ODC: La Bienal, otro circo del hambre
Desde el 15 de noviembre y hasta el 28 de febrero de 2025 se celebra en Cuba la XV Bienal de La Habana bajo el eslogan “Horizontes compartidos”. Dirigido por Nelson Ramírez de Arellano, también al frente del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, el evento incluye exposiciones conmemorativas en espacios oficiales como Casa de las Américas, la Casa Simón Bolívar, la Fábrica de Arte, el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales y la estación cultural Línea y 18. Según el comité organizador, la Bienal se inaugura y clausura en fechas coincidentes con el aniversario 505 de La Habana y la fundación del Centro Wifredo Lam, respectivamente.
En el programa de rigor toman parte 172 artistas cubanos y 230 extranjeros provenientes de México, Venezuela, Perú, Brasil, Colombia, Mongolia, Turquía, Irán, Alemania, Austria, Japón, entre otros países. La sección teórica, coordinada por Jorge Antonio Fernández Torres, director del Museo Nacional de Bellas Artes, incluye a 40 ponentes de 15 países y se enfoca en “la inclusión de saberes más allá del arte”. Desde las palabras de inauguración, los organizadores aseguraron que la Bienal en sí misma “es una acción de descolonización de los pueblos del Sur” y que, aunque “ha transitado durante cuatro décadas por muchas dificultades”, se realiza “con un capital de amor, perseverancia y esfuerzo (…) un ejemplo de solidaridad con el pueblo y la cultura cubanos”. Por ello, afirmó Ramírez, “es una parte inseparable de la cultura nacional y es indispensable para el país que se construye”.
¿Un festival de arte en medio de la multicrisis nacional?
La Bienal de arte en La Habana inicia a menos de un mes de un apagón masivo de más de 48 horas por falta de reservas nacionales de combustible y el colapso de la infraestructura energética; un sismo de 6,8 de magnitud que estremeció el oriente del país; dos huracanes devastadores con rastro de muerte, pérdida de inmuebles y deterioro del sistema agrario; además de los efectos negativos de la sostenida inseguridad hídrica, energética y alimentaria, entre otros impactos.
Con la Bienal en curso, miles de cubanos sufren cortes de electricidad de entre 4 y 12 horas diarias, no cuentan con combustible limpio para la cocción, no disponen de agua corriente, no tienen acceso a medicamentos indispensables ni recursos o atención digna en los hospitales, llegándose a los extremos, en días recientes, de suspender varias jornadas laborales y educativas. Entre inauguraciones, brindis, visitas guiadas y cortejos, las necesidades más básicas y urgentes de la población cubana continúan sin ser atendidas. En la misma jornada en que los focos se encendían para agasajar a los artistas invitados, varias provincias del país recibían no más de cinco horas de electricidad. Mientras las autoridades piden a los ciudadanos mayor compromiso político ante la austeridad, más sacrificio y “resistencia creativa”, el gobierno dispone festejos que requieren de los mismos insumos ausentes en las casas cubanas.
Represión y extrema pobreza
Según el último informe del Observatorio Cubano de Derechos Humanos, a las puertas de la Bienal, se contabilizaron hasta 252 acciones represivas contra el descontento popular en medio de la prolongada emergencia humanitaria. Su último informe sobre el estado de los derechos sociales registra que la extrema pobreza en Cuba escaló al 89 % y la desaprobación del Gobierno al 91 %, cinco puntos más respecto a 2023. En medio de esta profunda crisis multifactorial, el Gobierno cubano ha avanzado lo que se reconoce como políticas neoliberales, con un amplio recorte de subsidios y el encarecimiento de servicios básicos, actualmente colapsados. Una encuesta nacional aplicada por Food Monitor Program muestra que más del 86 % de los cubanos ha perdido acceso significativo a los alimentos básicos, por lo que más de la mitad de los entrevistados recurrieron a recortar una de las tres tomas fundamentales de alimento diarias.
Ciertamente, en policrisis se acumulan, se entrelazan y se agravan múltiples crisis (sociales, económicas, financieras, ambientales, migratorias, etc.). En estas condiciones podría debatirse la pertinencia de organizar una bienal de arte, o en general del acceso a la cultura por encima de otros derechos socioeconómicos. Frente a la pérdida de vidas humanas, desaparecidos, heridos, miles de inmuebles destruidos y cosechas perdidas, ¿cuán pertinente puede llegar a ser un festival cultural? Frente al deterioro de la vida y el aumento de la vulnerabilidad —donde una jubilación mínima no alcanza para comprar 15 huevos, un kg de frijoles o una bolsa de leche—, ¿cuán adecuada es la designación de recursos para una bienal de arte? ¿Puede exponerse como altruista un gobierno que ofrece una “fiesta de las artes” mientras se demuestra profundamente negligente y desinteresado ante la pobreza de la sociedad que supuestamente representa?
La interseccionalidad y la transversalidad de los derechos económicos, sociales y culturales son fundamentales en la elaboración de políticas democráticas. La convergencia de estos derechos crea acceso y oportunidades a programas, servicios y plataformas para la incidencia de una vida digna. Según James Scott en Los dominados y el arte de la resistencia (1985), allí donde esta sinergia se fragmenta y se manipula, el sufrimiento, la desigualdad y la miseria de los marginados es testimonio del control, la represión y la negligencia institucional.
Romantización y camuflaje del sufrimiento cubano
La XV Bienal de La Habana no está dirigida, como afirman sus organizadores, al “bien del pueblo cubano”. No son de su interés los derechos culturales de los cubanos de a pie que, sumidos en la incertidumbre y despojados de los elementos constitutivos de una vida digna, pueden siquiera imaginarse visitar una galería. Un ejemplo de ello lo ofrece la obra Nube de madera, del artista alemán Martin Steinert. Con ocho metros de alto y diez de diámetro, se localiza en una de las plazas más céntricas de La Habana Vieja. La instalación estaría pensada para que los viandantes plasmen sus deseos y aspiraciones y, en medio de la realidad que viven los cubanos, este propósito no se ha hecho esperar. Los mensajes dejados en la madera rezan ambiciones como “mi viaje”, “una Cuba libre”, “que el salario me dé para vivir”, “un país que vuelva a reír”. Frente a la propaganda cultural oficialista, los cubanos también han dejado su sentir en las redes con publicaciones como: “la Bienal no se come, ni abastece de energía los hogares”, “¡Qué locura, con Cuba hundiéndose!”. Se entiende entonces que estos tres meses de festejos entre ruinas son parte del mismo circo, orquestación y apariencia de normalidad con que el Gobierno cubano instrumentaliza la cultura y el patrimonio nacional, pero también llega a ser plataforma de la revictimización impuesta a los ciudadanos en forma de supuesta resistencia y alteridad.
Así como no es posible reconstruir un país ante la violación sostenida de los derechos a la alimentación, al agua y al saneamiento, a la salud, a la vivienda, a la educación, a la seguridad social, al recurso efectivo, tampoco puede ignorarse la realidad “rescatando” la cultura a través de la mediatización y la comercialización que interesa al poder político. Los intentos de hacer pasar el actual festival por un concilio de solidaridad y colaboración entre los pueblos del sur para con Cuba, no pueden ser tomados en serio siquiera por las mismas políticas autócratas que privan de autonomía al ámbito cultural. Incluso así, las autocracias tienen debilidad por reducir la cultura a un festival mercantil y clientelista; de ello da cuenta, por ejemplo, el análisis realizado recientemente por el ODC sobre el Foro Internacional de Culturas Unidas celebrado en St. Petersburgo hace dos meses, o el pasado congreso de la Uneac.[1]
Prisioneros políticos
Otro elemento que contribuye a derrumbar el supuesto altruismo y diálogo de la Bienal actual es la existencia de más de 1000 prisioneros políticos en Cuba, entre ellos creadores críticos. Evidencia incómoda, e insoslayable, es el proyecto Fe de vida, del artista encarcelado Luis Manuel Otero Alcántara, quien con ayuda de colaboradores publicó en sus redes una invitación pública al penal de máxima seguridad de Guanajay. LMOA dejó a disposición los números de la Dirección de Establecimientos Penitenciarios del Ministerio del Interior para que los interesados puedan organizar una visita a su celda e interactuar con las obras que ha realizado en estos más de tres años de reclusión. Justo por la ingenuidad del gesto, LMOA pretende mostrar la soledad del vulnerable entre la parafernalia institucional de la Bienal.
¿Un festival de arte en autocracia?
Limpieza de imagen
La celebración de festivales culturales como lavado de imagen y reforzamiento de la identidad oficialista no es una estrategia novedosa. Eventos como el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar durante el Chile de Pinochet; el Festival Internacional de Folklore en la Argentina de Videla; el Festival Mundial de Artes y Cultura Negras en la Nigeria de Obasanjo; o los Festivales del Kuomintang en Taiwán durante la Ley Marcial dan cuenta de ello. Otros ejemplos en autocracias actuales convienen en reforzar esta metodología, como el Festival Internacional de Cine de Beijing o el de Fajr; el Festival de Verano de Damasco; el Festival de Cine de Crimea; el Festival Internacional de Teatro de Caracas o incluso el Carnaval de La Habana han sido criticados como distracción a la violación de los derechos humanos cometidos por sus mismos gobiernos “mecenas” del arte.
La XV Bienal de La Habana no deja de ser otra cortina de humo para recrear de forma artificial la autonomía creativa y social que reza como base conceptual del evento. Según sus comisarios, la Bienal ofrece “una propuesta basada en el respeto a la diversidad y el trabajo solidario desde la mediación, la colaboración y la transdisciplinariedad entre creadores y manifestaciones artísticas”. Sin embargo, olvidan deliberadamente el historial de censura y represión de la política cultural cubana en legislaciones como el Decreto-Ley 349 (restringiendo la autonomía artística), o la Ley no. 128 de 2019 sobre los símbolos nacionales (condenando cualquier expresión de crítica a las autoridades y “patriarcas” políticos). Estas son, entre otras leyes de confinamiento del derecho cultural, muy similares a las aprobadas en los últimos cinco años por autocracias como Arabia Saudita, Rusia, China, Venezuela y Nicaragua.
Financiación
En un escenario económico arruinado y en el contexto de mayor represión desde 1959, las autoridades culturales cubanas no utilizan únicamente las instituciones como fachada y al pueblo como experimento. La limpieza de imagen no termina en el despliegue de obras que interactúan románticamente en medio de la precariedad, sino que la propia Bienal es un canal de extracción de capital extranjero y de financiamiento para el Gobierno cubano allí donde otros servicios, como el turismo, se han limitado. La comercialización de la cultura ha venido instrumentándose en Cuba desde alianzas estratégicas y el diseño de servicios culturales por agencias turísticas que venden “experiencias” en festivales como el que nos ocupa.
Ante lo expuesto, el ODC se pregunta qué “defensa del arte”, “reflexión artista-público” o “descolonización y resistencia” puede convivir en un contexto cerrado políticamente y desangrado en lo económico, donde se persigue y condena la libertad de creación y expresión allí donde resulte incómoda a los designios estatales, donde el arte se vuelve objeto de mercado vendido al mejor postor y las colaboraciones son vehículos de pactos opacos y clientelistas.
El ODC cuestiona al Gobierno cubano la celebración de una bienal artística oficialista y excluyente, sin haber respondido correctamente a la emergencia sanitaria y a la debacle socioeconómica presente en el país. Exige asimismo un compromiso político real para remediar la austeridad que viven los cubanos y el impacto desproporcionado que provoca en grupos desfavorecidos, vulnerables y/o marginados.
El ODC reclama velar por la interdependencia de los Derechos Humanos y recuerda que, para hacer valer los derechos culturales frente a la emergencia socioeconómica, el Estado cubano debe tomar medidas urgentes ajustadas a las prioridades y preocupaciones sectoriales en cada territorio en la Isla. El ODC demanda transparencia en la gestión de recursos, sobre todo en el destino de ingentes cantidades de donativos recibidos por el Estado sin que se conozca su carácter y distribución.
El ODC invita a revisar las formas de colaboración que galerías, curadores y artistas extranjeros establecen con el Gobierno cubano en ausencia de coherencia y ética sociopolítica. Para ello recuerda la existencia de evidencia clara respecto a la vulneración de derechos socioeconómicos, culturales y políticos, cuya interdependencia respalda el criterio de prevalencia y consolidación de la crisis sistémica de un modelo irremisiblemente agotado.
Nota:
[1] Ver más en: https://hypermediamagazine.com/sociedad/cuba-aliada-de-la-hegemonia-cultural-rusa/
Publicación fuente ‘Observatorio de Derechos Culturales’ / Hypermedia magazine
Responder