Joseph Tahbaz: Desmitificando las UMAP: La política del azúcar, el género y la religión en la Cuba de los años 60
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Introducción
El único testimonio de terceros sobre los campos de la UMAP proviene del periodista canadiense Paul Kidd, quien fue expulsado de Cuba el 8 de septiembre de 1966. (1) El Ministerio de Relaciones Exteriores cubano alegó que Kidd había escrito artículos críticos de la Revolución cubana y había tomado fotografías de cañones antiaéreos visibles desde la ventana de su habitación de un hotel en La Habana. (2) Paul Kidd acababa de regresar de un viaje no autorizado a Camagüey, donde “tuvo la experiencia única… de rastrear un campo de trabajos forzados escondido en los exuberantes campos de azúcar del centro de Cuba” (Kidd 1969, 24). Lo que Paul Kidd encontró por casualidad fueron los “campos… conocidos simplemente como UMAP” (24).
Durante casi medio siglo, los historiadores han omitido casi por completo los campos de la UMAP de la historia cubana, mientras que los exiliados cubanos han denunciado a la UMAP como campos de concentración. (3) La escasa literatura actual sobre los campos de la UMAP ha incorporado exclusivamente las experiencias de los internados homosexuales y ha caracterizado los campos únicamente como un ejemplo de vigilancia de género. (4) Este artículo sostiene que las UMAP no eran una franja de la política revolucionaria dirigida a una pequeña parte de la población, sino un componente integral y multifacético de las aspiraciones económicas, sociales y políticas de la Revolución cubana. En primer lugar, las UMAP eran un medio para reprimir elementos insuficientemente revolucionarios de la sociedad civil, como los grupos religiosos y las sociedades secretas. En segundo lugar, las UMAP constituían la franja extrema de un espectro matizado de trabajo forzado y no remunerado que era central para los objetivos económicos de la Revolución. En tercer lugar, las UMAP buscaban “corregir” a quienes exhibían una masculinidad revolucionariamente impropia y discriminaban no sólo a los homosexuales, sino también a los afrocubanos. Por último, aunque los hombres homosexuales ciertamente sufrieron un trato horrible en los campos, la historia debería recordar a los testigos de Jehová como las víctimas de la peor brutalidad en los campos de las UMAP. Al mismo tiempo, sin embargo, las experiencias de la diversa gama de internos de la UMAP –desde sacerdotes católicos hasta hippies, pasando por artistas e intelectuales– no pueden generalizarse en una única narrativa sobre los campos de concentración. En cambio, los campos de la UMAP cumplieron muchas funciones diferentes y tuvieron muchos significados diferentes. Debido a que un tema de esta naturaleza es casi imposible de estudiar en Cuba, los argumentos expuestos en este artículo se basan en fuentes como periódicos cubanos, memorias de los campos y entrevistas con exinternos.
Operaciones
Las UMAP, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, eran campos de trabajo forzado agrícola operados por el gobierno cubano entre noviembre de 1965 y julio de 1968 en la provincia de Camagüey, en el centro-este del país. (6) Dos años antes de que los primeros internados fueran enviados a los campos de las UMAP, el gobierno cubano publicó la Ley 1129, que establecía un SMO (Servicio Militar Obligatorio) de tres años (7). Con el pretexto del SMO, aquellos considerados no aptos para el servicio militar regular eran enviados a los campos de las UMAP. Dos ex agentes de inteligencia cubanos han estimado que de aproximadamente 35.000 internados de las UMAP, (8) unos 500 terminaron en pabellones psiquiátricos, 70 murieron por tortura y 180 se suicidaron (Fuentes 300–3; Vivés 238). Las personas internadas con mayor frecuencia en los campos eran religiosos (fanáticos religiosos) y hombres homosexuales. (9) La gran franja de internados incluía testigos de Jehová (Ros 191), adventistas del séptimo día (Blanco 73), católicos (Cardenal 293), bautistas (Muñoz; Blanco 73), metodistas (Yglesias 295), pentecostales (Blanco 87), episcopales (Blanco 73), practicantes de la santería (Santiago), miembros de Abakuá (Santiago; Izquierdo; Llovio 151; Cabrera 164), miembros de Gedeón (“Unidades”, 8), sospechosos de intentar huir del país (Cabrera 12; Blanco 34, 67; Ros 47), sacerdotes (Ros 62), artistas (Guerra 2010, 268), intelectuales (Guerra 2010, 268), estudiantes universitarios ideológicamente no conformes (Blanco 66; Ros 122), lesbianas (Guerra 2012, 254), Los hippies(Improper Conduct; Cabrera 55), marihuaneros (Muñoz), drogadictos (Yglesias 299), presos políticos (Santiago), funcionarios del gobierno acusados de corrupción (Llovio 160), criminales (Ros 152; Former), prostitutas (Guerra 2012, 254; Garinger 7; Martínez 70–71), proxenetas (Yglesias 299), agricultores que se negaron a la colectivización (Fuentes 300–3), personas que trabajaban por cuenta propia ilegalmente (Fuentes 300–3), vagos (Blanco 2013), y cualquier otra persona considerada “antisocial” o “contrarrevolucionaria”. Sin un solo grupo que formara la mayoría, el término “internado de la UMAP” representa un colectivo decididamente plural.
La UMAP no era un secreto de Estado. En un estruendoso discurso pronunciado en marzo de 1966 en la escalinata de la Universidad de La Habana, Fidel Castro comentó: “algunos tienen que ir al SMO; algunos tienen que ir a la UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción” (Castro 1966). En 1966 y 1967, al menos una docena de artículos diferentes en la prensa cubana hicieron referencia a los campamentos de la UMAP, con fotos de exuberantes campos de caña de azúcar y entrevistas con alegres internados (10).
Las dos principales recogidas de internados de la UMAP ocurrieron en noviembre de 1965 y junio de 1966 (Ros 146, 151). Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) –una organización gubernamental nacional ubicada en cada cuadra– fueron los principales responsables de informar a los militares quiénes estaban destinados a los campamentos de la UMAP (Yglesias 27, 275; Blanco 72; Lumsden 67; Santiago). La mayoría de las personas fueron llevadas a los campamentos a través de una notificación falsa para presentarse al servicio militar (Santiago; Ros 52, 79, 94, 101, 141). Las personas recibían un telegrama con una notificación para presentarse para el SMO en lugares como estadios deportivos (Ros 37, 73; Cabrera 37). En lugar de ser transferidos a un campamento militar del SMO, estos individuos eran transportados en tren, camión o autobús a los campos de trabajo forzado agrícola de la UMAP en Camagüey (Ros 15). Las condiciones en el viaje de ocho horas a través de la isla eran a menudo muy malas, y muchos internados estaban privados de agua potable y comida (Cabrera 45; Ros 72-75). A menudo no se les proporcionaban paradas ni instalaciones en el viaje, por lo que tenían que aliviarse dentro del compartimiento de pasajeros del tren o autobús (Cabrera 45; Santiago; Ros 72-75; Conducta impropia). Alternativamente, en lugar de recibir una notificación falsa del SMO, muchos individuos eran directamente reunidos en las calles en autobuses y enviados a los campos de la UMAP (Conducta impropia; Martínez 66; Llovio 156). Este método de selección estaba reservado para los hombres homosexuales y los antisociales como los hippies. El ex internado de la UMAP e informante del Ministerio del Interior (MININT) José Luis Llovio-Menéndez escribió en sus memorias que “los oficiales del MININT patrullaban los lugares conocidos de reunión de homosexuales… capturaban a cualquiera que pareciera homosexual y enviaban a estas personas a la UMAP” (156). Según la propaganda cubana de la época, la homosexualidad se veía como pantalones ajustados, gafas de sol oscuras y sandalias (11).
Cada campamento de la UMAP albergaba normalmente a 120 hombres (12) divididos en tres compañías (compañías) de 40 internados, divididas a su vez en escuadrones de 10 (Ros 34). Sin embargo, el número de internados podía variar considerablemente y algunos campos albergaban a varios cientos de internados (Cabrera 245; Former). Un campo típico tenía unos cientos de metros de largo y unos ciento cincuenta metros de ancho y tenía tres barracones, dos para internados y uno para personal militar (Former; Sanger; Muñoz). Los campos estaban rodeados por una cerca de alambre de púas de 10 pies de alto y no tenían agua corriente ni electricidad (Cardenal 294; Cabrera 54; Blanco 47; Ros 10; Muñoz; Sanger). Las brigadas de los campos recibieron nombres revolucionarios como «Vietnam Heroico«, «Mártires de Girón» y «Héroes del Granma« (13). La mayoría de los campamentos tenían literas con sacos de yute colgados entre vigas de madera a modo de colchones (Kidd 1969, 25; Cabrera 50; Former). Algunos campamentos tenían hamacas (Cabrera 53) o no tenían camas (Ros 84) y unos pocos proporcionaban colchones reales (Cabrera 167). El uniforme de la UMAP consistía en pantalones verde olivo o azul oscuro, una camisa vaquera azul claro de manga larga y botas militares (Ros 95; Yglesias 278; Cabrera 53; Blanco 47; Llovio 147; Muñoz). Como cada campamento albergaba aproximadamente a cien personas y había decenas de miles de internados, cientos de campamentos de la UMAP estaban dispersos por todo Camagüey (Kidd 1969, 24).
Los internados eran divididos por categorías (testigos de Jehová, homosexuales, católicos, etc.) en el camino a los campos (Ros 24, 55). Cada internado era llamado por un número que se le asignaba al llegar a los campos (Santiago; Cabrera 61; Muñoz). En general, había dos tipos de campos: campos sólo para homosexuales y campos para todos los demás (Ros 55, 87; Former; Llovio 156). Incluso cuando los homosexuales eran destinados temporalmente a los campos para internados generales, a veces se les asignaba a un pelotón separado para homosexuales (Cabrera 58; Viera). Para transferir a los internados a los campos para homosexuales, los guardias convocaban a todo el campo a reunirse y seleccionaban públicamente a los que serían transferidos (Ros 176). El hecho de que los militares segregaran activamente a los hombres homosexuales no sólo de la sociedad sino también dentro de los campos demuestra hasta qué punto estaba preocupado el gobierno por frenar la “difusión” de la homosexualidad.
Los internados realizaban diversas tareas agrícolas, desde la recolección de boniato (batata), yuca y fruta hasta la tala de marabú (14), aplicar fertilizantes y desmalezar. No obstante, los internos se dedicaban principalmente a plantar y cosechar caña de azúcar (Ros 131-32; Blanco 100; Bejel 100). Tanto los reclutas de la SMO como los internos de la UMAP recibían un salario igualmente exiguo: siete pesos al mes, exactamente una décima parte del salario mínimo mensual del estado en la agricultura en ese momento (Ros 31; Mesa-Lago 1981, 147; Kidd 1969, 24). Los internos trabajaban de lunes a sábado y a veces tenían que realizar lo que se llamaba trabajo voluntario los domingos, que consistía en más trabajo agrícola, pero sin cuotas de producción (Former; Blanco 100-101). De lo contrario, los domingos se pasaban descansando y haciendo actividades como lavar ropa y escribir cartas a los miembros de la familia (Blanco 100, 104). El campo político (15) impartía charlas diarias a los internados sobre acontecimientos actuales y la ideología comunista, con sesiones más largas los domingos (Kidd 1969, 24; Blanco 53; Former). Algunos internados fueron liberados a principios de 1967, mientras que otros permanecieron más tiempo, pero en general estuvieron retenidos en los campos durante unos dos años y medio, es decir, hasta la disolución de los campos en 1968 (Llovio 172-3; Yglesias 294; Former; Ronet 55).
La función más vital de los campos de la UMAP no era matar o torturar a civiles, sino explotar el trabajo de los supuestos degenerados de Cuba. Las experiencias y las condiciones en la UMAP variaban ampliamente, pero la única constante entre todos los testimonios es la cantidad inhumana de horas que estos internados eran obligados a trabajar. Un interno recordó que la cuota diaria de cada trabajador para cortar caña de azúcar oscilaba entre 18 y 24 cordeles lineales, que son entre 366 metros y 488 metros de caña (16). En promedio, los internos trabajaban alrededor de 60 horas a la semana, pero algunos internos han informado que trabajaban incluso más, 12 horas al día, seis días a la semana (Blanco 100; Cardenal 294; Kidd 1969, 24): “durante la zafra [zafra], nos levantábamos más temprano, a veces a las cuatro… trabajábamos sin parar hasta el almuerzo… unos minutos de descanso y volvíamos a cortar caña hasta el anochecer” (Muñoz). Llovio-Menéndez escribió que el horario de trabajo en un campamento durante la zafra comenzaba a las 4:30 a. m. y terminaba a las 7:00 p. m. con un descanso de 15 minutos a las 10:00 a. m. y dos horas asignadas para el almuerzo (147). Las horas de trabajo eran más largas durante la zafra, que normalmente duraba de enero a abril, pero debido a la escasez de mano de obra en la década de 1960 se alargó de noviembre a junio (Pérez 236). Durante prácticamente la mitad del año, los internos de la UMAP se veían obligados a cortar caña de azúcar desde el amanecer hasta el anochecer seis días a la semana.
A algunos internos se les otorgaban pases para salir de los campos por períodos que iban desde una tarde hasta diez días (Cabrera 153–55, 176, 179, 203; Muñoz; Viera). Por lo general, solo se les permitía visitar un pueblo o aldea vecina, pero a veces podían ir hasta La Habana. También se les daba a los internos una semana para pasar con sus familias durante las vacaciones de Navidad y Año Nuevo (Cabrera 228; Blanco 123; “Vacaciones”, 1966). Para todos estos viajes, los internos tenían que pagar su propio transporte (Blanco 124). Los internos también podían escribir y recibir cartas e incluso recibir paquetes, pero toda la correspondencia estaba censurada (Santiago; Cabrera 87–88). Después de tres a seis meses en los campos, a los internos se les permitía recibir visitas de sus familiares un domingo designado al mes (Sanger; Blanco 91, 108; Former; Kidd 1969, 24). Las visitas familiares eran supervisadas y los internos no podían intercambiar documentos no inspeccionados con sus familiares, pero se les permitía llevarles artículos como cigarrillos o comida (Kidd 1969, 24; Cabrera 112). Las visitas familiares se llevaban a cabo en un lugar fuera del campo donde se permitía a los familiares tomarse fotos con los internos (Blanco 109; Muñoz). Para mantener la ilusión de que los campos de la UMAP eran parte del SMO estándar, los reclutas vestían un uniforme especial y marchaban al unísono para las visitas familiares (Cabrera 109; Muñoz). Además de las visitas familiares, los sacerdotes católicos y los jóvenes católicos ocasionalmente visitaban a los internos e incluso administraban la Eucaristía (Cabrera 136-37; Ros 185). Estos privilegios de visita demuestran que las condiciones en la UMAP diferían en cierta medida de lo que uno esperaría típicamente en los campos de trabajo forzado.
Muchos internos han informado que la calidad y cantidad de la comida en los campos era muy mala. Un interno, que afirmó haber pasado de pesar 170 a 120 libras en su primera visita familiar, recordó que en su campo comían gatos callejeros, gallinas y serpientes que capturaban mientras trabajaban en los campos (Blanco 108, 134). Por el contrario, un ex interno de la UMAP afirmó que “había suficiente comida… comíamos mucha carne enlatada, sardinas, leche condensada; había leche, arroz, frijoles, había bastante” (Former). Aunque los internos generalmente no pasaban hambre, no recibían comida si no habían completado su cuota de producción del día (Former; Blanco 57). Una razón para la escasez de alimentos era que los oficiales militares acaparaban alimentos para su uso personal o los vendían a los guajiros.(gente del campo) (Ros 166–68; Blanco 83). La privación de agua era otra forma de maltrato (Blanco 55). El ex internado René Cabrera escribió en sus memorias que en un campo se les asignaban solo tres vasos de agua al día mientras pasaban todo el día al aire libre, bajo el sol, cortando caña de azúcar (138). Como resultado, los internados tenían que beber agua contaminada que encontraban acumulada en los campos (Cabrera 144; Blanco 55). A los internados se les permitía el acceso a tratamiento médico y, cuando era necesario, se los trasladaba a hospitales militares por enfermedad. Aun así, la negación de tratamiento por parte de los guardias arbitrarios del campo resultó en la muerte de algunos internados (Blanco 70–72, 115–22; Ros 179–84).
Hay muchos informes de abuso físico en los campos, especialmente dirigidos a los testigos de Jehová. Los ex internados han informado de que los testigos de Jehová han sido golpeados, amenazados con ser ejecutados, tapados con tierra la boca, enterrados hasta el cuello, privados de comida o agua, obligados a permanecer de pie en letrinas con aguas residuales y atados desnudos a la intemperie con alambre de púas sin comida ni agua hasta que se desmayaban (Ros 80, 101, 112, 193; Cabrera 63, 71, 197; Former). Llovio, que fue enviado a los campos de la UMAP durante más de un año, desde principios de 1966 hasta junio de 1967, por acusaciones de corrupción y que más tarde se convirtió en médico del campo, presenció de primera mano el abuso físico que recibían algunos internos (Llovio 159, 160, 167). En un campo, Llovio vio a un joven testigo de Jehová colgado de las manos de lo alto de un asta de bandera. Llovio bajó al hombre y le trató las manos, que describió como “en carne viva y ensangrentadas… entumecidas y amoratadas” (153-54). Durante una tarde, Llovio fue enviado a brindar atención médica a la unidad Malesar, un campo para homosexuales. Allí, Llovio describió la condición física de los internos como “deplorable” (157). Como médico, trató a pacientes cuyos cuerpos estaban cubiertos de picaduras de insectos y otros que tenían moretones de las palizas. Los internos que Llovio trató en el campo homosexual le dijeron que muchos de sus privilegios, como recibir visitas y correo, serían suspendidos arbitrariamente. Además, los guardias del campo practicaban una amplia gama de abusos: obligaban a los internos a trabajar después del anochecer, enviaban a trabajar a los internos enfermos, golpeaban regularmente a los internos mientras trabajaban, obligaban a los internos a permanecer de pie en posición de firmes todo el día bajo el sol y obligaban a los internos a permanecer desnudos en las zanjas de aguas residuales del campo (Llovio 157, 158). Muchos campos incluso tenían celdas de castigo designadas (Conducta impropia; Viera; Santiago). Para tomarse un respiro de los campos, muchos internos se mutilaban para poder ser transferidos a un hospital (Ros 205–8; Cabrera 192; Blanco 57–58). También existen relatos de suicidio en los campos. Un interno católico informó que vio a un hombre homosexual ahorcarse en los campos de la UMAP (Cardenal 293). El exinterno José Blanco, quien fue transferido del SMO regular a la UMAP por admitir que consideró la posibilidad de emigrar de Cuba, también recordó casos de internos que se suicidaron en campos no para homosexuales (34, 139).
Los exinternos generalmente han descrito a los guardias del campo como arbitrarios, abusivos e incompetentes, pero hubo excepciones (Exinterno; Blanco 52; Cabrera 141, 157). Un ex internado recordó al teniente Falcón, que había sido trasladado a los campos de la UMAP tras una disputa con un superior, como un hombre “competente” y “respetaba a todos y era respetado por todos” (Ros 88). René Cabrera entabló amistad con un guardia, quien le pidió a Cabrera que le enseñara a leer e incluso confesó que se avergonzaba de los abusos en los campos (Cabrera 185, 210). Como explicó el ex internado Alberto Muñoz:
«Entre los funcionarios… había todo tipo de personas. Algunos nos trataban con respeto y consideración. Otros, sin duda, nos admiraban y no dejaban de demostrarlo. Con muchos de ellos trabamos amistad. En muchas circunstancias tuvimos funcionarios que nos ayudaron y evitaron cometer injusticias… pero también hubo otros que actuaron sin la menor sensibilidad, lo que nos hizo difícil encontrar en ellos sentimientos humanos». |
Con cientos de campamentos diferentes repartidos por Camagüey, las condiciones podían variar significativamente en términos de la calidad de la comida, las camas y el maltrato de los guardias (Cabrera 167, 169). Las condiciones en los campamentos también cambiaron con el tiempo. Varios internados han informado que la calidad de la comida del campamento mejoró y la altura de las cercas de alambre de púas se redujo sustancialmente después de mediados de 1966 (Cabrera 167, 169; Viera; Blanco 2013; Muñoz).
Si las estadísticas de los ex agentes de inteligencia cubanos son correctas, aproximadamente el 0,75 por ciento de los internados murió como resultado de las condiciones que soportaron en los campamentos. Esto significaría que hubo aproximadamente una muerte o suicidio en cada campamento de la UMAP durante un período de dos años y medio. Aunque las condiciones en la UMAP eran brutalmente inhumanas, estas cifras también revelan que la tortura que amenazaba la vida no se practicaba sistemáticamente en los campamentos. Los campos de concentración de la UMAP fueron una tragedia enorme, pero no eran exactamente “los campos de concentración de Cuba”. Lamentablemente, Cuba ya había experimentado este fenómeno durante la Guerra de Independencia de Cuba en 1896, cuando el gobierno español reunió a cerca de medio millón de civiles en campos llamados reconcentrados. Como resultado de las estrategias mutuas de saqueo y destrucción de los insurgentes y los contrainsurgentes, aproximadamente el 10 por ciento de la población total de Cuba pereció en los improvisados reconcentrados (Tone 192-224). Sin embargo, a diferencia de sus antecesores del siglo XIX, los internados de la UMAP no fueron literalmente abandonados a su suerte. La función más vital de los campos de la UMAP no era matar civiles, sino explotar el trabajo de la “escoria social” de Cuba, sin ninguna preocupación por el costo humano que esto pudiera tener.
Trabajo, economía y azúcar
En la Cuba revolucionaria de los años 60 existía un amplio espectro de trabajo no remunerado canalizado hacia el Estado, que iba desde el trabajo voluntario hasta el trabajo forzado de los presos políticos. El economista Carmelo Mesa-Lago divide el trabajo no remunerado patrocinado por el Estado en Cuba en cinco categorías: horas extras en el lugar de trabajo, trabajo a través de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), educación socialista en las escuelas de campo (17) y la universidad, SMO y “trabajo de rehabilitación” realizado por presos políticos (Mesa-Lago 1969, 340).
Los campos UMAP se encuentran en algún lugar en el extremo marginal de este espectro de trabajo forzado y no remunerado. Los campos UMAP eran de hecho campos de trabajo forzado, pero para contextualizarlos adecuadamente hay que destacar que el trabajo no remunerado patrocinado por el Estado no era la excepción sino la norma en Cuba de los años 60. En 1967, el trabajo no remunerado patrocinado por el Estado constituía entre el 8 y el 12 por ciento de la fuerza laboral y entre 1962 y 1967 ascendió aproximadamente al 1,4 por ciento del ingreso nacional (Mesa-Lago 1969, 354-55). Durante esos años, aproximadamente un tercio del trabajo no remunerado patrocinado por el Estado en Cuba se coordinaba a través del lugar de trabajo, el 45 por ciento a través de los militares, el 10 por ciento a través de los estudiantes, el 10 por ciento a través del sistema penitenciario y alrededor del 2 por ciento a través de la FMC (340, 354-55). Ya en 1960, el gobierno “reeducó” a los cubanos no revolucionarios en un campo de trabajo en Guanahacabibes. (18) La teoría revolucionaria, por su parte, elevó el valor del trabajo y sentó las justificaciones ideológicas para el nuevo régimen laboral de Cuba (19).
Durante los años de las UMAP, el trabajo voluntario se empleó ampliamente en las zafras azucareras. Según publicaciones gubernamentales, más de 57.000 trabajadores no remunerados participaron en la zafra de 1965 y más de 71.000 en la de 1966 (Mesa-Lago 1969, 346). La fuente no especifica si esta cifra incluía a los internados de la UMAP, pero como los internados recibían un salario mensual, la cifra probablemente solo se refería a los «voluntarios». Para la zafra de 1967, un tercio de estos «voluntarios» fueron reclutados en el sector de servicios y otro tercio en el sector de la construcción, dos industrias que en ese momento estaban sobreempleando a los migrantes del interior (el interior de Cuba) (346). El uso del trabajo voluntario para compensar los desequilibrios económicos en el mercado laboral revela cómo las políticas económicas revolucionarias habían introducido nuevas oportunidades para los campesinos (gente del campo) y habían resultado en una aguda escasez de mano de obra agrícola. Para la zafra de 1963, la Comisión Nacional Azucarera estimó que se necesitaban 352.000 cortadores de caña, pero sólo había 260.000 disponibles (Pérez 59). El número de cortadores de caña profesionales se redujo de 370.000 en 1958 a sólo 160.000 en 1964, una disminución de más del 60 por ciento (59). “¿Cómo se debe resolver este problema?”, preguntaba un artículo de la UMAP de la publicación Verde Olivo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) en referencia a la grave escasez de mano de obra de la zafra en Camagüey (“¿Qué es la UMAP?” 1967). La respuesta del gobierno a este desalentador desafío económico fue la UMAP. Una serie de cambios estructurales en la economía cubana contribuyeron a la grave escasez de mano de obra agrícola en Cuba. Durante la década de 1960, la tasa de participación en la fuerza laboral en realidad disminuyó debido a la emigración de cubanos en edad de trabajar, las tasas más altas de matriculación escolar y las leyes de jubilación liberalizadas (Mesa-Lago 1981, 188). Además, Cuba estaba siendo testigo de una migración interna desde el interior hacia los centros urbanos. La población de La Habana creció un 4,4 por ciento anual en 1960 y 1961, y un 2,1 por ciento en 1964 (128). Los migrantes del interior encontraron empleos en el ejército, la seguridad del Estado, la policía, las organizaciones estatales de masas y la burocracia (125). Estos nuevos residentes urbanos ocuparon los aproximadamente 400.000 puestos de trabajo que se agregaron en el sector de servicios -principalmente en el ejército y la administración de servicios sociales- entre 1958 y 1964 (114). Los trabajadores agrícolas que anteriormente enfrentaban el desempleo estacional debido a los vaivenes económicos de la zafra ahora encontraron empleo estable durante todo el año a través de granjas estatales y un salario mínimo garantizado (125). El desempleo estacional en la agricultura había sido prácticamente eliminado por la migración rural, los empleos garantizados y el exceso de personal en las granjas estatales (189). Acompañando estas reformas económicas radicales hubo una menor productividad. Una encuesta de 136 granjas estatales en 1963 encontró que los empleados trabajaban de 4,5 a 5 horas diarias en promedio, pero aún recibían salario por 8 horas (125). La menor productividad significaba que había que contratar a más personas para alcanzar las metas de producción, lo que empeoraba aún más la escasez de mano de obra en un círculo vicioso y acumulativo. Mesa-Lago estima que la productividad general del sector agrícola en 1965 era sólo el 78 por ciento de los niveles de productividad de 1962. Para 1965, la productividad del sector industrial había disminuido casi un 10 por ciento desde 1962 (134). Para empeorar las cosas, Cuba también estaba siendo testigo de tasas alarmantes de ausentismo laboral (47-49, 157).
La migración interna, el sobreempleo en el mercado laboral urbano, la nueva seguridad económica para los agricultores, la menor productividad y el ausentismo laboral: todos estos factores interconectados se combinaron para generar una grave escasez de mano de obra en la agricultura. En ausencia de las estructuras sociales de esclavitud o capitalismo que enjaezaban y explotaban a los individuos, aparentemente nadie quería cortar caña de azúcar. A su vez, el Estado asumió el papel de obligar a sus ciudadanos a realizar trabajos mediante la movilización de «voluntarios», soldados y presos políticos. Sin embargo, la asombrosa ineficiencia del trabajo voluntario significó que no pudo resolver los problemas económicos de Cuba. Para la cosecha de café de 1964, los estudiantes universitarios voluntarios recogieron café con una quinta parte de la eficiencia de los trabajadores asalariados (Mesa-Lago 1969, 351). En las cosechas de azúcar de 1962-1965, los trabajadores no remunerados cortaron menos de una tonelada de caña de azúcar por día, mientras que los trabajadores calificados cortaron dos o tres veces esa cantidad (351). En consecuencia, la eficiencia de producción de la zafra azucarera de 1967 fue un asombroso 22 por ciento inferior a la de la zafra de 1957 (351).
Como resultado, las políticas económicas de la Revolución estaban afectando seriamente al recurso más lucrativo de la isla: el azúcar. El azúcar, de suma importancia para toda la historia de Cuba, también desempeñó un papel destacado en la historia de las UMAP. Cuando los suntuosos planes de industrialización de la Revolución y los esfuerzos por diversificar la agricultura no se materializaron, los líderes cubanos recurrieron al azúcar para sacar adelante al país (Pérez 12-13). En 1963, el gobierno cubano desarrolló el Plan Prospectivo de la Industria Azucarera, que entre 1965 y 1970 implementaría una serie de agresivas políticas de desarrollo: aumentar la tierra dedicada al cultivo de caña de azúcar en un 50 por ciento, plantar variedades de caña de azúcar de mayor rendimiento y establecer una meta de producción de 10 millones de toneladas de azúcar para 1970 (12-13). El aumento de los ingresos por las ventas de azúcar ayudaría a Cuba a pagar sus deudas con la Unión Soviética y a comprar los bienes de capital necesarios para la industrialización (12-13). Para el éxito de este plan era esencial la cooperación económica con la Unión Soviética. En enero de 1964, Fidel Castro viajó a Moscú, donde firmó un acuerdo comercial azucarero con la Unión Soviética. Cuba debía entregar 24 millones de toneladas de azúcar entre 1965 y 1970 a un precio de 6,114 centavos la libra, muy por encima de los precios del mercado mundial a finales de los años 60 (Pérez 140, 143; Brunner 55). Los ingresos obtenidos de las cosechas récord de azúcar y los precios garantizados financiarían una industrialización masiva patrocinada por el Estado que impulsaría el crecimiento económico que finalmente llevaría a Cuba al paraíso comunista (Pérez 12-13). Lo único que se interponía entre las ambiciones de Cuba y el Plan de la Industria Azucarera Prospectiva era una fuerza laboral para cortar la caña. La UMAP era ese trampolín clave hacia el próspero futuro comunista que prometían los líderes cubanos.
Seguridad
A lo largo de la década de 1960, la Revolución cubana había estado luchando para asegurar su existencia, lidiando con la amenaza de una invasión estadounidense y reprimiendo a miles de contrarrevolucionarios armados en la Cuba rural (Domínguez 1978, 345-46). Para 1965, después de haber asegurado finalmente la Revolución y haber mantenido a más de 20.000 prisioneros políticos, el estado procedió a neutralizar a quienes se consideraban amenazas potenciales a largo plazo (253-54). Aunque técnicamente formaban parte del ejército, las UMAP no estaban diseñadas para tranquilizar a los enemigos externos y violentos, sino a las amenazas internas y latentes: a saber, los homosexuales y los miembros de la sociedad civil cuya lealtad no estaba totalmente dedicada a la Revolución. Únicos en el sentido de que no apuntaban a los cubanos activamente en contra del régimen, sino a los cubanos considerados insuficientemente revolucionarios, los campos de las UMAP eran el pináculo de las políticas represivas y autoritarias de la Cuba revolucionaria. Los internados no eran enviados a las UMAP solo porque fueran religiosos u homosexuales. Existían hombres homosexuales cubanos cuya sexualidad era un secreto a voces, pero que nunca fueron enviados a los campos (20). Un cubano era internado en la UMAP porque no estaba adecuadamente integrado a la Revolución y su pertenencia a una categoría social particular era suficiente para convertirlo en contrarrevolucionario y, por lo tanto, justificar su internamiento. La UMAP tenía tanto que ver con la represión política como con la intolerancia. Sin embargo, lograr la seguridad significaba pagar por un ejército masivo y costoso. En 1963, había 300.000 soldados en el ejército –diez veces más que en 1958– y los gastos militares representaban el 6,5 por ciento del ingreso nacional (Domínguez 1976, 322). Después de que los levantamientos campesinos finalmente se extinguieron en 1965, el ejército trató de encontrar relevancia económica y profesionalizar sus fuerzas, muchas de las cuales eran inexpertas o no estaban entrenadas formalmente (324). En los planes para un ejército moderno no había lugar para los numerosos veteranos sin educación o analfabetos. En cambio, muchos de estos oficiales fueron transferidos a los campamentos de la UMAP como una especie de degradación (Llovio 143). Como resultado, muchos de los militares asignados a los campamentos de la UMAP eran veteranos analfabetos o funcionalmente analfabetos de la Revolución de 1959 (Ros 45–46; Domínguez 1976, 324; Yglesias 280). Como se puede ver en un artículo de marzo de 1966 de Verde Olivo titulado “¿Qué es la UMAP?”.
Según explicó, el personal de los campamentos estaba formado por “antiguos miembros del Ejército Rebelde” de “nivel intermedio” y “casi todos de origen campesino”, lo que los preparaba para “las dificultades y características del trabajo agrícola”. La mano de obra obtenida a través del SMO también reduciría la carga económica de los militares. Al promover el SMO de tres años, Raúl Castro explicó la misión económica de los militares en una reunión de gobierno en 1963: “Si sólo queremos un ejército, podemos tener [a los reclutas] por dos años… [pero] como las fuerzas armadas deben ayudar a la economía de la nación… [nos proponemos hacer] un poco más liviana la carga de los gastos militares de nuestro pueblo… debemos trabajar como parte de nuestro servicio, especialmente en la zafra azucarera” (Domínguez 1976, 324). Al neutralizar a los contrarrevolucionarios potenciales percibidos, crear un vertedero para el personal de las FAR que no cumplía con los estándares de las fuerzas armadas modernizadoras y contribuir a la producción agrícola, reduciendo así los costos económicos de las fuerzas armadas en expansión, los campamentos de la UMAP ayudaron simultáneamente a lograr tres objetivos distintos, todos ellos esenciales para la transición de las fuerzas armadas a una institución profesionalizada y de nueva relevancia. En este sentido, la UMAP fue una medida altamente estratégica del ejército cubano.
Testigos de Jehová
Los internados por su actividad religiosa probablemente constituyeron la mayor proporción de los internados de la UMAP, y de ellos, los testigos de Jehová fueron los que sufrieron abusos más severos (21). Los jóvenes católicos activos fueron enviados con frecuencia a los campos de la UMAP y sus experiencias están muy bien representadas en el cuerpo de testimonios publicados. Sin embargo, los católicos comprendían solo una pequeña fracción de los internados de la UMAP. Un ex internado católico estimó que solo 2.000 católicos fueron internados de un total de 35.000 internados, poco más del 5 por ciento (Cardenal 293). Las religiones y sectas protestantes como los testigos de Jehová (22) eran consideradas especialmente contrarrevolucionarias debido a sus conexiones históricas y supuestamente traicioneras con los norteamericanos. El 13 de marzo de 1963, frente a la Universidad de La Habana, Fidel Castro pronunció un discurso en el que condenó a los “pseudo-religiosos” a los que llamó batiblancos: “hay tres sectas principales, que son instrumentos del imperialismo de hoy, son: los Testigos de Jehová, los Gedeones Internacionales y los Pentecostales” (23). Más adelante en el discurso, afirmó que “estas sectas… están encabezadas directamente por los Estados Unidos… y son utilizadas como agentes de la CIA, el Departamento de Estado y la política yanqui” (Castro 1963). Dado que muchas religiones protestantes en Cuba se originaron en los Estados Unidos y muchas todavía tenían vínculos con los EE. UU., estas sectas eran percibidas como no cubanas y potencialmente contrarrevolucionarias (Rosado 88, 93, 95, 134-35, 145). Además, la postura resueltamente apolítica de los testigos de Jehová, que motiva su resistencia a prácticas que van desde saludar la bandera hasta cumplir con los requisitos del reclutamiento, los convirtió en parias de la ruidosa y autoritaria Revolución cubana (Yero 24). Cuando la resistencia se encontró con la resistencia en los campamentos, se produjeron algunos de los peores abusos.
En 1938, había sólo unos cien testigos de Jehová en Cuba. Para 1947, esa cifra había aumentado a 4.000 y en 1965 había casi 20.000, lo que los convirtió en una de las religiones organizadas más grandes de la isla (Aguirre y Alston 171; Rosado 194). En 1962, el Ministerio de Comunicaciones prohibió la importación de literatura religiosa de los testigos de Jehová y prohibió a los testigos de Jehová utilizar el correo para distribuir materiales religiosos (Aguirre y Alston 190). En 1963, los testigos de Jehová extranjeros fueron expulsados de Cuba, sólo un año después de que más de cien sacerdotes católicos habían sido desterrados de la isla (Aguirre y Alston 190; Treto 45). Ese mismo año, cientos de testigos de Jehová fueron arrestados por reunirse sin haber obtenido un permiso de su CDR y cientos más por sus actividades proselitistas (Calzón 14; Aguirre y Alston 191). En Pinar del Río, casi todos los Salones del Reino fueron clausurados y sus propiedades confiscadas (Aguirre y Alston 191). A fines de la década de 1960, cuando hubo incidentes de Salones del Reino y otros lugares de reunión que fueron atacados por turbas con piedras, ladrillos y hierro, el gobierno se negó a procesar a los perpetradores (Calzón 14). Numerosos artículos de propaganda producidos por Granma (el periódico estatal de Cuba) y Verde Olivo entre 1965 y 1968 enfatizaron la presencia de testigos de Jehová en los campamentos de la UMAP, con fotos y entrevistas personales incluidas (24) Por el contrario, de los 11 artículos de Verde Olivo y Granma que hacen referencia a los campamentos de la UMAP, ni uno solo menciona a los homosexuales. Como el propósito de la propaganda era combatir la mala reputación de los campos, las representaciones de los homosexuales tuvieron que ser excluidas.
No existe ningún testimonio de testigos en los campos de la UMAP; toda la información sobre sus experiencias proviene del testimonio presencial de otros internados. Esto no se debe a que estos antiguos testigos internados sean desconocidos o hayan fallecido todos. Más bien, los testigos de Jehová han sido extremadamente reacios a compartir sus experiencias con quienes publicarán su testimonio. Las razones para esto son tres. En primer lugar, por principios religiosos, los testigos de Jehová tienden a evitar todo lo que se relacione incluso remotamente con el gobierno o la política. En segundo lugar, debido a que las condiciones para los testigos de Jehová en Cuba han comenzado a mejorar en las últimas dos décadas, los testigos de la comunidad de exiliados cubanos no desean publicar ninguna crítica al gobierno cubano que pueda poner en peligro estas escasas libertades religiosas (25) Finalmente, las experiencias altamente traumáticas de muchos testigos de Jehová han sido un problema para los testigos de Jehová, pero no para los testigos de Jehová. Los ex internados se enfrentan a un gran desafío emocional cuando quieren abrirse a los extraños. Los testigos de Jehová fueron, con diferencia, los más maltratados en los campos (Viera). Como subraya el ex internado Héctor Santiago, que fue enviado a campos para hombres homosexuales:
«Con nosotros fueron terribles, pero déjame decirte la verdad, te tratan como una dama en comparación con los testigos de Jehová. Ay Dios mío, de verdad, de verdad fueron terribles con ellos, terribles. Las cosas que les hicieron… horribles, horribles». |
El ex internado René Cabrera, quien fue internado por sus actividades católicas, corroboró en sus memorias que “los testigos de Jehová, como siempre, fueron las principales víctimas de la intención del gobierno de esos crímenes” (97).
A los Testigos de Jehová no se les permitía recibir visitas familiares, no se les otorgaban pases para salir de los campos y no recibían paquetes ni cartas (Cabrera 88, 113; Muñoz). En una ocasión, un guardia del campo no permitió que un testigo viera a su madre que había venido a visitarlo porque se negó a ponerse los pantalones verde olivo que debían usarse para las visitas familiares (Muñoz). Cuando fueron transferidos por primera vez a los campos, muchos testigos de Jehová se negaron a participar en cualquier actividad del campo y muchos se negaron incluso a usar el uniforme del campo (Ex; Cabrera 59; Muñoz; Blanco 86). Los testigos de Jehová se enfrentaban a severos castigos por no participar, como palizas, ser enterrados en el suelo hasta el cuello o ser obligados a permanecer de pie fuera durante horas hasta desmayarse (Blanco 86; Ros 101, 112, 194; Cabrera 59-60). Sin embargo, la mayoría de los testigos de Jehová comenzaron a participar en las actividades y el trabajo del campamento después de la gran coerción a la que se enfrentaron (Cabrera 74). Los guardias menos estrictos no obligaban a los testigos a usar el uniforme de la UMAP (anteriormente).
Los testigos de Jehová experimentaron una variedad de torturas en los campos de la UMAP. Además de las prácticas explicadas anteriormente, en algunos campos un guardia llevaba a los testigos de Jehová individuales que se negaban a usar el uniforme de la UMAP a los campos y disparaba una pistola, fingiendo dispararles mientras los otros todavía estaban al alcance del oído. Después de simular esta ejecución, el guardia regresaba al campamento y seleccionaba a otro testigo de Jehová que se negaba a ponerse el uniforme. El ex internado José Blanco escribió en sus memorias que no vio a ningún testigo aceptar vestir el uniforme ante estas ejecuciones simuladas (87). Otro castigo común era obligar a los testigos a permanecer de pie en letrinas llenas de excrementos hasta la cintura o el pecho (Blanco 86; Former). En algunos campos, los guardias obligaban a los testigos de Jehová a recoger las aguas residuales de las zanjas del campo con las manos desnudas (Blanco 86).
El gobierno cubano justifica su persecución de los testigos de Jehová alegando que la secta formaba parte de un complot orquestado por la CIA. Por ejemplo, en enero de 1963, el gobierno cubano publicó una declaración en la que anunciaba que había saboteado una red de espionaje de la CIA con sede en la provincia de Oriente, donde afirmaba haber encontrado “una gran cantidad de armas enterradas… 36.000 pesos cubanos y algunos libros de oraciones de los testigos de Jehová” (“Broke CIA Spy Ring”, 1963). En una entrevista de 1985, Fidel Castro comentó que “los testigos de Jehová causamos problemas en todas partes… éramos muy sensibles. Amenazados por los Estados Unidos, necesitábamos aplicar una política de defensa fuerte –y nos encontramos frente a una doctrina que se oponía al reclutamiento. No teníamos ningún problema de creencias; más bien, todos nuestros problemas eran de ideas– y uno no sabe si son religiosas o políticas” (Borge 186-87).
Los Adventistas del Séptimo Día…
tenían una relación única con la Revolución y representan una relación muy diferente con la UMAP que otras minorías religiosas. En 1956, había casi 5.000 Adventistas del Séptimo Día en Cuba, con más de la mitad ubicados en el extremo oriental más rural de la isla. Oriente, la provincia donde Castro comenzó su levantamiento, también era la provincia con la mayor cantidad de Adventistas del Séptimo Día (Rosado 169). En Oriente, una familia de Adventistas dio comida y refugio a una banda de revolucionarios que luchaban contra el dictador Fulgencio Batista. Al ver que uno de los hombres no tenía camisa porque la había usado como vendaje para proteger una herida, el padre de la familia, Argelio Rosabal, le dio al revolucionario su única camisa. Ese revolucionario herido –Ernesto «Che» Guevara– se conmovió tanto por la generosidad del hombre que el Che les prometió la construcción de una capilla en el futuro (que de hecho se construyó) (172-74).
En diciembre de 1958, Antillian College, una escuela dirigida por Adventistas del Séptimo Día, alimentó y cuidó a los soldados heridos que luchaban en la Sierra Maestra (172–74). Cuando se promulgó el primer reclutamiento de la SMO, 70 de los 110 estudiantes elegibles en Antillian College fueron reclutados. Después de pedir al gobierno que liberara a algunos de sus estudiantes para que la escuela pudiera funcionar, la mayoría de los adventistas reclutados regresaron a la escuela. Aun así, la SMO fue problemática para los Adventistas del Séptimo Día porque no hacía una distinción entre combatientes y no combatientes (203). En respuesta, la Iglesia Adventista del Séptimo Día creó una comisión para escribir un memorando pidiendo al gobierno que eximiera a los 12 adventistas restantes que habían sido llamados para la SMO. El memorando explicaba la distinción entre servir en roles de combatientes y no combatientes, la observancia única del sábado de los adventistas y su lealtad al gobierno. La comisión escogió a cuatro pastores para entregar el memorándum junto con un miembro laico, Argelio Rosabal, el mismo hombre que había sacrificado su única camisa al Che Guevara en la Sierra Maestra. Rosabal entregó personalmente el memorándum al Che, quien el 28 de octubre de 1963 envió una carta adjunta a dicho memorándum al jefe del programa de Reforma Agraria, Carlos Rodríguez. En la carta, el Che escribió: “[Argelio Rosabal] es el adventista del que te hablé… sabrás cómo evadir la ley, o cómo desviar mi atención” (203-5). El Che Guevara intercedió a favor de su amigo adventista, Rosabal, para que se creara una excepción en la SMO para esta secta.
Luego, resultó que los adventistas serían enviados a los campamentos de la UMAP, pero el sociólogo Caleb Rosado destaca que fueron enviados a la UMAP “simplemente… porque [ellos] se negaban a portar armas [y] no había otro lugar donde ubicarlos” y no porque fueran considerados lacras sociales., como el gobierno consideraba a otros internados de la UMAP (205–6). De hecho, los ex internados no han destacado los abusos contra los Adventistas del Séptimo Día, pero han mencionado el trato más justo que recibieron los Adventistas en comparación con los Testigos de Jehová. El ex internado José Blanco escribió en sus memorias que en un campo había dos Adventistas que se negaron a trabajar el sábado, pero compensaron su cuota durante el resto de la semana. El teniente del campo no los molestó y les permitió cumplir con su cuota de esta manera (Blanco 89). Sin embargo, Blanco también ha enfatizado que los Adventistas recibieron un trato más justo solo porque eran los internos que más trabajaban (Blanco 2013). Los Adventistas aparentemente no fueron la única secta a la que se le concedió el derecho a descansar en su respectivo sábado. En Granma, un miembro de Gedeones Internacional dijo: “Me permiten descansar el sábado y trabajar el domingo” (“Unidades”, 8). Sin embargo, como ocurre con muchos otros aspectos de la UMAP, el trato relativamente mejor que recibían los adventistas no se puede generalizar a todos los campos. Al menos un ex internado recordó haber visto a adventistas obligados a trabajar en sábado y recibir un abuso terrible similar al que sufrieron los testigos de Jehová (Rosado 112).
A través de la relación que algunos adventistas del séptimo día forjaron con los líderes revolucionarios en la Sierra Maestra, los adventistas tenían una relación privilegiada con el gobierno revolucionario que les otorgaba más flexibilidad en sus actividades religiosas que la mayoría de las sectas. Como resultado, los adventistas pudieron dar su opinión directa a los líderes revolucionarios sobre la SMO y, de ese modo, ayudaron a informar lo que finalmente se convertiría en la política de la UMAP. Incluso después de que se cerró la UMAP, a los adventistas se les dio alojamiento para permitirles servir en la SMO, mientras que los testigos de Jehová fueron encarcelados (Rosado 206).
Fundamentalmente, esta historia demuestra que no todas las sectas fueron enviadas a los campos de la UMAP porque se las percibiera como contrarrevolucionarias. Para los adventistas, los campos de la UMAP eran una forma de cumplir con la SMO y proporcionar más mano de obra al estado. Los testigos de Jehová, por otro lado, eran enviados a los campos de la UMAP porque a los ojos del estado eran contrarrevolucionarios y, en consecuencia, sufrían terribles maltratos. Los adventistas del séptimo día, sin embargo, no estaban asociados con el mismo estigma contrarrevolucionario y, por lo tanto, no eran objeto de abusos en los campos.
Fuera de los campos, los adventistas también se enfrentaron a un ambiente relativamente hospitalario. Mientras que el número de clérigos en la mayoría de las iglesias protestantes disminuyó drásticamente entre 1960 y 1963, el número de clérigos adventistas en realidad creció más del 20 por ciento (Rosado 193). Entre 1960 y 1984, la membresía de los Adventistas del Séptimo Día creció más del 50 por ciento a casi 9.000 miembros, mientras que el número de católicos, judíos, presbiterianos y metodistas enfrentaron pérdidas drásticas debido a la emigración, la expulsión de clérigos extranjeros y la discriminación hacia ciudadanos religiosamente activos (194). La evidencia de abuso regular de grupos religiosos que no fueran testigos es escasa. En las memorias Dios no entra en mi oficina, el ex internado Alberto Muñoz, quien fue enviado a la UMAP como un joven seminarista bautista, afirmó que los cristianos eran tratados mejor en los campos porque «habíamos ganado prestigio y teníamos mejores relaciones con nuestros superiores».
Aunque todos los ex reclusos han recordado sus experiencias en las UMAP como altamente negativas, no todos los internos se volvieron contra la Revolución como resultado de los abusos en las UMAP, como fue el caso de algunos religiosos. El sacerdote católico nicaragüense y teólogo de la liberación Ernesto Cardenal conoció a un católico que afirmó: “allí [en los campos de la UMAP] me hice revolucionario” porque “en el campo de concentración me di cuenta de que no debía irme. Que para luchar por mejorar la Revolución hay que ser revolucionario” (Cardenal 292-94). Este católico en particular no fue el único religioso que salió de los campos de la UMAP con el deseo de quedarse en la isla y mejorar la Revolución. Un ex internado de alto perfil es Jaime Lucas Ortega, quien fue enviado a los campos de la UMAP cuando era un joven sacerdote católico y actualmente es el arzobispo de La Habana (Ros 62). Raúl Suárez, un ex internado bautista que asistió al Seminario Teológico Bautista de Cuba Occidental, llegó a ser miembro del parlamento cubano y en 1990 consiguió el derecho de los cristianos a reunirse en sus casas con fines religiosos (Blanco 98; Esqueda 30; Feinberg). Algunos internados de la UMAP abandonaron los campos no abatidos, sino determinados a mejorar la difícil situación de su patria (26).
Abakuá
En vísperas de la Revolución, la sociedad secreta Abakuá, fundada por esclavos en Regla en 1836, tenía más de 130 sucursales y controlaba el empleo en los muelles de los barcos, las fábricas de tabaco y los mataderos (Palmié y Pérez 219; Routon 380-81). Esta sociedad secreta de ayuda mutua fue problemática para la Revolución cubana por varias razones. Como su membresía era predominantemente negra (los miembros blancos fueron aceptados ya en 1857 y más tarde también se unieron cubanos chinos (Routon 380-81; Miller 171)) y de clase trabajadora (Palmié y Pérez 219), la organización consciente de clase y raza era inherentemente un artefacto de las superestructuras capitalistas y racistas que la Revolución pretendía destruir. Además, la importante influencia de la organización sobre los mercados laborales desafió el nuevo sistema económico estatal de la Revolución. Al principio de la Revolución, el gobierno manipuló a la Sociedad Abakuá favoreciendo a las distintas ramas para ponerlas unas contra otras (Routon 384). En 1968, 458 miembros de Abakuá estaban en prisión solo en La Habana (384).
Los miembros de Abakuá estaban entre los muchos individuos enviados a los campamentos de la UMAP (Santiago; Izquierdo; Llovio 151; Cabrera 164). Los relatos de los campamentos de la UMAP describen con frecuencia a “delincuentes comunes” entre los reclusos, pero muchos de estos relatos pueden hacer referencia a miembros de la Sociedad Abakuá, que durante mucho tiempo ha estado asociada con la criminalidad (Guerra 2012, 262). Por ejemplo, en una autobiografía, un ex internado de la UMAP escribió que “en los campamentos también había delincuentes comunes. El más conocido era Eleguá, que llegó a la UMAP desde un centro correccional juvenil en Jaruco. Eleguá… era un joven negro Abakuá, por lo que fue el protagonista del triste episodio” (Blanco 67). Claramente, el ex internado confundió la criminalidad de Eleguá con su membresía Abakuá. Se presenta a Eleguá como sirviendo en la UMAP porque es un “delincuente común”, pero la siguiente oración dice que su membresía Abakuá fue la razón por la que fue enviado a la UMAP. Aunque algunos relatos de los campamentos de la UMAP pueden haber mezclado la criminalidad con la membresía Abakuá, debe enfatizarse que algunos reclutas de la UMAP en realidad eran criminales que habían sido transferidos de cárceles donde habían estado cumpliendo condena por delitos graves como asesinato y violación (Llovio 12).
Los Abakuá no fueron etiquetados explícitamente como contrarrevolucionarios, pero las políticas revolucionarias todavía obstaculizaban seriamente sus actividades. La actitud de la Revolución hacia los Abakuá inicialmente celebró a la Sociedad como un componente único de la cultura e identidad cubanas. Al principio de la Revolución, el gobierno reconoció a los Abakuá por su participación en las guerras de independencia de Cuba al invitar a los miembros Abakuá a una ceremonia conmemorativa (Guerra 2012, 155). Pronto, la expresión de tradiciones con herencia africana, incluyendo la Santería y los Abakuá, fue marginada por el gobierno. El acto de usar collares o afeitarse la cabeza como parte de las prácticas de la Santería podía poner en riesgo el trabajo de uno y la iniciación de niños en la Santería estaba prohibida (Falola 270). Las publicaciones comenzaron a retratar las religiones de herencia africana como sistemas de creencias primitivos en desacuerdo con los objetivos del comunismo (272). Las representaciones de la herencia y la tradición africanas no se celebraban, sino que se trataban como reliquias culturales del pasado que eventualmente se disolverían con la creación de una sociedad verdaderamente comunista (272).
Un artículo publicado en la revista El militante Comunista el mismo verano en que se cerraron los campamentos de la UMAP expresaba estas mismas actitudes condescendientes hacia los abakuá. La mayor parte del artículo ofrece una historia completa de los abakuá de una manera no politizada, pero concluye instando a que se ponga fin a la Sociedad: “basta de recordar a los hombres-leopardo, que han servido de tema a la literatura y al cine sensacionalista” (“La sociedad secreta Abakuá”, 36-45). El autor explicaba que la Sociedad Abakuá está obsoleta porque “en nuestra sociedad socialista… las sociedades de ayuda mutua no son necesarias. El Estado revolucionario, que hoy es el pueblo, guarda celosamente la seguridad y el bienestar de todos los ciudadanos del país” (44-45). La iniciación de los jóvenes en los abakuá es ridiculizada por ser “llenar las cabezas de oscurantismo reaccionario, enseñarles costumbres y tradiciones que, tarde o temprano, los llevarán a un enfrentamiento con las autoridades y con el resto de la sociedad” (44-45). El artículo termina pronosticando que los abakuá desaparecerán en el “desarrollo del proceso revolucionario” (44-45). Las representaciones de la herencia africana en los primeros años de la Revolución, aunque a veces dieron voz a los afrocubanos por primera vez a través del teatro y la música, en última instancia nunca trataron las tradiciones de origen africano como elementos verdaderamente legítimos de la cultura cubana, sino como reliquias del pasado que se desvanecerían en la marcha hacia el progreso comunista.
Estas actitudes condescendientes hacia los abakuá se reflejaron en la obstaculización por parte del gobierno de sus prácticas cotidianas. A mediados de la década de 1960, se requería un permiso especial para autorizar ceremonias religiosas (Falola 275). El proceso de solicitud requería presentar una lista de los asistentes con un mes de anticipación y una explicación de por qué era necesario realizar el evento. Estas restricciones causaron tantas dificultades para algunos miembros abakuá que durante la década de 1960 algunas ceremonias cesaron durante años (275). Las actitudes de la Revolución hacia los abakuá y la excesiva regulación de sus actividades revelan que la raza todavía importaba en la Cuba revolucionaria. El discurso condescendiente de la Revolución, liderado casi en su totalidad por hombres blancos, contra los abakuá de origen africano, predominantemente negros, reforzó las jerarquías raciales existentes bajo el disfraz del “progreso comunista”. Como demuestra el caso de los abakuá, las tradiciones de herencia africana se imaginaban como primitivas e incompatibles con una sociedad comunista avanzada. Como resultado, dado que el presidente del CDR local ayudaba a determinar quién era enviado a los campamentos de la UMAP, los prejuicios racistas de los miembros individuales del CDR probablemente contribuyeron a que muchos miembros de Abakuá fueran ubicados en los campamentos de la UMAP en lugar de en el SMO regular.
Una interpretación de género de la UMAP no puede excluir la presencia de Abakuá en los campamentos, conocidos desde hace mucho tiempo por ser el sitio de la más extrema vigilancia de género de Cuba. La masculinidad es un componente esencial de la Sociedad Abakuá, una hermandad que tiene como objetivo fomentar una virilidad correcta entre sus miembros. Los hombres afeminados u homosexuales nunca pueden unirse a la Sociedad (Leiner 22). Como dice el criterio a menudo repetido de la organización para determinar quién es el miembro adecuado: “Un hombre no es solo aquel que no es homosexual, sino también aquel que refleja la más pura dignidad de un ser humano al ser trabajador, fraternal, feliz, rebelde contra la injusticia y seguidor del Código Moral establecido por los fundadores de Abakuá” (“Sociedad Secreta Abakuá” 2013).
La Revolución consideraba a los abakuá una amenaza porque su tipo de masculinidad se consideraba demasiado agresivo y degradante para las mujeres (Routon 384). El artículo de 1968 en El militante comunista cuestiona la masculinidad de los abakuá exactamente de esta manera, argumentando que fomentaban un machismo perjudicial para la sociedad:
«Es muy importante el papel que juega el machismo, concepto equivocado, primitivo y retorcido de la hombría, en el ñañiguismo. Se considera a la mujer como una bestia de carga y un instrumento de placer. Se cultiva la venganza por denuncias de verdaderas ofensas a la hombría o a la religión… Estos actos de venganza, cosa curiosa si se piensa en el machismo, se llevan a cabo siempre de manera alevosa y cobarde… No es necesario recalcar el atractivo que estas cosas tienen para el lumpen. Innumerables personas han cometido actos sangrientos en nombre de los abakuá, incontables los crímenes impunes gracias a su falso concepto de hombría y compañerismo». (La sociedad secreta Abakuá, 44–45) |
En este artículo, el machismo de los abakuá se presenta como un extremo violento y misógino de la verdadera hombría de la Revolución. De esta manera, la Revolución cubana utilizó la retórica de la policía de género contra aquellos que se encontraban en ambos extremos del espectro de la masculinidad tradicional, tanto aquellos que no eran lo suficientemente masculinos como aquellos que eran excesivamente machistas (chovinistas). El uso que hace el artículo del término lumpen para describir a los abakuá –un término que se refería a una red de diferentes tipos de individuos, incluidos vagos, homosexuales, enfermitos (27), etc.– vincula aún más a los abakuá con los objetivos globales de policía de género del gobierno (Ros 9; Lumsden 71; Castro 1966). En ambos extremos del espectro, la Revolución reinterpretó ciertos comportamientos de género como perjudiciales para los objetivos de una sociedad comunista.
Género
Durante la década de 1960, la Revolución Cubana restringió severa y sistemáticamente los derechos de los ciudadanos homosexuales. A los homosexuales no se les permitía enseñar, ir al extranjero, unirse al ejército, asistir a la universidad, practicar las bellas artes, trabajar en la prensa o unirse al partido comunista (Lumsden 76; Young 28; Santiago; Salas 160-61). En la universidad, los estudiantes eran purgados por acusaciones de homosexualidad en juicios públicos a los que asistían cientos de estudiantes. Los juicios para los homosexuales acusados tenían los mismos procedimientos que los de los contrarrevolucionarios acusados (Conducta impropia; Guerra 2012, 247). El empleo de antisociales y homosexuales estaba regulado a través del Expediente, un expediente gubernamental sobre cada ciudadano que se revisa para su contratación (Lumsden 76). Los documentos gubernamentales como los Expedientes y las identificaciones militares contenían símbolos que marcaban a uno como antisocial u homosexual (Young 38; Santiago). Por ejemplo, a Héctor Santiago se le prohibió volver a trabajar en el teatro después de dejar la UMAP porque su expediente indicaba su condición de antisocial (Santiago). Incluso en el sistema legal, los gays estaban excluidos. Los casos judiciales manejados a través de tribunales populares (un sistema legal localizado para casos menores implementado en 1963) se llevaban a cabo todos públicamente, excepto ciertos casos que involucraban el “honor” de una mujer, delincuentes juveniles u homosexuales (Domínguez 1978, 256). En un país comunista que aspiraba a la no-clase, los gays eran una subclase.
Los historiadores han caracterizado a la UMAP como el pináculo de la policía de género de la Revolución Cubana (Guerra 2010, 268). Sin embargo, la vaguedad de esta frase académica se presta a malas interpretaciones y no describe completamente el evento de los campos de la UMAP. En primer lugar, no todos los hombres gay enviados a la UMAP exhibieron un comportamiento queer o afeminado. Los hombres internados en campos para homosexuales podían ser afeminados, masculinos o lo que fuera (Santiago; Viera). Aunque el machismo clásico prioriza el desempeño de género, lo que preocupaba específicamente a la Revolución cubana era el comportamiento sexual de sus ciudadanos. Como destacó un ex internado, “lo que importaba era la sexualidad homosexual” (Santiago).
En segundo lugar, las políticas represivas de la Revolución contra los homosexuales no solo vigilaban el género de los homosexuales, sino de toda la población. Por ejemplo, la retórica de la Revolución sobre la vigilancia del género justificaba la represión contra los abakuá porque proyectaban una imagen machista desviada. Masculinidad. De esta manera, las personas en ambos extremos del espectro de conducta normativa de género corrían el riesgo de ser enviadas a los campos de la UMAP. Además, las personas heterosexuales y/o conformes con su género también se vieron afectadas por la campaña patrocinada por el estado contra la homosexualidad porque ahora tenían que temer que un agente del estado –tan cercano como el CDR de la calle o un compañero de clase– pudiera acusarlas de homosexualidad. Como explicó un joven cubano que se identificaba como heterosexual y revolucionario: “La persecución de los homosexuales… es odiosa y desconcertante. No es que seamos homosexuales. Pero siempre existe el temor de que piensen que lo eres, por el pelo largo o porque eres artista o poeta… Todo es represión” (Cardenal 21). De hecho, el objetivo mismo de la vigilancia de género del estado era imponer normas machistas entre todos los miembros de la sociedad. Todos los hombres y mujeres tenían que comprobar su propio desempeño y expresión de género para asegurarse de que su masculinidad o feminidad nunca fuera cuestionada, para no enfrentar las consecuencias del estado. Aunque los hombres homosexuales eran los objetivos directos de las políticas represivas de la Revolución, la policía de género de Cuba estaba realmente dirigida a toda la población, para intimidar a todos los cubanos para que adoptaran normas de género cada vez más machistas para lograr la realización del ilusorio hombre nuevo que marcaría el comienzo del futuro comunista (28).
En tercer lugar, describir el evento de la UMAP como policía de género implica que los hombres homosexuales fueron sus principales víctimas. Por el contrario, numerosos ex internos de campos no para hombres homosexuales han insistido en que los homosexuales solo representaban entre el 10 y el 15 por ciento de todos los internos (Blanco 79; Cabrera 13; Muñoz). Otro interno de un campo no para hombres homosexuales informó que hasta una cuarta parte de los internos en su campo eran homosexuales (Viera). Sin embargo, como los hombres gays estaban segregados, los testimonios de los ex reclusos no pueden revelar la proporción total de homosexuales en la UMAP. En consecuencia, es muy probable que estas cifras sean subestimaciones, ya que solo se basan en el número de reclusos que fueron transferidos de campos no para hombres gays a campos para homosexuales y, por lo tanto, no incluyen a los que pueden haber sido enviados directamente a campos para gays (a través de redadas del gobierno en las calles de La Habana, por ejemplo). Aunque no son estrictamente precisas, estas estimaciones nos recuerdan la verdad más amplia de que los hombres gays eran solo un grupo entre una gama diversa de reclusos.
Por último, el término “policía de género” oscurece uno de los propósitos centrales de la UMAP, que no era “policía” del género de los hombres homosexuales, sino erradicar la homosexualidad. Después de haber librado una campaña contra la prostitución muy eficaz a principios y mediados de los años 1960 (Salas 100-102), la Revolución cubana intentó eliminar la homosexualidad. Además de la estigmatización social y política de la homosexualidad, la medicalización de la homosexualidad influyó en gran medida en el “tratamiento” que recibían los hombres homosexuales en la UMAP (29). Un estudio realizado en La Habana en 1965 para determinar la causa del afeminamiento en los niños concluyó que tanto los factores ambientales como las características hereditarias contribuían al afeminamiento masculino. Así pues, ciertos niños nacían propensos a desarrollar conductas afeminadas y, finalmente, homosexuales, pero sólo si eran “desencadenadas” por ciertos factores ambientales. El estudio instaba a que la prevención del afeminamiento masculino y la homosexualidad “sólo puede hacerse a través de los órganos y mecanismos de educación a disposición del Estado” (Leiner 39-40). Inmersos en esta comprensión medicalizada, se creía que la homosexualidad era prevenible. Bajo este razonamiento, a los homosexuales se les prohibiría la mayoría de los trabajos que involucraran al público. En 1965, el Ministerio de Salud publicó un informe sobre la homosexualidad que concluyó que no existía una causa biológica conocida de la homosexualidad. El informe concluía que la homosexualidad debía ser una conducta aprendida e instaba a que “la investigación, así como la prevención, deben comenzar muy temprano para influir en los mecanismos de este proceso de aprendizaje” (33). Como parte de estos esfuerzos en la década de 1960, los niños percibidos como afeminados o propensos a la homosexualidad fueron transferidos a escuelas especiales llamadas “Brigadas Amarillas”, donde se les enseñaba a participar en conductas normativas de género, como practicar deportes y defensa personal (Salas 164; Leiner 34). Una vez más, la ideología detrás de las Brigadas Amarillas se basaba en la idea de que la homosexualidad es una enfermedad médica y social que el Estado debe tratar de contener. Paralelamente, los hombres homosexuales fueron segregados en los campamentos de la UMAP como parte de los esfuerzos del gobierno por contener el contaminante percibido antes de que «infectara» a la sociedad.
Durante este mismo período, se hicieron esfuerzos en Cuba para desarrollar curas para la homosexualidad. En 1962, el director de La Revista del Hospital Psiquiátrico publicó un artículo en la Revista Cubana de Medicina titulado «Una nueva modalidad del tratamiento de la homosexualidad» (Marqués). En el estudio, el Dr. Eduardo Gutiérrez Agramonte desarrolló tratamientos inspirados en el investigador checo Kurt Freund, incluida la terapia de electroshock y los tratamientos hormonales. En los experimentos pavlovianos, a los pacientes se les administraban estímulos positivos o negativos mientras se les pedía que seleccionaran entre imágenes de hombres y mujeres desnudos (Marqués).
Experimentos médicos similares se investigaron y llevaron a cabo en los campamentos de la UMAP. Mientras Llovio estaba destinado en el Cuartel General de Camagüey para trabajar como médico, su compañero de habitación era el teniente Luis Alberto Lavandeira, un veterano de la Revolución Cubana (Llovio 171). Lavandeira e investigadores de la Universidad de La Habana fueron al campamento Malesar para investigar la “rehabilitación” de los internados homosexuales. Lavandeira le dijo a Llovio, quien había sido asignado como representante del proyecto, que la homosexualidad podía curarse, pero “solo hay una medicina y la tenemos a mano. Es la filosofía marxista, acompañada de trabajos forzados que los obligará a tener conciencia y gestos masculinos” (171). Sin embargo, los internos no cooperaron y simplemente se rieron a carcajadas ante las preguntas de Lavandeira sobre su vida sexual. El proyecto pronto se canceló y Lavandeira fue transferido a trabajar en un pabellón psiquiátrico. El ex interno gay Jorge Ronet escribió en sus memorias que “vinieron psiquiatras extranjeros con traductores y nos obligaron a recibir inyecciones de sustancias desconocidas” (53–54). Para evitar someterse a más experimentos médicos, Ronet se portó mal a propósito para que lo transfirieran a otro campo (53–54). En otra posible referencia a estos experimentos, una carta escrita por un interno de la UMAP afirma que un compañero interno fue llevado a un campo para enfermos mentales después de ver a un psiquiatra (30). Héctor Santiago, un ex interno de la UMAP que fue enviado a campos para homosexuales, describió con más detalle los experimentos médicos para “curar” la homosexualidad:
«Ellos pensaban que podían aplicar eso [los experimentos pavlovianos] a los gays. Entonces te daban un shock de insulina y un shock eléctrico mientras te mostraban fotos de hombres desnudos y después te daban, mientras te daban comida, te daban puros, te mostraban películas de sexo heterosexual. Pensaban que así podían… convertirte en heterosexual… A veces te dejaban sin comida ni agua durante tres días y luego te mostraban fotos de hombres desnudos y después te daban comida cuando te mostraban las fotos de las mujeres. Si no eres diabético y te dan una inyección de insulina, te da un shock, orinas y defecas y vomitas… Shock eléctrico… pierdes la memoria y dos o tres días después no sabes quién eras y estás catatónico y no puedes hablar». |
La terapia se repetía hasta que “creían que habían tenido éxito… después de los tratamientos te entrevistaban y luego te preguntaban sobre las mujeres y si tenías relaciones con hombres… eras inteligente y aprendiste que si dices que sí a todo lo que te preguntan, paran todo” (Santiago). En la película Conducta Impropia, el poeta cubano Heberto Padilla también habló de estos experimentos pavlovianos en la UMAP. Santiago informó que el gobierno se dio cuenta de que estos experimentos médicos abusivos eran ineficaces y los terminó después de seis a ocho meses. Desafortunadamente, debido a la escasez de testimonios de ex internados homosexuales, no se pueden hacer generalizaciones sobre la naturaleza exacta de estos experimentos médicos o con qué frecuencia se llevaron a cabo. Sin embargo, ciertamente se llevaron a cabo experimentos médicos de algún tipo en los campos de la UMAP con la intención de “curar” la homosexualidad.
En última instancia, la Revolución nunca transformó al homosexual en el hombre nuevo y los internos de la UMAP persistieron en su comportamiento no conforme con el género. Mientras trabajaba como médico en un campamento, Llovio escuchó a un teniente gritar furiosamente sobre las actividades no autorizadas de los internos: “Anoche hicieron una fiesta en el cuartel… [para] una maldita boda… decoraron el cuartel… Parecía una iglesia… ¡con vestido de novia y todo!” (157). Durante un huracán en 1966, un cuartel de pájaros (hombres gays) hizo un desfile de moda, transformando sus uniformes verde olivo en bikinis (Blanco 76). Alberto Muñoz recordó que en el campamento Laguna Grande vio “el orgullo con el que la mayoría se jactaba de su homosexualidad”. Como era de esperar, también había mucha actividad sexual en los campamentos de la UMAP. Muñoz recordó que en su campamento el área detrás de los baños era “el lugar de reunión de los homosexuales”. Además, algunos funcionarios de la UMAP fueron destituidos y llevados a juicio por tener relaciones sexuales con los internos (Blanco 75; Muñoz). Como dijo un ex internado gay: “Juntan a todos los homosexuales y lo que hacen es coger a los guardias… Por la noche, los gays se escapan y cogen al soldado, cogen al campesino, cogen a todo el mundo” (Santiago).
El legado de la UMAP
Durante el sorprendente encuentro que tuvo lugar en 1966 en la Cuba rural, el periodista canadiense Paul Kidd logró entrar en los cuarteles, tomar fotografías e incluso hablar con los internos. Kidd, la única fuente de terceros sobre los campos de la UMAP, describió lo que presenció como “campos de trabajos forzados” y una fuente de trabajo “casi esclavo” (Kidd 1969, 24). En la comunidad del exilio, los campos de la UMAP son recordados de manera similar como los “campos de concentración” de Cuba. El libro del historiador Enrique Ros sobre los campos de la UMAP se hace eco de una máxima que se repite a menudo entre los ex internados: “La UMAP, donde nunca hubo un gesto humano” (231). Curiosamente, un ex internado respondió a este dictamen en sus memorias considerándolo una hipérbole, explicando que aunque respetaba “el juicio del autor, que como todos, ciertamente sufrió mucho, mi experiencia fue diferente… conocí a funcionarios respetables que, desde su punto de vista, trataron de cumplir su trabajo de la mejor manera posible… al mismo tiempo conocí a otros… nada humanitarios” (Muñoz). Claramente, las experiencias de los internados de la UMAP resisten las generalizaciones amplias y no pueden ajustarse a una única narrativa de campo de concentración. En cambio, las variadas experiencias de los internados de la UMAP reflejan cómo los campos fueron un componente vital de los diversos objetivos económicos, sociales y políticos de la Revolución Cubana. Lo que une la narrativa de la UMAP es una revolución empeñada en lograr una utopía comunista fantástica: una Cuba donde las zafras récord catapultaran la economía a una prosperidad abundante, una Cuba donde la lealtad de todos estuviera dedicada exclusivamente a la Revolución y una Cuba donde nadie fuera homosexual. Cuarenta y dos años después del cierre de los campamentos, el propio Fidel Castro finalmente decidió su legado en respuesta a una pregunta de una entrevista sobre la UMAP: “Sí, hubo momentos de gran injusticia, ¡una gran injusticia!” (31).
Notas
1 Paul Kidd, “Cuba expulsa a reportero”, Edmonton Journal, 10 de septiembre de 1966, 1.
2 Ibíd.
3 Enrique Ros, La UMAP: El Gulag Castrista (Miami: Ediciones Universal, 2004), 9, 254, 278.
4 Lillian Guerra, “Policía de género, homosexualidad y el nuevo patriarcado de la Revolución Cubana, 1965-70”, Social History 35.3 (2010): 268; Ian Lumsden, Machos, Maricones, and Gays: Cuba and Homosexuality (Filadelfia: Temple University Press, 1996), 55-81.
5 El término revolucionario connota un comunista cubano patriótico que apoya al gobierno y a Fidel Castro.
6 José Caballero Blanco, Una Muerte A Plazos (2ª Edición. Lexington: D’Har Services, 2008), 155; Ros, La UMAP, 15; Emilio Izquierdo, entrevista con el autor, diciembre de 2012.
7 Ros, La UMAP, 13; Jorge Domínguez, Ejércitos y política en América Latina (Holmes & Meier, 1976), 324.
8 Nótese que la cifra de 35.000 es una estimación del número total de internados. El número de internados en un momento dado puede haber sido menor. La razón de la discrepancia entre el número total de internados y el número de internados en un momento dado es que hubo que reemplazar a los internados debido a fugas, altas médicas, muertes, etc.
9 Debido a la dificultad de investigar este tema en Cuba, esta afirmación no es una afirmación respaldada cuantitativamente, sino una conjetura fundamentada en el estudio del autor de los testimonios disponibles.
10 “Unidades Militares de Ayuda a la Producción”, Granma, 14 de abril de 1966, 8; “Vacaciones en la UMAP por fiestas de fin de año”, Granma, 13 de diciembre de 1966, 1; “Vacaciones desde mañana a los de UMAP”, Granma, 20 de diciembre de 1966, 5; José Armas, “En los cañaverales”, Verde Olivo , 17 de abril de 1966, 8; Carlos Selva Yero, “Operación: Testigos de Jehová”, Verde Olivo, 23 de abril de 1966, 22–24; José Armas, “Ascensos en las UMAP”, Verde Olivo , 12 de junio de 1966, 31–33; PE Cabrera, “Unidades Militares de Ayuda a la Producción: Un recorrido”, Verde Olivo, 19 de marzo de 1967, 34–38; Luis Pavón, “¿Qué es la UMAP?” Verde Olivo, 27 de marzo de 1967; “Las Brigadas de Las UMAP”, Verde Olivo, 15 de mayo de 1967, 38; PE Cabrera, “Un millón en 75 días”, Verde Olivo, 7 de mayo de 1967, 19-21; José Armas, “Premios en las UMAP”, Verde Olivo, 30 de octubre de 1967, 14-16; Alberto González Muñoz, Dios No Entra en mi Oficina, (4ª Edición, 2012), libro electrónico.
11 “Hablemos de ‘Comentemos’”, Revista Mella, 1 de octubre de 1964, 14; “Los Vagos se disfrazan de enfermitos”, Mella, 5 de octubre de 1967, 9.
12 El autor utiliza la palabra “hombres” en lugar de un término neutro en cuanto al género para enfatizar que, con toda probabilidad, casi todos los internados eran hombres. Todos los testimonios disponibles de hombres que estuvieron internados en la UMAP coinciden en que todos los internados en la UMAP eran hombres. El hecho de que la UMAP fuera técnicamente parte de la SMO refuerza aún más el argumento de que casi todos los ex internados en la UMAP eran hombres. Sin embargo, la historiadora Lillian Guerra informa que también hubo internamientos de mujeres en campos de trabajo. Véase Visiones del poder en Cuba, 254. Para más testimonios sobre las mujeres en los campos de trabajo, véase Ocho Amigos, 70–71.
13 “Unidades Militares de Ayuda a la Producción: Un recorrido”, Verde Olivo, 19 de marzo de 1967, 37; “Las Brigadas de Las UMAP”, Verde Olivo. 15 de mayo de 1967, 38.
14 Dichrostachys cinerea, una maleza en Cuba.
15 Como se ha descrito, el político era el funcionario del campamento encargado de educar políticamente a los internados de la UMAP.
16 Blanco, Una Muerte, 56; Real Academia Española, “cordel”.
17 Escuelas donde los estudiantes dividen su tiempo entre el aprendizaje en clase y el trabajo en la agricultura.
18 Jorge G. Castañeda, Compañero: The Life and Death of Che Guevara (Nueva York: Knopf, 1997), 178. Además del campamento Guanahacabibes, otro interesante precursor de las UMAP fue el juicio a Marcos Rodríguez. En 1964, Rodríguez (mejor conocido como “Marquitos”) fue declarado culpable de traición y ejecutado. Como los compañeros de Rodríguez lo percibían como gay, las transcripciones del juicio permiten comprender cómo los cubanos relacionaban la homosexualidad con la falta de espíritu revolucionario. Véase The Taming of Fidel Castro de Maurice Halperin.
19 Véase “Socialismo y hombre en Cuba” de Ernesto “Che” Guevara.
20 Alfredo Guevara, ex director del Instituto Cubano del Cine (ICAIC), es un ejemplo común. Lumsden, Machos , 64; Santiago, entrevista con el autor, 8 de septiembre de 2013.
21 Como antes, esta afirmación no es una afirmación respaldada cuantitativamente, sino una conjetura fundamentada en el estudio que hizo el autor de los testimonios disponibles.
22 No se debe meter a los testigos de Jehová en el mismo saco que a las sectas protestantes. Sin embargo, desde la perspectiva de los cubanos, las religiones y sectas protestantes, como los testigos de Jehová de los Estados Unidos, parecían todas protestantes.
23 “Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz”,13 de marzo de 1963.
24 “Unidades Militares de Ayuda a la Producción”, Granma; “¿Qué es la UMAP?” Verde Olivo ; Yero, “Operación: Testigos de Jehová”, Verde Olivo.
25 “Cuba: Información sobre el trato dado a los testigos de Jehová por las autoridades”, Junta de Inmigración y Refugiados de Canadá; “Testigos de Jehová ganan espacios en Cuba”, Cubanet , 28 de diciembre de 1998, consultado el 23 de junio de 2013; “Celebran asambleas Testigos de Jehová”, Cubanet , 7 de diciembre de 2006.
26 El autor no presenta estos casos como lavado de cerebro porque eso implicaría que el camp político jugó un papel destacado en la UMAP. Sin embargo, los testimonios de ex internados no han enfatizado el papel del político ni han caracterizado a la UMAP como un caso de “lavado de cerebro”.
27 Persona considerada no revolucionaria porque adopta estilos de vestimenta de los países capitalistas. Véase En el puño de la revolución , pp. 203-204.
28 Hombre nuevo se refiere a un término que el Che Guevara utilizó para describir al hombre comunista del futuro. Véase “Socialismo y hombre en Cuba” del Che. Para un análisis de cómo el concepto de “hombre nuevo” era incompatible con la homosexualidad, véase Control social y desviación en Cuba, 165.
29 Cabe destacar que la asociación de la homosexualidad con el capitalismo también jugó un papel extremadamente importante en la racionalización de las políticas de la Revolución contra los homosexuales. Véase Social Control and Deviance in Cuba, pp. 165-166 y Machos, pp. 65.
30 Carta de un ex internado no identificado a Héctor Santiago, fechada el 3 de marzo de 1966. Parte de los “Documentos de Héctor Santiago” disponibles en la Colección del Patrimonio Cubano de la Universidad de Miami.
31 Carmen Saade, “Soy el responsable de la persecución a homosexuales que hubo en Cuba: Fidel Castro”, La Jornada, 31 de agosto de 2010.
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[Publicación fuente ‘Delaware Review of latin American Studies’, vol. 14, no. 2, 31 de diciembre, 2013. Para leer el texto en inglés…]
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