Fidel Castro era, ya en aquel entonces, la auténtica estrella de rock. Su escenario satánico fueron las ruinas de Cuba, una Habana convertida en Dresde que sirvió de trasfondo a su Apocalipsis unipersonal. La cultura que creó la música que oíamos en un remoto boniatal villaclareño, se originó en Cuba, así como la idea de lo revolucionario que subyace en el ímpetu iconoclasta del rocanrol. Para seguir leyendo…
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