En febrero de 1998, mientras Cuba esperaba al Papa Juan Pablo II, Damaris Betancourt regresó a La Habana con el objetivo de realizar una serie de reportajes sobre aquel acontecimiento para un periódico suizo. Sin embargo, su acreditación como integrante de la prensa extranjera fue denegada, tal como temía, por su condición de cubana. Frustrada, con tantos carretes por disparar y una apremiante necesidad de aprovechar su estancia en la isla, decidió retomar un antiguo contacto en uno de los sitios más nombrados, y a la vez, más enigmáticos de la capital cubana, “Mazorra”. Para seguir leyendo…
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