Carlos Varela era nuestro Bruce Lee. Nuestro Chuck Norris. Medía 1.60 pero era un gigante. El único capaz de volar con su música la Plaza de la Revolución desde lo profundo de las oficinas del Consejo de Estado, es decir, desde sus cimientos. Él solo. Carlos Varela. Pero cuentan que entonces, una tarde, se lo llevaron a dar una vuelta. Una gran vuelta. La vuelta más grande que jamás él haya dado. Quizás no fue exactamente una tarde, pero fue. Se lo llevaron a dar una vuelta, lo citaron en una oficina, lo tuvieron horas mirando el paisaje devastado del país, le hicieron escuchar unas cien veces aquel disco que tenía a los especialistas en Inteligencia con los nervios de punta, a los policías de a pie con los nervios de punta, a los vigilantes de los CDR con los nervios de punta, a Silvio Rodríguez con los nervios de punta, al mismo Fidel Castro con los nervios de punta. Para seguir leyendo…
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