Eduardo del Llano, como todos los desparametrados antes y después de él, sabe dónde dice peligro. Obviamente, ha jugado con la cadena en su saga de Nicanor O’Donell, pero nunca con el mono. Con el mono guarda una respetuosa distancia, evidente en su aparición ante las cámaras. Y no es que Del Llano tenga que denunciar a la dictadura de manera explícita, sino que podría ahorrarnos el tonito condescendiente cuando se refiere a “ustedes”, es decir: a nosotros. Lo que Del Llano impugna y, en definitiva, teme, es nada menos que la principal ganancia del exiliado, el motivo por el cual se exila: la libertad de expresión, el derecho de señalar culpables y denunciarlos sin tener que dar un rodeo de diez minutos en torno a tracios y romanos, cuando el asunto es que tres niñas cubanas yacen cuatro metros bajo tierra. Para seguir leyendo…
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