En principio Vilis no se parece a nada. Hasta que de pronto uno se encuentra recordando esas historias de misterio de otro tiempo –Fantomas, pongamos— y el efecto simultáneo de evasión e incredulidad de una literatura de engranajes abiertos y realización minuciosa, de inverosímiles no imposibles. Claro, ¿por qué no una literatura sin moral, sin rédito psicológico, metafísico ni histórico, sin calorías para el pensamiento ni colirio para la mirada, sin siquiera música, más reacia al museo y al peso atrofiante del significado? A fin de cuentas, despojar a la literatura de atributos fue el programa de muchos de los escritores que más admiramos. Es el programa de García Vega. Para seguir leyendo…
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