Guillermo Cabrera Infante: Dos cartas inéditas a Danubio Torres Fierro [Junio-Julio, 1977]

Archivo | Autores | Memoria | 2 de enero de 2018
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Aquí les van dos cartas que desde Londres Guillermo Cabrera Infante le enviara en 1977 a Danubio Torres Fierro, periodista y ensayista uruguayo, que en su momento fue secretario de redacción de la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz desde su fundación en diciembre de 1976 hasta 1998, año en que falleciera. Enjoyyyyyt 😉

London S.W.7

25 de junio de 1977

Querido Danubio, gracias por tu carta y esta vez el agradecimiento no es formal. Después de recibir una serie de cartas nada agradables (entre ellas la petición de firmar una carta colectiva —¡que detesto!— por un pobre poeta que estaba semipreso en Cuba y por haber publicado un libro de poemas, nada políticos, te juro, fue condenado a terminar su condena de 15 años, es decir, 5 años más de régimen carcelario completo— el poeta en cuestión no tiene la categoría de Padilla (no que yo crea que Padilla tiene mucha categoría) y por eso su caso pasará inadvertido, después de esa carta y otras, llegó la tuya con su alegre locuacidad y fue un cambio de aire.

Me alegro que hayas ido a París con Edwards, que me parece muy bien. Lamento que no te haya gustado el Baubourg. Yo lo que vi por fuera, antes de terminado, me gustó mucho. Mi hija Carolita, por su parte, lo detesta. Verdad que aquí estamos acostumbrados a la arquitectura estilo National Gallery —de ahí las reacciones encontradas de los dos.

Ya había oído del cambiazo de elites intelectuales de Paris, para mí bastante desprestigiadas no por haber venido de China cantando a corro a Mao, sino por la frivolidad y bobería de sus métodos dicen que estructurales. No es fácil conseguir aquí el Observateur pero trataré. Tu opinión autorizada viene a unirse a otras, como la de Néstor Almendros, con quien conversé por teléfono sobre esto hace poco. Pero no me extraña. Nada me extraña ya después de oír a Carrillo (a quien conocí en la embajada de Cuba en Bruselas en 1965, cuando viajaba con pasaporte cubano) declararse prácticamente social demócrata, ninguna declaración puede alcanzar a ser las ruinas que tomaban impávido a Horacio.

Buenas las noticias sobre Vuelta, aunque le escribí hace días a Rossi, reclamándole una copia de la revista en que salió un cuento mío (que me pagaron, aunque no con la largueza que Plural solía) y no he recibido respuesta. ¿Es Rossi todavía el director? Como tú dices, las cosas cambian en México de tal manera que no es posible seguirles el curso.

Me ocupo principalmente de escribir «Las confesiones de agosto» (no me preguntes por qué ese título), tarea que cumplo diariamente, menos los sábados (cuando contesto cartas) y los domingos (en que leo la abundante prensa dominical inglesa) y voy abriéndome paso lentamente, entre otras cosas porque quiero mantener el tono de memoria pero que al mismo tiempo la prosa tenga como una esencia cubana, sin caer en las tentaciones habaneras de “Ella cantaba boleros”, novela dentro de la novela que tengo que confesarte que compuse con bastante facilidad y rapidez: todo estaba en el tono. También escribo crónicas que quieren ser ensayos para Madrid y para Caracas. Por otra parte y esto ya es más comprometido, sigo en mi estudio de la literatura inglesa, tan vasta, tan rica. Después de haber terminado con Swift, ataco ahora a De Quincey, de quien había leído los fragmentos que todos leemos pero al que conocía mal: no en balde Borges le tiene tanto aprecio.

Bueno, me he contagiado con tu carta locuaz y esta mía es casi un castigat scrivendo!

Me alegra que te vaya bien de tu dolencia. Si quieres compañía te puedo dar los nombres de Victor Hugo, Trollope y Hemingway —los tres tenían que escribir de pie.

Un abrazo con afecto,

Guillermo

PS/ Hace años que no leo nada de Cortázar. Después de leer una noche en casa de un argentino teatrista plástico que vive en Londres su Último round, lleno de facilismo, bobería y lo que es peor, una vanidad desmesurada juré no leer nada de ese señor casado con esa señora tan ugnelica.

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53 Gloucester Road

London S.E.7

16 de julio de 1977

Querido Danubio, ¿cómo responder tus cartas? Están tan bien escritas que resulta difícil contestarlas in kind, como dicen los ingleses. Tienen la concentración y la inteligencia de tus críticas de Plural y siempre te las arreglas para decir algo acertado, como tus opiniones sobre La cartuja. A raíz de mi nervous breakdown, con muy poca capacidad de concentración para escribir, me puse a leer los libros más grandes que tenía en mi biblioteca, aun los que hubiera leído, y me leí las obras completas de Stendhal. Creo que las escenas iniciales de La cartuja no han sido superadas nunca y que todo el esfuerzo que hizo Tolstoy en Guerra y Paz resulta baldío, derrotados todos sus tomos por las pocas páginas de Stendhal. Pero lo que más me gustó —mi vieja afición por las autobiografías— fue La vida de Henri Brulard [sic], si es que se titula así. Es un libro de una modernidad ejemplar: también allí, como tú dices, se trata de la vida y no de la realidad.

Conocí a Cortázar en 1963, antes de Rayuela, no por razones literarias sino porque me lo pedían en Cuba el pobre Calvert Casey y Rine Leal, a quienes había conocido y encantado en su primer viaje a La Habana. Me sorprendió, después de su estatura, su modestia, que yo creí real entonces. Fue en uno de mis viajes a París desde Bruselas. Después lo vi otras veces (ya había publicado Rayuela pero no lo había alcanzado el éxito todavía) y cuando comenzó mi exilio lo visité desde Londres, para conseguir el permiso para adaptar al cine su cuento “La autopista del sur”. Había cambiado bastante, pero the sea change, el cambiazo, fue evidente cuando viajé a París en 1968 (precisamente me sorprendieron allí los evenements) y me encontré con un hombre de una vanidad monstruosa, visible por debajo de lo que era una falsa modestia. Esta falsedad alimentada por la inmodestia es lo que me hizo no poder leer 62, con su cita de sí mismo. Ya te conté mi último encuentro con su literatura en El último round [sic], no me extraña que se hayan infectado sus cuentos, que es lo que él hacia mejor, Rayuela resultando una compota de Huxley y Mircea Eliade. Así no seré uno de los lectores de su último libro de cuentos, como tampoco leí el anterior. Prefiero, por supuesto, a Borges que en su Libro de arena se reivindica del Informe de Brodie.

Leí La ciudad y los perros y me pareció una novela bien hecha, pero nunca pude leer La casa verde, con sus complicaciones inútiles. No he vuelto a leer a Mario, excepto por un fragmento de su ensayo sobre Madame Bovary, que me pareció notable. Leo —sé que es mi culpa— poca literatura latinoamericana. Acabado el admirable De Quincey, estoy leyendo una antología de prosa inglesa, que, con muy pocas excepciones, demuestra la pasada riqueza de estas islas en literatura y la vida en general. El presente es bien pobre. Aun Anthony Burgess, en su último libro, Abba Abba, muestra una decadencia considerable.

Espero con impaciencia para leer tus próximas crónicas. Es una pena que no puedas venir por Londres. Creo que te gustaría.

Un abrazo,

Guillermo

Publicación original en ‘Milenio’