¿Qué investigadores, qué ciudadanos, qué humanistas somos, si seguimos absortos en meter las narices en espacios seguros y confortables, jugando a las políticas de avestruz, que en muchos casos son las políticas de corrección moral que piden las instituciones, acaso las universidades? La disputa en torno al papel de los intelectuales, después de Gramsci y Foucault, tuvo en el pensador palestino Edward Said una lúcida voz. No existen reglas que indiquen lo que deben hacer los intelectuales, pero nada los rebaja más que el silencio oportunista y cauteloso. Los intelectuales son de su tiempo. Imaginar hoy el lugar de los intelectuales, y específicamente de la academia, sólo tiene sentido si nos posicionamos como pensadores comprometidos con la vida. Heridos por el dolor, pero movidos por el amor. Ese dolor que nace del inconmensurable amor por lo que hemos perdido. Para seguir leyendo…
Responder