Carlos A. Aguilera: Interviú a Ernesto Menéndez-Conde / Trazos en los márgenes. Arte abstracto e ideologías estéticas en Cuba

Artes visuales | 10 de agosto de 2020

Pocas veces ha sido pensada de manera tan exhaustiva la pintura cubana como en Trazos en los márgenes. Arte abstracto e ideologías estéticas en Cuba (2019), el libro de Ernesto Menéndez-Conde (Santa Clara, 1966), recién aparecido por ediciones Dador en dos tomos. Para saber más sobre lo no-figurativo, sus debates, sus publicaciones, sus pliegues, nos acercamos a su autor…

“La guerra fría fue también un enfrentamiento entre ideologías estéticas.” ¿Cómo repercute en Cuba este enfrentamiento entre ideologías contrarias?

Desde los Estados Unidos hacia América Latina existió una política destinada a contrarrestar el influjo del muralismo mexicano y fomentar un arte nacionalista y moderno, basado en búsquedas formales. Por otra parte, los intelectuales del Partido Socialista Popular defendieron la noción de un arte de compromiso social, apoyados más bien en el ejemplo de México y no tanto en el realismo socialista a la usanza soviética. Este fue solo el comienzo. Ya recordarás aquello del diversionismo ideológico, las dificultades para escuchar la música anglófona, los problemas con las modas juveniles y un largo etcétera.

A partir de 1959 la abstracción no tuvo mucho peso dentro del imaginario político-estético cubano. ¿Cómo se comportó la crítica con respecto a la abstracción en sentido general?

Habría que empezar por cuestionarse esa afirmación. Uno de los propósitos de mi libro es demostrar que el imaginario político-estético de la abstracción tuvo un peso enorme no solo a comienzos de la Revolución, sino por un largo tiempo. Me atrevería a afirmar que todavía hoy el impacto de la abstracción es considerable. El comportamiento de la crítica -como sabes supeditada a las editoriales controladas por el Estado- fue hablar poco sobre las tendencias no figurativas, mientras no se hacían muchas exposiciones y se trataban de inculcar los enfoques marxistas sobre el arte como un reflejo de la sociedad y la noción de que la abstracción era adversa desde el punto de vista ideológico. Esto fue lo que trató de enseñarse en las escuelas de arte y muchas veces de manera muy opresiva. El artista Edel Bordón me contó que Leandro Soto le prestó De un realismo sin riberas, cuando estudiaba en la ENA. El libro se había publicado en Cuba, pero Bordón dice que tuvo que leerlo a escondidas. En 1977, Juan Marinello habló de una “generación de la esperanza cierta”, que se apartaba del arte abstracto. Cuando estudié en San Alejandro -entre 1981 y 1985- se hablaba poco de las tendencias no figurativas, aunque los estudiantes estaban familiarizados con el Pop.

La reedición del libro de Marinello (Conversación con nuestros pintores abstractos) en 1961 tuvo –supongo- algún peso en la mirada que se construyó sobre la abstracción en la isla. ¿Se censuró lo abstracto en Cuba? ¿Se censuraron exposiciones o textos?

No tengo referencias sobre textos que se hayan mutilado por hablar sobre las tendencias no figurativas. Aunque hubo exposiciones censuradas, como una muestra colectiva en la ciudad de Holguín hacia finales de la década de 1960, en el caso cubano debiera hablarse de lo que Derrida llamó un “efecto de censura”, es decir una limitada circulación de las ideas. El arte abstracto quedó oficialmente aceptado dentro de la libertad formal que Castro proclamó en Las palabras a los intelectuales. En la práctica fueron otros cinco pesos. Se hablaba de un futuro sin abstraccionismo. La política cultural no se ejercía de manera homogénea. Algunas instituciones como Casa de las Américas y la UNEAC fueron un poco más receptivas hacia la nueva figuración y el arte no representacional. En 1967 se hicieron unas vallas medio abstractas. Incluían una cita de la “Primera Declaración de La Habana”. Estaban en los alrededores de la Plaza de la Revolución. Un abstraccionista como Luis Martínez Pedro, declarado simpatizante del gobierno, fue relativamente bien promovido. En el otro extremo estuvieron los jóvenes, poco difundidos y sin apenas oportunidades para exhibir. En sentido general prevaleció ese efecto de censura que mencioné anteriormente.

¿Ocupa algún lugar la abstracción para la(s) generación(es) que construyen la dinámica de los ochenta?

El papel de la abstracción durante aquellos años está mal estudiado. Tenemos, por solo citar algunos ejemplos, grupos como 4×4 -muy influido por la no figuración-, y Hexágono, abstracciones neo-expresionistas como las de Sandra Ceballos, el trabajo con las llamadas ‘formas malas’ de Flavio Garciandía, las obras de Gustavo Pérez Monzón, el aprovechamiento de la abstracción como crítica cultural y política que ensayaron algunos artistas, además de jóvenes que hicieron obras no figurativas y en los que casi nadie reparó.

¿Cómo llegas tú a la abstracción?

Yo estudié pintura y como pintor hice dos o tres abstracciones, hacia 1987. Pero tal vez fue a través de la lectura de novelas y ensayos sobre poesía que la abstracción comenzó a interesarme cada vez más.

(*) Versión de la entrevista en El Nuevo Herald (26.07.2020)