Ahora, que Fidel ha muerto, sería interesante contar las novelas que se refirieron a él en la Isla, que lo tomaron como figura, que lo intentaron descifrar. Por supuesto, hay unas pocas, pero incluso en las mejores —Días de entrenamiento, de Ahmel Echevarría, por ejemplo— el gobernante aparece como una figura incidental, una especie de doble (“viejo de fierro”, es el eufemismo que usa Ahmel), casi nunca como el centro del relato. Porque Fidel es a la literatura nacional lo que Voldemort a Harry Potter: El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Su estética es la del tabú. Para seguir leyendo…
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