Del amor no se puede hablar si no se tiene en cuenta su contrario. Eso nos dice, o intenta enunciar performance y fotos mediante, esta Cirenaica. Sí, es la misma, pero con un rostro diferente. Porque ya no está en el centro del escenario fotografiado, aquel donde siguen transcurriendo las formas sagradas del amor, también las profanas, y en el cual el silencio y la soledad son el evidente síntoma del posible fracaso de un consenso, de una comunidad de afectos e intereses. Porque regresa al performance y vuelca allí “otra vez el amor y la energía que depositamos en el acto de amar. Y la que diluimos. El performance entendido como traslación de esa energía al suceso escénico, y la creación como un proceso al descubierto. El actor: vehículo, víctima propiciatoria. Tampoco víctima inocente. También victimario”. Regresa al performance, pero desde la total ausencia de movimiento. La procesión va por dentro. Para seguir leyendo…
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