Mercedes Eleine González: Interviú a Clara Morera

Archivo | Artes visuales | 1 de enero de 2015
©Clara Morera, ‘Elegua, Niño Bonito’, 2008 / Cernuda Art

Parece enigmática como su ambigua sonrisa de Mona Lisa cuando asoma su rostro desde la sombra del tiempo pero se vuelve transparente, locuaz y risueña como una niña al ser interpelada. Clara Morera, una importante exponente de la pintura cubana contemporánea cuya “irreverencia” ante el régimen la relegó al más oscuro ostracismo en Cuba hasta hacerla desconocida, emerge hoy como la gran artista plástica que es gracias a su talento. Clara ha sido inmortalizada por su gran amigo, el escritor cubano Reinaldo Arenas, en las páginas de su libro: Antes que anochezca y en el filme homónimo de Julián Schnabel, protagonizado por el español Javier Barden y a quien su magnífica actuación le valió una nominación al Oscar.

Su natural forma de ser, elocuente y espontánea, la convierten sin uno darse cuenta en cómplice o confidente del entrevistador, con un carisma tal que no es difícil adivinar por qué nucleó a su alrededor lo más representativo del sector artístico e intelectual en una de las etapas más represivas del sistema político en Cuba, la década de 1970.

Clara parte en sus obras, que son generalmente cuadros, tapices y esculturas blandas (las varias formas en que se proyecta la artista) de una unidad que define un todo, “de un pensamiento cosmo-céntrico” que incluye en “una misma visión el microcosmos y el macrocosmos, el átomo y el todo”, pinturas que nacen de una simbología propia para las diversas representaciones recreadas.

Sus leit-motiv suelen ser “el pájaro como elemento representativo del destino, el ojo” que acecha, vigila, observa, contempla, capta y recrea en “profunda meditación el concepto de la existencia misma; la escritura como referencia a la acción física, el corazón como centro de todo, la Luna, regidora de los ritmos del cuerpo y del tiempo; el tambor como instrumento de percusión originario del sonido universal”, todo ello entretejido en un mundo onírico que surge de la realidad cotidiana del ser humano y lo trasciende hasta los confines de la irrealidad imaginativa del espectador, que lo interpretará de acuerdo con su nivel cognoscitivo.

No sería exagerado afirmar que Clara es “mensajera de los dioses y conciencia del hombre…” cuya belleza, fuerza y misterio de pitonisa tiene enigmas y joyas ocultas que imprimen a la obra una “belleza fascinante que alimenta el alma”. Su obra no suscita angustias o terror, sino una “profunda felicidad, como la paz que nace de los grandes orgasmos”. [1]

La abordo para solicitarle solo “algunas preguntas” para una “breve entrevista” y accede con tanta simpatía que terminamos hablando de mil temas como viejas amigas. En aras del tiempo, nos remitiremos a lo esencial.

Naces en la soberbia provincia de los Tinajones, el indómito Camagüey del Mayor Ignacio Agramonte ¿cuándo te trasladas a La Habana e inicias tus estudios de pintura?

Clara Morera(CM): Si, nazco en Camagüey, en un central en Ciego de Ávila. Recuerdo visitas a unas montañas donde desayunábamos lo que quedaba de la cena anterior. Nos deslizábamos en yaguas por las colinas para abajo y recuerdo un río. También un Pony, uno de esos caballitos pequeños y lindos, que aprendí a montar chiquitita. Después nos trasladamos para Jagüey Grande donde descubrí una firma palera de Lucero que se llama así, Jagüey Grande, allí crecí, sin tener idea de lo que era el arte ni de nada.

Mi profesora de arte en los grados sexto, séptimo y octavo tenía muy poco que decir de mí, mejor dicho no tenía nada que decir. A los trece años conozco a alguien que impulsó mi vida más allá de mi entorno, un profesor de octavo grado, llamado Aníbal Penton, que me quitó de las manos una novelita de Corín Tellado y me puso en ellas Demian, de Hermann Hess. Fue el que me enseñó a leer y a no perder el tiempo. Desde entonces ya nada pudo evitar mi escape de las convenciones. Un día me fui a estudiar arte, no por vocación sino porque quería escapar del dominio de mi mamá porque yo era hija única.

¿De qué forma te dedicas a la pintura?

CM: Primero fui a la Escuela Provincial de Matanzas, donde tuve un profesor llamado Agustín Drake que fue mi mentor y mi amigo, además de un profesor colorista, del que no recuerdo el nombre, que me enseñó a hacer las aguadas en óleo; después me fui a San Alejandro. Ya en los años sesenta y pico vivía en La Habana en la Escuela de San Alejandro. En ese entonces no tengo el apoyo familiar y tuve que hacer muchos sacrificios para seguir en la escuela. José Mario Rodríguez de las Ediciones El Puente me recogió en su casa, ahí conozco por primera vez lo que es la cultura, los movimientos culturales. Conozco a Mendive y a otros artistas y me integro como miembro de la Brigada Hermanos Saíz de la que soy fundadora y de la que luego fui expulsada.

¿Cómo se inicia tu amistad con el escritor cubano Reinaldo Arenas?

CM: De forma muy natural, como suceden las grandes cosas. Yo estaba viviendo en unos cuartos que daba el Ministerio de Cultura a los empleados menores, en aquel entonces yo trabajaba como realizadora del diseñador Frémez, el cual fue mi amigo. Teodoro Tapia era mi compañero y después fue mi esposo, un poeta impresionante, que estudiaba filosofía rusa, junto a Miguel Correa y Roberto Valero. Tapia era primo como en segundo grado de Reinaldo. Reinaldo fue al cuartito y me hizo una barbacoa. Arenas era experto en barbacoas. Una característica de Reinaldo Arenas era su absoluto desapego a cosas tan valiosas para los intelectuales, como su tiempo. Reinaldo regalaba su tiempo ayudando a los demás. En mi casa se fraguaban las cartas tan divertidas como las que se le hacían al rector de la escuela teosófica en la que estudiaba Vicente Echerry, o las divertidas cartas que Rey mandaba como si fuera Adelaida de Juan, las cuales eran como un brain storm de toda la familia.

Casi no pintaba entonces.

Tapia y Reinaldo descubren el hueco que era una pared muy gruesa que daba a tierra de nadie, con techo y todo, aislada del resto de los mortales. Se puso una escalerita y todo se tapó con mi gran cuadro (grande quiero decir de tamaño, un cuadro muy hermoso), La Tiñosa cuando el diluvio, entonces empecé a pintar y Reinaldo a ir todos los días y por largas horas, a forrajear los tesoros del “hueco” y a verme pintar. Como yo llevaba años sin pintar (trabajar el diseño me había vaciado de imágenes), empecé a pintar sin parar, a todas horas, en aquel espacio de ensueño. No es que estuviese arreglado, eran unas ruinas enormes con techo. Reinaldo, claro, ya escribía El Color del Verano, pero yo casi nunca leía sus cosas, sino le ayudaba con las maldades, que después el convertía en capítulos.

¿Qué nuevos proyectos te ocupan actualmente?

CM: Yo no tengo proyectos sino necesidades. Pintar es tan necesario para mí que puedo ponerme histérica y enloquecer si me paso un tiempo sin pintar o sin dibujar. O sin bordar. Yo normalmente cuando nada se me ocurre, preparo pedacitos de canvas y los dibujo o los bordo (bordo mal, lo reconozco) mirando al mismo tiempo películas o noticieros. ¿Por qué así? porque no hay presión. Cuando uno se mete en un cuadro ya determinado, para una exposición por ejemplo, aunque no quieras, el gusto del que va a ser tu galerista o tu espectador, o la corriente del momento, influye en la obra, aunque sea en un cinco por ciento pero cuando trabajas fragmentos de cosas y las bordas o las vas acumulando así, como cuando uno dibuja en un papelito mientras hablas por teléfono, el dibujo es casi automático, desvinculado, libre de todo. ¿Qué pasa después? Reúno cajitas llenas de estos fragmentos y un día, un día cualquiera, tiro un paño al suelo y empiezo a formar las grandes telas o se convierten en detalles que enriquecen las obras. Por ejemplo El Santo Pájaro lleva miles de letreritos y dibujitos que nada tienen que ver con un pájaro pero que ya ahí, forman el conjunto.

¿Hay algún otro desafío en la vida de Clara Morera?

CM: Sí, Clara Morera tiene muchos desafíos, tantos, que se mantiene con la espada en la mano y el vaso de agua al revés, técnica de un gran Babalao [2] llamado El Niño, de allá de Cuba que vive por la calle Diez de Octubre. Uno de mis pensamientos que ocupa mi mente ahora es que quisiera que hubiera una muy buena voluntad de ambas partes, de ambos países, tú sabes, Cuba y Estados Unidos con esto del intercambio cultural, que no impusieran la política errada que por años ha mantenido el Ministerio de Cultura, que no volvieran los comisarios de la cultura cubana a querer imponer aquí y allá sus cánones y listas negras. Si se lograra un intercambio verdaderamente parejo, de parte y parte y con igualdad de condiciones, donde los artistas de allá siguieran viniendo como hasta ahora pero los de aquí pudieran ofrecer su arte en Cuba eso sería realmente muy hermoso.

[1] Citas tomadas de Francine Rosenbaum, escritora suiza, gran amiga de la artista, quien escribió las palabras del catálogo de una exposición de Clara en 1993.

[2] Jefe, sacerdote, maestro, líder, en la religión de origen africano yoruba.

Publicación fuente ‘Cubaencuentro’, 2011 / Todas las obras en esta página pertenecen a Cernuda Art.