Siempre he tenido esa convicción: el equívoco es parte de nuestra naturaleza insular. Y además: el ridículo, que nos distingue y nos salva de ser invisibles. Y cuando pensamos en esas ventajas, tan útiles para el arte y la política, llegamos a otra palabra querible y exacta: la desilusión. La desilusión del Almirante, la primera desilusión. No éramos Cipango, no había oro. Y faltaban muchas otras por venir. Para seguir leyendo…
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