Pablo de Cuba Soria: Estampitas para santos menores / John Coltrane (1926–1967)

Autores | Música | 27 de abril de 2025

Tocaba como quien busca a Dios con urgencia. No por fe, sino por necesidad. Su saxo imploraba, increpaba, abría portales. Los silencios, en él, convertían la pausa en amenaza. No dejaba espacio para respirar, porque ya estaba demasiado ocupado exhalando el infinito. Al saxofón lo convirtió en lanza, en plegaria, en terremoto. Muchos lo abandonaron por eso, y él los perdonó con más ruido celestial.

«Trane» fue un monje de los pulmones: asceta sónico y devoto del caos ordenado. Practicaba escalas como quien entrena para hablar con el universo sin tartamudear. Mientras otros afinaban por cortesía, él afinaba como quien prepara un exorcismo. Cuando los demás músicos dormían, él seguía tocando. Cuando dejaban de entenderlo, él ya estaba tres galaxias más allá, indignado de que alguien necesitara un mapa.

Empezó tocando como si quisiera agradar y terminó como si estuviera salvando civilizaciones que aún no existen. Su fraseo: una descarga que dejaba al oyente preguntándose si había recibido una revelación o un regaño cósmico.

Su etapa con Miles Davis resultó la de dos dioses incómodos compartiendo trono: Miles, la sombra precisa; «Trane», el relámpago sin marco. Cuando se distanciaron, «Trane» lo hizo con la convicción de quien ya no quiere agradar. Llevó el jazz al Olimpo y regresó con A Love Supreme, ese evangelio sin palabras.

Antes de despegar hacia lo absoluto, se sentó junto a Duke Ellington, como un cometa que decide compartir mesa con un candelabro: un encuentro entre la distinción de salón y el vendaval que arrasa la gramática del jazz. El resultado: un duelo encantado entre el refinamiento y el incendio. Después vinieron discos que desafían el lenguaje: Ascension, Interstellar Space, Meditations.

Soplaba como si supiera que el cuerpo se le iba a romper pronto. Y así murió joven, porque no tenía tiempo para trivialidades como la carne o el aplauso. Se convirtió en el único arquitecto capaz de construir catedrales sonoras con solo una boquilla y su obsesión. A veces parecía que tocaba para algo mucho más grande —nunca para nosotros—. Y lo más desconcertante es que ese algo le respondía siempre.