Abel Sierra Madero: Interviú a Tomás Fernández Robaina / Yo eso no lo puedo olvidar

Autores | Memoria | 21 de marzo de 2021
©Fernández Robaina intervenido / Internet

Nadie como el escritor cubano Reinaldo Arenas utilizó el apodo como arma política, como una daga para renombrar o ridiculizar. A Fidel Castro, por ejemplo, le decía Fifo; mientras que al autor de Biografía de un cimarrón (1966) y presidente de la Asociación de Perros Chihuahuas, lo llamaba Miguel Barniz.

Arenas era tan mordaz que, en El color del verano, se definió a sí mismo como la Tétrica Mofeta, mote con el que se le conocía en el submundo homosexual habanero. A esta lista se suman Zebro Sardoya (Severo Sarduy), Alicia Jalonzo (Alicia Alonso), H. Puntilla. (Heberto Padilla), Alejo Sholejov (Alejo Carpentier), Octavio Plá (Octavio Paz), Manuel Gracia Markoff, alias Cara de Fó, la Marquesa de Macondo (Gabriel García Márquez), y Gúnter Grasoso (Günter Grass), entre otros.

Dentro de ese repertorio de apodos, hay uno que usó con frecuencia. Se trata de Tomasito La Goyesca. La etiqueta corresponde al bibliógrafo cubano Tomás Fernández Robaina, autor, entre otras obras, de Bibliografía de Estudios Afroamericanos (1969), Bibliografía de temas afrocubanos (1986), Recuerdos secretos de dos mujeres públicas (1983), El negro en Cuba (1990) y Misa para un ángel (2010), esta última sobre el propio Reinaldo Arenas.

En su libro autobiográfico Antes que anochezca, Arenas define a Fernández Robaina como una “loca de argolla”: “(…) este era el tipo de homosexual escandaloso que, incesantemente, era arrestado en algún baño o en alguna playa (…) El ejemplo máximo de este tipo de loca era Tomasito La Goyesca, un joven que trabajaba en la Biblioteca Nacional y al cual bauticé con ese apellido porque era como una figura de Goya; enano, grotesco, caminaba como una araña y tenía una voracidad sexual incontrolable”.

Tomás Fernández Robaina acaba de cumplir ochenta años. En julio de 2003 tuve la oportunidad de entrevistarlo. Hablamos de su trabajo en la Biblioteca Nacional, de su amistad con Reinaldo Arenas, de la Organización Nacional de Entendidos (ONE) y de otros temas que, estoy seguro, serán de gran interés. Comparto con los lectores de “Fiebre de Archivo” aquella conversación que ocurrió en su casa en La Habana, hace casi veinte años.

Me gustaría que me contaras un poco de la familia, de tu niñez…

Yo nací el viernes 7 de marzo de 1941, en la calle San Isidro; ahora tengo 62 años. Realmente me siento un poco raro pensando sobre mi origen, mi lugar de nacimiento y los años que han pasado desde ese momento hasta ahora.

Nací en la casa de mi madre, una guajira, en cuya familia no existía la costumbre de ir a parir en los hospitales, ni a las clínicas privadas. Por lo tanto, ella decidió que me tendría en la casa, y para eso pagó una comadrona. Me cuentan que fue un gran escándalo en la cuadra.

A mi padre, a Mario, lo vi muy poco en mi existencia. Pienso en que esta es la primera vez que hago una confesión así de profunda. Mi madre suplió el rol de mi padre; ella lo fue todo.

Hay una anécdota muy interesante. En cierta ocasión yo estaba en una parada de guaguas, y alguien se me acercó y me dijo: “¿Eres el hijo de Rosa? ¿A ti te dicen Pupiño?”. Yo le dije que sí, y me dijo: “¿Tú no me reconoces?”. Y yo le dije: “Bueno, su cara me es familiar…”. Y entonces él me dijo un poco molesto: “¿Pero tú no reconoces a tu propio padre?”.  

¿Alguna vez te sentiste diferente a los demás niños?

Realmente no recuerdo tener esa sensación de que yo era un niño diferente, desde el punto de vista que tú lo estás preguntando. Esa sensación de ser diferente la tuve cuando ya fui grande, que empecé a analizar muchas cosas de mi vida tratando de buscar respuestas. Hoy, cuando voy a un parque y veo un padre con sus hijos, me siento a contemplarlo; incluso, una vez escribí algunos cuentos que después rompí, porque cada vez que los leía lloraba mucho. Cuando era niño no me gustaba ir a la escuela; pero yo tenía mi noviecita y nos tocábamos el sexo, cosas de niños, de muchachos, ¿no?

¿Cuándo empiezas a tener experiencias homoeróticas?

Desde muy pequeño tenía relaciones; pero lo hacía con niñas. Sí recuerdo… Y esta es una historia que yo cuento en algún texto —que no sé si lo publique o no—; tiene que haber sido en la etapa en la etapa de Grau, porque en la etapa de Grau Martín nosotros vivíamos todavía en la casa donde yo había nacido, en San Isidro; pero tuvimos que mudarnos, porque se iba a hacer la Vía Blanca, y vivíamos en el cuchillo que formaba San Isidro con Desamparados y Cuba, que moría justamente frente a la Iglesia de Paula. Nosotros vivíamos en un cuarto, y en uno de los cuartos al fondo había tabaqueros o zapateros que tenían sus penes erectos, y me llamaban para que yo los viera y los tocara y eso. Yo tendría cuatro o cinco años, pero también recuerdo, en esa misma época, relaciones con niñas.

En 1959 la Revolución te sorprendió con dieciocho años. ¿Estabas estudiando en ese momento?

No, a mí no me gustaba estudiar, incluso abandoné la escuela cuando estaba en cuarto grado y me puse a trabajar en un bar, en la misma calle San Isidro. Pero después de dos meses comprendí que yo no estaba para pasarme toda la vida despachando cerveza. Logré, con la ayuda de un amigo, hacer el sexto grado, y ya con el certificado pude entrar en la Escuela Superior. Comencé a trabajar nuevamente en el bar, pero me pagaban muy poco. Mi madre me decía que era una forma de que yo tuviera mi propio dinero.

En 1958 entré en la Escuela Profesional de Comercio de La Habana; cuando triunfó la Revolución seguí estudiando, hasta que tuve que dejarla, porque tuve necesidad real de trabajar. Me integré a las Milicias y fui a formarme como contador agrícola, y aquí es donde por primera vez tengo un choque, donde sí me sentí, o me hicieron sentir, completamente diferente…

¿Qué pasó?

Yo estaba en la Escuela de Contadores de Holguín. Allí fue donde vi por primera vez a Reinaldo Arenas. Fue un cruce fortuito, que después ambos recordábamos. Al segundo o tercer día de clases, alguien cogió mi diario, leyó algunas cosas, y dijo que yo era homosexual. Pero el asunto se complicó cuando yo me di cuenta de que me habían registrado. Me fajé a trompadas con el que lo había hecho y me expulsaron. Al otro muchacho no le pasó absolutamente nada. La expulsión había sido por mi condición de homosexual, de la que yo realmente en aquel momento no tenía conciencia. Por supuesto, ya había tenido relaciones homosexuales, pero no tenía conciencia de qué era ser un homosexual.

Cuéntame un poco de tu primera relación homosexual…

Bueno, la primera relación homosexual fue algo muy fortuito, fue por experimentar. Yo lo recuerdo y siempre digo: Bueno, si en vez de esta persona invitarme a eso, me hubiese invitado a ir a templar con una mujer, yo hubiera hecho exactamente igual. Creo que si yo hubiera tenido la suerte de encontrarme con una mujer que realmente se hubiera enamorado de mí… No quiere decir que yo hubiera dejado de ser homosexual, pero tal vez mi vida hubiera sido diferente, hubiera sido la vida de un bisexual.

¿El incidente de la expulsión te persiguió por mucho tiempo? ¿Te abrieron un expediente?

Yo trabajé en el Consejo Nacional de Cultura, en la Dirección Provincial de Literatura, que fue otro de los lugares donde choqué. Después me fui a la Biblioteca Nacional. Me presenté a la universidad en el año 1965, para estudiar Letras. Hice los exámenes, y a pesar de que los aprobé, y a pesar de que pasé la entrevista política, no fui seleccionado. Traté reiteradamente de entrar a la universidad; pero siempre, por una razón u otra, me dejaban fuera…

En 1965, precisamente, se instalaron los campos de trabajo forzado conocidos con el nombre de Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).

Yo no estuve en la UMAP, por dos razones importantes. Fue la etapa más romántica mía, de más entrega a la Revolución. Cuando fueron a consultar a la administración de la Biblioteca Nacional sobre mi caso, para ser enviado a la UMAP, la doctora Maruja Iglesias dijo que yo era un magnífico trabajador y una persona muy integrada y entregada por completo a la Revolución…

Pero a pesar de eso no te dejaban entrar a la universidad…

Eso fue así hasta 1970, después de una actitud notable en la zafra de los 10 millones. Yo fui a mucho “trabajo voluntario” y corté mucha caña. Volví a presentarme a los exámenes y aprobé. Esa vez matriculé y todo.

Poco después se me ocurre ir al trabajo voluntario con los estudiantes universitarios; mucha gente me dice que había sido un error. Yo había ido a varias zafras, Quincenas de Girón, Cupón de Fin de Semana, y fui con esa experiencia. Fui a ese trabajo voluntario no como aventurero, sino como una persona profesional que sabe cuál es la conducta que tiene que seguir. Allí, había un grupo de jóvenes que cantaban Las Leandras, y yo trataba siempre de aconsejarlos que no hicieran ostentación, por un problema de intuición personal.[1] Estos muchachos eran muy jóvenes y realmente llamaron mucho la atención…

Días después, me llegó una carta firmada por la doctora Vicentina Antuña, decana de la Facultad de Artes y Letras, en la que me decía que quedaba separado de la universidad. Eso fue en el año 1971. En la carta decían que yo era un famoso y connotado homosexual de la Biblioteca Nacional. La acusación decía que yo le había chiflado a un muchacho que me había denunciado, y que era también homosexual. Cuando Reinaldo Arenas se enteró, quería caerle a palos a este muchacho, que después llegó a ser alguien en el ICAIC. Decían que yo era el líder de todos los jóvenes homosexuales. Les dije que era una acusación falsa, porque yo no sé chiflar, y los muchachos fueron muy honestos y dijeron que yo no tenía que ver en eso. Se veía que había algo más allá de una conducta impropia. Se trataba de una política muy bien fundamentada, muy bien trazada.

¿Apelaste la decisión?

Por supuesto. La doctora Mariela Acallo y la doctora Luisa Reyes se entrevistaron con el rector y él les dijo: “Miren, por ahora es imposible, esto es una ola que pasará, y cuando pase, que trate de matricular nuevamente”.

Era el momento en que se iniciaba el período de los parametrados.[2] Nuestros dirigentes habían copiado las formas estalinistas de represión al homosexualismo y a los homosexuales. Pensaban que los homosexuales eran enemigos en potencia de la Revolución.

Yo pensé que el desmantelamiento de las UMAP era un indicador de que se había comprendido que la homosexualidad no se podía reprimir. Lo más curioso del caso es que, al principio, cuando me hablaban de que se iba a hacer un trabajo con los homosexuales, fui tonto y romántico. Pensaba que era conveniente que la Revolución se preocupara seriamente por entender el problema homosexual. Después me enteré, y en eso me ayudó mucho Reinaldo Arenas, lo que habían sido las UMAP. Cuando se desmantelaron las unidades yo pensé que habíamos ganado una gran batalla, creí que los que habían orientado esos campos se habían dado cuenta de que esa no era la solución, pero realmente no fue así…

Regresaste a la universidad en 1975, ¿no?

Sí, pero con el consejo de que no podía destacarme mucho. Trabajaba en la Biblioteca Nacional y estudiaba al mismo tiempo. En 1980, cuando ya me faltaba una asignatura para graduarme, el PCC y la administración de la Biblioteca me llamaron a una reunión para decirme que no fuera a hacer el examen, porque no me iban a entregar la carta que yo debía presentar en la universidad. Era un aval que necesitaba. Me dijeron que yo no reunía las condiciones para graduarme. El director era Julio Le Riverend.

Yo era una persona integrada, no faltaba al trabajo, había publicado Bibliografía cubana, acababa el proyecto del Índice de publicaciones periódicas,dos aspectos bibliográficos y culturales muy importantes en mi vida personal y en la de la propia Biblioteca Nacional. No me sentí reconocido en lo absoluto con lo que se me estaba imputando, pero se me aplicó.

De todas formas fui al examen, logré tener mi certificación de notas; pero la dirección de la Biblioteca hizo caso omiso y consiguió que la universidad hiciera un documento donde decía que mi graduación no era válida. Ahí empezó una larga pelea, durante la que yo me quedaba mirando por la ventana de mi cuarto o al techo, y me daban las 6 de la mañana; no pegaba los ojos.

Por suerte, al final me llamaron a una reunión y me dieron todas las excusas posibles. Dijeron que se había cometido un error. Yo eso no lo puedo olvidar…

Háblame un poco de tu amistad con Reinaldo Arenas.

Cuando empiezo a trabajar en la campaña de lectura popular, Reinaldo Arenas ya está trabajando en la Biblioteca Nacional. Comenzamos una amistad que nos unió, yo te diría, prácticamente hasta que él muere. Yo iba a la zafra y me daban el derecho para alquilar una cabaña, y yo siempre me iba con Arenas. Una vez cogí una borrachera en Tropicana y Reinaldo tuvo que cargar conmigo. Jamás hablamos de cuestiones gays: hablamos de literatura…

¿Qué te pareció Antes que anochezca?

La novela —porque para mí no es una biografía, es una novela— está dentro del estilo alucinante y homosexual, característico de Reinaldo Arenas. Es una obra que exagera muchas cosas, pero en el fondo hay mucha verdad. Muestra parte de la realidad que le tocó vivir a Reinaldo, pero no refleja toda la realidad.

Él me contaba que iba con Delfín Prats a unidades militares a templar. Muchas veces me invitó. No fui, no porque fuera más moralista, sino simplemente porque era una etapa en la que estaba entregado por completo a mi trabajo y, aunque siempre buscaba un momento para tener una diversión, una fantasía sexual…, priorizaba mi trabajo. Reinaldo trabajaba mucho y escribió mucho y… bueno…, es posible que él en un día haya podido tener relaciones con diez personas… Hay que ver si fueron realmente relaciones sexuales completas o determinadas fantasías o acciones, que no tienen por qué llegar a una cama.

Vamos a hablar un poco de la ONE (Organización Nacional de Entendidos).

La ONE duró varios años. Surgió en 1996, la dirigía un tal Adolfo del Pino y otro compañero, al que nosotros le decíamos Albertain. Realmente fue un fenómeno muy interesante… Surgió como una necesidad, no solo de grupos homosexuales, sino de escritores, para tener un espacio de sociabilidad y socialización, donde poder hablar, intercambiar criterios. Los que estamos interesados en la lucha contra la discriminación racial, también deseábamos que hubiera una organización, o un lugar a donde uno pudiera ir y discutir estas cosas.

En el caso de los homosexuales, ha habido algunos intentos por organizarse. La ONE fue uno de ellos, y se mantuvo de 1996 al 2001 o 2002. La desintegraron, porque hicieron una recogida en una fiesta y a uno de los muchachos le encuentran una página, una propaganda, donde se anunciaba que la ONE preparaba una excursión, una fiesta, o algo por el estilo. Inmediatamente, la policía comienza a investigar y dan con la casa donde se hacía la revista Hola Gente, de la ONE, que salía trimestralmente. Era una revista que se imprimía en computadora. Se hacían uno o dos ejemplares que circulaban de mano en mano; a veces podían imprimirse más. A mí me llama la atención, porque había un esfuerzo, una mentalidad colectiva muy importante. Era una organización completamente clandestina…

¿Quién era Adolfo del Pino?

Era un ciudadano común. Justamente, la revista y la organización pudieron sobrevivir, porque era gente que lo que buscaba era un lugar para divertirse. En uno de los textos de la revista, Adolfo del Pino lo dice: que allí iba gente con muchos fines espirituales; pero había otra gente que simplemente iba a lucir los trapos, a lucir sus cuerpos, a encontrar una pareja para pasar la noche. Es decir, ellos lo tenían todo muy bien pensado en ese sentido. No había un local específico, era una organización ambulatoria, donde un día se reunían para ir a la playa o un campismo. La organización surgió cuando Del Pino y otros amigos comenzaron a reunirse, y hubo un momento en que se hizo habitual.

¿Cuántos afiliados tenía?

Yo pienso que el grupo, entre los que iban y venían, nunca llegó a tener más de ciento y pico de personas.

¿Cómo se financiaban?

Se ayudaban para alquilar los lugares, hacían una ponina. Hasta tenían un carné. Ellos funcionaban como cédulas. Cuando los cogieron, estuvieron bajo prisión domiciliaria.

¿Cuál es tu mayor conflicto?

La escasez de espacio y de movimiento en mi país.

Cuál es tu mayor deseo.

Que en Cuba algún día haya una sociedad donde no exista la represión, donde todos podamos manifestarnos abiertamente y que se comprenda la diversidad de criterios.

¿Hay algo que tengas que reprocharle a la Revolución?

Sí: la intolerancia, no visualizar la realidad cotidiana, no ver la complejidad y la diversidad de realidades, y que las concepciones no se pueden imponer a todo un pueblo.

¿Por qué nunca te fuiste de Cuba?

Porque tenía a mi madre y a mi abuela. Después que muere mi abuela, mi madre quiso irse en el 80; pero yo estaba enfrascado en mi lucha por mi identidad, por mi título universitario, por el reconocimiento a mi trabajo.

Me siento realizado como profesional, como intelectual, como hombre, como ser social en este país, a pesar de todas las cosas.


Notas:
[1] El performance tomó el nombre de Las Leandras, una famosa revista musical española, escrita en 1931 por Emilio González del Castillo y José Muñoz Román y musicalizada por Francisco Alonso.
[2] A inicios de la década de 1970, se produjo una ola represiva que dio lugar a una política de “parametración”. Se le conoció con ese nombre debido a la Resolución No. 3 emitida el 10 de julio de 1972 por el Consejo Nacional de Cultura. La regulación dictaminaba que aquellos que no reunían “los parámetros ideológicos exigidos” para pertenecer a las instituciones del Consejo Nacional de Cultura —dirigido entonces por Luis Pavón Tamayo—, podían ser expulsados sin contemplaciones. Pavón estuvo al frente de la institución durante cinco años. A ese período oscuro se le conoció como “Pavonato” o “Quinquenio Gris”.

Publicación original en ‘Hypermedia’