Alejandro Armengol: Carlos Victoria y la Generación Silenciada

Autores | Memoria | 24 de octubre de 2014
©Pedro Portal

La revista Mariel[1] aparece en 1983 para brindar la posibilidad de expresarse a varios escritores —en el caso de Reinaldo Arenas con una presencia establecida, otros desconocidos— que hablan no solo con voz propia sino también como grupo. Son los miembros de una generación “silenciada”, que llegan al exilio dispuestos a ocupar un lugar en la cultura cubana que hasta entonces les había sido negado.

Se trataba de escritores interesados en emprender otro comienzo para la literatura posterior a 1959, quienes intentaban hacerlo desde “el corazón del exilio”. Para conseguirlo, convierten su empeño en una vía renovadora, capaz de abrir nuevas rutas y de transformar la visión que hasta ese momento existía de la creación cultural en Miami. Ese es su mayor mérito: establecer la posibilidad de escribir en esta ciudad no como una actividad marginal desde el punto de vista creativo; lograr la necesaria inversión de términos y poder declarar sin pudor que hay un grupo de exiliados para el cual el principal interés es su obra, con independencia de los oficios que desempeñen sus miembros para poder vivir.

No es que no existieran antes escritores en esta ciudad. Tampoco que en la actualidad aquí se pueda vivir de los libros. Mucho menos que se produzca un reconocimiento internacional hacia quienes tercamente persisten en vivir más o menos cerca de La Calle Ocho, y alejados —aunque no aislados— de los centros tradicionales de desarrollo intelectual. Fue abrir la puerta a un empeño lleno de dificultades y frustraciones: eso es lo que establece la importancia de esta generación, más allá de los triunfos individuales de sus integrantes.

No resulta extraño que en su afán de un nuevo comienzo los miembros de Mariel no volvieran la vista a la primera generación literaria surgida tras el primero de enero de 1959 —agrupada alrededor del magazine Lunes de Revolución—, ni que se apartaran de los intentos de dos grupos tan disímiles como El Puente El caimán barbudo, y acogieran en cambio con fervor a los creadores que mejor representaban el ideal de llevar adelante la cultura en medio de las dificultades y el desinterés republicano: los origenistas y las figuras aisladas que habían hecho una obra a pesar del abandono y la falta de apoyo del país.

El primer número de Mariel está dedicado a José Lezama Lima y el segundo a Virgilio Piñera. En sus páginas también se incluyeron textos y estudios de y sobre Lidia Cabrera, Labrador Ruiz, José Raúl Poveda y Carlos Montenegro, entre otros.

Este intento evidente de distanciarse de un pasado inmediato no se reflejó, sin embargo, en muchas de las obras de los nuevos autores que formaban parte o colaboraron en Mariel. A medida que fueron perfilándose los rasgos de este grupo en pleno desarrollo, que luchaba por mantener la publicación, se hizo más evidente la imposibilidad de romper por completo el vínculo con modelos y estilos literario que los entroncaba con los escritores de Lunes, en particular en lo referente a la narrativa. Piñera —figura destacada tanto de Orígenes en su primera etapa como de Lunes, y mentor de Ciclón— sirvió de puente, pero los rasgos estilísticos comunes trascienden las comparaciones individuales.

Estos rasgos son un marcado realismo, la irreverencia ante lo caduco, el distanciamiento emocional y el asumir el narrador una actitud de espectador propia de la literatura de Albert Camus. Aunque el grupo del Mariel dejó pronto de actuar de forma unida, y pese a que la obra de Arenas —su principal promotor—trasciende este análisis de conjunto, y se aleja en gran medida de los señalamientos anteriores, puede señalarse que gran parte de los relatos publicados en Mariel buscaron apartarse de las tres vertientes principales de estilo imperantes en Cuba desde 1966 hasta la década de los ochenta: el realismo mágico, la literatura fantástica a lo Julio Cortázar y las obras épicas destinadas a celebrar las “proezas” del proceso revolucionario.

Estas semejanzas y diferencias de temas y estilo, entre la generación del Mariel y las anteriores, se encuentran por ejemplo en los cuentos y novelas de Carlos Victoria, un escritor que se da a conocer en esta revista y luego continuó desarrollando una narrativa propia.

Los primeros relatos de Victoria aparecieron en Mariel —con la excepción de un cuento premiado en el concurso de El caimán barbudo, en 1965, toda su obra se ha publicado en el exilio—, por lo que es un buen ejemplo a la hora de comprender como las características antes expuestas, propias de la generación agrupada en torno a dicha publicación, se definen y distancian adquiriendo matices propios, pero sin dejar por ello de formar parte de un conjunto que obedece a un momento muy preciso y único dentro de la literatura cubana contemporánea.

Las novelas y los cuentos de Victoria tienen en común una visión existencialista y una lucha por exorcizar temores y limitaciones personales. Ambos aspectos lo vinculan a dos escritores pertenecientes a los primeros años de la revolución, Calvert Casey y Humberto Arenal, pero ya existentes desde antes en la literatura cubana. También, y de forma más sutil, con los poemas y relatos de Eliseo Diego.

En Victoria está presente la influencia de Camus, pero a diferencia del escritor francés, cuya novela El extranjero tuvo un gran impacto en parte por el uso de los verbos en pasado, propio del lenguaje cotidiano —a diferencia de la literatura tradicional francesa de su época—, en la mayoría de sus textos divide la narración entre un tiempo pasado —que sirve para narrar lo que ocurre— y un pretérito imperfecto —que otorga una relatividad temporal a la acción y nos traslada a otra época, creando una distancia entre el lector y los hechos y personajes.

Un buen ejemplo de este recurso es la novela Puente en la oscuridad (1993). En ella Victoria logra que este distanciamiento verbal no contribuya a crear en el lector una falta de interés en los aspectos puramente anecdóticos de la trama, mediante la constante introducción de acontecimientos y peripecias, que crean una apariencia de realidad —es además un recurso común a gran parte de la narrativa cinematográfica y también muy utilizada en la novela del siglo XIX, en la que el protagonista atraviesa por diversos episodios antes de alcanzar una meta.

Ejemplos de lo anterior se encuentran en muchos de los relatos y novelas de Victoria: Puente, La travesía secreta (1994), La ruta del mago (1997). Solo que casi siempre la meta es un vacío existencial donde pocos asideros —el amor, la amistad, la honestidad— apenas permiten sobrevivir.

Junto con la renuncia voluntaria a todo tipo de búsqueda formal —propia de las vanguardias— y la utilización del lenguaje solo como un medio expresivo, llama la atención la aparente ausencia de una influencia de la literatura norteamericana más conocida y admirada en Cuba hasta comienzos de los años 80 —presente en los escritores de Lunes, especialmente en Guillermo Cabrera Infante, y en otros anteriores, como Lino Novás Calvo.

De esta forma, volvemos a encontrar en la obra de Victoria un elemento común al grupo del Mariel: una intención de distanciarse de los escritores precedentes, pero al mismo tiempo la imposibilidad de escapar de una esfera de influencia mucho más amplia. En este caso, la huella de la literatura norteamericana no está totalmente ausente, ya sea indirectamente a través del propio Camus o de forma más palpable, como en el cuento La franja azul —de Sombras en la playa (1992)—, que en cierta medida recuerda a J. D. Salinger. Pese a ello, Victoria fue un escritor más cercano a los modelos europeos que a los norteamericanos y del boom, lo que evidencia que al adquirir una voz propia no quiso recorrer los caminos que siguieron la mayoría de sus contemporáneos.

Marcada por una discordancia en la geografía y el tiempo, la generación del Mariel se lanzó a desarrollar una obra como si viviera en el centro de la Isla y el exilio. Fue un acto de fe y de locura, pues por razones circunstanciales surgió precisamente en la periferia de ambos. También apenas una divergencia temporal. El caso de Victoria es un buen ejemplo de ello.

Con los años y por diversas vías, sus miembros han ido recorriendo una senda donde se busca recuperar la memoria, trascender literariamente la inmediatez del exilio y ocupar un lugar propio en la cultura cubana, sin dejar nunca de transitar entre el silencio del pasado y la incertidumbre del futuro. Un puente que escape a las trampas del momento.


[1] Este trabajo fue escrito para una publicación en homenaje a la revista Mariel. Por lo tanto, no tuvo como objetivo analizar todo el contenido de la revista, la labor de sus miembros e incluso la obra de Carlos Victoria en su totalidad, la cual él proseguiría desarrollando varios años más hasta su muerte. Al final no fue incluido en el número por razones de espacio. Si ahora me decido a publicarlo, tras varios días de pensar que no valía la pena hacerlo por su carácter incompleto en cuanto a una valoración del conjunto de la obra de Victoria, es por el recuerdo de un compañero con quien por años compartí la jornada laboral en el diario El Nuevo Herald, a pocos metros de distancia.

Publicación original en Cubaencuentro.