Hacia comienzos de los años noventa Padilla me telefoneó desde alguna parte de los Estados Unidos, me felicitó profusamente por el título de un artículo mío: «Los rollos del Marx muerto», avisándome que me iba a «plagiar» esa frase (y en realidad me la acreditó luego en un artículo o en una entrevista), y me anunció que en unos días me enviaría, para que yo le hiciese el favor de presentarlo a alguna editorial, el «mamotreto» de un libro que era, dijo, una loca comedia política y poética; una parade sauvage añadió, citando a Rimbaud. Esa fue la última vez que le oí la voz, y nunca recibí el»mamotreto» Para seguir leyendo…
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