaron de las manos prodigiosas de Mimí las más diversas y exóticas criaturas que anidaron en su mente fecunda.

No tardó mucho para plantar bandera en su patio. El 7 de octubre de 1915 en la exposición anual de Pintura, Escultura y Arquitectura, la Academia Nacional de Artes y Letras otorgó el primer premio de la sección de Escultura a sus obras El suplicio de Hatuey Las tres cabezas del Calvario. El jurado tuvo la unánime certeza de que sólo mediante una atrevida desenvoltura del cincel y un chispeante sentimiento de la autora aquellas piezas podían alcanzar tan mágico realismo. La premiación alcanzó tal resonancia que el periódico santiaguero La Independencia abrió una campaña para que Hatuey fuera vaciada en bronce y ubicada en el pórtico del nuevo palacio de Gobierno Provincial que se preveía construir, pero el anhelo jamás se concretó.

Mujer caudal

A un reportero de El Fígaro que acudió presto a entrevistarla a raíz del premio contestaría: “¿Que si esperaba alcanzar el triunfo? Yo misma no sabría decirlo. A veces sí, y a veces no. Con más frecuencia me inclinaba a no esperar demasiado. Pero, en fin, el arte es una especie de heroísmo, y yo habría ido heroicamente al concurso, aunque alguien me hubiese garantizado que no me tocaría un premio. Mi deber era contribuir, hasta donde mis fuerzas me lo permiten, al esplendor de las bellas artes de mi patria”. También le habló de sus fatigas e inconvenientes para importar los recursos y perfilar las piezas “a memoria” ante la ausencia de modelos.

“Y no por ser galante —apuntaba impresionado el periodista—, sino a fuero de hombre honrado, he de decir que la joven artista posee una viveza de genio realmente encantadora. Tiene aquella sencillez discreta que caracteriza a las mujeres cubanas de la buena sociedad. Se expresa con gracia envidiable; para cada idea encuentra la palabra justa, y cada palabra suya tiene, en el oro de la conversación, como una joya en manos del orífice. Mimí cuenta ahora con veintidós años, pero sus experiencias en la vida del arte corresponden a una edad mucho más avanzada”.

Con el propósito de completar su formación técnica en octubre de 1917 se fue a Nueva York, donde ingresó en las clases de los escultores Robert Aiken y Solom Borglum. En la calle 57 instalaría un estudio también devenido germen de su mundo fantástico. Un año después la Academia Nacional de Artes y Letras volvió a recompensarla, esta vez con el segundo lugar, por su pieza “Francisca”. Estaba en la cresta de su productividad artística. Fue su época dorada, en la que realizó la mayoría de sus obras y pugnó —y venció— entre una decena de exponentes masculinos encabezados por nombres sobresalientes como Rodolfo Hernández Giro, Enrique Valderrama, Esteban Borrero, Juan Barberán y Rolando Motroni.

“Perfil enérgico de romana, ágiles manos que dominan la espátula y el cincel, mirada filosa que desgarra en análisis y construye síntesis, he ahí la silueta de esta joven creadora que es, sin disputa, una de las figuras más interesantes del actual movimiento artístico de Cuba. Ama la vida en acción, la soberbia anatomía que se contrae en la lucha. En el incipiente desarrollo de la escultura en Cuba simboliza el presente realista que lo sacrifica todo a la visión perfecta y humana”. Así la retrató el escritor Bernardo Barros en un artículo publicado por la revista Social (marzo de 1918).

Fue Mimí Bacardí una mujer caudal: culta, moderna, dominó tres idiomas y siempre abrazó las ideas de progreso y valor. Destacaban quienes la conocieron que entre sus dones extraordinarios tuvo el sentido del humor, marcado por una risa lozana y contagiosa. En el acento de sus obras, en muchos sentidos, proyectaba la lógica expresión de su manera de ser. La fluidez y distinción de sus trazos eran comparables con el fervor de sus pensamientos y frases, serenidad y vocación compasiva.

En medio de su auge profesional conoció al médico cirujano y empresario Pedro Grau y Triana, miembro de una distinguida familia habanera. Con él contrajo matrimonio en 1920 y se radicó en El Vedado. Tuvo una hija, Manon, cuyo alumbramiento presentó complicaciones que la pusieron en riesgo de muerte. En la década de 1940 Mimí se retiró a la vida privada y cual alma trémula se escabulló del ámbito artístico, quizás demasiado pronto como mismo llegó a la gloria. Falleció en Miami en 1988, a los 95 años. En 1991 Manon publicaría Lucía Bacardí: escultora cubana, único libro existente sobre la artista.

Catálogo

En el arte de las formas y los volúmenes fueron sus ídolos Miguel Ángel y Rodin. Por esa influencia se sometió a un tenaz aprendizaje, estudió los secretos de la anatomía humana, tanteó los juegos de las luces y las sombras; aprendió a dialogar con el yeso, el barro cocido, el mármol y el bronce; resultó palmaria su adhesión por la estatuaria mitológica, la faunesa. Legó por lo menos una veintena de esculturas registradas; piezas múltiples y cautivadoras, cargadas de simbolismos estético-formales, fulgor de lo cubano, musas de su tiempo. No pocas acabaron destruidas o perdidas. Afortunadamente, algunas sobrevivieron y pueden disfrutarse en el Museo Provincial Emilio Bacardí de su urbe natal.

A continuación, fichamos en síntesis sus obras más trascendentes:

Rostro de Martí (1915): Se trata de un sugestivo busto de yeso patinado que retrata los rasgos del Héroe Nacional con una concepción moderna, pleno de superficies rugosas; la cabeza del Maestro parece un sol pétreo emergiendo del pedestal, con su frente henchida como si fuera a estallarle el pensamiento. Enturbia la imagen, no obstante, algo como un velo sombrío, una pesadumbre humana; quizás la artista amasó el apostólico gesto de quien expresara: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”. De esta, su primer trabajo tras la estancia europea, se hicieron tres copias. (El original puede verse en el Museo Bacardí).

El suplicio de Hatuey (1915): Esta escultura —que le valió el premio en el certamen de la Academia de Artes— representa al cacique taíno a tamaño natural, amarrado a un tronco, la mirada desafiante, rígida la musculatura. Se condensa en yeso el relato dramático de la agonía. Con ese acercamiento a un tema hasta entonces inédito en dicha manifestación artística, Mimí corporizaba su arraigo a la nacionalidad y la historia de Cuba. Al interactuar con la pieza, el periodista Joaquín Navarro Riera, alias Ducazcal, dejó esta nota insuperable: “Reflejando fielmente nuestra impresión, declaramos que la aludida estatua de Hatuey tiene vigor, carácter, aliento de vida y de fuerza. La actitud del indio rebelde en la hoguera es perfectamente humana. El rostro revela indignación, altivez y una fortaleza de ánimo superior al dolor de la carne lamida por las llamas. En el resto del cuerpo, especialmente en la mano derecha, se reflejan las naturales crispaciones de los músculos y los nervios atormentados por el fuego. Conmueve y convence la grandeza moral del patriota mártir, infundida a la materia por las manos creadoras de la artista cubana que ha meditado larga y profundamente sobre su obra, y que, no satisfecha nunca de su labor, como toda artista de alto vuelo y de conciencia crítica, insiste en conquistar la soñada perfección de las creaciones definitivas e inmortales”. (Se exhibe en el Museo Bacardí).

Las Cabezas del Calvario (1915): Conjunto de tópico religioso que también resultó premiado. Estaba compuesto por tres cabezas en yeso patinado: Cristo, Dimas o el buen ladrón y Gestas o el mal ladrón. Lejos de los convencionalismos iconográficos, los personajes no aparecen crucificados, sino solo sus cabezas, con un pronunciado expresionismo al estilo Rodin. (La cabeza de Gestas —a la cual el escritor español Francisco Villaespesa dedicó un poema— se encuentra en el Museo Bacardí).

Francisca (1916): Vaciado en yeso que aborda la temática étnica y la psicología infantil, salpicada con una veta de picaresca criolla. Estremece ver cómo una niña de cuerpo delgado y desnudo queda petrificada por una rana que le sube por la cintura. En el rictus facial y la boca entreabierta puede imaginarse el grito mudo. (Está en el Museo Bacardí).

Misericordia (1916): Grupo escultórico vaciado en yeso que representa a una monja que presta auxilio a un hombre con la cabeza vendada. Encierra una escena de dramatismo y caridad en tanto la mujer dirige sus ojos al cielo, como implorando salvación divina para el herido. Se trata de una alegoría a los horrores de la Guerra Mundial en curso. Con esta pieza de profundo contenido y expresividad en los semblantes participó en el Salón de Bellas Artes de 1917, en el cual volvió a ser la única dama entre ocho hombres. (Se conserva en el Museo Bacardí).

Reposo o Indiferencia (1917): Representación sedente de una mujer, hermosa y apacible, en su majestuosa desnudez; más bien hedonista. La exactitud del modelado y el erotismo implícito evidencian la sólida formación alcanzada por la creadora. La obra estaba en contexto con las corrientes visuales de moda, sobre todo en escuelas europeas, donde era tendencia elaborar desnudos femeninos con rigurosidad exquisita. (Integra la colección del Museo Bacardí).

Los cuatro jinetes del apocalipsis (1919): En septiembre de 1919 la revista Social publicaba una fotografía de la escultora junto a esta obra con la siguiente glosa: “La bella escultora Mimí Bacardí trabajando en su estudio de Cuabitas (Oriente), donde da los últimos retoques a su relieve”. En la imagen se advierten figuras inacabadas surgiendo de la piedra, con torsos desnudos y caras ondulantes; en lo que algunos expertos han hallado semejanzas con el tímpano de “La puerta del infierno” de Rodin. (Se dice que acabó destruida por el terremoto de 1932).

El Tigre (1919): Pieza en bronce de pequeño formato dedicada al influyente periodista y político francés Georges Clemenceau, apodado El Tigre por sus escritos feroces y brillantes. La artista lo recrea en su etapa de vejez, reposando en una butaca, con cierta mueca de agobio en el rostro y un bastón en mano. (Se halla en el Museo Bacardí).

Busto de Sir Lambton Lorraine (1922): El capitán inglés de la goleta Niobe, quien con su viril y humanitaria intervención logró detener la masacre contra los expedicionarios del vapor Virginius, en 1873, quedó inmortalizado en esta pieza de bronce que asombra por la carga expresiva y el lujo de detalles de la indumentaria militar. En marzo de 1922 el busto sobre un pedestal fue inaugurado con numerosa concurrencia en la entonces Avenida Lambton Lorraine, más conocida por La Alameda. Presumiblemente sería la primera obra de la artista instalada en un espacio urbano. (Se mantiene emplazado en el parque de La Alameda).

Faunesa (1922): Concebida, como en otros casos, para adornar una fuente en la quinta familiar Villa Elvira. Era una especie de mujer con cuernos de cabra que se hallaba sentada desnuda sobre un surtidor. El políglota Fernando Ortiz, asiduo de la casa, citaría: “la figura selvática de una faunesa que Mimí, por la magia de su arte vigoroso, tiene ya aprisionada en los perfiles escultóricos del barro”. Ella también sería una promotora notable de la escultura ornamental para fuentes y jardines residenciales. En esa línea ejecutó además “El espíritu de la fuente”, “Sileno” —para la casa del gobernador Barceló—, “El nacimiento de Eva” y “Pascualito”. (En todos los casos terminaron desaparecidas. Se conocen por fotos).

Medallón funerario de Emilio Bacardí (1925): Medallón broncíneo en altorrelieve que muestra a don Emilio de perfil derecho y adorna una de las caras piramidales de su tumba en Santa Ifigenia. Fue fundido en Estados Unidos por la Gorham Co. Founder. Años después, en 1945, Mimí volvería a modular una mascarilla de bronce del padre, esta vez incrustada en una piedra monolítica tallada como parte del monumento que la revista Acción Ciudadana erigió a la memoria del gran alcalde y mecenas santiaguero. (Continúan en sus ubicaciones originales).

El espíritu de la fuente (1927): También llamada “El Silbador”, es una estatua en bronce de 152 centímetros que recrea una figura masculina mutilada de brazos en el preciso instante en que parece inclinarse hacia adelante, en pose medio fisgona, como para silbar o susurrar algo. Una curiosa foto de 1921 deja ver una escultura bastante similar a esta, solo que de yeso y con ambas extremidades superiores, ubicada en uno de los corredores de la mansión familiar. (Está en el Museo Bacardí).

Publicación fuente ‘OnCuba’