Maldito Menéndez: La lamentable historia del grupo de artistas cubanos ArteCalle
ARTECALLE, del año 86 al 88 se caracterizó por las pintadas y murales en las calles y performances e intervenciones en espacios públicos y culturales. La segunda etapa fué como del 88 al 89 y consistió en performances y exposiciones colectivas en los que participaron todos los miembros menos yo. La última y menos conocida etapa fue como A. C. del 89 al 90, la reunificación de todo el grupo en un gran proyecto multimedia que fué censurado y los textos pintados en las calles como protesta a dicha censura.
El grupo Artecalle se fundó en junio de 1986 en mi casa de la calle Sitios, en Centro Habana. Un grupo de amigos y estudiantes de tercer año de 23 y C (Escuela Elemental de Artes Plásticas «20 de Octubre») nos reunimos para ver el video de una película sobre break dance y graffiteros en New York. Comentando la peli surgió la idea de formar un grupo para hacer pintadas y protestar por el hecho de que los estudiantes de arte no podían exponer en los espacios estatales( los únicos espacios que existían en esa época ), ni participar en ningún evento artístico, pues no se nos consideraba artistas. Esta situación cambiaría rápidamente en los meses posteriores gracias al trabajo de grupos como Puré, Provisional y Artecalle (Los miembros de estos grupos estaban formados por estudiantes del ISA, la ENA, San Alejandro y la Escuela Elemental de 23 y C) y de algunas exposiciones colectivas, como «Estrictamente Personal», muestra personal de Rubén Torres Llorca dónde permitió que varios estudiantes de artes participaran con sus piezas, como parte de su propia obra.
Pero es justo decir que fuimos el grupo Artecalle los primeros en protestar sobre esa política cultural que discriminaba y limitaba a los estudiantes de artes. Lo hicimos en nuestro primer trabajo, el mural de la Playa de 16, con un texto que decía: «NO NECESITAMOS BIENALES, NOSOTROS TENEMOS EL ESPACIO». Fue un mural muy polémico ya que en ese entonces se estaba preparando la Bienal de La Habana y cuando apareció el mural en La Playa de 16 la gente pensó que era obra de algunos pintores que habían quedado fuera de la selección oficial de participantes cubanos a la Bienal. Nadie podía imaginar que los verdaderos autores eran estudiantes de entre 14 y 15 años. La noticia de que había unos artistas «renegados» pintando en las calles prendió como la pólvora en la capital y, en mi opinión, fue gracias a esa reacción que los integrantes del grupo tomamos consciencia de que teníamos algo serio entre manos y decidimos continuar trabajando.
Recuerdo que mi padre, el pintor y escritor Aldo Menéndez González, era por ese entonces asesor del Consejo Nacional de Artes Plásticas y fue muy divertido y revelador para mi escucharlo comentar en casa las reuniones del Consejo donde los caciques y «expertos» del arte cubano hacían todo tipo de cábalas tratando de adivinar quién diablos eran esos Artecalle (mi padre tampoco lo sabía, eso era lo más divertido). Así fue como descubrimos una verdad que se convertiría en nuestra principal táctica de trabajo: el escenario del arte cubano era igual que el mundo de los adultos, si queríamos hacer algo atrevido no podíamos pedir permiso, porque seguramente nos lo negarían; era mejor actuar clandestinamente y que después saliera el sol por dónde fuera; total, ¿qué podían hacernos a unos adolescentes que aún llevábamos pañoleta? En realidad podían hacernos muchas cosas, como pudimos comprobar más adelante, pero eso aún no lo sabíamos.
En aquel primer trabajo en la Playa de 16 participamos Ofill Hechevarría, Leandro Martínez, Ariel Serrano, Erick Rojas, Irán Plata, Ariel Cancio, yo y otros estudiantes de 23 y C que ya no . A partir de Septiembre de 1986, cuando empezamos el primer año en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, el grupo se fue reduciendo a los miembros más comprometidos con el proyecto, Ofill, Leandro, Serrano y yo y añadimos a cuatro personajes nuevos: Ernesto Leal, Erick Gómez, Iván Alvarez y Pedro Vizcaíno.
En Cuba no se conseguían pinturas en sprays; nuestros murales estaban hechos con brochas, pinceles y aplicando el tubo de pintura directamente sobre la pared para dibujar y el resultado era muy diferente de los graffitis de Estados Unidos. De esa forma hicimos murales y pintadas, entre 1986 y 1987, en la Torre del Cocinero, en 26; en el Parque Fe del Valle,en Centro Habana; en Zapata, frente al cementerio de Colón( otro mural polémico a causa del texto: EL ARTE ESTÁ A POCOS PASOS DEL CEMENTERIO; en la Plaza Vieja (mural conjunto con el grupo Provisional); en la calle, frente al Museo Napoleónico; y en la calle Milagros, en un barrio de la Víbora,entre otros. Estos dos últimos trabajos encajan mejor en la definición de happenings que en la de simples murales, dada la significativa participación del público y otras acciones que sucedían a la par que se pintaba.
También con espíritu de happening fue concebida la expo por una sola noche «OJO PINTA» , en la Sala Talia, el 11 de enero de 1988. Este fue el último trabajo del grupo, en su primera etapa. Consistió en una paradodia de las típicas inauguraciones de pintura, pero sin un solo cuadro en las paredes, tan solo una oca que nos prestó una vecina de Ofill y que se pasó la noche cagándo por toda la galería y las intervenciones de Abdel Hernández (se acostó a leer un libro sobre una colchoneta, en una esquina de la galería, con los pies atados y un texto que decía algo así: «Si quieres hablar de arte, desátame») y del grupo Provisional (performance músical llamado «Rock Campesino» que consistió en una descarga loquísima de los miembros de Provisional, vestidos con guayaberas e instrumentos tradicionales de la música campesina). La idea general era probar que a las inauguraciones el público acudía a beber, conversar y relacionarse, todo menos a ver las obras. Era una burla a las galerías y espacios artísticos tradicionales y a la política cultural oficial que promovía la desfasada pintura de salón, heredada de la tradición burguesa, antes que al verdadero y nuevo arte revolucionario.
Esta tendencia a compartir los espacios y actuaciones con otros colegas y amigos, fue otra característica significativa del grupo en todas sus etapas. Artecalle tuvo fans, groupies y colaboradores de todo tipo. Compañeros de estudios, novias, amigos punkies y frikis (se les llamaba así a los rockeros, por una pandilla famosa que hubo en La Habana entre finales de los 70 y principios de los 80) de la calle nos seguían y nos ayudaban en todo lo que podían. Pero sobre todo debo señalar la estrecha relación con algunos colegas que, pese a ser artistas individuales conocidos, como es el caso de Nicolás Lara, Abdel Hernández, Nilo Castillo, Glexis Novoa y Carlos Cárdenas (Glexis y Carlos eran del grupo Provisional), entre otros, colaboraron con nosotros en muchos de nuestros trabajos, compartiendo muros, espacios y aventuras, por pura empatía, solidaridad y placer creativo. Ese espíritu comunal y desinteresado que se respiró durante el breve tiempo que duró la movida del arte cubano de la segunda mitad de los 80, fue un indicio de un nuevo tipo de arte, verdaderamente revolucionario, libre de las ambiciones y egoísmos que la competitividad del arte comercial produce, que se estaba fraguando en Cuba y que fue abortado brutalmente por la propia revolución o, mejor dicho, por la propia contrarevolución en el poder.
El performance más conocido del grupo, en su primera etapa, fue la intervención que ejecutamos en la Sala Martínez Villena de la UNEAC, a finales de 1987, durante una conferencia-debate sobre el concepto de arte. Acudimos con máscaras antigaces (que nos presto el profe de Preparación Militar de San Alejandro. Fue el único provecho que sacamos de esa asignatura) y batas blancas y ropas con el texto pintado: ARTECALLE EXPERIMENTO: NO QUEREMOS INTOXICARNOS. También repartimos un volante, especie de manifiesto que explicaba el performance y un cuestionario para que rellenara el público. Al final del debate sacamos unas pancartas y nos colocamos detrás de los críticos y profesores que formaban el panel. Las pancartas decían: ARTE O MUERTE, VENCEREMOS; EN CARETAS CERRADAS NO ENTRAN MOSCAS (esta la colocamos sobre Gerardo Mosquera); SEPAN SEÑORES CRÍTICOS DE ARTE QUE NO LES TENEMOS ABSOLUTAMENTE NINGÚN MIEDO (parodia de la valla frente a la Oficina de Intereses de EU en Cuba); entre otras (ver video en 2 partes «Viva la Revolu», documental sobre Artecalle dirigido por Pablo Dotta, de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños).
En 1988 el Ministerio de Cultura nos propuso participar en la nueva edición de la Bienal de la Habana con un mural dentro de uno de los espacios del evento; creo que se habló del Pabellón Cuba. Recuerden que el primer mural del grupo Artecalle, realizado en la Playita de 16, incluía un texto que fue muy polémico: «No necesitamos bienales, nosotros tenemos el espacio». Interpretamos aquella oferta como una artimaña política para comprarnos y oficializarnos y de esa forma neutralizarnos. Era una maniobra que ya habían usado antes con otros artistas e intelectuales rebeldes, en especial con los músicos de la Nueva Trova. Por esa razón convocamos una reunión, que se celebró en el Parque de los Pankis (punkies), como le llamábamos al parque de 23 y Paseo, con representantes de los principales grupos y colectivos artísticos de La Habana, es decir, Puré, provisional, Pilón, San Alejandro, la ENA, el ISA, la Escuela de Diseño, la Universidad y el taller René Portocarrero, principalmente. Recuerdo claramente la presencia de Abdel Hernández, Tania Bruguera y Lázaro Saavedra, que se había separado de Puré hacía muy poco. En dicha reunión, explicamos el asunto de la Bienal y anunciamos la disolución del grupo como medida preventiva para evitar que en el futuro pudiéramos caer o ceder ante nuevos intentos de manipulación oficial. Nuestra propuesta a los allí reunidos fue que ya era hora de que dejáramos de ser pequeños grupos separados por tendencias estéticas y nos convirtiéramos en un movimiento organizado que pudiera enfrentar el diálogo con el Sistema de modo más efectivo y menos vulnerable. Para ello, ofrecimos el término Artecalle para bautizar al movimiento, ya que ese nombre era el único que había trascendido el mundillo artístico cubano y estaba en boca de toda la población, no solo en La Habana. Nuestra idea era que si estábamos unidos, no les sería tan fácil comprarnos y dividirnos como por separado. No éramos los únicos ni los primeros en intentar algo así; en esa época se celebraban muchas reuniones y debates en casas particulares y centros «aliados», como la Fototeca de Cuba, con el objetivo de coordinar una estrategia común ante las instituciones culturales y el gobierno, pero, desgraciadamente, a la mayoría le faltaba madurez ideológica y cojones y les sobraba mucho afán de protagonismo; muy pocos intuían la gravedad de lo que se avecinaba y se tomaban las cosas como un juego. Las reuniones se quedaron en reuniones y las propuestas en propuestas; por eso nos vencieron, menos de un año después, pero esa es otra historia.
El caso es que Artecalle se disolvió; yo empecé a realizar obras en solitario, como el performance del Indio (Rauschenberg en el Museo Nacional), La Última Obra de Arte (intervención en la UNEAC) o el Reviva la Revolu (facultad de Filología y Museo Nacional), y el resto del grupo llevó a cabo varios trabajos, bajo el nombre de , como los performances que hicieron en el Paseo del Prado y en No por mucho madrugar amanece más temprano (expo en la Fototeca de Cuba) o el famoso Somos de oro( se pintaron de dorado y se sumergieron en la bahía de La Habana, frente al Centro de Artes Plásticas y Diseño. El panfleto decía varias frases como: «Síganos, somos de oro»; «Oro parece, plata no es. Easy shopping». Para mí fue el mejor trabajo que hicieron en esa etapa, contenido político y estructura conceptual en perfecta armonía ). Todos seguíamos siendo amigos y nos veíamos casi a diario y colaborábamos e intercambiábamos ideas y opiniones, pero trabajábamos por separado.
Con todo, el trabajo más conocido de fue la expo NUEVE ALQUIMISTAS Y UN CIEGO, en la sala Talía. Para saber más sobre esta muestra, visiten el siguiente enlace al blog LOS LIRIOS DEL JARDÍN, de Rafael López Ramos, dónde aparecen un par de post que explican muy bien aquellos sucesos que trascendieron lo artístico, convirtiéndose en un incidente socio político, hasta el punto de que el propio Fidel Castro hizo referencia a este en uno de sus discursos (desde luego, no fue hablando flores).
La última etapa de ArteCalle, es la menos documentada y conocida del grupo porque fué la más censurada y reprimida por el Ministerio de Cultura y Seguridad del Estado. Habían pasado tres años y los miembros del grupo teníamos mayor madurez artística y política; estábamos desencantados con la realidad del país y nuestro discurso era mucho más crítico y grave, no ya desde el punto de vista rebelde, pero optimista e ingenuo, de los inicios, sino desde la mirada de unos jóvenes artistas totalmente conscientes de que la corrupción y la represión imperantes no eran producto de accidentes y errores indeseados en el proceso revolucionario, sino efectos directos y deliberados de un régimen dictatorial.
A finales de 1988, Ofill Hechevarría comenzó a utilizar elementos del espectáculo musical en sus performances y grabaciones musicales y su aventura influyó mucho en que se nos ocurriera reunificarnos para el proyecto Artecalle en Concierto: El Regreso de Nosotros, en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes; un show multimedia que parodiaba las reunificaciones de viejas bandas de rock, utilizando elementos del lenguaje musical y teatral para exponer y/o criticar diversos aspectos de la realidad cultural y socio política del país. Desde los inicios del grupo, nuestro espíritu había sido más parecido al de una banda punk que al de un grupo de arte y ahora que Ofill había comprobado que no era necesario ser músico para tener una banda, nos lanzamos de lleno.
En 1989 solicitamos autorización para utilizar el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes para hacer nuestro concierto. El proyecto fue aprobado, a condición de que fuera «supervisado» paso a paso por «curadores» del Museo. Era algo que ya teníamos previsto que ocurriera y por eso ensayábamos en el teatro el sonido, los proyectores y otros elementos inofensivos del guión, por el día y por la tarde ensayábamos los textos, las letras de las canciones y demás elementos conflictivos del concierto, en el penthouse del edificio Naroca, en el Vedado (el piso pertenecía a la familia del David, un punkie amigo nuestro. Allí también ensayaban a veces el grupo de rock Monte de Espuma, autores del tema ESE HOMBRE ESTA LOCO, que fue célebre en su momento porque todo el mundo creía que estaba dedicado a Fidel Castro). La idea era engañar a la dirección y los curadores del Museo con un falso e inocuo guión y el día del estreno soltar la verdadera bomba que habíamos preparado.
No sé si habían micros en el penthouse del Naroca o si los caciques del Museo eran más astutos de lo que parecían o si fue un chivatazo, pero el caso fue que, a pocos días de la noche del concierto, nos pidieron que realizáramos un pre estreno para un jurado selecto, cuyos nombres no quisieron darnos, que juzgaría si el concierto era apto para el público cubano. Fue un golpe que nos cogió de sorpresa y como no nos daba tiempo para preparar y ensayar un falso concierto que fuera convincente y, además, estábamos seguros de que fuera lo que fuera que presentáramos, aquél jurado secreto nos lo vetaría, decidimos negarnos rotundamente, alegando que dicha petición nos recordaba mucho a un tribunal de la Santa Inquisición, lo cual era cierto.
Ante nuestra negación a pasar por la censura de un grupo desconocido de «especialistas», la dirección del Museo canceló el concierto, pero nosotros nos dedicamos a llenar las calles de carteles y bolas (rumores ) anunciando el concierto. Si nos iban a censurar, al menos queríamos que todo el mundo se enterase cuándo acudieran a la cita. El Museo anunció la cancelación en la radio y en la prensa( pequeñas notas o avisos justificando problemas técnicos, según el procedimiento habitual para censurar conciertos problemáticos, como los del grupo de rock Venus o los del trovador disidente Pedro Luis Ferrer ), pero nuestro poder de convocatoria era mucho más fuerte, ya que la gente confiaba más en el boca a boca que en los medios oficiales. Nunca se me olvidará una tarde que sorprendimos a la secretaria de Marcia Leiseca, la Vice Ministra de Cultura, bajándose de un Lada estatal, con chófer, para arrancar nuestros carteles en una calle del Vedado. Ahí se nos ocurrió otra idea.
Vísperas de la fecha señalada, acudimos a la sede del Consejo Nacional de las Artes Plásticas para pedirle a Marcia Leiseca que nos permitiera hacer el concierto. Por supuesto, la Vice Ministra se negó educadamente, algo que ya teníamos previsto. Al salir de la entrevista sacamos las herramientas de las mochilas( para poder grafitar con rapidez y salir corriendo, preparamos unos artilugios con botes plásticos llenos de pintura negra, con esponjas comprimidas en las bocas, que funcionaban al presionarlos sobre una superficie dura, como una pared ) y pintamos velozmente un cartel que decia: ARTE CALLE, CENSURA, acompañado de nuestro nuevo logo. Cuentan las malas lenguas que a Marcia le dio un soponcio cuando, al terminar su jornada, salió del edificio y descubrió el enorme cartel, que ya llevaba un buen rato a la vista de cualquier transeúnte.
Durante ese día y el siguiente nos dedicamos a sembrar las calles del Vedado con carteles de Artecalle. En el muro de Zapata y C, dónde nos habían tapado el mural de EL ARTE ESTA A POCOS PASOS DEL CEMENTERIO, pusimos en negro la palabra VENGANZA; tachamos muchos mojones del Vedado con el logotipo o con las siglas A.C. y muchos lugares de esa zona, entre ellos los cristales de los ventanales de la planta superior de la histórica y concurrida heladería Coppelia, centro de reunión de todas las tribus urbanas de La Habana. Al día siguiente, la bola en toda la ciudad era que habían aparecido unos carteles que decían Abajo Castro (A.C.).
Para ver fotos y videos de aquellos carteles y sucesos, diríjanse a la Biblioteca Nacional de Villa Marista, allí deben tener maravillas. Nosotros estábamos demasiado ocupados en que no nos pillaran cómo para demorarnos haciendo fotos. Si YouTube y Facebook hubieran existido en ese tiempo, seguramente nos habríamos arriesgado, pero en esa época la posibilidad de publicar ese tipo de fotos era casi nula y revelarlas en cualquier estudio era peligroso.
Agentes de Seguridad del Estado, vestidos de paisano, nos detuvieron en la tarde del segundo día, en L y 23 y nos condujeron a la fuerza( cada vez que me acuerdo siento el dolor en el brazo que me torció un gorila durante varias cuadras ) hasta un pequeño control del PNR, rodeados de una muralla de policías que evitaban que nadie pudiera ver lo que estaba pasando. Cuando llegamos, los del Minint ordenaron que liberaran a todos los detenidos que había y les prohibieron a los policías que hablaran con nosotros. Dijeron que eramos contrarevolucionarios muy peligrosos, lo cual provocó más de una mirada de incredulidad entre los policías. ¿Han visto las pelis norteméricanas en las que el FBI se inmiscuye con prepotencia en los asuntos policiales? Bueno, allí pasaba lo mismo entre el Minint y el PNR; se ve que ambos cuerpos se despreciaban.
Luego de varias horas incomunicados, sin siquiera darnos agua, llegaron unos tipos con cámaras de video y nos grabaron a bocajarro, como si fuéramos fenómenos de feria. Horas más tarde, ya caída la noche, comenzaron los interrogatorios. A mi me tocó un blanco corpulento y con barba, vestido con uniforme verde, pero sin grados ni emblemas de ningún cuerpo, que se daba un aire a Fidel Castro al principio de la revolución. Preguntaba las mismas mierdas una y otra vez, ¿Porqué lo hicieron? ¿Quienes los ayudaron o lo sabían? ¿Alguien del Ministerio de Cultura los animó? ¿Qué querían decir? ¿Es un problema con Cultura o con la Revolución? etc, aunque con un aire retórico, como si supiera de ante mano todas las respuestas.
Más tarde llegó Rudy, «El Arquitecto», como le llamábamos; un oficial de Seguridad, rubio, medio calvo y grandote , tipo Chuck Norris, que vestía siempre vaqueros y camisas y guayaberas blancas y parecía un agente de campo de la CIA en una calurosa república bananera. Era el encargado de «atender» a los artistas jóvenes y problemáticos y debía ser un oficial de éxito, porque su lenguaje era educado y su onda suelta y comprensiva, a diferencia de los burdos tarugos con camisas a cuadros, como aquél que le metió un galletazo a Serrano en 9 Alquimistas y un Ciego.
Rudy interpretó a la perfección su papel de poli bueno, acompañándonos hasta la calle en plan salvador y nombrándonos la de hilos que había tenido que mover para liberarnos. «Esta gente –nos dijo– no creen ni en su madre; son unos bestias y me han asegurado que a la próxima gracia ustedes van presos de verdad». A la noche siguiente se pasó por mi casa para hablar con mi padre y «saludarme» y convencerse de que el grupo no estaba planeando ninguna represalia. Creo que a eso le llaman «seguimiento de un caso». El cabrón tenía clase y encanto y tengo más anécdotas suyas, pero las reservo para otra ocasión. Pueden verificar su existencia con mi padre, Vizacaíno, Nicolás Lara y otros artistas que trabajaban o eran asiduos del taller René Portocarrero.
Y para que las advertencias no cayeran en saco vacío, poco tiempo después, la mayoría del grupo recibió citaciones para el Servicio Militar Obligatorio, las MTT y la Reserva, según la edad que tuviéramos. Vizacaíno y yo escapamos por la vista; miopía e hipermeotropía, respectivamente. Otros aplazaron la cita continuando los estudios en el ISA y algunos, como Ofill, tuvieron que estudiar libros de psicología y fingir (quizás con tanto realismo que luego nunca volvieron a ser los mismos del todo) para convencer a las doctoras de que padecían determinados síndromes y que de esa forma les firmaran la baja del Servicio.
La tarde del 8 de Agosto de 1989, cientos de personas, acudieron a la cita con Artecalle en el Museo Nacional de Bellas Artes. Durante horas, la cola de gente rodeaba el Museo y se extendía más allá. Algunos del grupo nos sentamos en frente, en el parque, a beber una botella y contemplar el espectáculo. Nos habían advertido de que si cruzábamos la calle, Seguridad nos detendría. No lo hicimos y aquella fue la última botella del grupo Artecalle.
Poco tiempo después, cayó Marcia Leiseca y el movimiento del arte joven cubano fue rápida y hábilmente desmantelado. Recuerdo que fui citado, junto a varios artistas y músicos jóvenes, a ver el famoso video de las 8 horas, en el Comité Central del Partido. Era un discurso de Fidel que duraba 8 horas y que fue dividido en varios trozos, según el «gremio» al que hiciera referencia en cada uno. Más que las palabras de Fidel, lo más amenazante de esa tarde fue cuando, al salir de la sala de proyecciones, nos condujeron a un salón decorado con una exposición de Yánes, «el pintor de la corte». Todos los cuadros eran retratos del Ché, Celia y otros héroes de la Revolución. El mensaje era muy claro: «esto es lo que nos gusta, lo que queremos y lo que apoyaremos. Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada».
Publicación fuente: Blog ‘Sopa de cabilla’, 2011
Responder