Los habaneros han visto caer los pedazos de muchas viviendas ante la indolencia de las autoridades. La más visible por su ubicación fue quizás la de 23 y G, cuyos propietarios nunca abandonaron el país y no contaban con recursos para repararla, pero así y todo se negaban a «donarla» al Estado. Finalmente, cuando murieron, la vivienda se convirtió en la Casa Balear y, por supuesto, tuvo que recibir una reparación capital. En el mismo corazón del Vedado, la destrucción progresiva de esa casa narraba una historia de venganza: la de un Estado que prefiere fabricar ruinas antes de permitir que una propiedad que desea no sea suya. Para seguir leyendo…
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