Mario Vargas Llosa: Cartas sobre Cuba [Presentación Rafael Rojas]

Archivo | Autores | 3 de mayo de 2021
©Grañena / Política & Prosa

Publicadas el 16 de marzo de 2016 en la revista mexicana Letras Libres, estas cartas de Vargas Llosa sobre Cuba revelan a un intelectual de fino olfato que, a partir del Caso Padilla, en 1971, fue considerado «enemigo» por la revolución cubana y por gran parte de la izquierda procastrista en el mundo.
Esta entrada, con la misma presentación de Rafael Rojas que tuvo en su presentación original, muestra muy bien las filias y las fobias de aquella época.

I

Doce años tomó a la Revolución cubana convertir un movimiento democrático contra una dictadura caribeña en el primer y único Estado comunista construido en América Latina. Entre 1959 y 1971 tuvo lugar esa mutación, que produjo, por lo menos, dos fracturas, la de la nación cubana y la de una amplia y heterogénea comunidad internacional involucrada en el proceso político de la isla. Aquella Revolución fue la mayor conexión de América Latina y el Caribe con la Guerra Fría y su impacto en el hemisferio fue necesariamente polarizador.

La intelectualidad latinoamericana vivió la Revolución cubana como propia. Para los jóvenes escritores del llamado boom de la novela latinoamericana (Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, José Donoso, Jorge Edwards), que intentaban revolucionar la narrativa de sus naciones, fue apasionante la llegada al poder de unos guerrilleros de su misma generación (Fidel Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos), que prometían reforma agraria y alfabetización, soberanía e industrialización, justicia y solidaridad con otras juventudes, que luchaban contra dictaduras parecidas.

Ninguno de aquellos escritores era comunista, pero todos simpatizaban con algún tipo de socialismo, más deudor del nacionalismo revolucionario mexicano que del marxismo-leninismo de matriz soviética. A pesar de que desde 1961 el gobierno cubano dio muestras de avanzar hacia la alianza con Moscú y la adopción de algunos elementos propios de los socialismos burocráticos de Europa del Este, como el partido único, el control gubernamental de los medios de comunicación, el ateísmo, el machismo o la censura –en 1961, por ejemplo, fue clausurado el suplemento Lunes de Revolución, que dirigía Guillermo Cabrera Infante, y prohibido el filme pm, de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal–, los novelistas del boom mantuvieron su apoyo a La Habana.

La Guerra Fría se instalaba en América Latina y el Caribe y era ineludible tomar partido. La política de Estados Unidos hacia Cuba, basada en el embargo, la expulsión de la isla de la oea, el aislamiento diplomático y el apoyo a sabotajes, guerrillas e invasiones de la oposición interna y del exilio de Miami, era rechazada por las diversas izquierdas de la región, a las que pertenecían esos escritores. El quiebre de aquella alianza comenzó a manifestarse a partir de la instalación del Comité Central del Partido Comunista, en 1965, y gracias a las cada vez más frecuentes evidencias de promoción del modelo del “realismo socialista” y de imposición de una ortodoxia ideológica al campo intelectual.

Ese año, 1965, sale definitivamente de Cuba, luego de una breve visita a la isla para los funerales de su madre, contada en Mapa dibujado por un espía (2013), Guillermo Cabrera Infante, el narrador cubano que, junto a Severo Sarduy, ya radicado en París, se afincaría más claramente en el boom. Y aunque Cabrera Infante no se presentará públicamente como exiliado hasta el verano de 1968, su conversación privada o epistolar con varios de sus contemporáneos latinoamericanos es un temprano testimonio de desencanto. Al año siguiente, cuando estalla la polémica entre Casa de las Américas y Mundo Nuevo, los pilares del cisma ya están plantados.

Mundo Nuevo surge en París como un proyecto editorial conducido por el mayor crítico literario de entonces, el uruguayo Emir Rodríguez Monegal, amigo y estudioso de Jorge Luis Borges, uno de los pocos escritores de la región que no tuvo simpatías por el régimen cubano. Editada por el Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ilari), con financiamiento de la Fundación Ford, Mundo Nuevo dibujó entre 1966 y 1971 el mapa literario de América Latina. Dado que el ilari era un desprendimiento del viejo Congreso para la Libertad de la Cultura (clc) y este había sido denunciado en el New York Times y otros medios occidentales como un proyecto de la cia en la Guerra Fría cultural, los ataques desde La Habana, especialmente desde Casa de las Américas, que veía amenazada su hegemonía sobre la izquierda intelectual latinoamericana, se volvieron recurrentes, manipulando el tópico del financiamiento para estigmatizar la nueva publicación.

En Mundo Nuevo se publicaron los primeros adelantos de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, Cambio de piel de Carlos Fuentes, El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig, Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante y De donde son los cantantes de Severo Sarduy, además de fragmentos de Blanco y un ensayo sobre Rubén Darío de Octavio Paz, incluido luego en Cuadrivio. Aquellos adelantos aparecían entre diálogos y notas, armadas por Rodríguez Monegal, que, junto con una red de las principales publicaciones y editoriales iberoamericanas, hicieron de Mundo Nuevo la revista del boom. Las diatribas de Casa de las Américas reaccionaban contra una voz alternativa, que defendía una izquierda no comunista en América Latina, y que, a la vez, postulaba otra estética de la novela y otra idea del compromiso intelectual, opuestas a la “militancia revolucionaria” y el “realismo socialista”, alentados desde La Habana, como bien observó José Donoso en su Historia personal del “boom” (1972).

La Habana se ensañó especialmente contra Carlos Fuentes, a quien Roberto Fernández Retamar y Ambrosio Fornet retrataban como un desertor, “frívolo, cobarde y oportunista […] Boecio de Mundo Nuevo”. A Fuentes no solo lo denunciaban por echar a andar, junto con Rodríguez Monegal, una “revista de la cia en París” –así de burdo era el estigma–, sino por viajar a Nueva York con Pablo Neruda a un congreso del pen Club y demandar en Life el “entierro de la Guerra Fría en la literatura”. Aunque todavía en 1967 Fuentes se carteó con Fernández Retamar y envió un fragmento de su novela Zona sagrada a Casa de las Américas, algo se había quebrado y para el verano de 1968, cuando Fidel Castro respalda la invasión soviética a Checoslovaquia y la burocracia cultural comienza a descalificar a escritores críticos como el poeta Heberto Padilla y el dramaturgo Antón Arrufat, la fractura se precipita.

II

Letras Libres pone a disposición de sus lectores una parte de la correspondencia que en aquellos años sostuvo Mario Vargas Llosa con varios de esos escritores y que guarda el archivo de la Biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton. Se trata de una documentación ineludible para historiar aquel conflicto, ya que Vargas Llosa fue miembro del comité editorial de Casa de las Américas entre 1965 y 1971, justo los años que van de la campaña contra Mundo Nuevo al arresto de los poetas Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé. A través del epistolario se observa la evolución de Vargas Llosa, quien intenta mediar entre la burocracia cubana y Emir Rodríguez Monegal y Carlos Fuentes, y termina, en 1971, firmando cartas contra el encarcelamiento y la forzosa autocrítica de Padilla e integrando el núcleo de colaboradores de Libre (1971-1972), una nueva revista, impulsada por Juan Goytisolo, Jorge Semprún y Plinio Apuleyo Mendoza, también desde París, que desempeñaría un papel central en la denuncia de la represión y la censura en Cuba.

El progresivo distanciamiento del autor de Conversación en La Catedral (1969) con las élites cubanas tenía su origen en la discordancia política pero también en el desencuentro estético. Como se lee en una carta a Carlos Fuentes, desde Lima, el 10 de noviembre de 1971, Vargas Llosa encuentra algunas ventajas en el régimen militar de Juan Francisco Velasco Alvarado, respaldado por el Partido Comunista peruano y, naturalmente, por el gobierno cubano, si bien echa en falta el elemento civil que distingue el proyecto de Unidad Popular de Salvador Allende en Chile. Pero “la cosa le parece irrespirable desde una perspectiva cultural”, ya que predominan “el nacionalismo, el indigenismo, el criollismo y otras taras” que también conformaban la estrategia cultural de Casa de las Américas.

Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar fueron, tal vez, los dos escritores del boom que más directamente recibieron la presión del aparato político cubano, a través de sus epistolarios con Roberto Fernández Retamar y Haydée Santamaría, directora de Casa de las Américas. Ambos viajaron con frecuencia a La Habana en aquellos años y ambos fueron cuestionados en reuniones editoriales, que fácilmente degeneraban en interrogatorios o en juicios en ausencia, por sus vínculos personales con los redactores de Mundo Nuevo o Libre, sus premios o sus estancias en universidades europeas y norteamericanas.

La reacción de uno y otro a esas presiones fue distinta, aunque, como prueba esta correspondencia, mantuvieron el diálogo y la amistad. No es dato menor que tanto García Márquez como Cortázar, que se mantuvieron leales a La Habana, decidieran seguir colaborando con Libre, una publicación claramente opuesta a la sovietización de Cuba. Después de firmar una primera carta a Fidel Castro, exigiendo la liberación de Padilla, Cortázar escribió un largo poema ambivalente, “Policrítica a la hora de los chacales”, en el que decía “comprender” al gobierno cubano, aunque había “cosas que no tragaba”, “los prejuicios”, “los tabúes”, “la burocracia del idioma y los cerebros”.

Vargas Llosa, en cambio, renunció al comité de Casa de las Américas en un mensaje a Haydée Santamaría, en el que deploró la colérica respuesta a la primera carta y firmó, con más de sesenta intelectuales europeos y americanos, entre los que se encontraban los mexicanos Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Revueltas, Fernando Benítez, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Marco Antonio Montes de Oca, una segunda carta a Fidel Castro, en la que se decía que “la mascarada de autocrítica” de Padilla y otros escritores cubanos “recordaba los momentos más sórdidos de la época del estalinismo, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas” y exhortaban a “evitar el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo”.

Luego de la ruptura, Vargas Llosa y los demás críticos de la deriva totalitaria del socialismo cubano quedaron catalogados como “enemigos” por el poder cultural de la isla que, justo a partir de 1971, con el Congreso Nacional de Educación y Cultura de ese año, formuló su política en términos similares a los de las burocracias gobernantes en la urss y Europa del Este. Desde entonces se ensanchó la distancia entre una izquierda comunista prosoviética y procubana y otra izquierda socialista, que poco a poco se acercó a las posiciones liberales y democráticas que sustentaron las transiciones latinoamericanas de los años ochenta.

Rafael Rojas

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Emir Rodríguez Monegal

2 de febrero de 1967 Londres

Querido Emir:

Julio [Cortázar] debe buscarte a su regreso de La Habana para charlar contigo sobre la reunión a la que asistimos, y en la que en algún momento se habló de tu polémica con Roberto [Fernández Retamar]. No hubo ocasión ni fue necesario mostrarles a los amigos cubanos el dosier que nos mandaste a Julio y a mí, pues ellos conocían los textos de Marcha, y sobre todo porque desde el principio fue muy evidente que su actitud respecto a tu revista no estaba directamente vinculada a la información aparecida en el New York Times, sino que era anterior y, en cierta forma, más profunda. Roberto y los escritores cubanos que vi piensan, me parece, que aun cuando no reciba dinero de ningún organismo estatal estadounidense y sea financiada solo a través de fundaciones, Mundo Nuevo a la larga deberá ajustar su línea a las posiciones norteamericanas (incluso a las de los liberales norteamericanos) que están en contradicción radical con los intereses de los pueblos latinoamericanos. Pienso que es una actitud adoptada sinceramente, por consideraciones estrictamente políticas, y en la que no ha jugado ningún papel la enemistad personal. Tanto Julio como yo indicamos por eso mismo a los amigos cubanos que era una lástima que en ciertos textos se hubieran excedido verbalmente, llevando las cosas a un plano personal. Creo, incluso, que muchos de ellos están algo apesadumbrados por la forma en que ha sido criticado Carlos Fuentes en el último número de la revista de la Casa de las Américas, y en nuestra reunión se acordó expresamente rogarle a Carlos que pasara por alto las alusiones personales que aparecen en el artículo sobre Mundo Nuevo y pedirle que, si quiere rebatir los argumentos de Ambrosio Fornet contra tu revista y contra las declaraciones que en ella hizo Carlos, lo haga en la propia revista de la Casa de las Américas, donde su respuesta sería publicada de inmediato, sin “notas al pie” ni “cabezas contradictorias”.

No sé dónde anda Carlos ahora y, como supongo que tú sabes su paradero, te ruego que le transmitas estas líneas (o me mandes su dirección para escribirle en este sentido). Creo que sería muy positivo que Carlos aceptara discutir el artículo de Ambrosio y presentara sus puntos de vista sobre Mundo Nuevo en la revista de la Casa de las Américas. No me hago ilusiones, sin embargo, ahora, sobre un cambio de actitud de los escritores cubanos en lo que se refiere a colaborar en tu revista; tenía vagas esperanzas cuando viajé a La Habana, pero ahora me doy cuenta de que las cosas son mucho más difíciles, sobre todo porque la polémica se sitúa en un plano eminentemente político. Así pues siento no poder haber resuelto nada. En todo caso, los menos intransigentes en este asunto me parecieron los propios cubanos, y esto quedó muy claro cuando Roberto expresó que de ningún modo pretendían él y sus amigos asimilar a la condición de “reaccionarios” o “aliados del imperialismo” a quienes colaboraran en Mundo Nuevo.

Abusando un poco, querido Emir, quisiera pedirte que, por decepcionado que te puedas sentir con la negativa cubana a colaborar en tu revista, hagas lo posible por evitar que ella sirva de algún modo de tribuna para los enemigos de la Revolución cubana. La actitud de los escritores puede parecerte demasiado intransigente, pero allá uno se explica bastante bien esta intransigencia, cuando ve la ferocidad con que la Revolución es combatida y con qué admirable convicción y coraje están saliendo adelante los cubanos a pesar del bloqueo, de los sabotajes, de la campaña internacional de desprestigio de cierta prensa. Nosotros hicimos un viaje por el centro de la isla, y visitamos granjas y aldeas y fábricas, y te aseguro que era un espectáculo conmovedor y a la vez muy triste cuando uno se ponía a comparar entre lo que está ocurriendo en el campo cubano y lo que ocurre en mi país, por ejemplo. Ha sido una lástima que no te concedieran la visa que pediste, porque estoy seguro que sobre el terreno habrías comprendido muy bien el porqué de la actitud militante y pasional de Roberto y de los otros escritores cubanos.

En fin, esta carta se prolonga demasiado y termino. No te olvides de hablar con Carlos, o de mandarme su dirección, por favor.

Recuerdos por tu casa (aquí conocimos a tu hija mayor, en casa de Maruja Echegoyen, una noche) de Patricia y míos.

Un fuerte abrazo de

Mario

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Carlos Fuentes

10 de febrero de 1967 Londres

Querido Carlos:

Estoy por escribirte hace días, pero había perdido tu dirección, y tampoco estaba muy seguro de si continuabas en París. Acabo de enterarme que sigues allá (te envidio, pues después de pasar unos meses en la civilización, he descubierto que, pese a todo, prefiero la barbarie francesa) y te escribo de inmediato. No sé si has visto a Julio a su vuelta de Cuba. A él y a mí los amigos cubanos nos dieron un mensaje para ti. En la reunión de la Casa de las Américas, se habló de las alusiones inamistosas e incluso injustas que se te habían hecho en algunos documentos, como la carta abierta a Neruda, y tanto Julio como yo criticamos el artículo de Ambrosio Fornet, aparecido en el último número de la revista de la Casa de las Américas, en el que se refiere a ti de una manera inaceptable. Conozco hace tiempo a Ambrosio –fuimos compañeros en la Universidad [Complutense] de Madrid–, y le tengo mucho afecto, y por eso mismo me sorprendió que se hubiera excedido en esa forma. Tú sabes el clima de tensión y de fervor en el que viven los cubanos, y la extrema susceptibilidad política en que los tienen las condiciones de la isla (el bloqueo, la amenaza permanente de invasión, etc.); creo que eso explica muchas cosas, pero desde luego que no las justifica todas. En la reunión, quedó bien claro –y el propio Ambrosio estuvo de acuerdo, como Roberto y los demás– que por encima de cualquier diferencia de opiniones o de actitudes frente a un problema determinado, como podía ser el encuentro del pen o la colaboración en Mundo Nuevo, no es lícito lanzar anatemas y ucases, y que se debe discutir con altura, sobre todo entre amigos. El mensaje en cuestión es el siguiente: decirte que tienes abiertas las páginas de la revista de la Casa de las Américas si quieres contestar el artículo de Ambrosio, o en general comentar las polémicas que surgieron en torno a Mundo Nuevo o la reunión del pen. Desde luego que tu texto se publicaría integralmente, y sin notas o cabezas contradictorias. Pienso que si te decides a aceptar este ofrecimiento, esta sería una excelente manera de silenciar para siempre a los envidiosos o resentidos que, acomplejados por tus libros, han aprovechado los textos cubanos donde se te alude (textos que pueden ser discutibles pero que, al menos, sí están redactados de buena fe) para propalar calumnias y presentarte como a un enemigo de Cuba. Ya sé que estás de vuelta de este género de golpes bajos de los pigmeos, pero de todos modos convendría que, al menos por una vez, les dieras un buen tentequieto (como dicen en Lima).

¿Cuándo saldrá tu novela? Julio me ha hablado tan bien de ella, con tanto entusiasmo, que tengo unos deseos enormes de leerla de una vez.

Un fuerte abrazo de

Mario

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Carlos Fuentes

20 de enero de 1969 Pullman, Washington

Mi querido Carlos:

No sé por dónde andas, pero espero que Gallimard te esté siguiendo la pista y ponga esta carta en tus manos. Hace una barbaridad de tiempo que estoy por escribirte, pero, aparte de mi alergia contra el género epistolar, me lo ha impedido la falta de tiempo. He estado trabajando mucho en mi novela, que felizmente da ya las últimas boqueadas, y perdiendo unas horas atroces dictando clases, que para colmo y para duplicar mi angustia, eran en inglés. He seguido bastante de cerca lo de México y me sé de memoria todos los improperios y la mugre que te han echado encima. Creo que debes sentirte muy contento con eso. Con tu admirador y crítico Joseph Sommers hicimos firmar por más de cien profesores universitarios una carta de protesta por la represión contra intelectuales y estudiantes en México. Me imagino que no servirá de nada, pero peor habría sido no protestar. Tu carta con las armas del café de la Rotonda me dejó moralmente descalabrado por unos días, pero lo triste del asunto es que parece ajustarse a la realidad. El panorama no puede ser más ceniciento. Aquí todo va a ir peor con Nixon en la Casa Blanca y me temo que lo de la República Dominicana sea un juego de niños comparado con lo que puede ocurrir en América Latina en los próximos años. No sé nada de Cuba. No fui a la reunión de la revista, porque no tenía tiempo ni tampoco muchas ganas, pero hablé por teléfono con Fernández Retamar la otra noche. Julio acababa de partir de La Habana. Llamé a Roberto para tratar de confirmar si era cierto que Edmundo Desnoes estaba preso, acusado de ser agente de la cia, pero al hablar con él no me atreví a preguntárselo. Lo noté un poco cauteloso y temí ponerlo en un apuro. Estoy sumamente inquieto, apenado y asustado con lo que ocurra en Cuba y te ruego que me cuentes lo que sepas. Lo último que llegó a mis manos fueron los discursos de Lisandro Otero que me produjeron escalofríos, casi tantos como los que tuve cuando leí las indecentes frivolidades contra la Revolución de nuestro amigo Guillermo [Cabrera Infante]. En el Perú la confusión política adquiere niveles paranoicos. Los generales se van a quedar en el poder muchos años y cuentan con el apoyo de la izquierda que proclama a diestra y siniestra que el régimen es nacionalista y antiimperialista, lo que es un disparate apocalíptico. Pero ni siquiera se puede atacar a los generales, porque sería hacer el juego a la extrema derecha que capitanea la oposición. En vista de este caos he decidido no regresar al Perú. No pude ahorrar aquí lo suficiente para tener unos meses de libertad y he aceptado por un semestre un contrato en Puerto Rico, lo que es como meter la cabeza en la boca del lobo porque en la isla pululan los gusanos cubanos (hay, también me dicen, cuarenta mil poetisas). Voy a estar allá hasta julio y luego regresaré a Londres, a identificarme con la neblina y a convertirme quizás en un fantasma. Lo único que queda, por ahora al menos, es cerrar los ojos, apretar los dientes y escribir, escribir hasta perder el aliento. […]

Mario

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Roberto Fernández Retamar

1 de marzo de 1969 Río Piedras, Puerto Rico

Querido Roberto:

Gracias a tu carta, que me remitieron desde Pullman, a una carta anterior de Julio, y a Ángel [Rama], que está aquí, he podido formarme una idea clara de la reunión de la revista y del contexto del mensaje colectivo que me enviaron. Lamento no haber asistido a la reunión, pues estoy seguro de que mi presencia allá habría evitado buena parte de la extrañeza y el enojo que han causado en ti y en otros compañeros ciertas actitudes mías. Siento que las explicaciones que te di por teléfono sobre mi inasistencia no te basten. El tono y los sobrentendidos de tu carta –que, por momentos, me pareció más un comunicado que una carta– dejan entrever que mi ausencia ha sido interpretada poco menos que como una deserción. Es lo primero que me gustaría aclarar.

Aunque es verdad que no hay en mí nada de heroico, encontré fuera de lugar tus ironías sobre mi incapacidad para “el riesgo y el sacrificio” y mi negativa a “perder unos días de tu segundo semestre de residente”. Tú sabes que he ido a La Habana cuatro veces, y dos de ellas en circunstancias más riesgosas y comprometedoras que la presente –durante la crisis de los cohetes, para la Primera Conferencia Tricontinental–, y que nunca he dejado de manifestar con la mayor claridad mi solidaridad con la Revolución cubana. Lo he hecho en mi país y en los países donde he vivido o estado de paso, y mientras ustedes se hallaban reunidos, lo estaba haciendo en Estados Unidos, en un acto público, pese a la atmósfera intimidatoria creada por la presencia en el auditorio de contrarrevolucionarios cubanos. Y lo he hecho aquí, en Puerto Rico, en la prensa y en la Universidad. Por decir lo que pienso de Cuba he sido insultado en distintos sitios, y ahora soy atacado aquí, como podrás darte cuenta por los recortes que te adjunto y que, bella ironía, aparecieron más o menos al mismo tiempo que leía tu carta.

Ya sé que no hay el menor mérito en defender a la Revolución cubana y en divulgar su justicia y su verdad, pero me he permitido recordarte estos hechos porque nada podía apenarme más que pusieras en duda mi actitud respecto a Cuba, que ha sido y sigue siendo de clarísimo apoyo. Una de las pocas cosas que resultan evidentes para mí en política es lo que significa Cuba para América Latina, y si de algo puedo sentirme orgulloso en cuestiones políticas es de mi constante lealtad hacia la Revolución cubana. No asistí a la reunión porque me fue materialmente imposible por los compromisos de trabajo que tenía contraídos. El fin del primer semestre en la Washington State University y el comienzo del segundo semestre aquí prácticamente coinciden, de modo que solo tuve unos cuantos días para el traslado. Cuando supe esto, a fines de diciembre, traté de comunicarme contigo por teléfono, pero había una cola de llamadas a Cuba desde Estados Unidos y mi turno llegó solo en enero. Una complicación suplementaria fue que la telefonista no pudo localizarte luego, y solo lo consiguió ese día que hablamos, a esas horas absurdas. ¿Qué hay de sospechoso en todo esto?

Por otro lado, nunca imaginé que en la reunión de la revista yo sería objeto de discusión, y que tú y Haydée [Santamaría] formularían acusaciones contra mí en relación con mi artículo de Caretas y mi viaje a Estados Unidos. Es algo que debiste comunicarme con anticipación, porque en ese caso, pese a los inconvenientes de trabajo y de familia, no habría ahorrado esfuerzo para viajar y defender mis puntos de vista ante ustedes. Es por esta razón que apenas recibí el mensaje colectivo te hice saber que podía viajar a La Habana en julio, y está de más, también, que me respondas que los compañeros extranjeros del comité de la revista no pueden esperarme hasta entonces. Eso lo sabía de sobra. Pero ocurre que me es más fácil comunicarme con ellos que con ustedes. A Ángel lo he visto aquí, a Julio lo veré en Europa en el verano. A Emmanuel [Carballo] confío en verlo en México de paso a Cuba, si mi viaje, como espero, se realiza. Es con ustedes con quienes quiero discutir los cargos que han levantado contra mí. Aquí en la Universidad tengo vacaciones las tres últimas semanas de mayo; si lo consideran conveniente, puedo adelantar el viaje para esa fecha.

Quisiera, de todos modos, adelantarte algunas respuestas a los interrogantes de tu carta. Discrepar de la actitud adoptada por Fidel en la cuestión de Checoslovaquia no significa, en modo alguno, haberse pasado al bando de los enemigos de Cuba, como no lo es tampoco enviar un telegrama opinando sobre un asunto cultural de la Revolución. Mi adhesión a Cuba es muy profunda, pero no es ni será la de un incondicional que hace suyas de manera automática todas las posiciones adoptadas en todos los asuntos por el poder revolucionario. Ese género de adhesión, que incluso en un funcionario me parece lastimoso, es inconcebible en un escritor, porque, como tú lo sabes, un escritor que renuncia a pensar por su cuenta, a disentir y opinar en alta voz ya no es un escritor sino un muñeco de ventrílocuo. Con el enorme respeto que siento por Fidel y por lo que representa, sigo deplorando su apoyo a la intervención soviética en Checoslovaquia, porque creo que esa intervención no suprimió una contrarrevolución sino un movimiento de democratización interna del socialismo de un país que aspiraba a hacer de sí mismo algo semejante a lo que, precisamente, ha hecho de sí Cuba. Admito tu derecho a llamar mi protesta “risible” y “alharaca verbal”, pero en cambio no entiendo por qué deduces del hecho de haber expresado yo esta opinión que me arrogo el papel de “custodio de las revoluciones del planeta” y “juez de las revoluciones”. No hay tal. No soy un político sino un escritor que tiene perfecta conciencia del escaso efecto que pueden tener sus opiniones políticas personales, pero que reclama el derecho de expresarlas libremente.

En cuanto a mi viaje a Estados Unidos, quisiera aclararte algo que me parece primordial. Contrariamente a lo que insinúas, no estoy en la opulencia económica y acepto trabajos no por placer sino por necesidad. ¿Pero a qué vienen esas observaciones? De tu carta se desprende que si yo consiguiera demostrarte que tengo dificultades económicas encontrarías lícito mi viaje a Pullman. Creo que esta cuestión solo puede ser discutida de otro modo. Mi opinión, que es también la de otros escritores latinoamericanos identificados con los ideales de la Revolución cubana, es que no hay nada ilegítimo en viajar a Estados Unidos, o a cualquier otro país, siempre que el precio de este viaje no sea una concesión ideológica. Mientras no pueda vivir dedicado únicamente a escribir, buscaré trabajos en cualquier punto del planeta a condición de que me absorban el menos tiempo posible y no me obliguen a alterar o a silenciar mis ideas. Creo que ir a Estados Unidos (o venir a esta colonia suya) no es condenable en sí mismo si se va sin abdicar de lo que se piensa, y que incluso conviene hacerlo, porque también en ese país, a pesar del horror que lo gobierna, hay personas que sienten y piensan como nosotros, con quienes tenemos el derecho y el deber de dialogar. Creo, incluso, que si prosperara el proyecto de un grupo de profesores norteamericanos que conocí, gente admirable por sus ideas y por su conducta, de invitar a escritores revolucionarios cubanos a un seminario sobre Cuba, sería infortunado que rechazaran esa invitación. La presencia y la palabra de ustedes en esas universidades donde se está librando una verdadera batalla contra el enemigo común, sería un enorme estímulo para esos jóvenes que salen a enfrentarse a la policía armados con retratos del Che y Fidel.

De todo esto me gustaría poder conversar contigo y con los otros compañeros cubanos en La Habana, en mayo o en julio, según les convenga mejor. Espero que no encuentres extemporáneo que me adhiera a la declaración del comité de la revista que te agradezco haberme enviado.

Mario Vargas Llosa

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Carlos Fuentes

30 de mayo de 1971 Barcelona

Querido Carlos:

No sabes cuánto te agradezco tu carta fraternal y tus palabras sobre lo de Cuba, que expresan exactamente lo que yo mismo pienso. Leer tu artículo espléndido, la nota de Octavio [Paz] y las declaraciones de José Emilio [Pacheco] fue algo realmente esperanzador. Estos últimos días tenía un poco la sensación de haberme vuelto loco, porque lo que me parecía horrible y trágico a muchos amigos les resultaba no solo comprensible sino hasta justificable. Estoy convencido de que no nos hemos equivocado al protestar, y de manera clara, sobre los sucesos de Cuba. Lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo es sencillamente escandaloso, una copia mala e inútil de las peores mascaradas estalinistas. No sé si sabes que en enero estuve en La Habana, unos ocho días, junto con Julio. Allí pasamos toda una tarde con [Heberto] Padilla y Belkis [Cuza Malé], en casa de Pablo Armando [Fernández]. Estaba también Jorge Edwards, y poco después llegó Lezama [Lima]. Si no hubiera oído allí a Padilla hablar tan clara y tajantemente sobre la situación cubana –la crisis económica atroz, el poder creciente de los organismos de seguridad y de las fuerzas armadas, los síntomas de descontento en la ciudad y en el campo, el aumento de la represión–, quizá me habría tragado la pantomima de las autocríticas, aunque lo dudo. Pero nadie me hará creer que esa pía estancia de un mes y medio en la policía imbecilizó milagrosamente a Padilla, y también a Belkis, Pablo Armando, César López y [Manuel] Díaz Martínez. No importa nada que los hayan torturado o no. Lo cierto es que los han hecho decir mentiras grotescas e innobles, que los han degradado moral y políticamente (y hasta sintácticamente, como dices muy bien en tu artículo). He leído la versión taquigráfica completa del acto de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y parece cosa de sueño: varias páginas están dedicadas a cantar la inteligencia, la cultura y la bondad de la policía. Belkis dice: “Los dos días que estuve en Seguridad del Estado han sido los más felices de mi vida.” Y René Depestre propone luego un homenaje a la Seguridad por “el trabajo tan fino, tan artístico” que han hecho con “estos compañeros contrarrevolucionarios”. Se podría publicar el texto completo en una colección de teatro dadá y nadie notaría la diferencia.

En fin, ya ves el efecto tremendo que me ha hecho todo esto. Sé que Julio está muy golpeado, pero no quiso firmar la carta de protesta, me imagino que por influencia de Ugné [Karvelis], que perdió completamente los papeles en este asunto y comenzó a llamar nazis a todos los que disentían del discurso de Fidel y dudaban de las autocríticas. Gabo no abrió la boca, lo que es una lástima porque una toma de posición clara de él habría sido enormemente útil. No sé qué ocurre en México, pero ya te puedes imaginar lo que pasa en América del Sur: hay una verdadera explosión de júbilo entre toda la servidumbre literaria, oportunista y dogmática. A diario me llegan recortes donde algún camarada cuadriculado me arreboza de mierda. Es sabido que la derecha hace las cosas más canallas, pero en decir canalladas la izquierda gana. En fin, mi viejo, menos mal que Chile anda bien encaminada todavía. En cuanto al Perú, los militares no dan marcha atrás y prosiguen las reformas, pero no se puede decir que el proceso sea excesivamente prometedor. Me dicen que hay oficiales por todas partes, no solo en los ministerios sino también en las haciendas cooperativizadas, y en las minas, etc. Ya te contaré con más detalles. […]

Otra vez gracias, querido Carlos. Un abrazo bien fuerte,

Mario

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Jorge Edwards

28 de mayo de 1972 Barcelona

Querido Jorge:

Por fin terminé de leer anoche tu manuscrito [de Persona non grata]. El final ha salido excelente, y creo que allí no tendrás que hacer ninguna corrección. Ponte a corregir cuanto antes el libro, pues, con la vida que llevas, podrá estar en la imprenta en unos cuantos meses. Esta última parte es, desde luego, la mejor, se lee con verdadera fascinación y todo resulta asombroso. Conforme quedamos, he guardado la discreción más total al respecto, y la gente piensa que andas empeñado en un vago proyecto de ensayos literarios. Ojalá hayas hecho lo mismo, compañerito. […]

Cortázar renunció a Libre. Me mandó una carta deplorable, diciéndome que su permanencia en la revista constituía un obstáculo para su reconciliación con Cuba, la que, pese a su poema autocrítico [“Policrítica a la hora de los chacales”] (mi caimancito, mi buchecito), todavía no lo perdona. El pobre Julio, por ese pendiente, terminará haciendo cosas tristes. A propósito de Libre, no te preocupes por tu texto. Cuando tenga el sumario completo, conversaremos sobre su inclusión o exclusión. […]

Un gran abrazo a ti,

Mario